De memorias y contramemorias invitación a la lectura del escritor Leonardo Padura

Of memory and counter-memory an invitation to read Leonardo Padura

Autores/as

  • Renán Silva Universidad de los Andes

Palabras clave:

Memory, counter-memory, hegemony, literature, social criticism, intellectuals. (en).

Palabras clave:

Memoria, contramemoria, hegemonía, literatura, crítica social, intelectuales (es).

Palabras clave:

Memória, Contra memória, hegemonia, literatura, crítica social, intelectuais (pt).

Biografía del autor/a

Renán Silva, Universidad de los Andes

Sociólogo e historiador. Doctor en Historia Moderna de la Universidad de París. Profesor titular del Departamento de Historia de la Universidad de los Andes. Su última libro, Lugar de dudas (Universidad de los Andes, 2014; en portugués del Brasil Lugar de dúvidas, Sao Paulo, 2015) es una reflexión sobre el oficio de historiador y una crítica de los efectos negativos derivados de las teorías postmodernas en la práctica de las ciencias sociales. En los próximos días aparecerá –también publicada por la Universidad de los Andes– una compilación de algunos de sus ensayos sobre Marx, Freud, Foucault, Bourdieu y Marc Bloch, titulada Cuestiones disputadas / Cuestiones abiertas.

Cómo citar

APA

Silva, R. (2016). De memorias y contramemorias invitación a la lectura del escritor Leonardo Padura. Calle 14 revista de investigación en el campo del arte, 11(18), 14–29. https://doi.org/10.14483/udistrital.jour.c14.2016.1.a02

ACM

[1]
Silva, R. 2016. De memorias y contramemorias invitación a la lectura del escritor Leonardo Padura. Calle 14 revista de investigación en el campo del arte. 11, 18 (oct. 2016), 14–29. DOI:https://doi.org/10.14483/udistrital.jour.c14.2016.1.a02.

ACS

(1)
Silva, R. De memorias y contramemorias invitación a la lectura del escritor Leonardo Padura. calle 14 rev. investig. campo arte 2016, 11, 14-29.

ABNT

SILVA, Renán. De memorias y contramemorias invitación a la lectura del escritor Leonardo Padura. Calle 14 revista de investigación en el campo del arte, [S. l.], v. 11, n. 18, p. 14–29, 2016. DOI: 10.14483/udistrital.jour.c14.2016.1.a02. Disponível em: https://revistas.udistrital.edu.co/index.php/c14/article/view/10869. Acesso em: 29 mar. 2024.

Chicago

Silva, Renán. 2016. «De memorias y contramemorias invitación a la lectura del escritor Leonardo Padura». Calle 14 revista de investigación en el campo del arte 11 (18):14-29. https://doi.org/10.14483/udistrital.jour.c14.2016.1.a02.

Harvard

Silva, R. (2016) «De memorias y contramemorias invitación a la lectura del escritor Leonardo Padura», Calle 14 revista de investigación en el campo del arte, 11(18), pp. 14–29. doi: 10.14483/udistrital.jour.c14.2016.1.a02.

IEEE

[1]
R. Silva, «De memorias y contramemorias invitación a la lectura del escritor Leonardo Padura», calle 14 rev. investig. campo arte, vol. 11, n.º 18, pp. 14–29, oct. 2016.

MLA

Silva, Renán. «De memorias y contramemorias invitación a la lectura del escritor Leonardo Padura». Calle 14 revista de investigación en el campo del arte, vol. 11, n.º 18, octubre de 2016, pp. 14-29, doi:10.14483/udistrital.jour.c14.2016.1.a02.

Turabian

Silva, Renán. «De memorias y contramemorias invitación a la lectura del escritor Leonardo Padura». Calle 14 revista de investigación en el campo del arte 11, no. 18 (octubre 4, 2016): 14–29. Accedido marzo 29, 2024. https://revistas.udistrital.edu.co/index.php/c14/article/view/10869.

Vancouver

1.
Silva R. De memorias y contramemorias invitación a la lectura del escritor Leonardo Padura. calle 14 rev. investig. campo arte [Internet]. 4 de octubre de 2016 [citado 29 de marzo de 2024];11(18):14-29. Disponible en: https://revistas.udistrital.edu.co/index.php/c14/article/view/10869

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De memorias y contramemorias

Invitación a la lectura del escritor Leonardo Padura

 

Renán Silva
rj.silva33@uniandes.edu.co

DE MEMORIAS Y CONTRAMEMORIAS INVITACIÓN A LA LECTURA DEL ESCRITOR LEONARDO PADURA

RESUMEN

A propósito de la obra del escritor cubano Leonardo Padura se examina la literatura como crítica de la sociedad; la libertad del escritor; la existencia, en toda sociedad, de memorias y contra/memorias; el testimonio que sobre la sociedad cubana de hoy ofrece su más importante escritor en la actualidad; la recreación de una historia oficial que ya resulta chocante, por decir lo mínimo, por su relación con una realidad cada vez más conocida y puesta de presente por escritores y artistas que no son en absoluto “enemigos de la revolución”.

PALABRAS CLAVE

Memoria, contramemoria, hegemonía, literatura, crítica social, intelectuales.

IULLARISPA AJAI IULLARISPA KALLASPA KAI RIMAI ULLANGAPA KAI RUNA LEONARDO PADURA KILKASKA

SUGLLAPI

Kai Runa suti Leonardo Padura kawaku kai mailla kilkapi imasami pai kawai tukuikunata. Pai rumamim imasa munakasina iullarispa kausaikuna. Chasallata kawachispa kunaurramanda kilkaikuna pugrarispa parlukunawa imasami kawachiku kai runa,rimakumi; kausai kunauramanda kawachii tukui kilkadurkuna rurankuna munaskasina chimanda kankuna “ mana allilla kunaurramanda kunawa”.

IMA SUTI RIMAI SIMI:

Lullakuan, achka uillai, kilkai, rimai, tukuikunamanda, sapalla.

OF MEMORY AND COUNTER-MEMORY AN INVITATION TO READ LEONARDO PADURA

ABSTRACT

On the subject of the work of Cuban writer Leonardo Padura the following themes are explored: literature as a critique of society; the freedom of the writer; the existence, in every society, of memories and counter/memories; the testimony about current Cuban society that is offered by its most important writer today; the recreation of an official story that is shocking, to say the least, by its relationship with an increasingly present and known reality set forth by writers and artists who are not at all “enemies of the revolution”.

KEYWORDS

Memory, counter-memory, hegemony, literature, social criticism, intellectuals.

DE LA MÉMOIRE ET DE LA CONTRE-MÉMOIRE UNE INVITATION À LIRE LEONARDO PADURA

RÉSUMÉ

Autour de l’oeuvre de l’écrivain cubain Leonardo Padura les thèmes suivants sont abordés : la littérature comme une critique de la société; la liberté de l’écrivain ; l’existence, dans chaque société, des mémoires et des contre / mémoires ; le témoignage sur la société cubaine actuelle qui est offert par son auteur le plus important aujourd’hui ; la reconstitution d’une histoire officielle qui est choquante, pour le moins, par sa relation avec une réalité de plus en plus présente et connue, énoncée par des écrivains et des artistes qui ne sont pas du tout « ennemis de la révolution ». MOTS-CLEFS Mémoire, contre-mémoire, hégémonie, littérature, critique sociale, intellectuels.

DE MEMÓRIAS E CONTRA MEMÓRIAS. CONVITE À LEITURA DO ESCRITOR LEONARDO PADURA

RESUMO

A propósito da obra do escritor cubano Leonardo Padura se examina a literatura como crítica da sociedade; a liberdade do escritor; a existência, em toda sociedade, de Memórias e contra memórias; as testemunhas que sobre a sociedade cubana de hoje oferece seu escritor mais importante na atualidade; a recriação de uma história oficial que já resulta chocante, quer dizer o mínimo, pela sua relação com uma realidade cada vez mais conhecida e posta de presente por escritores e artistas que não são em absoluto “Inimigos da revolução”.

PALAVRAS CHAVES

Memória, Contra memória, hegemonia, literatura, crítica social, intelectuais.

