DOI:

https://doi.org/10.14483/21450706.15003

Publicado:

2019-06-24

Número:

Vol. 14 Núm. 26 (2019): Julio-diciembre

Sección:

Sección Central

Benjamin con tzotziles, lacandones e hindúes (ejercicio alegórico)

Benjamin with Tzotziles, Lacandones and Hindus (allegorical exercise)

Benjamin com tzotziles, lacandones e hindus (exercício alegórico)

Autores/as

  • Bruno Mazzoldi Universidad de Nariño

Biografía del autor/a

Bruno Mazzoldi, Universidad de Nariño

Universidad de Nariño

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Cómo citar

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Mazzoldi, B. (2019). Benjamin con tzotziles, lacandones e hindúes (ejercicio alegórico). Calle 14 revista de investigación en el campo del arte, 14(26). https://doi.org/10.14483/21450706.15003

ACM

[1]
Mazzoldi, B. 2019. Benjamin con tzotziles, lacandones e hindúes (ejercicio alegórico). Calle 14 revista de investigación en el campo del arte. 14, 26 (jun. 2019). DOI:https://doi.org/10.14483/21450706.15003.

ACS

(1)
Mazzoldi, B. Benjamin con tzotziles, lacandones e hindúes (ejercicio alegórico). calle 14 rev. investig. campo arte 2019, 14.

ABNT

MAZZOLDI, Bruno. Benjamin con tzotziles, lacandones e hindúes (ejercicio alegórico). Calle 14 revista de investigación en el campo del arte, [S. l.], v. 14, n. 26, 2019. DOI: 10.14483/21450706.15003. Disponível em: https://revistas.udistrital.edu.co/index.php/c14/article/view/15003. Acesso em: 28 mar. 2024.

Chicago

Mazzoldi, Bruno. 2019. «Benjamin con tzotziles, lacandones e hindúes (ejercicio alegórico)». Calle 14 revista de investigación en el campo del arte 14 (26). https://doi.org/10.14483/21450706.15003.

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Mazzoldi, B. (2019) «Benjamin con tzotziles, lacandones e hindúes (ejercicio alegórico)», Calle 14 revista de investigación en el campo del arte, 14(26). doi: 10.14483/21450706.15003.

IEEE

[1]
B. Mazzoldi, «Benjamin con tzotziles, lacandones e hindúes (ejercicio alegórico)», calle 14 rev. investig. campo arte, vol. 14, n.º 26, jun. 2019.

MLA

Mazzoldi, Bruno. «Benjamin con tzotziles, lacandones e hindúes (ejercicio alegórico)». Calle 14 revista de investigación en el campo del arte, vol. 14, n.º 26, junio de 2019, doi:10.14483/21450706.15003.

Turabian

Mazzoldi, Bruno. «Benjamin con tzotziles, lacandones e hindúes (ejercicio alegórico)». Calle 14 revista de investigación en el campo del arte 14, no. 26 (junio 24, 2019). Accedido marzo 28, 2024. https://revistas.udistrital.edu.co/index.php/c14/article/view/15003.

Vancouver

1.
Mazzoldi B. Benjamin con tzotziles, lacandones e hindúes (ejercicio alegórico). calle 14 rev. investig. campo arte [Internet]. 24 de junio de 2019 [citado 28 de marzo de 2024];14(26). Disponible en: https://revistas.udistrital.edu.co/index.php/c14/article/view/15003

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Vociferan bajo el efecto (del soma) que los embriaga y exalta, lanzando su grito hacia Indra. Así han hallado el dulce alimento. Sabiamente han enlazado a sus hermanas. Han danzado con ellas, haciendo resonar la tierra con sus pisoteos.

