Sección: Editorial

Calle 14, vol:4 nro:4 pág:9-9

Editorial

Pedro Pablo Gómez


¿Qué valor tiene toda la cultura cuando la experiencia no nos conecta con ella? Walter Benjamin, “Experiencia y pobreza”

Resultaría muy fácil circunscribir la pregunta por el Arte y la Cultura a una relación de intercambio estratégico entre el gran arte —el de los museos y lo museal— y la alta cultura. Tal relación, aunque dinámica, no pondría en duda los límites ni la naturaleza de ninguno de ellos. En este sentido, el binomio Arte-Cultura, daría cuenta de la redistribución de los significados y sus beneficios, así como de su necesaria actualización ante la revolución permanente del capitalismo tardío, en la reflexiva, y en apariencia permisiva, sociedad postmoderna. Todo lo anterior se desarrolla desde una visión que busca la producción de diferencia, y su reabsorción e integración desde los centros hegemónicos e institucionales, que aparentan que las asimetrías y la condición colonial son situaciones que han quedado en el pasado, o que son una consecuencia del subdesarrollo.

Sin embargo, desde una perspectiva o un lugar de enunciación diferentes —descentrados, no sólo por el advenimiento de la crítica postmoderna y postestructuralista, sino ante todo por la experiencia histórica del empobrecimiento, la racialización y la subalternización, que se ha extendido desde la conquista hasta nuestros días—, la pregunta por la relación entre el Arte y la Cultura tiene una lógica y una posicionalidad distintas. Desde ese punto de vista, se pone en cuestión el salto de lo particular a lo universal del arte y la cultura europeos, proceso constitutivo de la configuración del mito de la modernidad que, como bien lo ha explicado Enrique Dussel, se funda en el carácter emancipador de la razón moderna, cuya principal premisa es el eurocentrismo. Por lo tanto, al interpelar el núcleo duro y perverso de la modernidad ya no se trata de buscar una mise en abîme —entendida como la inserción de las artes y las culturas locales, debidamente enmarcadas, adjetivadas y siempre en tono menor, en los relatos de la alta cultura y el gran arte de Occidente—, sino de negar la superioridad de una cultura sobre otra, así como su pretensión de constituir la única vía civilizatoria por medio de la cual las denominadas culturas Otras saldrían, tanto de su minoría de edad culpable, como del subdesarrollo. Se trataría, más bien, como lo sugiere Arturo Escobar, de propender por unas ontologías relacionales, de carácter horizontal, cuya emergencia en América Latina se hace visible en entidades como las de los pueblos indígenas y afrodescendientes. Esas ontologías —contrario a lo que sucede en las ontologías dualistas de la modernidad liberal— no se fundan en la división entre naturaleza/cultura, Yo/otro, Nosotros/ellos, Individuo/comunidad, ponen en juego movilizaciones políticas, sociales, estéticas y culturales que interrumpen la lógica misma de la situación colonial, y posicionan maneras diferentes de concebir las relaciones de la vida y sus dimensiones humanas y sociales, en diálogo con la naturaleza que, por cierto, es también un sujeto de derechos.

Estos asuntos, de carácter decolonial, intercultural, pluriversal y transmoderno son abordados en varios de los textos de este número de Calle14.


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