 

Recibido el 01 de marzo de 2016

Aceptado el 22 de marzo de 2016

 

 

I
Me parece importante presentar un análisis inicial de algunos aspectos de la obra del gran escritor cubano Leonardo Padura. Aunque mucho se ha hablado de ella en muchas partes del mundo, en Colombia es poco lo que se ha dicho, a pesar de que sus libros –novela, ensayo, cuento, guión cinematográfico– sean conocidos, como lo muestra el hecho que regularmente se agoten en las librerías.  

Leonardo Padura –nacido en La Habana en 1955–, es hoy día en Europa y en América Hispana una referencia literaria central para la crítica literaria e intelectual. Su obra se ha convertido al mismo tiempo en un punto de referencia para conocer una voz disonante respecto del coro de alabanzas que habitualmente se ofrecen sobre el sistema político cubano y sobre la sociedad cubana. La obra de Padura examina ante todo los tiempos recientes de su sociedad, después de la casi insuperable crisis de los años 1990, luego del desplome de la Unión Soviética y del “campo socialista”, madres amamantadoras de una sociedad que se presentaba como la realización plena del comunismo en la América Latina.

Padura es de manera constante interrogado acerca de sus opiniones sobre el proceso reformista que se dice se ha abierto en Cuba desde hace dos décadas por lo menos, proceso que resulta tan difícil de comprender para un observador ajeno a la forma de comunicación ritual entre el omnipotente y omnipresente Partido Comunista –una envejecida burocracia que por más de medio siglo ha controlado el poder– y una sociedad popular poco institucionalizada, dedicada mayoritariamente a sobrevivir al rebusque. Una sociedad poco creyente en los dogmas del sistema, pero que ha aprendido a subsistir dando un sí formal a todo lo que de manera práctica rechaza o por lo menos poco entusiasmo le produce.  

No avancemos en nuestro propósito sin decir antes al lector una palabra breve sobre quién es Leonardo Padura, en el caso en que no lo sepa, pero recordemos además que las informaciones sobre el escritor son constantes y repetidas en internet, a donde el lector puede dirigirse. Digamos entonces simplemente que Leonardo Padura es un extraordinario novelista, autor de dos obras mayores recientes: El hombre que amaba los perros y Herejes, y de una amplia saga policiaca, que pone en escena a un detective cubano –el teniente Mario Conde, más conocido como El Conde–, y a una banda de entrañables amigos, con los cuales bebe cotidianamente ron, escucha de manera sistemática la música que los enloquece desde su juventud (y que nada tiene que ver con la Nueva Trova Cubana), que de vez en cuando van a la playa y muy ocasionalmente al beisbol, y que cuando se puede se dan el placer de una gastronomía de raíces indígenas, chinas, africanas y españolas, platos preparados por una sabia y amorosa cocinera –la entrañable madre del más entrañable amigo de El Conde: el Flaco Carlos, que ahora es gordo a punta de ron y manjares; madre protectora que también ha adoptado al Conde como a su hijo. Agreguemos que Leonardo Padura es además el autor de una soberbia novela –La novela de mi vida– sobre el gran poeta cubano, José María Heredia, lo que le permite recrear de forma magistral las postrimerías de la sociedad cubana del siglo y gran parte de su siglo XIX republicano.

En conjunto se trata de una obra literaria que ejerce sin la menor concesión la crítica más despiadada de la sociedad cubana del presente, de sus mentiras diarias, de su formalismo ideológico frente a una realidad que dice de manera clara lo opuesto del discurso oficial que la nombra, y que recrea la vida heroica de gentes sometidas a una existencia poco deseable, pero que es llevada con humor, con dignidad, con invención y sin renuncia ninguna a una esperanza que, de todas maneras, por momentos parece perderse, incluso en la vida diaria de los protagonistas centrales de la obra, es decir Mario Conde y su círculo de amigos, cuyos principales miembros son un “internacionalista proletario” en silla de ruedas –Carlos–, un médico que quería servir al pueblo, y que ahora ve pasar sus días mientras trabaja en un geriátrico en Miami –Andrés–, y el Conejo, un historiador sin ningún proyecto cumplido, en lo que tiene que ver con su propósito de investigar y producir análisis históricos. Y desde luego el team de las chicas, en parte soñadas, en parte inventadas, como ocurre siempre; fieles amigas que han crecido en la ilusión de la nueva sociedad solidaria, y que ahora maduran en una suave decepción, de la que no las salva sino un amor cercano de la amistad, la nostalgia, y los consiguientes ejercicios de memoria, casi siempre referidos a ese mundo ahora lejano, y  que momentos había parecido tan cercano a sus padres y maestros, pero ya un poco menos a ellas mismas.

El círculo de amigos es ante todo un círculo de afectos: amigos de colegio, de barrio, de experiencias comunes de vida al lado de los campesinos, en una época en que el trabajo voluntario se imponía antes que como una obligación, como una prueba de solidaridad y de participación en los nuevos valores comunitarios, mientras que ahora ven pasar sus días sometidos a un tipo de gobierno de la sociedad que no despierta en ellos mayores entusiasmos.

Aunque la obra de Padura no se encierra en la descripción de una generación de gentes de la Cuba urbana de finales del siglo XX, sino que realiza una rica descripción de toda la sociedad urbana en sus múltiples grupos (sociales, institucionales, de edad), no hay duda de que el centro de sus descripciones tiene que ver con un grupo particular de hombres y mujeres que han llegado a su madurez vital en el momento en que la caída del comunismo y la apertura de una gran crisis del viejo entusiasmo revolucionario han producido esa atmósfera de anomia, de abulia, de falta de confianza y desencanto que, entre otras cosas, hacen posible una obra como la Padura.

El círculo de amigos que acompaña al detective Mario Conde –cuya única aspiración es dejar su trabajo de investigador policial y dedicarse a la compra y la venta callejera de libros, lo que efectivamente logra en un momento de la obra de Padura– se parece en buena medida a esa nueva sociedad cubana, una sociedad apenas dedicada a sobrevivir y a la que la imposición del “rebusque cotidiano” parece arrastrar hacia el individualismo de “cada uno por su cuenta”. Una sociedad cuyos principales apoyos políticos parecen ser o bien el de aquellos que a cambio de mantener un empleo, un ingreso y alguna mínima ventaja en la vida cotidiana están dispuestos a ofrecer pruebas visibles y constantes de “firmeza ideológica”, o bien el grupo de quienes conforman el estrecho círculo de los privilegiados del régimen, fieles a un evangelio del que sacan sus provechos diarios, gentes bien acomodadas, oportunistas, carreristas y cínicas a los que Padura designa con la muy cubana expresión de “comemierdas”.

Como lo comprueba una visita aun rápida a la web, Padura es un escritor ampliamente reconocido y admirado, y un verdadero batallón de periodistas de muy diferentes partes del globo ha querido conocer sus opiniones sobre la Cuba de hoy, preguntándole mucho menos como novelista que como periodista –oficio que Padura ha ejercido con gran originalidad–, interrogándolo como ideólogo –terreno que no parece ser exactamente el suyo– y rogándole que hable de las reformas en curso en la Cuba de hoy.

A ese batallón de periodistas curiosos les ha llamado la atención el caso, extraño en principio, de un novelista crítico que, a pesar de sus grandes diferencias con el gobierno de su sociedad, a pesar de su éxito internacional como escritor, y a pesar de que en su patria no todas las voces oficiales se lo traguen, ha preferido permanecer en la isla –de la que de todas maneras hasta el presente puede salir cuando quiere, porque tiene cómo hacerlo, y por su propia prestancia internacional como escritor, teniendo además el beneficio de la doble nacionalidad cubana y española–; en fin, un escritor que logra sobrevivir económicamente (hoy en día) sin mayores problemas y sin ninguna dependencia de la burocracia que agrupa y controla a los escritores cubanos, un escritor que representa la más radical crítica que pueda imaginarse del socialismo burocrático, pero un escritor que no se declara enemigo de la revolución –¡porque efectivamente no lo es!–, una revolución de la que al parecer piensa, con la mayor buena fe, que más temprano que tarde, encontrará de nuevo el camino de la utopía humanista que parecía inscrita en sus banderas de los primeros años 1960.

