DOI:
https://doi.org/10.14483/cp.v1i1.8415Publicado:
2014-01-02Edição:
v. 1 n. 1 (2014): Corpografías estudios críticos del cuerpoSeção:
ArtículosConstrucción de cuerpos: Fortaleza y armonía en los ideales de cuerpo-sonidomovimiento en las poblaciones afrochocoanas
Construction of bodies: Strength and harmony in the ideals of body-sonidomovimiento in Afro-Cuban populations
Musculação: Força e Harmonia nos Ideais dos Movimentos Corpo-Som em Populações Afro-Chocoano
Palavras-chave:
Childhood, Afrochocoana Population, Body-Sound-Movement, Harmonic Strength, Sound-Body Practices (en).Palavras-chave:
infancia, afrochocoanos, cuerpo-sonido-movimiento, fortaleza armónica, prácticas sonoro-corporales (es).Palavras-chave:
infância, afro-chocoanos, movimento corpo-som, força harmônica, práticas corpo-som (pt).Downloads
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Construcción de cuerpos: Fortaleza y armonía en los ideales de cuerpo-sonido- movimiento en las poblaciones afrochocoanas
Ana María Arango
RESUMEN:
Esta ponencia es una reflexión sobre uno de los principales conceptos de la investigación Velo qué bonito: saberes y prácticas sonoro-corporales en la primera infancia de las poblaciones afrochocoanas: la “fortaleza armónica”. Tras tres años de investigación en cinco municipios del Chocó, uno de sus principales hallazgos fue comprender que los cuidados, imaginarios y discursos alrededor de la relación entre cuerpo, sonido y movimiento reposan en la búsqueda de una fortaleza que, más que física, es espiritual, y de una armonía que se sustenta en la compenetración con el entorno, los seres supranaturales y los lazos familiares.
La fortaleza armónica, como ideal que buscan las madres y abuelas choconas en sus bebés, y que más adelante refuerzan los demás miembros de la comunidad en diferentes prácticas sonoro-corporales, muchas veces choca con las políticas y discursos hegemónicos del Estado y que propenden por la consolidación de tipos
concretos de subjetividad insertos en la modernidad y la idea de nación.
PALABRAS CLAVE: Infancia, afrochocoanos, cuerpo-sonido-movimiento, fortaleza armónica, prácticas sonoro-corporales.
ABSTRACT: This paper is a reflection on the research Velo que bonito´s main concepts: sound-body´s knowledge and practices in the early childhood of afrochocoana population: the “harmonic strength”. One of the main findings of the project after three years of research in five municipalities of Choco: Quibdó, Cértegui, Atrato, Bajo Baudó and Tadó, was the comprehension that cares, imaginaries and speeches around the relation body-sound-movement, rest in the looking of an spiritual, rather than physical, strength, and in an harmony supported in the rapport with the environment, the supernatural beings and the family ties. The “harmonic strength”, as an ideal looked by choco´s mothers and grandmothers to their babies, afterward strengthened for the community members from different sound-body practices, collides often with state´s hegemonic speeches tending to consolidate concrete types of subjectivity embodied in the modernity and the nation idea.
KEY WORDS: Childhood, Afrochocoana Population, Body-Sound-Movement, Harmonic Strength, Sound-Body Practices.
El cuerpo
Actuamos y nos definimos. Es decir, en el cuerpo y en la forma de comprenderlo, construimos nuestras subjetividades (Pedraza, 1996). Desde esta perspectiva, en la estética del cuerpo se forman también las éticas del sujeto y las formas de percibir y sentir. Sonido y movimiento, en interacción conjunta, pasan por los filtros culturales y sociales de ese cuerpo construido, y su forma de percibirlos es el marco referencial de las artes. Lo grueso y lo fino, lo fuerte y lo débil, lo duro y lo blando, lo estridente y lo suave, con todos sus matices, pasan a ser parte de un aba- nico de sensaciones que marcan el cuerpo social, el ser social y sus formas de percibir y darle forma a una realidad. Así, debemos cuestionar la supuesta naturalidad de nuestro cuerpo y, como plantea Zandra Pedraza, comprender que es con los discursos que se despliegan a partir de este como “ordenamos nuestra experiencia” y determinamos los temores, conocimientos, intereses y la imaginación de la época (p. 4).m ás allá del repertorio de movimientos, contactos, sonidos, masajes, pirue- tas y moldeamientos, en el Pacífico colombiano el contacto corporal se Lo acompaña de un esfuerzo consensuado socialmente por implantar en la modelación corporal unos códigos éticos y espirituales que harán a la persona. Cuando la mamá está moldeando con sus ma- nos las mejillas de un bebé, al mismo tiempo le está diciendo lo que ella espera de él en la vida y lo que definitivamente no debe “ser” o “hacer”. De esta manera, mientras toca las mejillas y la boca del niño, le da instrucciones como estas: “esto es para que no sea chismoso, esto es para que no sea corrinchero, esto es para que no sea grosero”1. A esta práctica la acompaña otra serie de rituales secretos y oraciones mentales, mediante las cuales las madres, abuelas y comadronas, a medida que fortalecen y moldean ese cuerpo, mentalmente también lo hacen de una forma espiritual. Las prácticas tempranas de interacción de las madres, abuelas y parteras con el bebé implican una intervención directa con su cuerpo para buscar armonía, fuerza y endu- recimiento. Para lograr este propósito, nos encontramos con un cuidado y un trabajo sistemático
que comienzan desde que el bebé está en el vientre. Desde antes de nacer, el sonido y el baile hacen parte del kit de fuerza y endurecimiento del desarrollo infantil (Dissanayake, 2000). A partir del nacimiento, el contacto con el cuerpo del bebé, por ejemplo la forma de agarrarlo, nos plantea una sensibili- dad muy especial en la que el contacto es duro, firme y contundente.