Rig Veda X 94 – Himno a las Piedras (4ª estrofa)

Confiando en el testimonio de diálogos a punto de llevarse a cabo y acontecidos hace mucho tiempo “entre las generaciones del presente y las del pasado”, las de Tiempo y emancipación – Mijaíl Bajtín y Walter Benjamin en la selva lacandona (Tischler, 2007, p. 7), debería admitirse de una vez (kuti en quechua, “vez”, “ocasión” y “polilla” a la vez y a la luz del caso, “cambio revolucionario” también si de Pacha se trata o pudiera tratar, bisílabo de vuelta, volta en mi lengua ya casi madrastra, “bóveda” otro sí) que si el abuso de menciones y tangentes de muertos y vivos delata la distracción de quien evita ir al grano cruento cuando no exhibe el aplomo del cliente de la feria de las ideas lo que resta de sí resulta traído a cuento menos por la vertiente de la filología que por el costado de una logofilia con tarjeta de crédito diamante, siempre que el granito casi en persona no se extravíe en vista y ceguera del pertinente reguero, desbandada de lector en alta y estatuaria definición de sí propio, abordado por citas más o menos escondidas y digresivas, excitaciones que valen por lo que vienen: como nunca será bien sabido el amante de Calle de dirección única las pinta como “salteadores de caminos que irrumpen armados para arrebatar la convicción que alberga el ocioso paseante” (Benjamin, 1980a, p. 138; trad. 781) donde y cuando no sobran migas de resultado en el morral epistémico, sombritas apenas, manchas sobre el caparazón del réptil que se las da de ninja, productos y beneficios ni de fundas ni de auras en presumible aproximación de flânerie, “vagancia” o “vagabundeo”, cosas de lazzaroni (el término iría y vendría del ex-difunto amiguísimo del Otro, ése que al filo de sí mismo, lo tiene en el corazón del signo de contradicción recién regresado del letargo mortal, a un pelo del zombie jardin acosado por Magdalena miope, para la no del todo presente ocasión melenuda haitiana), salvo el candor cadavérico casi nada en común con Fideos Lazzaroni, exitosa empresa de Cochabamba (Bolivia), ni singular ni plural, mucho con el retén de larvas salidas de La embrujada, el folletín de Barbey d’Aurevilly consentido por Baudelaire y León de Greiff, semicosas que te fijan con pedregosa insistencia, sacos de cosas que te traspasan vaciándose muy cerca y demasiado lejos no para que llegues a saber (arribo incesante, por aquí no se llega), apostar a troche moche más bien sin asomo de preposiciones separables o inseparables comprometidas con trayectos, fines y afinidades de dudosa reputación militante cuando no militar, por lo cual cabría seguir preguntando: las citas, ¿salteadores armados de qué?

Metacuento, correspondiente a un carrusel de diapositivas encontradas y posteriormente modificadas. Claudia Salamanca (2018)