Esa forma de interés por la manera como Padura observa la Cuba de hoy, y las preguntas que de manera constante se le dirigen como ideólogo y analista político, han hecho que el interés estricto por su obra literaria haya quedado relegado al campo de los especialistas, y que una visión crítica tan particular y honrada de la sociedad cubana no haya logrado llegar a un público mayor, lo que permite que la simplista e interesada opinión sobre la situación cubana que esgrime la vieja izquierda procastrista –otro sector de los “comemierda”– pueda seguir hablando sobre las bondades de una “sociedad revolucionaria”, una sociedad en la que supuestamente los logros en salud, educación y participación política aventajan al resto de América Latina, y en donde las pocas cosas enojosas que puedan ocurrir, en medio de tanta simpatía y felicidad caribeña, solo tienen que ver con el “bloqueo del imperialismo yanqui”.

Lo que quisiera sostener en este texto, y que espero que sea el espíritu que recorra estas páginas, es la idea de que para los historiadores lo que importa ante todo –“en última instancia”, como dirían los marxistas viejos, no son las “opiniones personales” de Padura sobre su sociedad, opiniones que a veces recuerdan un marxismo soviético un poco tosco, con muchas menciones de las “contradicciones” y las “leyes del desarrollo social”, y que a veces se hace eco de las consabidas invocaciones de la “dialéctica”, sino que lo que realmente importa es su trabajo como novelista en el espacio mismo del lenguaje, un lenguaje en el que se condensa su actitud crítica y la ausencia de todo compromiso con las ideologías, en el sentido habitual de la palabra.

 

II
Lo que interesa ante todo al historiador en la obra de Padura,  me parece, y en seguida trato de argumentar por qué, es ese trabajo de lenguaje –¡y se trata de un gran escritor!– que logra penetrar de manera amorosa, pero sin contemplaciones y sin terrores, en las formas mismas de la vida cotidiana y levantar ante el lector un cuadro fresco y conmovedor que arranca lágrimas y risas por esas existencias trágicas que el novelista pone a correr por las calles de La Habana, en su ejercicio diario de supervivencia. Un escritor que hace de cada uno de sus personajes verdaderos “artistas del trapecio” y de la cuerda floja, tratando de llevar una vida, buena o mala, en las condiciones que la situación impone. La vida cotidiana no es en la obra de Padura, una excusa para anécdotas y para recreaciones chismosas o provincianas y localistas, sino el observatorio privilegiado de la vida social, como una manera de hacer visible un tipo de dominación, y todo ello inscrito en un vasto paisaje histórico, que a veces es el periodo de la revolución, y en otra ocasión –en Herejes– el vasto siglo XX, sin que el autor tenga temor de remontarse, sin anacronismo ninguna, varios siglos atrás en un relato repleto de referencias a la cultura europea del Renacimiento y los tiempos modernos, bajo un paisaje que no deja de traer a cuento ecos de las culturas judía y del Cristianismo.   

Es por eso que para el historiador (y para el lector que piensa en términos sociales la literatura) la obra de Leonardo Padura, todo el ciclo de novelas policiacas que tienen como personaje principal a Mario Conde, sus tres novelas mayores –La novela de mi vida, El hombre que amaba los perros y Herejes– y la reciente Niebla de Ayer, se imponen como una fabulosa fuente histórica, aunque una fuente de una altísima complejidad, si atendemos al hecho de que no se trata de una obra de propaganda, o de la exposición programática de un ideario, ni de un “reflejo de la realidad”, como a veces se dice, sino de la obra de un escritor, es decir, de un investigador que no pone frenos a su búsqueda, una búsqueda que no disuelve en las “circunstancias sociales” la vida de sus “héroes”, sino que sabe crear personajes y situaciones que son prueba de la  complejidad de la vida humana y ratificación de que cada existencia particular es al tiempo una existencia histórica y una aventura intelectual, un conjunto de posibilidades, una multitud de azares, y un destino que a pesar del peso de los determinismos sociales, solo conocemos en su lección final con la muerte, pues mientras esta no se produzca alguna mínima promesa de cambio, escondida en alguna parte, debe quedar.  

Lo que llamamos “fuente histórica” no es, por lo menos no lo es en este caso, un testimonio empobrecido de la vida social, que remite de una manera simplista a datos y a hechos que pueden ser objeto de verificación y contrastación, o que pueden ser llevados bajo forma cuantificada a una ficha para establecer un porcentaje. No se trata de una fuente para hacer constataciones sobre ideas previamente adquiridas; se trata de indicios precisos y de comprobaciones ejemplares sobre cómo trascurre la vida en ese “largo lagarto verde” –como dijera Nicolás Guillén–, que tanto cautiva nuestra atención y nuestro afecto.  

Se trata de una fuente histórica que recuerda de una manera aguda un problema clásico del análisis histórico: bajo qué sistema de preguntas y con qué precauciones de método una obra de altas calidades literarias puede ser un elemento de trabajo para el historiador que quiere acercarse a las condiciones complejas de una sociedad en donde, por situaciones políticas de censura, las fuentes habituales, las que ofrece el poder –las oficinas gubernamentales y los archivos cubanos del presente– no resultan en general confiables, y en donde, como ya había ocurrido en la Unión Soviética, ni las estadísticas básicas primarias resultan ciertas, ya que en gran medida son publicadas con intenciones de ocultamiento y de propaganda, y en donde además la observación y conversación con la gente corriente se tornó imposible, por la vigilancia misma que existe sobre la sociedad y por esa extraña novedad histórica de un régimen que ha sido capaz de crear dos sociedades altamente segregadas: la de los turistas con dólares y la de los cubanos sin ellos (un hecho que, de paso, no parece afectar los análisis de los filo/castristas).  

No hay que olvidar que la literatura no es testimonio directo de nada, es siempre la presencia de una mediación, que desde el principio constituye una interpretación, presente en la trama misma de la aventura que se narra y del lenguaje en que se narra esa aventura. En realidad ninguna fuente histórica es testimonio directo de nada, más allá de la miopía de los investigadores que se rinden ante los testimonios, como si ellos fueran la prueba misma de la realidad y que agotan su trabajo en la re/copia de lo que encuentran en los archivos. Toda fuente es desde el principio una elaboración –la narración de la vida de un personaje lo es, pero también lo es una estadística de accidentes viales–. Pero la precisión debe hacerse porque el mal uso que en ocasiones los historiadores han hecho en sus análisis de las fuentes literarias (o iconográficas) lo exige. No debe perderse pues de vista que las novelas de Padura no son un “reflejo de la realidad cubana” –datos informativos sobre lo mal que lo ha pasado una generación reciente de cubanos, o una crítica ideológica del régimen disfrazada con motivos literarios–.

Lo que Padura entrega a sus lectores es una auténtica creación literaria, una alta elaboración de lenguaje, soportada por toda la historia de la literatura que su autor ha sido capaz de asimilar, y esto al parecer en varias lenguas y en lugares que son mucho más que los de la lengua castellana (además Padura es portador de una fuerte cultura histórica, un punto sobre el que no nos vamos a interrogar en estas notas rápidas, pero que recuerdan que detrás de sus obras mayores ya citadas, se encuentra una detallada investigación que ha pasado por un inmenso archivo pacientemente construido). Por eso el registro de inscripción de esa obra es ante todo el del lenguaje y el espacio literario, el de lo imaginario, que alude a una realidad que es vista a través de afectos, de pasiones, de intereses, incluso de gustos, de caprichos y de excentricidades y de una fuerte relación personal con lo que se puede llamar sin duda alguna el “castellano de Cuba”, que en la obra de Padura opera maravillas de significado, y pone de presente la forma plástica, enriquecida, repleta de modernismos y de arcaísmos, la larga presencia de España en Cuba, pero no menos la cercanía del lenguaje cubano a otras evoluciones que forman parte de su riqueza cultural y del mestizaje de grupos sociales que son la historia misma de la Isla, un hecho que escritores de tan diferente perspectiva ideológica como Alejo Carpentier, Lezama Lima o Guillermo Cabrera Infante pusieron de presente.     

