De actos e identidades: La homosexualidad en la construcción de la Modernidad

From acts and Identities: Homosexuality in the Construction of Modernity

De atos e identidades: a homossexualidade no Construção da Modernidade

Autores/as

  • Luis Sfeir Younis London School of Economics

Palabras clave:

homosexuality, sodomy, sexual pleasure, sexual acts, body, wish, race, gender (en).

Palabras clave:

homosexualidad, sodomia, placer sexual, actos sexuales, cuerpo, deseo, raza, genero (es).

Palabras clave:

Homossexualidade, sodomia, prazer sexual, atos sexuais, corpo, desejo, raça, gênero (pt).

Referencias

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Cómo citar

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Sfeir Younis, L. (2014). De actos e identidades: La homosexualidad en la construcción de la Modernidad. Corpo Grafías Estudios críticos de y desde los cuerpos, 1(1), 79–92. https://doi.org/10.14483/cp.v1i1.8418

ACM

[1]
Sfeir Younis, L. 2014. De actos e identidades: La homosexualidad en la construcción de la Modernidad. Corpo Grafías Estudios críticos de y desde los cuerpos. 1, 1 (ene. 2014), 79–92. DOI:https://doi.org/10.14483/cp.v1i1.8418.

ACS

(1)
Sfeir Younis, L. De actos e identidades: La homosexualidad en la construcción de la Modernidad. corpo graf. 2014, 1, 79-92.

ABNT

SFEIR YOUNIS, Luis. De actos e identidades: La homosexualidad en la construcción de la Modernidad. Corpo Grafías Estudios críticos de y desde los cuerpos, [S. l.], v. 1, n. 1, p. 79–92, 2014. DOI: 10.14483/cp.v1i1.8418. Disponível em: https://revistas.udistrital.edu.co/index.php/CORPO/article/view/8418. Acesso em: 28 mar. 2024.

Chicago

Sfeir Younis, Luis. 2014. «De actos e identidades: La homosexualidad en la construcción de la Modernidad». Corpo Grafías Estudios críticos de y desde los cuerpos 1 (1):79-92. https://doi.org/10.14483/cp.v1i1.8418.

Harvard

Sfeir Younis, L. (2014) «De actos e identidades: La homosexualidad en la construcción de la Modernidad», Corpo Grafías Estudios críticos de y desde los cuerpos, 1(1), pp. 79–92. doi: 10.14483/cp.v1i1.8418.

IEEE

[1]
L. Sfeir Younis, «De actos e identidades: La homosexualidad en la construcción de la Modernidad», corpo graf., vol. 1, n.º 1, pp. 79–92, ene. 2014.

MLA

Sfeir Younis, Luis. «De actos e identidades: La homosexualidad en la construcción de la Modernidad». Corpo Grafías Estudios críticos de y desde los cuerpos, vol. 1, n.º 1, enero de 2014, pp. 79-92, doi:10.14483/cp.v1i1.8418.

Turabian

Sfeir Younis, Luis. «De actos e identidades: La homosexualidad en la construcción de la Modernidad». Corpo Grafías Estudios críticos de y desde los cuerpos 1, no. 1 (enero 2, 2014): 79–92. Accedido marzo 28, 2024. https://revistas.udistrital.edu.co/index.php/CORPO/article/view/8418.

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1.
Sfeir Younis L. De actos e identidades: La homosexualidad en la construcción de la Modernidad. corpo graf. [Internet]. 2 de enero de 2014 [citado 28 de marzo de 2024];1(1):79-92. Disponible en: https://revistas.udistrital.edu.co/index.php/CORPO/article/view/8418

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De actos e identidades: La homosexualidad en la construcción de la Modernidad

Resumen:

Como resultado de enormes transformaciones en el sistema económico, político y social de la Europa capitalista y colonial, en las últimas décadas del siglo XIX ocurrió un cambio que consistió en un replanteamiento, no necesariamente un reemplazo, de una serie de actos sexuales y no sexuales anteriormente sancionados en la premodernidad como pecados, vicios o actos contra Dios, la naturaleza y el hombre. En el moldeamiento de un tipo de persona definido por esas conductas –un personage–, se perfila una identidad denominada “homosexual”, de singular naturaleza. Para poder entender esa transición y tener una mejor idea del proceso de su construcción social, es necesario, además de tener en cuenta las enormes transformaciones que ocurrieron en el siglo XIX, incorporar una serie de ideas y factores históricos más específicos, tales como la noción de sodomía, las transformaciones en las concepciones culturales del cuerpo y del deseo, las concepciones de raza y de género y la noción de orientación sexual, que hicieron posibles la consolidación del homosexual como una identidad social. El hecho de que ni la palabra homosexual ni la homosexualidad (entendida como identidad) existieran antes del siglo XIX (la premodernidad) no significa que los actos sexuales entre hombres o entre mujeres no se hayan dado o que muchas personas no hayan sentido deseo,