Pues también de pertrechos depende la redención del trecho transgeneracional, cómo no, si casi todo pende así y asá de la “cuerda” o waska en cuestión, ayawaska para el misterioso preceptor en extremo corriente, la que templa algún aya, “muerto” del lado presuntamente opuesto, sin constreñir sofocando, faltaría más, sino dando infinitamente más que lugar a una variante espiritual de la gimnasia rítmica conocida en España como “salto a la comba” donde y cuando el vuelco inminente [aprendizaje de tiro al Andantino de Schubert copulando en presente extendido con las habladurías por venir del uruguayo Alejandro Cesarco, quizás ahora mismo trastorno de trueno avispado y renuente terreno en que se traban y zigzaguean Eros tras Tánatos, interregno relampagueante de amor y polvo mercantil, por ende y allende lo que resalta el desvío de la picada de ojo a las siluetas del segmento O 2a, 1 entrevistas en La obra de los pasajes bajo el enunciado “Ritos de paso” serían restos de metamorfosis en suspenso, semicrescendo de “cambio, traspaso, mareas que el disfraz germánico lucido por un pastuso adoptivo expone al coqueteo carnavalesco de olas aflautadas en bosque de Thoreau: —“Finalmente, al igual que las figuras cambiantes de los sueños fluctúan sobre umbrales [über Schwellen], también lo hace el sube y baja del entretenimiento y del intercambio sexual del amor [das Auf und Nieder der Unterhaltung und der Geschlechterwandel der Liebe; esa oscilación en los rodeos que preceden al sexo en el amor]. (…) Las prostitutas, sin embargo, aman los umbrales de estas puertas oníricas. —Hay que distinguir con toda claridad el umbral del límite. El umbral es una zona. Cambio, traspaso, mareas están implicados en el término ‘umbralar’ [Wandel, Übergang, Fluten liegen im Worte ‘schwellen’; El término ‘umbralar’ implica cambio, transición, mareas; Los cambios, las transiciones y los flujos habitan el espacio del umbral], y la etimología no ha de pasar por alto estos significados. Por otra parte, es necesario indagar el contexto directamente arquitectónico y ceremonial que ha dado a esta palabra su significado. Arquitectura onírica” (Benjamin, 1982, pp. 617-618; trads. 495 y 795-796) por levantarse colgando se cierne y concierne a más no poder el pre-cepto desedificante, casi todo invita y gravita, oscila y vacila por lo cogido de antemano, undosa combinatoria telepática no necesariamente al son del Ahorcado marsellés, bailarín aéreo ufano del nudo de su wit, en antiguo alto alemán “soga” de nuevo, casi nada que ver o no ver con Witz, espesa broma freudiana, conste para no herir susceptibilidades reacias a las tradiciones populares de ultramar como si por el lado de allá no urgiera e insurgiera un Sur casi tan jodido como el de acá, desedificante y desdiciente ningún supremo dictado, a lo sumo verticalismo de Totalidad e Infinito, interperspectiva de Alieno y Altísimo dondequiera que “la dimensión misma de la altura está abierta por [est ouverte par] el deseo metafísico” (Lévinas, 1971, pp. 4-5; trad. 59), a pacto de acoger por cuenta relativamente nuestra el anhelo de todos los anhelos hasta la encarnación de lo metafísico en lo famélico capaz de reventar dicotomías de urna excelsa y vida en bruto mientras la mirada precipita por su cuenta y riesgo hacia una “animalidad” desafortunadamente comprometida con el imperio contranimista de la utilería promovida por los “malvados [méchants]” en reemplazo de las cosas vivas no digo después de haber levantado los ojos hacia la “noblesse” (Lévinas, 1971 pp. 4-5; trad. 59) que los empresarios humanistas atribuyen de manera exclusiva al linaje del ilustre Benvenuto sino casi al mismo tiempo y en el mismo lugar, ibídem wikipédicamente hablando y sin querer reivindicar aquí pasividades e inercias (demasiado obvias para no ser fingidas) de cosas, bestias, árboles, piedras y estrellas que de hecho viven e interpelan también por arte y parte de incubatio, ejercicio onírico favorecido por el sleeping bag del pellejo de algún irracional, Seidr para los escandinavos si fe toca prestar a cierto vademécum de hechicerías mujeriles del siglo antepasado (Maury, 1843, p. 61), habría que pensarlo, en todo caso flânerie sonambúlica a medias, abstraída o abstracta y preliminarmente discurriendo inmersa en condenadas pérdidas de tiempo a despecho del cálculo acumulativo por descuento de aquel presente que una colección de cuadernos corteses, sesudos y risueños considera “imperfecto”. Incondicionalmente hipotético. Lo que suele no entenderse y discriminarse como ensoñación gramatológica.

Fuego interior, de la serie Grafías del Espíritu. Javier Lasso (2013). Técnica mixta 123 x 80 cm.

Amén del horizonte imperativo a partir del que suelen distinguirse modo indicativo y condicional, antagonismo inseparable del augusto rendimiento, sin olvidar la reserva relativa al prefijo incorporado en redditio, redundancia inane de quien se atreva a proferir reddo o “vuelvo a dar” sin haber dado ni dicho nada, “Carne Caída” si acaso, “Fallen Flesh” para el Gran Diccionario Tzotzil de San Lorenzo de Zinacantán, entre tzotziles yalem bek’et, como quien dice entre “Gentes del Murciélago”, casi más que personas (tolérese la nebulosidad del suscrito, quien carece de conceptos y conceptáculos susceptibles de substraerse a la ipsocracia y a la vez bastante firmes para resguardar las eventuales responsabilidades de una identidad roncadora sin fu ni fa, fin en sí misma mucho menos), hipnorebeldes si el neologismo aguantase descalabros de lo igual excitados por una quimera entre las del montón, revoltosa pesadilla: —“Transformación demoníaca de una persona malvada. Se piensa que durante la noche deja su carne al pie de una cruz mientras su esqueleto vuela por ahí, matraqueando [rattling], chirriando y chorreando sangre. El contacto con esta sangre se considera fatal.” (Laughlin, 1975, p. 382 – voz yalem bek’et (1), frase substantivada).