Hay que agregar además, para que bajemos de una vez la guardia frente a los prejuicios extendidos acerca de las lecturas “sociales” de la literatura –efectivamente a veces tan mal hechas–, que las perspectivas que ligan literatura y sociedad no buscan empobrecer ni la práctica literaria ni sus productos: la obra de ficción. Todo lo contrario, el esclarecimiento de las líneas de fuerza sociales que atraviesan la obra de ficción es una manera más de potenciar sus niveles de lectura y dar cuenta de la forma cómo una materia social adquiere nuevas significaciones y elaboraciones a partir de su tratamiento a través del lenguaje.

Por lo demás, hay que advertir también contra un prejuicio complementario del anterior: aquel que declara que el análisis de los elementos contextuales de una obra literaria es fuente segura de pérdida de gozo estético. Es una idea contra la que advertía hace años Norbert Elias, en su Sociedad cortesana, al indicar que el conocimiento de las funciones de poder y dominio del Palacio y la Corte, el conocimiento de las formas jerárquicas de organización del espacio y de las tramas palaciegas, de ninguna manera impedía el disfrute de la arquitectura de Versalles y la admiración del genio decorativo que allí se había concretado.
La obra de ficción de Padura es, pues, ocasión de disfrute y de conocimiento –dos funciones que en general no deberían oponerse–, y su lectura es una maravillosa lección como recreación de la historia presente de una sociedad y en particular de una generación, una lección que pasa por la invención de existencias posibles –Padura no es el detective Mario Conde–, más allá de lo que puede ser el boceto de sus modelos reales. Se trata de la creación de existencias que tienen tanta fuerza, o algo más, que las vidas que parecen reflejar, de manera similar a como creaturas como El Quijote y Sancho, o Francisco el hombre, son ficciones convertidas en realidad, que habitan no solo nuestros universos mentales, sino que existen como parte de una realidad que le da forma a la vida misma de los lectores.  

Mario Conde, detective y escritor, goloso, enamorado –a veces sin fortuna–, tomador permanente de ron, apasionado de la música de los Beatles, los Rolling Stones , Chicago, Credence… y otros productos más de la “cultura del enemigo” que se encuentra a 90 millas, no es simplemente una creación del escritor Padura, es un personaje que se ha metido en la vida de muchos de nosotros, en Cuba y fuera de ella, y es por eso que muchos de los lectores le preguntan a Padura por El Conde y le reclaman por su retiro como detective, porque es un personaje de carne y hueso como cualquiera de nosotros, aunque pertenezca al estricto campo de la ficción, pues esa es una de las paradojas de la literatura.

El caso es que, para decirlo con una frase célebre, en muchas oportunidades la ficción produce efectos de verdad, de conocimiento, y crea tipos sociales y situaciones que nos hacen entender procesos históricos reales, mejor que el más exacto informe estadístico, mejor que la etnografía más detallada y precisa.

No se trata pues simplemente de recrear situaciones como la pobreza cubana de finales del siglo XX, o la existencia de formas de rebusque para poder sobrevivir de alguna manera y ampliar consumos mínimos que hoy en día son imposibles en las condiciones de la Isla. No es esa simple situación material, que cada día es mejor conocida, la que las obras de Padura ponen de presente.

Tomemos dos ejemplos que nos lleven más lejos en la idea del poder de conocimiento y disección de la vida social que tiene la buena literatura. Un primer ejemplo puede ser el de Máscaras, una novela de Padura que vuelve sobre un gran tema de la literatura: el de las relaciones entre el poder y el mundo gay en una sociedad al mismo tiempo totalitaria y homofóbica, pero mirado el asunto en el campo de la vida intelectual y diplomática. Padura describe allí, en el contexto de la investigación que realiza El Conde de un crimen horrendo, no solo la existencia de una condición sexual que a todo precio se quiere silenciar, sino la forma como un artista gay lucha por una vida digna, y como trata a toda costa de que su identidad sexual particular sea respetada. Es un momento en que se expresa una noble resistencia, tal como se presenta en el caso de un escritor y director de teatro que toma el camino de no representar su obra, de someterse al silencio, como el precio que hay que pagar por un derecho mayor, que es el de la defensa de su dignidad ultrajada por el poder totalitario. El precio que se paga es alto: trabajos mal remunerados, obra imposible de publicar, exclusión, desde luego, de la oficial y oficiosa Unión de Escritores de Cuba, y claro, la persecución por el poder policial y la condena a una vida de ocultamientos, como si se tratara de alguien que es portador de una terrible enfermedad.

Mucho más conmueve –y es el segundo ejemplo– el caso de Judith, en la sección de Herejes que se titula precisamente “Judith”, y que constituye un largo viaje de exploración terrible por el mundo de un sector de la juventud cubana que oficialmente nunca se nombra. Es la historia de la hija de un médico cubano que viaja en misión a la Venezuela chavista, y que educada en los ideales (incumplidos) de la honradez y el servicio internacionalista, descubre que su padre, el médico, forma parte de una amplia trama de corrupción, razón por la que el grupo familiar debe regresar a Cuba, en donde al padre se le abre una investigación por su conducta. La reacción de su hija, que no debe obedecer solamente a la desilusión sobre la figura idealizada del padre, es conmovedora: en medio del calor y la pobreza habanera y de un sistema de enseñanza que persigue a sus disidentes, se convierte en la jefe y referente de una tribu urbana de emos radicales, que desafían con su conducta no solo a la sociedad, en general, sino de manera directa a la policía, que no encuentra qué hacer con ellos y termina dejándolos medio tranquilos, aunque vigilando y controlando el espacio en que se mueven.

La descripción de Padura muestra no solamente la forma sincera y admirada como El Conde se acerca a ese grupo, sino su real interés, que debe ser también el de Padura, por reconocer esa existencia y la filosofía de que se dota el grupo para racionalizar su forma de rechazo del mundo, de la sociedad, de la época que le ha correspondido vivir. La lectura de esa parte de Herejes permite acercarse a un mundo desconocido de jóvenes urbanos e intuir formas de resistencia al poder totalitario, que no solo desafían a la policía que de cerca los vigila, sino que a través de la pasividad, del deseo de nada hacer, de la mudez, del atentado contra la propia vida, de la droga, del silencio, del suicidio son la viva expresión de la forma cómo una parte de la juventud cubana participa de esa dificultad de vivir que en tantas partes del mundo experimentan los jóvenes de grupos sociales muy diversos, al tiempo que expresa en su propio solar un inconformismo radical frente a las metas que su sociedad el Estado, el Partido, los comités de defensa de la revolución y las propias instituciones de enseñanza le proponen, o más bien les imponen.
En una descripción que no puede dejar de ser calificada como admirable, por la inmensa voluntad de comprender que anima a Padura, las páginas tituladas –con referencia bíblica a bordo– como Judith, tratan de penetrar los secretos que a los que no pertenecemos a esa generación se nos escapan, e intenta tomar en serio ese pensamiento emo, interrogarlo en sus propias formulaciones, auscultarlo sin condenarlo, describirlo en sus propias ambigüedades y en sus propias contradicciones, de una manera que no deja de ser respetuosa línea por línea, lo que nos re/envía de nuevo al inmenso poder de la literatura como intento de comprensión de los seres humanos en el marco de las relaciones sociales en que se encuentran, siempre tratando de poner “el juicio en suspenso”, respecto de creencias y formas de hacer que pueden no compartirse, pero que hay que tratar de conocer y comprender, antes que simplemente condenar. Hay mucho valor en esa escritura que se interroga por la existencia de esos jóvenes habaneros, que son al mismo tiempo el desecho que produce esa sociedad, y uno de sus mayores antagonistas, por la sencilla y paradójica razón de que no le oponen nada al poder comunista, nada más que negarse a aceptar cualquiera de sus propuestas y mostrar frente a esas propuestas el más decidido desinterés.    

 

III
Hace unos cuarenta años (o algo más) se puso de moda en Colombia la frase de un político nuestro, que fue presidente del país: “Hay que mantener la corrupción dentro de sus justos límites”. La frase causó escándalo, por el moralismo habitual que domina en la vida pública, y porque en realidad la corrupción colombiana e había mantenido “en sus justos límites”, por lo menos si se compara con lo que luego ha sucedido, en los últimos treinta años de vida nacional, años en los que el saqueo del Estado y las grandes estafas a los particulares por parte de los financieros han conocido niveles que antes eran inimaginables.