Abstract:

The enormous changes in the economic, political and social system of the capitalist and colonial Europe in the last decades of the nineteen century led to a rethinking (without replacement) in relation to some sexual and no sexual acts which were doomed in pre-modernity as sins, vices, actions against god, nature and the man, in the process of molding a type of person defined by such a conducts, a personage, a social profile, a way of life, an identity referred as the “homosexual”, a being whose identity, the singular nature of his being, would be based in the vice, the enjoyment and the sexual pleasure. To understand this transition and acquire a better idea of the social construction process , besides of having into account the huge transformations occurring in the nineteen century, it is necessary to get familiar with some ideas and more specific historical factors,, such as the notion of buggery, the transformations in the cultural concepts of body and wish, the concept of race and genre, and the notion of sexual orientation, making possible the consolidation of the homosexual being as a social identity. The fact than words as homosexual or homosexuality (understood as identity) were not existent before the nineteen century (pre-modernity) does not mean sexual acts between men or women have not existed, or that people have no felt wish, attraction and erotic pleasure into the same sex people. Church canons, civil law, literature, and pre-modern medical texts include countless references to intimacy acts, citing genital organs, anus, hands, thighs, mouths and tongues, in acts realized by men and women, horrifying and inciting the society of the time. These acts were part of a very wide social category, a very heterogeneous and blurred list, called sodomy

Key Words:

Homosexuality, sodomy, sexual pleasure, sexual acts, body, wish, race, gender.

Sodomía y homosexualidad

“Todos son sodomitas”, se leía en la primera carta enviada por Hernán Cortez desde Veracruz, en 1519, observación que harían posteriormente casi todos los demás conquistadores de la época1 . La sodomía, una noción que se utilizó por siglos tanto en la Europa continental como en la colonial, fue probablemente inventada en la Edad Media (Jordan, 1997: 1) y era usada como categoría o como juicio. Incluía una serie de actos y conductas tanto sexuales como no sexuales, algunos descritos en detalle, otros no (“el pecado del que no se debe mencionar ni el nombre”, “un vicio abominable”), que se consideraba que atentaban contra los designios divinos y el orden de la Naturaleza, pero todos opuestos a las funciones del cuerpo y al bienestar de la Humanidad. Entre los pecados sexuales incluidos en la sodomía se encontraban la violación de ángeles, el sexo con cadáveres, la bestialidad, la masturbación, el sexo interfemoral, la copulación anal y el sexo oral realizados tanto por hombres entre sí como por mujeres, o viceversa; en fin, cualquier acto que implicara desenfreno. Entre las conductas no sexuales de sodomía se hallaban la apostasía, el ateísmo, la herejía, la blasfemia, la rebelión contra el Estado, la corrupción y demás actos en contra de Dios y sus autoridades terrenales2 . En la premodernidad, estos actos podían ser realizados por una multitud de seres, ángeles y demonios, humanos y bestias, hombres y mujeres, tanto con personas del mismo sexo como con personas del sexo opuesto. Lo que se incluía o no dentro de la categoría de sodomía dependía de la cultura en cuestión (Goldberg, 1992: 1-26), el momento histórico y las intenciones de las autoridades que invocaban este instrumento de control social. Si algo tenían en común esos actos era la ausencia de intención alguna que beneficiase la reproducción de la especie humana (Hawkes, 2004)3 . Sus castigos, tanto en Europa como en las colonias, incluían el ridículo público, el exilio, la hoguera, ser comido por perros, lanzado al mar y otras barbaridades. Al pasar de los siglos, la sodomía va perdiendo su multiplicidad, se van disociando los actos relativos a lo que Foucault (1989: 50-53) llamará leyes de alianza (reglamentaciones sobre el matrimonio) y el orden de los deseos (actos sexuales periféricos contra natura), y se va limitando cada vez a definir conductas sexuales (no matrimoniales) solamente. A finales del siglo XIX, la sodomía termina significando casi exclusivamente actos sexuales entre hombres (Phillips y Reay, 2011). La sodomía y el homosexual se transformarán en la misma persona. El homosexual llegará a ser el último sodomita. La sodomía se hace cuerpo y alma del homosexual4 . Todo en él, su cuerpo y su carácter, reflejaría su sexualidad perversa. En la modernidad, el homosexual pasa a ser, ni más ni menos, que la sodomía viviente. A la heterosexualidad se la hace inmune y se la excluye de la sodomía. Al no incluir ninguna conducta que la defina, la heterosexualidad se transforma en una categoría vacía, sin esencia, solo como un mecanismo de comparación y juicio. Si en la premodernidad el acto sexual era entendido, más que nada, como aquel que realizaban protagonistas activos o pasivos, la Modernidad se enfoca en el género de los involucrados (Trumbach, 1998: 149-192). En la Modernidad lo importante ya no es el grado de actividad, la posición de jerarquía en el acto o quién penetra y quién es penetrado, sino que si el acto lo realizan personas del mismo sexo o del sexo opuesto. El hombre se considera por definición activo y penetrador; la mujer, pasiva y penetrada. La Modernidad priva a la homosexualidad de su libertad: se es y se nace homosexual. Sin libertad, la sodomía como pecado le cede su lugar a la homosexualidad como enfermedad. Ya no es el sacerdote quien castiga, perdona y redime, sino el médico el que sana y cura. El homosexual, así como la mujer había sido definida anteriormente, llegó a ser, por definición, un ser enfermo. No era un cuerpo que tenía una enfermedad, sino una enfermedad corporizada.