Pineal, de la serie Grafías del Espíritu. Javier Lasso (2013). Técnica mixta, 200 x 60 cm.

Y mucho cuidado: si la terrible visión D227, perteneciente (por así decir) o correspondiente (otro indeciso decir) a una zinacanteca de ojos suspicaces y voz monótona, doña Mal Montisyo (transcripción fonética parcial) – ni tan de paso cabe mencionar los chismes del traficante de citas y apariciones: —“Más que cualquiera, Mal denegó sentido a los sueños particulares [denied meaning to particular dreams]. Los que pareció haber relatado más a gusto fueron sueños en que se destacaba por su rol chamanístico” (Laughlin, 1976, p. 61), sí señor, si la desdiciente epifanía nocturna de la vecinita no se contenta con entrecruzar los extremos de lo colgante y lo caído, lo de encima y lo de abajo, la envoltura y lo envuelto u otrora envuelto y amontonado, en suma y en resta algo que apenas aparenta ser vértice y base, piel y carne, pulpa y hueso, parte y todo en sus más o menos propios aunque requetraducidos términos: —“Tuve un sueño. Era una Carne Caída. Sí señor [Yes siree], eso era feo de verdad, colgando de la cruz. Lle-gué [I ca-me]. Parecía que yo había llegado [It seemed I had come]. / Pero había algo sobre la cruz. (…) / Estaba colgando ahí. Colgando. Colgando. La cosa entera estaba simplemente colgando ahí, pero su piel estaba en un montón sobre el piso, en la cumbre del frontón. [El esqueleto] estaba colgando ahí. [La carne] estaba en un montón sobre el piso, en un montón” (Laughlin, 1976, p. 73), sino que la abominación parece además cruzarse con la de D98, espanto de otra vecina aparentemente más esquiva que su tocaya, doña Mal Heronimo, cuyas ensoñaciones habrían afectado las cintas magnéticas del Instituto Smithsonian por intermedio de Sun Min (transcripción fonética lagunosa), el esposo que las habría consignado al recaudador competente, una en particular, la que confirma y exaspera con tintes sincréticos las paradojas de D227, a no saber: —“Pero ya ve no sé si aquello era esa Carne Caída o qué. Estaba col-gando ahí sobre la cruz. Tenía ropa puesta como ésa, pero quién sabe si, quién sabe si era su ropa. Probablemente era su carne. ¡Sí! / (…) Le zumbé2 una piedra [I threw a stone at it]. Estaba colgando sobre la cruz. Sus brazos estaban extendidos así. Sus brazos estaban extendidos hacia fuera así, extendidos afuera. Estaba col-gando. Su cabeza estaba incli-nada hacia un lado, así. (…) / Cuando miré, se había ido ahora. No estaba ahí. No estaba ahí. Estaba colgando sobre la cruz, ¡cómo no! Lo vi, pero eso probablemente era una bruja. Nos compran. Compran nuestras almas. Las compran. Las compran. Siempre escuchamos que compran nuestras almas. Lo vi una sola vez, por supuesto. Lo vi una vez, por supuesto. ¡Sí!” (Laughlin, 1976, p. 124)