Así que poco a poco hemos ido aprendiendo lo que la experiencia histórica desde Roma, y seguramente desde antes, había dejado claro: que la corrupción ha sido un hecho consustancial a la sociedad y a los gobiernos; y que en las sociedades modernas, pagar para conseguir algo esquivando la ley, llevarse los dineros de todos para la casa de uno, no distinguir entre lo privado y lo público, instituir impuestos “no oficiales” para que algo se pueda hacer y cargar toda función pública propia de un empleado con un porcentaje, si el interesado quiere que la tarea se cumpla, como si cumplir con el deber que impone una función, que es además retribuida, fuera una gracia que solo se consigue cuando media el dinero y el ruego servil.

Pero había quedado en el ambiente la idea de que se trataba de un fenómeno ligado solamente a las sociedades capitalistas modernas, y que aquellas sociedades que se designaban con otros vocablos, bien fueran estos los de “socialistas” o los de “democracias populares”, nada tenían que ver con esos fenómenos de corrupción, porque la “ideología” las liberaba de ese flagelo. En esos paraísos  la sociedad habría encontrado, por fin, funcionarios probos, entregados al cumplimiento de su tarea, y que bajo cualquier condición, por un “fenómeno de consciencia”, de “compromiso con la historia”, habían logrado liberarnos de tan terrible azote y de paso contrariar el conocido pesimismo de la sociología sobre el poder inexorable de la burocracia en las sociedades modernas, tal como desde el momento mismo del ascenso de los soviets al poder Max Weber lo había puesto de presente.  

Claro, era notorio que en esas sociedades y entre sus círculos dirigentes de manera visible y concentrada, había privilegios permanentes, acceso garantizado a bienes de los que el común de los mortales no podía disponer, “caminos propios” para el éxito de los familiares directos y de los “relacionados” (los amigos, las queridas o queridos, aquellos a quienes se debía favores, los intrigantes y defensores de oficio, y hasta los proxenetas). Toda una inmensa fauna que, para el caso cubano, Padura presenta de manera ejemplar, realizando de ella una descripción atenta a su condición social, pero no menos a su condición institucional, a sus ligazones con los aparatos de poder, y la raíz de de esas desviaciones a una vieja tradición política y cultural cubana de antes de la Revolución, respecto de la cual la educación revolucionaria nada pudo hacer, porque el mecanismo real que produce los privilegios nunca se desmontó y poco a poco terminó convertido en un dispositivo de poder y exclusión más fuerte que el que si había conocido antes de la revolución.   

Pero cuando se hablaba de esos fenómenos de corrupción y de esos procesos de vida cómoda en medio de las dificultades habituales para la mayoría de la población, se decía siempre que se trataba de una desviación momentánea que el régimen sabría castigar; y que en el caso del mundo diplomático y consular se trataba de una necesidad de representación y vida digna para aprestigiar el propio régimen político, pues tampoco era cosa de llegar, por ejemplo, a la ONU con overol de trabajo o con zapatos viejos, o tener en el extranjero misiones diplomáticas que estuvieran por debajo de las que tenían los odiosos enemigos con los que se competía. Ni “franciscanismo” ni sobriedad en el mundo de la guerra fría, en el que había que mostrar de manera práctica la superioridad de las sociedades que habían derrotado el capitalismo. Por el camino esos fenómenos de privilegio y de desiguales formas de acceso a los bienes de consumo y a la riqueza de la sociedad han mostrado su verdadero rostro, y han permitido observar sociedades tan injustas y jerárquicas como cualquiera de las que nosotros habitamos.  

 

Siempre que se tuvieran los ojos abiertos a la realidad y a lo que la experiencia mostraba, resultaba patente la experiencia mil veces comprobada de que las cosas no se limitaban a un fenómeno marginal ni a un episodio pasajero pronto a superarse; más bien se ponía de presente de forma nítida, si no había miedo de reconocer realidades que contradecían creencias, que en las sociedades auto/designadas como revolucionarias, los privilegios no habían cedido un ápice por relación con lo que se conocía en el “corrompido mundo capitalista”. Se pudo pues saber y conocer por varios caminos la existencia de un fenómeno singular: la corrupción socialista, convertida en una forma establecida y practicada de manera sistemática, y punto de creación de una nueva categoría social: la de los corruptos de oficio, que fueron además siempre, como era de esperarse, voceros oficiosos de esos regímenes de los que se beneficiaban, mostrando de paso las aspiraciones permanentes de los más encumbrados propagandistas del “hombre nuevo” a los bienes de consumo más corrientes y groseros del mundo que criticaban de boca para fuera.

El arte –cine, literatura y caricatura– que lograba difícilmente abrirse camino público en esas sociedades, sobre todo en las democracias populares de Europa oriental, muchas veces mostró esas situaciones y la impotencia de la sociedad frente al hecho, pero en el caso de Cuba buena parte de la opinión crítica ilustrada latinoamericana ha sido reacia a ese reconocimiento. La obra de Padura, a quien es imposible calumniar como “enemigo de la revolución” o cosas así, es una “fuente de información”, en el plano literario, de una vida política recorrida por la corrupción: el privilegio, la aspiración al consumo capitalista, y la cercanía de todo ello con el mundo del delito, delitos de los que muchas veces tuvo que encargarse el detective Mario Conde: altos cargos del Estado (que son desde luego miembros del Partido Comunista, ¡cómo no!) que han adoptado la riqueza de la sociedad como un feudo propio. Representantes comerciales o diplomáticos que “padecen” con gran sufrimiento la vida sin libertad en las sociedades capitalistas, y que de ninguna manera añoran la dura vida cubana o el trabajo voluntario en el campo –que además se volvió con los años una forma de castigo y de reeducación–, y mucho menos extrañan la cotidiana libreta de racionamiento. Y localmente la legión de funcionarios del partido y del aparato de Estado, que se ven envueltos en desfalcos, en contrabando, en uso indebido de divisas, en triquiñuelas y en pequeños o grandes provechos, y a veces en crímenes mayores, que El Conde debe averiguar, pero cuyos resultados finales de investigación, luego que Mario El Conde ha terminado su trabajo, no logramos del todo averiguar. Y desde luego el mundo de los escritores de partido, expertos en aplaudir cuando debe hacerse y de rechazar de manera visible, cuando corresponde, y que Padura describe de manera maravillosa en alguna de sus obras, entrando de manera directa a la propia sede de la Unión de Escritores, el lugar sagrado de las burocracias consagradas de la pluma y de los jóvenes que inician su carrera en búsqueda del reconocimiento oficial, única manera de poder dedicarse bajo condiciones legítimas a las tareas de la escritura y trata de vivir de vivir de la pluma, sin renuncia a la vida en Cuba, o sin el sacrificio de una vida de paria.  

La pobreza cubana –tanto o más que la pobreza latinoamericana y de una forma aun más perversa– ha generado su dosis inevitable de corrupción, y pocos actos de la vida cotidiana en Cuba de finales del siglo XX (y la situación no parece haber cambiado en la década y media de siglo XXI que llevamos) escapan al hecho de que para conseguir lo mínimo hay necesidad de “vueltas y revueltas”, que son la vía regia de la sociedad popular mayoritaria para poder sobrevivir. Se trata de la existencia normal y cotidiana del camino torcido, el que elude la ley, la disposición oficial, para conseguir las cosas básicas de la subsistencia diaria. La escasez, las trabas, la existencia del privilegio, las “colas” diarias para conseguir lo poco que se puede conseguir, mientras se ve a otros llegando a mejores resultados cuando se logra entrar por la puerta oculta del edificio, parecen mostrar que es el propio régimen el que todos los días hace corrupta a la sociedad popular, al obligar a buena parte de los ciudadanos a buscar el sendero que niega de manera práctica lo que la doctrina oficial (y sus funcionarios oficiosos) reclama como una victoria del sistema: la igualdad y la probidad de sus funcionarios y de esos ciudadanos que por un proceso de “consciencia política”, se supone que aceptan todas las limitaciones que les son impuestas, no por las políticas de sus dirigentes, sino por la acción del “bloqueo norteamericano”, según un argumento oficial, que ha llegado a ser parte de una retórica internacional, un argumento que tiene una parte de verdad, pero que funciona ante todo como una forma de ocultar errores, malas decisiones, falta de imaginación, ineptitud del lado del poder, y que es también una manera de silenciar la existencia de una clara estructura de desigualdad social.  