Placer y sacrificio

Al no participar de la reproducción, la Modernidad percibe la identidad del homosexual basada exclusivamente en el goce y el placer. Un placer venéreo egoísta, no merecido, antinatural y antisocial, que no da nada de sí mismo, que desperdicia sus fluidos, que no contribuye en nada al bien común. El homosexual es visto como un degenerado, una condición humana que va en contra de la naturaleza, que les pone freno a los procesos evolutivos y al progreso de la civilización. Liberado de la sodomía, el heterosexual fue visto como un ser social, con obligaciones (Peterson, 2011), responsable, que cuida, conserva y comparte sus fluidos con el propósito de producir bienes y de reproducir seres humanos, una identidad basada en el autocontrol y el sacrificio. Sacrificio no solo de los deseos inmediatos –incluidos los más personales, que posterga para seguir las costumbres, reglas, y etiquetas esperadas de un ciudadano decente y civilizado, por el bien social, por el orden y la estabilidad–, sino también de la vida, particularmente la de los jóvenes, por la seguridad y la expansión del Estado-nación o del imperio. La gloria de la nación se nutrirá del honor y de la vida de sus verdaderos hombres. Esos jóvenes no realizarían esos sacrificios si los hombres viejos no les informaran de las glorias del pasado (Garton, 2004, cap. 6). La memoria del pasado, la socialización, de hombre a hombre, de viejo a joven, la reproducción de la nación, pasa a ser tan o más importante que la reproducción natural a través de la mujer. A esa socialización homosocial de intimidad sin deseo, de acercamiento íntimo que reprime el placer, de preservación de la vida de la nación a través de la muerte heroica la amenazada la homosexualidad. El homosexual, el ser sin control, incapaz de reprimir el deseo, destruye ese frágil sistema homosocial de la memoria histórica. En lugar de mentor, el homosexual se transforma en un corruptor de jóvenes. Se lo percibe como un traidor a la patria, un personaje que, por satisfacer sus goces y deseos, no está dispuesto a sacrificarse y morir por ella.