Peor dicho, trasvisto y sobreoído entre todos y de una vez por todas sería otro modo de ser, cuerpo sin cuerpo, redentor crucificado y suicida perjuro, Cristo y Judas en uno y ninguno, en el menos aterrador de los casos a la altura y a la bajeza de osamentas, cartílagos y membranas de Mariano, anoréxico percusionista de Los Pellejos, camiseta llena de rotos sin género regando traqueteos de oscuridad solar, eclipses de astro vampiro entrevistos por lo menos desde Colombia hasta el Istmo, donde “es común la relación del Humano-Murciélago con la muerte en los colgantes de oro. Se muestra su cuerpo descarnado, mediante orificios rectangulares o circulares que lo hacen ver como un esqueleto” (Plazas, 35), eyaculaciones sangrientas de osteófono en cielo y frotes sedosos de maraca en puño no siempre incompatibles con el rigor mortis sugerido por el responsable de El duelo de los ángeles quizás maliciosamente interesado (como el otro diría “por falta de tiempo” ahora vendría a medio ser imposible siquiera aludir a la dimensión de la Bosheit, virtuosa “maldad” o “malicia” nietzscheana) en el sello del límite entre origen y suplemento, Bartra, quien sutiliza, retuerce y prolonga quilométricamente las extremidades superiores de la figura femenina plasmada por Pisano para el baptisterio del Duomo de Firenze, miembros de humito umbilical dispuestos al sacrificio de la volubilidad en aras de un acordonamiento efectista (foto de comparendo electrónico) sobrepuesto a la carretera erótica recorrida por Benjamin: —“‘(…) tiende los brazos hacia un fruto al que no puede acceder. Y sin embargo tiene alas. Nada es más cierto.’ ¿Qué es lo cierto? ¿Por qué el ángel de la esperanza no vuela para alcanzar el fruto deseado? Seguramente es la indecisión que lo paraliza… o los efectos del hachís. Sin embargo, en contraste con la espera tediosa, la duda estimula al flâneur a caminar sin rumbo. ¿Acaso Benjamin empuja al flâneur por la calle de un solo sentido del destino fatal? Es como si la vida fuese como una cuerda atada al árbol de la muerte” (Bartra, 2004, pp. 133-134), salobre regazo estrujado ni tan por otra parte, partida y arribo en la mira y a la mano del decrépito infante de siempre, en vez de Pfahl el traductor levanta su “poste” sin parar mientes ni bolas en curvas y lardos toda vez que “el tiovivo se convierte en un suelo inseguro. Y la madre reaparece, el bolardo tantas veces abordado [der vielfach gerammte Pfahl], en torno al cual el niño, al tocar tierra, enrolla la amarra de sus miradas” (Benjamin, 1980, p. 114; cfr. trad. 55), una, otra y ninguna vez inconclusa disponibilidad de la dama del muelle aparecida en su envanecer, escapatoria divina y atracadero aporético si el rayo arborescente parte, reparte y comparte otrosí vidas ajenas a las señales de tránsito fatídico, atada desatadura de culebrón acuático, donde y cuando la escamosa tortuosidad del desconstruir repercute en ir y venir callando a contrapelo del convencimiento de lo que se dijo y dejó por escrito entre sábanas arrugadas para menor ilustración y esperanzados acentos no menos enigmáticos que preciosos en conformidad con el semiólogo devoto de lo idéntico que pretenda arrimarse a un mal iluminado rincón de la “Ciudad onírica”, dudoso paradero de K2, a2 y ocasión del desplome y merodeo póstumos de Peyton Farquhar, miembro de una distinguida familia de Alabama en trance de bambolearse de una vez por todas sobre el puente de Owl Creek, no tan lejos y a mil leguas de su casa tal como el “campanilleo inconmensurablemente lejano o próximo; las dos cosas al tiempo” (Bierce, 1890, p. 17) que el condenado percibe al borde del fluctuante percance sin dejar de haber caído de una vez por ninguna entre las vivaces crestas de allá abajo, olas de las que podría haberse liberado hace rato el soto-sobreviviente, tan espumosas cuanto las muselinas de la amada hacia la que estira los brazos un instante antes u otro después de perder la consabida conciencia resaltando así su propia (de Benjamin no menos que de cualquier hipnoinsurgencia que se respete, narrada y narradora) entrega al vértigo del espaciamiento, menos propia que autoexpropiante, ritmo Auf und Nieder, “sube y baja” de trato amoroso destinerrante o clandestinado (ambas fórmulas no son mías) y contrato sexual perentorio cuando no victimario, para la ocasión al mismo desnivel bio-necrofílico de Antoine Joseph Wiertz, pintor belga atraído por las poco sucesivas etapas del viaje guillotinesco que algunos asocian con el percance de la “cabeza voladora” (los escépticos más prosaicos con la experiencia del cráneo fugado, como quien dijera sumiso a los hierros de una periodontóloga de la Clínica Marly, las quejas de la standard song secuestrada por un saxofón neocolonial sobre el andén de la carrera 13, justo en la puerta del burdel Forty Nine International Club, esta mañana, Fly me to the moon / and let me play among the stars, entre otras, y los informes de crónica roja regados por el aparato radiofónico del consultorio, hoy martes 19 de septiembre, hace un par de horas): —“Sobre el cuadro de Wiertz Pensamientos y visiones de una cabeza cortada y sobre su explicación. Lo primero que a uno le llama la atención en esta experiencia magnetopática es el tremendo vuelco [Volte] que sufre la conciencia en la muerte. ‘¡Cosa singular! La cabeza está aquí, debajo del cadalso, pero cree que se encuentra aún encima, formando parte del cuerpo y esperando aún el golpe que debe separarla del tronco’. A. J. Wiertz, Oeuvres littéraires, (1870, p. 492). Wiertz tiene la misma inspiración que Bierce en su tremendo relato del ahorcamiento del rebelde. En el instante de su muerte, experimenta éste la huida que le libera de sus verdugos.” (Benjamin, 1982, p. 496; trads. 398 y 635-636) Sí señor.