No hay nada sorprendente en la Cuba del final del siglo XX cuando se observa al teniente detective Mario Conde, suspender por un momento su nostálgica reunión etílica con su amigo el Flaco Carlos –inválido por una bala con la que se encontró su esqueleto en la aventura “liberadora” cubana en tierras africanas–, y dirigirse a la casa de un particular en donde de manera clandestina se fabrica el mejor ron que se puede conseguir en la Habana, preparado por un químico universitario habanero, que no tuvo otra posibilidad para sobrevivir que falsificar la apreciada bebida, para luego regresar, botellas en mano, a donde su amigo Carlos, para seguir hablando con nostalgia de su otro amigo, Andrés, el prometedor médico cubano que a falta de oportunidades debió huir a Miami, para trabajar como cuidador de viejos en un geriátrico, y para recordar, a veces, al Conejo, el historiador sin obra y en fuga.

Pero el episodio de “ilegalismo” es un hecho repetido en la vida del teniente Conde, y no solo cuando trata de hacerse a una botella de ron para garantizar la dosis que su cuerpo requiere. Es un hecho que parece recorrer toda la vida cotidiana de la sociedad cubana, o por lo menos habanera, como lo muestra cada una de las indagaciones criminales que El Conde debe hacer en razón de su trabajo, y que lo conducen a un mundo de bajos fondos en donde se juega con la ley, en donde se sobrevive si se es capaz de burlarla, y esto no como un simple asunto marginal.

Lo que se confirma en este punto, para el historiador, y es algo que ya sabíamos por la experiencia comunista en Rusia y Europa oriental, es que de manera practican existen dos sociedades: la oficial, de la que de manera pública hablan con elogios, por miedo o por prudencia, hasta las víctimas de la situación; y la “otra sociedad”, de la que no se habla, pero que todos, varias veces en el día deben visitar. Se trata de esa otra sociedad en donde no reina ni la publicitada planificación ni la promocionada organización socialista, sino el más bizarro y constante intercambio de bienes: desde piezas para arreglar un auto que ya no arranca –luego de más de medio siglo de uso–, el mercado de lechones criados dentro de las viviendas, pasando por la venta o intercambio de materiales de construcción, arrancados a la propia vivienda que se habita, y desde luego el nunca mencionado oficialmente comercio de droga.     

No hay duda de que esa situación de una sociedad formal, que no parece existir por ninguna parte, y una sociedad real, a la que no se reconoce sino en el “discurso privado” y en el eufemismo, pero que es dominante, debe producir efectos sobre las formas mismas de existencia de la verdad. Como cuando se sigue hablando, por ejemplo, sobre las bondades de la Cuba igualitaria en el plano de la educación y la salud, como si esos fueran hechos inmodificables, que no se vieran afectados por el curso de la sociedad real no reconocida. Todo ese grupo de palabras de propaganda pronunciadas por gentes que han decidido cerrar los ojos ante las realidades más visibles, para mostrar y dar fe de su fidelidad a los verdades de fe contenidas en las viejas ideologías y en los libros sagrados, bien sea por conformismo, por miedo a pensar, o porque la ratificación de una realidad que no existe les produce algún tipo de dividendos.

 

IV
El universo literario de Leonardo Padura, en sus novelas, tanto las que tienen como personaje principal al detective Mario Conde, como en El hombre que amaba los perros y Herejes –ya dijimos que no consideramos ahora su obra periodística ni su obra de ensayista y académico, en mi opinión de grandes valores– es un universo ante todo urbano y habanero, según señalamos. No hay en ese universo nada, o muy poco, que yo recuerde, que permita interrogar a la vieja sociedad campesina cubana, de cuyos sufrimientos, valores y vitalidad antes de la revolución sabemos por distintas fuentes, y de cuya existencia actual poco conocemos, más allá de los elogios –hoy más o menos desaparecidos– que se hacían del mundo de los trabajadores de la caña y su papel heroico en la zafra. Una sociedad que también lográbamos observar a través de novelas y relatos que nos hablaban de sus relaciones con los estudiantes que llegaban al campo a colaborar en la zafra, como trabajadores voluntarios, un emblema años atrás del socialismo y de sus valores solidarios, y un episodio del que hay alguna huella en los primeros textos de ficción de Padura.

Pero en general en la obra más consolidada de Padura se trata de un universo urbano y habanero. Un mundo en parte conocido, en donde impera la precariedad de las construcciones, la disputa por la vivienda, el hacinamiento familiar y comunitario, la decadencia al parecer sin fin de las infraestructuras urbanas, la dificultad para aislarse cuando se quiere o se necesita, la reunión obligada de familias enteras bajo un mismo techo (que se cae), y en general las limitaciones de espacio, a no ser que se trate de los poderosos y privilegiados, que siempre resultan favorecidos en el reparto.

Pero el asunto no se detiene ahí. Ya dijimos que no se trata de una visión de sociólogo, de buen observador del “mundo externo”. Se trata sobre todo de una visión renovada, alejada de los estereotipos –incluso los estereotipos de algunas buenas obras de literatura cubana– y de una visión contemporánea, producida desde dentro de quienes viven ese mundo. Se trata de la Cuba de Hoy (es decir de sus últimos veinte o treinta años), que es la que allí aparece de manera estilizada bajo una forma literaria poderosa, por el simple efecto de ser un lenguaje al tiempo preciso y precioso, que modifica los límites habituales que otorgamos a la oposición entre ficción y realidad.

Se trata de un testimonio literario muy valioso, no porque se proponga o se erija como tal. No porque sea una adopción de los cánones del realismo socialista, al servicio de la crítica de la sociedad. No porque se trate de una “denuncia documentada”. Simplemente porque se trata de una obra que se encarga de la disección de personajes, situaciones y condiciones que son lo que el autor observa en su propio presente, y que entrega al lector bajo una forma compleja que huye de las ideologías y de las simplificaciones, una visión que se interroga sobre el destino de sus criaturas, inscritas en una historia de la que no son simples perdedores y víctimas, una historia que no hace de la vida de sus criaturas una simple reducción a trayectorias sociológicamente posibles.

Hay que tener la suficiente vocación de realismo y el ánimo suficiente para superar las ideologías que con toda fuerza se imponen como representación dominante de la sociedad cubana, y poder ver lo que Padura ha visto, y que bien considerado, claro, gracias a su trabajo de novelista, se nos revela incluso en todo su dramatismo, aunque la risa no sea nunca ajena a esta exploración compleja en la humana conditio. Tomemos el caso de la música que escucha Mario Conde y sus amigos: nada de la conocida y promocionada trova cubana. Nada de lo que la mirada conformista e ideológica de la Cuba de estos años ha querido imponer como su visión oficial y oficiosa de la música escuchada. Por lo menos para esta generación de la que forman parte los personajes de Padura (y puede que para el mismo Padura), el rock, la música de los Estados Unidos y de otras partes del globo, y posiblemente, como telón de fondo que muestra los gustos tradicionales y compartidos de esa sociedad, el bolero, según parece desprenderse de una de sus obras maestras, Neblina de ayer, una tradición musical que Mario El Conde, ha recibido de su padre –es decir de una generación anterior.

El rock y el blues escuchados en una vieja grabadora que no se niega aun a reproducir algunos CD que se conservan como un gran tesoro; un poco de jazz y de latín jazz que se deja ver en una noche de fiesta en una de sus obras, y otras músicas populares del mundo de habla hispana e inglesa, con las que muchos hemos potenciado también nuestra imaginación, y todo más allá de la idea de “músicas revolucionarias” –son muy simpáticas las observaciones que aparecen en la obra de Padura sobre ese intento curioso de imponerles a los cubanos, en nombre de la ideología revolucionaria, “músicas andinas” folclóricas, que ni entendían ni apreciaban, y con las que se quería que abandonaran sus viejas y ricas tradiciones musicales locales anteriores a la Revolución.   