Racialización y feminización de la homosexualidad

La “racialización” y “feminización” de la homosexualidad ya tenía sus antecedentes en la Modernidad5 . Ya las sociedades europeas y sus colonias la habían experimentado “exitosamente” desplazando a la mujer y a los grupos de color, tanto negros como indígenas, utilizando los mismos mecanismos, prácticas y justificaciones, con sus debidas modificaciones, para la exclusión del homosexual6 . Las debilidades supuestamente encontradas en el cuerpo femenino, la idea de que la mujer pertenece a otro cuerpo, un cuerpo radicalmente diferente al del hombre, a otra especie de ser humano, justificaron la negación al derecho al voto y, en muchos lugares, la del derecho a la propiedad privada, dos instrumentos indispensables para participar del sistema económico del capitalismo y, en lo político, de la democracia dentro de la vida pública. Por su propio bien y para proteger a la mujer de sí misma, se la relegó al área doméstica y se la instruyó o se le exigió que, para ser buena, decente y respetable –una mujer total (Welter, 1966)–, reprimiera sus deseos sexuales y aprendiera a participar en el acto reproductivo sin buscar el placer sexual, disociando la reproducción de este7 . Una mujer decente y civilizada era una mujer asexual, enteramente dedicada a su rol de reproducción y maternidad, que sacrificaba su sexualidad y su placer por conseguir su respetabilidad, la salvación de su propia alma y la de su marido. Las “otras” mujeres –la mujer negra, la indígena y la pobre– se consideraban mujeres de excesos, sexualmente monstruosas e insaciables, que manifestaban los atavismos de su primitivismo y su inferior posición en la escala evolutiva. Su vulva desproporcionada, su trasero enorme, su clítoris libre e hiperdesarrollado, su parto “sin dolor”, su libertad sexual y demás factores sociales eran pruebas suficientes de las diferencias entre las mujeres blancas y las negras, y constituyeron las marcas de inferioridad definitivas de la animalidad, no solo de la mujer negra sino, también, de los habitantes de tres continentes (McClintock, 1995; Nagel, 2003). Las sociedades europeas coloniales y poscoloniales buscaron afanadamente las marcas de inferioridad en el homosexual. Para poder excluirlo de la vida pública y de las protecciones y beneficios de la vida privada había que demostrar que el o la homosexual poseía un cuerpo diferente y, por tanto, un cuerpo inferior, un cuerpo que no merecería un espacio en el cuerpo social. La búsqueda científica de estas marcas de inferioridad corporal se realizaron en Europa y América y terminaron con el fracaso de la investigación más larga (1935-1941) y masiva realizada por investigadores norteamericanos sobre la homosexualidad, bajo el liderazgo del psiquiatra George Henry y con la colaboración y el apoyo de muchas universidades locales e internacionales: el famoso Estudio sobre la Variación Sexual (SVVC) (Henry, 1948; Terry, 1999). Se trató de comprobar8 que la mujer lesbiana tenía, como la mujer africana, una vulva y un clítoris excesivos, que mantenía en constante estado de excitación, ya que exhibía labia asimétrica, más oscura y arrugada, y contaba con un útero más pequeño y unos pezones eréctiles, marcas de su sexualidad masculinizada, perversa e insaciable; de su fracaso evolutivo, de su fijación hermafrodita y de su degeneración constitucional. En Latinoamérica también tuvieron lugar estos esfuerzos por identificar las marcas corporales de la homosexualidad, particularmente por la forma y dirección del pene. Se entendían, como indicios de homosexualidad, un pene generalmente pequeño que va adelgazándose hacia la punta, como el de un perro, o un pene grueso en forma de cono, retorcido sobre sí mismo con el meato en dirección transversal9 . Al final, la “verdad de los genitales” probó ser una mentira.