N
o solamente en el baile vemos la expresión de la “fortaleza armónica”. Cuando hablamos de for- taleza armónica nos referimos a todo aquello que le otorga control, fuerza, belleza y equilibrio al cuerpo y que se traduce en un conjunto de actividades concebidas con un sello de etnicidad eminentemente afro: cargar todo tipo de cosas (bal- des, telas, bateas, etc.) en la cabeza sin sostenerlas con las manos, nave- gar en una pequeña balsa por el río con absoluta naturalidad y cargar bultos pesados, asumir jornadas la- borales eternas en las que, como en la minería, gran parte del tiempo se está encorva- do… Y en contextos urba- nos, hallamos expresiones tales como adolescentes haciendo piruetas con sus motocicletas y conduciéndolas como si se tratara de una parte más de su cuerpo con la que pueden demostrar su audacia. La violencia física, claro está, entraría también a hacer parte de ese reper- torio de sensibilidades corporales que implican endurecimiento, fuerza y control.
La construcción de estéticas y prácticas sonoro-corporales en el Chocó pasa por la necesidad de responder a un contexto natural, a un medio ambiente “hostil” que exige tener brazos, piernas, cabezas, pulmones, voces y pieles fuertes. Pero la fuerza física y la armonía corporal, más allá de una necesidad del endurecimiento para responder a las vicisitudes del medio, representan búsqueda del fortalecimiento y la armonía espiritual. Por este motivo, las prácticas que acompañan el endurecimiento del cuerpo y sus sensibilidades están re- lacionadas con prácticas rituales, rezos secretos y, sobre todo, como lo señala Sergio Mosquera (2000), con el acompañamiento y la complicidad de seres supranaturales, muchas veces repre- sentados en la fauna y la flora.
Las prácticas tempranas de interacción de las madres, abuelas y parteras con el bebé son una intervención directa con su cuerpo para buscar armonía y fortificación. Para este propósito se hace moldeamiento del cuerpo y la cara o se “pringa” mediante el uso de esperma de vela de sebo. Esta práctica se lleva a cabo los primeros días del infante y va acompañada de masajes que ayudan a moldear la nariz, el mentón, las mejillas, las piernas, las caderas, la vagina, la cabeza, los brazos. En el mentón, las mejillas y la espalda, durante estos procesos de moldeamiento, se les hacen hoyitos para darles gracia a estas partes del cuerpo. Este proceso de moldeamiento corporal se realiza con movimientos contundentes, sin que necesariamente le duela al recién nacido.
Además, algunas madres y sobre todo las abuelas “chumban” a los niños. El chum- be consiste en envolver al bebé en una manta, en forma de tabaco, acomodándolo en una posición determinada para que “empareje” todas las partes de su cuerpo. Los juegos y
la comunicación en general con los bebés implican movimientos firmes con los que se llevan de un lado a otro, se les juega con las palmas y se les besa fuertemente. En nuestras observaciones de campo, en lugares tanto públicos como privados, encontramos que las caricias suaves no hacen parte del repertorio común en la interacción de la madre o la comunidad con el infante. Se juega con los bebés, hay mucha interacción física, sonidos fuertes, juegos incluso arriesgados, pero las caricias no son parte de esta comunicación; a falta de ellas encontramos muchos besos, palmas, cantos y, sobre todo, mucho baile.
Una de las cosas que más me impactó durante el trabajo de campo fue encontrar que existe una especie de prisa por lograr que los niños endurezcan y que sus cuerpos respondan prontamente para desarrollarse y tener control. Se espera que el niño haga cosas como hablar, sentarse y caminar rápidamente.