Posiblemente el cuadro que más me ha conmovido –lo dije antes– y que vuelve a recordar la existencia de un mundo desigualmente globalizado, pero al fin y al cabo globalizado, es el que tiene que ver con la juventud postmoderna de las calles y los parques habaneros, su relación con la música, con la droga, con la policía, con la desazón, con el desamparo; la ausencia de una escucha que les permita decir a esos jóvenes lo que quieren y lo que piensan, su aspiración a que no se les rechace, se les ignore ni condene por el hecho de que nada quieren con el mundo que los adultos que dirigen la sociedad les proponen, una “sociedad revolucionaria” que no existe por ninguna parte y que para ellos se aparece simplemente como un ideal muerto, que para nada les interesa.

Esos jóvenes urbanos son la marginalia de la sociedad, pero su existencia en Cuba no hay que leerla, y Padura es un maestro enseñando sobre ello, a partir de la forma como esas tribus aparecen en el espacio urbano de nuestras grandes ciudades. Nada comparable en nuestras sociedades a lo que enfrentan los jóvenes cubanos disidentes respecto de los ideales oficiales de su sociedad. Su seriedad en el rechazo, su propia voluntad de resistencia y muerte, el compromiso con su nada, son cosas que hay que admirar y que de manera inesperada recuerdan los puntos de resistencia en que una sociedad puede concentrar un rechazo, que algunos formados en la vieja escuela llamarían “prepolítico”, pero que es ante todo un rechazo valeroso. Aquello que en nuestras sociedades urbanas y en jóvenes de clase media y popular ha sido un rechazo temporal pronto abandonado del colegio y de la vida familiar carece de todo el dramatismo y la seriedad que aparece visible en los jóvenes cubanos que han optado por ese camino del rechazo “emo” a la forma dominante de la vida social propuesta por sus mayores.

Pero ya que hablamos de resistencias y de “nadas”, hay que decir que ese asunto de las “tribus urbanas” en la Habana no representa un hecho aislado. Es una constatación de una voluntad de muerte, expresada en la literatura, que no es ajena a la propia generación que Padura ha reflejado en su obra. La propia generación del “Conde”, sus amigos, su pandilla de afectos, todos esos fumadores y bebedores empedernidos que parecen no poder detener su fuga hacia no se sabe dónde, parecen representar también un destino de muerte, representado de forma magnífica por el Flaco Carlos, contemplando el mundo desde su silla de ruedas, suicidándose diaria e irremediablemente con el alcohol que cada noche le comparte su amigo El Conde y envenenando su organismo con los apetitosos manjares que le prepara cada día su madre y que deben haber hecho de él un cuerpo lleno de venenos, luego de su regreso, paralítico, de la terrible aventura cubana en el África, aventura que arruinó su vida y lo dejó postrado para siempre, simplemente a la espera de que su corazón o su hígado, o cualquiera de su otros órganos vitales revienten de una vez por todas y pueda abandonar su silla de postración.   

Pero aun en ese punto no todo está perdido, como todo no está perdido para nadie en el mundo. El Flaco ha recuperado, desde su sillón de inválido, a una novia que había tenido en su juventud y que ha regresado a La Habana, luego de años de buena vida en el extranjero. Y el alcoholismo de El Conde encuentra algún reposo en los brazos amorosos de Tamara, su novia de siempre, rescatada años atrás de los brazos de su esposo, un funcionario en apariencia de inmaculada y ejemplar trayectoria de militante comunista, hasta que su muerte revela los delitos que cometía y la forma como alimentaba su buena fortuna, es decir su pertenencia al mundo de la corrupción oficial.

Pero también una sexualidad cariñosa, suavizada por la edad y por el fin de los viejos fuegos y aspiraciones juveniles, y resuelta en un amor más parecido a la amistad que a la posesión, y al mismo tiempo una aceptación de las cosas de la vida como vinieron, sin resentimiento, lo que hace que todavía un tramo de gozo prudente (de la música, de la comida y del alcohol en dosis moderadas, de la conversación) pueda ser vivida y deseada, y compense y hasta detenga esa carrera suicida en que parecen empeñados los personajes principales de la gran saga policiaca de Padura. Hasta el bueno de “Candito El Rojo”, el viejo compañero de colegio del Conde, zapatero y delincuente regenerado por la Palabra del Señor y ahora predicador del bien hacia el prójimo, parece ir encontrado un punto de equilibrio y un regocijo tranquilo en la fiesta de la amistad. A pesar de lo que parece, también hay en la obra de Padura esa esperanza, recordándonos que para sus personajes, como para nosotros sus lectores, la única filosofía posible es la que recomendaba Nietzsche, con las palabras menos filosóficas que puedan imaginarse por parte del saber profesoral: No hay que tirar la toalla.

 

Sociólogo e historiador. Doctor en Historia Moderna de la Universidad de París. Profesor titular del Departamento de Historia de la Universidad de los Andes. Su última libro, Lugar de dudas (Universidad de los Andes, 2014; en portugués del Brasil Lugar de dúvidas, Sao Paulo, 2015) es una reflexión sobre el oficio de historiador y una crítica de los efectos negativos derivados de las teorías postmodernas en la práctica de las ciencias sociales. En los próximos días aparecerá –también publicada por la Universidad de los Andes– una compilación de algunos de sus ensayos sobre Marx, Freud, Foucault, Bourdieu y Marc Bloch, titulada Cuestiones disputadas / Cuestiones abiertas.

Por el carácter de estas páginas, que no constituyen un texto de “investigación científica”, sino un ensayo de exploración inicial de la obra literaria de un escritor, y por su propósito, que no es otro que el de invitar a su lectura, dejamos de lado toda idea de citas y referencias eruditas, y tratamos de dar al lector en el propio texto las informaciones que puede necesitar para internarse en su propia lectura de Leonardo Padura.  

Por fuera de multiplicadas búsquedas que el lector puede hacer por su cuenta, la página web de Tusquets Editores, la casa editorial principal de Padura, es una buena guía sobre sus novelas y sobre los temas y géneros que abarca la obra de Padura, y a partir de ahí el lector es reenviado a cientos de informaciones, que a medio camino ya empiezan a mostrarse como reiterativas. La mayor parte de la obra de Padura ha sido, por lo demás, editada en Cuba, en donde el autor ha sido premiado y reconocido por su trabajo en los campos de la novela y el ensayo.

Resumen

A propósito de la obra del escritor cubano Leonardo Padura se examina la literatura como crítica de la sociedad; la libertad del escritor; la existencia, en toda sociedad, de memorias y contra/memorias; el testimonio que sobre la sociedad cubana de hoy ofrece su más importante escritor en la actualidad; la recreación de una historia oficial que ya resulta chocante, por decir lo mínimo, por su relación con una realidad cada vez más conocida y puesta de presente por escritores y artistas que no son en absoluto “enemigos de la revolución”.

Palabras clave

Memory, counter-memory, hegemony, literature, social criticism, intellectuals.

Abstract

On the subject of the work of Cuban writer Leonardo Padura the following themes are explored: literature as a critique of society; the freedom of the writer; the existence, in every society, of memories and counter/memories; the testimony about current Cuban society that is offered by its most important writer today; the recreation of an official story that is shocking, to say the least, by its relationship with an increasingly present and known reality set forth by writers and artists who are not at all “enemies of the revolution”.

Keywords

Memory, counter-memory, hegemony, literature, social criticism, intellectuals..

Resumo

A propósito da obra do escritor cubano Leonardo Padura se examina a literatura como crítica da sociedade; a liberdade do escritor; a existência, em toda sociedade, de Memórias e contra memórias; as testemunhas que sobre a sociedade cubana de hoje oferece seu escritor mais importante na atualidade; a recriação de uma história oficial que já resulta chocante, quer dizer o mínimo, pela sua relação com uma realidade cada vez mais conhecida e posta de presente por escritores e artistas que não são em absoluto “Inimigos da revolução”.

Palavras-chave

Memória, Contra memória, hegemonia, literatura, crítica social, intelectuai.

Résumé

Autour de l’oeuvre de l’écrivain cubain Leonardo Padura les thèmes suivants sont abordés : la littérature comme une critique de la société; la liberté de l’écrivain ; l’existence, dans chaque société, des mémoires et des contre / mémoires ; le témoignage sur la société cubaine actuelle qui est offert par son auteur le plus important aujourd’hui ; la reconstitution d’une histoire officielle qui est choquante, pour le moins, par sa relation avec une réalité de plus en plus présente et connue, énoncée par des écrivains et des artistes qui ne sont pas du tout « ennemis de la révolution ».