Constitucionalidad del cuerpo

La “carne” de la época medieval dio lugar en la Modernidad a la noción científica de la constitucionalidad corporal. Esta no solo se refería a los atributos físicos del cuerpo, su anatomía y fisiología, sino que comprendía las capacidades intelectuales y morales del individuo, su carácter tanto individual como social. Esa constitución corporal reflejaba múltiples dimensiones de un cuerpo entendido como dinámico, calculable, reformable y legible (Joyce, 2001: 39-59). El cuerpo estaba en constante evolución y cambio10. Y sus medidas, volumen y peso podrían ubicarlo dentro de un ranking de cuerpos, comparados mediante una norma universal que nos indicaría cuáles eran normales y cuáles no. Cuerpos con medidas diferentes a los parámetros establecidos como “normales” se consideraban inferiores, fracasos personales, cuerpos enfermos y peligrosos. El cuerpo exitoso era un cuerpo dócil, manejado y administrado por la voluntad del individuo y sujeto a las normas de etiqueta y costumbres sociales. Políticas públicas de manejo del cuerpo establecidas principalmente por parte del Estado, el clero, los médicos y representantes de todas las profesiones implicadas en su cuidado insistían en aspectos como la higiene, la sanidad y los buenos hábitos, incluyendo los sexuales, para controlar el cuerpo11. El cuerpo revelaba la verdad sobre el individuo; su verdad, no solo sobre su salud y carácter, sino también sobre su clase, raza, género y sexualidad. El cuerpo, la fisonomía del individuo, revelaba los secretos más íntimos, aun cuando el individuo tratara de ocultarlos, porque la profesión médica (y el Estado) podían leer los mensajes más recónditos del cuerpo y su vida corporal. Los cuerpos de los individuos pertenecientes a grupos dominantes se consideraban como constitucionalmente fuertes, bellos y civilizados. Los cuerpos dominantes revelaban su superioridad, su bello carácter, su integridad moral, sus sacrificios y esfuerzos de autocontrol y manejo del cuerpo. Los cuerpos de los “otros”, los cuerpos de los pobres, los de color, los indígenas, los criminales y los homosexuales eran cuerpos primitivos, degenerados, portadores de enfermedades contagiosas y hereditarias. Las medidas del cuerpo del homosexual hacían legibles su perversidad sexual, su historia sexual, sus deseos insaciables, su falta de disciplina y autocontrol, su incapacidad de sacrificio por el bien común. Su sexualidad estaba presente en todo su cuerpo; su secreto siempre lo traicionaba (Foucault, 1989: 56). No era una sorpresa que su destino fuera el resultado de sus debilidades constitucionales y no de inequidades dentro de la constitución y estructura de la sociedad y la política. Sus incontrolables deseos de placer y goce lo hacían no merecedor o indigno de la protección del Estado y de la aceptación de sus conciudadanos.

Deseo y placer

En la premodernidad lo perverso era el deseo12. Todos los individuos, con independencia de género, clase y raza, estaban sujetos a las mismas fantasías y a las mismas tentaciones. Lo que distinguía a un individuo de otro no eran sus deseos, sino la manera en que los administraba, la manera en que cuidaba su ser (Foucault, 1989: vol. 2). Un deseo era atendido por el individuo si era necesario para su salud, la de su alma, los intereses de su posición social y el bienestar de su familia y nación. En caso contrario, los deseos se reprimían o transmutaban a través de actividades como el deporte y la oración. La Modernidad, para justificar la construcción de identidades sociales, particularmente la de la homosexualidad, creó una idea completamente nueva y radical. Dividió los deseos en dos categorías: un deseo “normal” y un deseo “perverso”. El deseo normal era sano, manejable, reproductivo, fortalecía la constitución corporal y la organización del cuerpo social. El deseo perverso era antinatural, patológico, criminal, peligroso, incontrolable por el individuo y llevaba a la pérdida de su carácter, a la degeneración de su cuerpo, a la destrucción de la familia y la inestabilidad social. El deseo “normal” les fue asignado a los cuerpos normales, a los cuerpos heterosexuales dominantes. El deseo “perverso” les correspondió a los cuerpos perversos, al cuerpo y alma del homosexual (y de los demás “otros”). El deseo normal no necesitaba regulación, sino apoyo del Estado y sus instituciones sociales. El deseo perverso, incontrolable, necesitaba el control de las fuerzas del Estado, de todo su poder biopolítico, por el bien del individuo y de la sociedad. El deseo del homosexual poseía una fuerza, una orientación hacia el placer que ponía en peligro al individuo, la sociedad y la naturaleza misma.