Para que caminen más rápido […], si uno coge un poquito de gasolina sin aceite sin mezcla y lo echa en una botella y coge siete arrieras [hormigas] y las echa ahí que se mueran ahí adentro y ahora sí con esa gasolina que se murieron esas arrieras ahí le soban las piernitas, el cuerpecito pa´ arriba, y con eso mejor dicho es pa´ caminar rá- pido, y con una hoja de guamo, guamo que uno come, llega uno y las moja de gasolina y se las chumba aquí [rodillas], eso le sirve para endurecerlo, para que camine rápi- do. Y para que hable rápido dicen que [se coge] un pajarito que se llama chicharra, y [cuando] se lo meten a la boca ahí sí, yo sé, también habla ese habla hasta demasiado (Dionisio Asprilla Longa, Pizarro, 5-8-12).
sos. Pero la compatibilidad y la afectadas como lo ó), la odio l es que se vive en Quibdó y en las uralidades” de los sujetos, de comprender y disfrutar e escucha auralidades se decen a una sobreexposición xposición debe a la vez estar orales que, a medida que crecen especie de sensualidad y a un absoluto estos movimientos se celebran socialmente.
cadenciosos, los sabores absolutamente salados y condimentados pero placenteros... Así, de la misma mandes sonoras tradicionales: los acent tales. Son, para nuestros oídos, est imaginar sin movimiento) y absolut tema en el que se encuentran inmer armonía con el entorno se han visto por los procesos de urbanización (c demuestra el caos sonoro de Quibd aculturación, el conflicto armado, la c lonización y la explotación del me ambiente. Los cantos de la selva: e río, las chicharras, los sapos y las av han sido reemplazados paulatinamente por las motos, los King Kong (parlantes gigantes con fuertes decibelesy mal sintonizados), los motores fuera de borda, las retroexcavadoras y los helicópteros, en una especie d “guerra sonora”.
Esta guerra sonora, q de diversas formas zonas rurales, ha transformado las “a es decir, sus sensibilidades a la hora los paisajes sonoros. Estos códigos d insertan desde muy temprano y obe de estímulos acústicos. Esta sobree acompañada por movimientos corp los niños y niñas, refieren a una es control del cuerpo. Por otra parte, Se espera que los niños sientan la música y que sus cuerpos vibren a su ritmo, lo que da cuenta de las sensibilidades y los procesos de endurecimiento y moldeamiento que se iniciaron desde la etapa más temprana de su vida.
El sonido es, por tanto, un elemento constitutivo de los procesos de construcción de las éticas y estéticas corporales que delinean la subjetividad de los miembros de una sociedad. Hábitos como hablar fuerte o escuchar música a todo volumen se complementan con gestos corporales aparentemente rudos, pero que en el fondo guardan una infinita armonía en medio del control, la cadencia y el equilibrio; de ahí que cada movimiento haya sido juiciosamente delineado, en un medio de esfuerzos sociales sistemáticos en el que, como hemos visto, el cuerpo y todos sus sentidos se educan para ser “fuertes y armoniosos”.
En la búsqueda de la “fortaleza armónica” hemos encontrado discursos con argu- mentos abiertamente sustentados, en los que muchas de las políticas y saberes hegemónicos sobre la salud y la higiene –que por lo general provienen de las estrategias de desarrollo y modernización del Estado– se consideran obsoletos. Tener a los niños en un espacio totalmente exento de bacterias es condenarlos a la debilidad y las enfermedades, en la medida en que no se les permite generar las defensas correspondientes. Pero estas no solamente se adquieren para luchar contra las enfermedades, las defensas también se construyen para responder a un contexto socioeconómico hostil.
Acciones como bañar a los niños con orina y dejarlos tirados en el suelo de arena o baldosa, por donde transita la gente, los perros, los gatos, etc., son mecanismos socialmente consensuados que se llevan a cabo para generar un efecto específico en los bebés. Este efecto busca “crear” niños que, además de sanos y fuertes, van a ser lo suficientemente calmados para permitir que las mamás hagan sus labores. A este efecto se le añade la intención de que los niños tengan un desarrollo rápido, en medio de las prácticas y rituales que propenden por el for- talecimiento corporal.
El moldeamiento o “pringada” con vela de sebo para esculpir el cuerpo y las prácti- cas y lenguajes corporales que buscan el pronto desarrollo del bebé difieren de los
sobijos y las frotaciones, que son prácticas medicinales con hierbas y a veces orina, para sanar y proteger el cuerpo en casos como la cura del “mal de ojo” o el mal de nacimiento, acordes con las instrucciones de los curanderos. Tras exponer las formas de búsqueda de fortaleza armónica, vemos cómo estas prácticas y rituales pueden fácilmente ser juzgados y mal interpretados desde los hitos y constructos sonoro-corporales en el orden de las subjetividades de una sociedad hege- mónica occidental. De esta manera, expresiones culturales que integran la nación se han jerarqui- zado según un sistema de castas sociales. Se les ha asignado un lugar en los imaginarios y planos cartesianos que definen las razas, el cual les otorga categorías acerca de lo frío y lo caliente, lo alto y lo bajo, lo civilizado y lo salvaje, lo humano y lo animal, lo limpio y lo sucio, lo puro y lo impuro, lo racional y lo primitivo, etc. Así, varias de las experiencias y prácticas que hemos seña- lado deben ser comprendidos desde una perspectiva mucho más compleja, menos etnocéntrica, y desde la valoración de estrategias, pensamientos y cosmologías propias que se resisten a seguir un modelo único y que entienden la construcción corporal como un elemento ético y espiritual.
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