I

Me parece importante presentar un análisis inicial de algunos aspectos de la obra del gran escritor cubano Leonardo Padura. Aunque mucho se ha hablado de ella en muchas partes del mundo, en Colombia es poco lo que se ha dicho, a pesar de que sus libros –novela, ensayo, cuento, guión cinematográfico– sean conocidos, como lo muestra el hecho que regularmente se agoten en las librerías.

Leonardo Padura –nacido en La Habana en 1955–, es hoy día en Europa y en América Hispana una referencia literaria central para la crítica literaria e intelectual. Su obra se ha convertido al mismo tiempo en un punto de referencia para conocer una voz disonante respecto del coro de alabanzas que habitualmente se ofrecen sobre el sistema político cubano y sobre la sociedad cubana. La obra de Padura examina ante todo los tiempos recientes de su sociedad, después de la casi insuperable crisis de los años 1990, luego del desplome de la Unión Soviética y del “campo socialista”, madres amamantadoras de una sociedad que se presentaba como la realización plena del comunismo en la América Latina.

Padura es de manera constante interrogado acerca de sus opiniones sobre el proceso reformista que se dice se ha abierto en Cuba desde hace dos décadas por lo menos, proceso que resulta tan difícil de comprender para un observador ajeno a la forma de comunicación ritual entre el omnipotente y omnipresente Partido Comunista –una envejecida burocracia que por más de medio siglo ha controlado el poder– y una sociedad popular poco institucionalizada, dedicada mayoritariamente a sobrevivir al rebusque. Una sociedad poco creyente en los dogmas del sistema, pero que ha aprendido a subsistir dando un sí formal a todo lo que de manera práctica rechaza o por lo menos poco entusiasmo le produce.

No avancemos en nuestro propósito sin decir antes al lector una palabra breve sobre quién es Leonardo Padura, en el caso en que no lo sepa, pero recordemos además que las informaciones sobre el escritor son constantes y repetidas en internet, a donde el lector puede dirigirse. Digamos entonces simplemente que Leonardo Padura es un extraordinario novelista, autor de dos obras mayores recientes: El hombre que amaba los perros y Herejes, y de una amplia saga policiaca, que pone en escena a un detective cubano –el teniente Mario Conde, más conocido como El Conde–, y a una banda de entrañables amigos, con los cuales bebe cotidianamente ron, escucha de manera sistemática la música que los enloquece desde su juventud (y que nada tiene que ver con la Nueva Trova Cubana), que de vez en cuando van a la playa y muy ocasionalmente al beisbol, y que cuando se puede se dan el placer de una gastronomía de raíces indígenas, chinas, africanas y españolas, platos preparados por una sabia y amorosa cocinera –la entrañable madre del más entrañable amigo de El Conde: el Flaco Carlos, que ahora es gordo a punta de ron y manjares; madre protectora que también ha adoptado al Conde como a su hijo. Agreguemos que Leonardo Padura es además el autor de una soberbia novela –La novela de mi vida– sobre el gran poeta cubano, José María Heredia, lo que le permite recrear de forma magistral las postrimerías de la sociedad cubana del siglo y gran parte de su siglo XIX republicano.

En conjunto se trata de una obra literaria que ejerce sin la menor concesión la crítica más despiadada de la sociedad cubana del presente, de sus mentiras diarias, de su formalismo ideológico frente a una realidad que dice de manera clara lo opuesto del discurso oficial que la nombra, y que recrea la vida heroica de gentes sometidas a una existencia poco deseable, pero que es llevada con humor, con dignidad, con invención y sin renuncia ninguna a una esperanza que, de todas maneras, por momentos parece perderse, incluso en la vida diaria de los protagonistas centrales de la obra, es decir Mario Conde y su círculo de amigos, cuyos principales miembros son un “internacionalista proletario” en silla de ruedas –Carlos–, un médico que quería servir al pueblo, y que ahora ve pasar sus días mientras trabaja en un geriátrico en Miami –Andrés–, y el Conejo, un historiador sin ningún proyecto cumplido, en lo que tiene que ver con su propósito de investigar y producir análisis históricos. Y desde luego el team de las chicas, en parte soñadas, en parte inventadas, como ocurre siempre; fieles amigas que han crecido en la ilusión de la nueva sociedad solidaria, y que ahora maduran en una suave decepción, de la que no las salva sino un amor cercano de la amistad, la nostalgia, y los consiguientes ejercicios de memoria, casi siempre referidos a ese mundo ahora lejano, y que momentos había parecido tan cercano a sus padres y maestros, pero ya un poco menos a ellas mismas.

El círculo de amigos es ante todo un círculo de afectos: amigos de colegio, de barrio, de experiencias comunes de vida al lado de los campesinos, en una época en que el trabajo voluntario se imponía antes que como una obligación, como una prueba de solidaridad y de participación en los nuevos valores comunitarios, mientras que ahora ven pasar sus días sometidos a un tipo de gobierno de la sociedad que no despierta en ellos mayores entusiasmos.

Aunque la obra de Padura no se encierra en la descripción de una generación de gentes de la Cuba urbana de finales del siglo XX, sino que realiza una rica descripción de toda la sociedad urbana en sus múltiples grupos (sociales, institucionales, de edad), no hay duda de que el centro de sus descripciones tiene que ver con un grupo particular de hombres y mujeres que han llegado a su madurez vital en el mo-mento en que la caída del comunismo y la apertura de una gran crisis del viejo entusiasmo revolucionario han producido esa atmósfera de anomia, de abulia, de falta de confianza y desencanto que, entre otras cosas, hacen posible una obra como la Padura.

El círculo de amigos que acompaña al detective Ma-rio Conde –cuya única aspiración es dejar su trabajo de investigador policial y dedicarse a la compra y la venta callejera de libros, lo que efectivamente logra en un momento de la obra de Padura– se parece en buena medida a esa nueva sociedad cubana, una sociedad apenas dedicada a sobrevivir y a la que la imposición del “rebusque cotidiano” parece arrastrar hacia el individualismo de “cada uno por su cuenta”. Una sociedad cuyos principales apoyos políticos parecen ser o bien el de aquellos que a cambio de mantener un empleo, un ingreso y alguna mínima ventaja en la vida cotidiana están dispuestos a ofrecer pruebas visibles y constantes de “firmeza ideológica”, o bien el grupo de quienes conforman el estrecho círculo de los privilegiados del régimen, fieles a un evangelio del que sacan sus provechos diarios, gentes bien acomodadas, oportunistas, carreristas y cínicas a los que Padura designa con la muy cubana expresión de “comemierdas”.

Como lo comprueba una visita aun rápida a la web, Padura es un escritor ampliamente reconocido y admirado, y un verdadero batallón de periodistas de muy diferentes partes del globo ha querido conocer sus opiniones sobre la Cuba de hoy, preguntándole mucho menos como novelista que como periodista –oficio que Padura ha ejercido con gran originalidad–, interrogándolo como ideólogo –terreno que no pare-ce ser exactamente el suyo– y rogándole que hable de las reformas en curso en la Cuba de hoy.

A ese batallón de periodistas curiosos les ha llamado la atención el caso, extraño en principio, de un novelista crítico que, a pesar de sus grandes diferencias con el gobierno de su sociedad, a pesar de su éxito internacional como escritor, y a pesar de que en su patria no todas las voces oficiales se lo traguen, ha preferido permanecer en la isla –de la que de todas maneras hasta el presente puede salir cuando quiere, porque tiene cómo hacerlo, y por su propia prestancia internacional como escritor, teniendo además el beneficio de la doble nacionalidad cubana y española–; en fin, un escritor que logra sobrevivir económicamente (hoy en día) sin mayores problemas y sin ninguna dependencia de la burocracia que agrupa y controla a los escritores cubanos, un escritor que representa la más radical crítica que pueda imaginarse del socialismo burocrático, pero un escritor que no se declara enemigo de la revolución –¡porque efectivamente no lo es!–, una revolución de la que al parecer piensa, con la mayor buena fe, que más temprano que tarde, encontrará de nuevo el camino de la utopía humanista que parecía inscrita en sus banderas de los primeros años 1960.

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