Orientación sexual

La orientación sexual de la homosexualidad no fue la primera ni la única orientación sexual construida en los inicios de la Modernidad. Décadas antes, se realizaron dos grandes esfuerzos, aunque no fueron muy duraderos, que sirvieron de antecedente y base para las prácticas, políticas y justificaciones que se utilizaron en la construcción de la orientación sexual de la homosexualidad. La forma en que se inventó la homosexualidad como una identidad social, como un tipo de cuerpo y persona, no podría ser entendida sin antes haber estudiado las otras dos orientaciones sexuales que la preceden. La primera orientación sexual de la Modernidad fue la del masturbador, la segunda la de la ninfomaníaca. Estas dos orientaciones le dieron forma a la idea de una orientación sexual a través de cuatro ideas o procesos de construcción social fundamentales: 1. la de seleccionar entre innumerables prácticas o conductas sexuales posibles una que será representada como viciosa, pecado o aberración y a la que se designará con un nombre cuyas connotaciones indiquen estos senti- mientos; 2. la identificación de estas prácticas por las autoridades, por más íntimas y privadas que fueren; 3. la vigilancia a los individuos identificados, considerados un peligro para ellos mismos, pero también para la familia y la nación, haciéndose un llamado a las autoridades a estar atentas a cualquiera indicación de estos actos y a señalarlos, acusarlos y reprimirlos; y 4. el tratamiento médico o el castigo de los poseídos por estas prácticas sexuales. La masturbación (Allen, 2000; Laqueur, 2003) creó pánico a finales del siglo XVII y principios del XIX y fomentó un acalorado debate público y una incesante campaña antimasturbatoria, que acarrearon consecuencias muy negativas a los jóvenes que fueron descubiertos o que se confesaron onanistas, que incluyeron desde tratamientos médicos hasta la pena de muerte. La 87De actos e identidades masturbación fue considerada, además de una ofensa a Dios y a la naturaleza, una enfermedad. Se la creía una perversión moral y se le atribuyeron varias enfermedades, como la locura y, en muchos casos, hasta la muerte de sus practicantes. El masturbador era visto como un individuo que poseía un deseo débil, dirigido hacia sí mismo. Adictivo, sin control y egoísta. Un ser asocial en el que no se podía confiar, sin la energía ni la voluntad de comprometerse a un comercio sexual y quien potencialmente podría destruir las bases morales de la civilización. En busca de su cura se prescribían algunos tratamientos, entre los que están documentados: el matrimonio forzado y los ejercicios físicos hasta el cansancio; productos químicos y farmacéuticos; circuncisión e infibulación, así como quemaduras y clitoridectomías, histerectomías e internamiento en hospitales de lunáticos. La ninfomanía (Groneman, 2000), una orientación sexual que emergió a la par con los movimientos de liberación femenina, fue definida como furor uterino, un deseo incontrolable y excesivo de copular incansablemente, sin saciedad. Quienes la sufrían eran reconocidas por sus facciones animalizadas, su hiperdesarrollado clítoris, un deseo excesivo de exámenes ginecológicos, su manía de insertarse objetos en la vagina, el goce de masturbarse en grupo, los actos teatrales de exhibición pública de su cuerpo, su vanidad y sus mentiras, además de sus adulterios, uso de perfumes, lectura de novelas románticas y otras conductas fuera de las expectativas de género. Crueles tratamientos fueron utilizados también, como la separación de los hombres, sangrías, vómitos inducidos, duchas frías en cabeza y genitales y calientes en los pechos, dieta, ejercicio, confinamiento solitario, drogas y, en muchos casos, cirugías de acortamiento o escisión del clítoris y/o de todos los órganos reproductivos. Estas experiencias y antecedentes sirvieron de modelo para la estructuración de la homosexualidad como identidad y orientación sexual a finales del siglo XIX. Se seleccionó una práctica sexual, se identificó el carácter del homosexual y las señales de la homosexualidad en su cuerpo; se crearon pánicos y campañas para detectar y encontrar a los homosexuales y se indicaron castigos y curas para su prevención, control y eliminación13.

Conclusión

Con la “invención” de la homosexualidad a finales del siglo XIX se completa la última etapa en la construcción de un período histórico conocido como Modernidad, la cual se monta al hombro de la homosexualidad para completarse. La invención de personajes, de identidades sociales, generó un desarrollo ilimitado de la ciencia, la tecnología y el poder económico. Liberadas de las obligaciones éticas y legales hacia los “otros” –quienes son definidos como inferiores, primitivos o perversos– que podrían haberles servido de freno y de motivo de reflexión, las sociedades modernas dieron curso libre a sus impulsos de ganancias económicas, exploración científica y consumismo insaciable, y lograron la expansión de su modo de vida, caracterizado generalmente por la exclusión social, a través de todo el planeta. La invención del homosexual, así como de las otras identidades sociales creadas en ese período, constituye una estrategia clave por parte de grupos dominantes para restringir la competencia y reservarse para ellos los beneficios económicos, sociales, políticos y culturales del capitalismo en la modernidad –además del monopolio de las protecciones del Estado-nación y la potestad para la exclusión de otros–, claves para reforzar la hegemonía de la biopolítica, solidificar el patriarcado y justificar la intervención del Estado en la vida privada de sus ciudadanos, con inclusión del uso de la violencia. La construcción de identidad personal y de las identidades de los “otros” puede también estar relacionada con el nacionalismo, necesario en la solidificación de los Estados-nación, quienes necesitaban convencer a sus ciudadanos de que entre ellos tenían mucho en común, de que eran los mismos (véase Anderson, 2006).

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