De la serie Estampas de la cordialidad. Jhon Benavides (2018). Dibujo sobre papel.

Por de más habría que fijarse en la “potencia de voltaje” que reemplazaría Volte, cambalache pendiente del acontecer magnetopático, siempre y cuando la diseminación de partículas paradójicas excite picos de lógicas no-binarias tocaría fijarse, cómo no, coherentes y realistas más que las otras, seamos francos, aunque sea ignorando a medias el viraje que desdice la fijeza justamente al inquirir por lo que avanza y no sobra de tanto claroscuro, esfumado y disolvencia desde el resbaloso momento en que el umbral niega la negación del límite, nada que ver con TIGO. DESLIMÍTATE ESTRENA Y LLEVA GRATIS EL SEGUNDO SMARTPHONE eso sí que no, ninguna rebaja semiocapitalista, todo que enceguecer en puntas y aspas de charcas eléctricas al pie de fangosas vallas publicitarias, molinos ya desconstruidos a lo largo y lo corto de “Se alquilan estas superficies” (Benjamin, 1980, pp. 131-132; trad. 71-72).

Sería aconsejable asimismo, detenerse tanteando los alcances comparativos que uno de los primeros antropólogos y filólogos profesionales dedicados al simbolismo onírico lacandón en 1975 quiso distinguir del que sería característico de los tzotziles, mayences de tierras altas cuyas peripecias nocturnas, a diferencia de las peninsulares, corresponderían a una “organizada y especializada profesión de chamanes” (Bruce, 1975, p. 30), pero acogiendo al mismo tiempo los términos empleados por Laughlin, nueve años antes y afirmando que “‘el valor profético de los sueños reforzado tanto por la elasticidad de la racionalización zinacanteca del sueño cuanto por el generoso límite de tiempo ofrecido al cumplimiento de la profecía’ es pertinente también para los lacandones” (Bruce, 1975,p. 33), factores terminológicos ordenables mediante las pinzas del caso, por más líquidas que resulten y sea dicho con todo el respeto no solo en lo que atañe a “racionalización” sino sobre todo respecto de “profecía” pues, aunque el abrupto desarrollo argumentativo procure atenuar resonancias bíblicas o fideístas, de todas formas y de tantas quimeras los cortísimos circuitos de la desterritorialización de las hipótesis que campañas publicitarias metropolitanas siempre más capilares y artistas periféricos siempre más pícaros se disputan a la sombra de tanto fenómeno pareidólico y apofénico, “modelos de articulación de heterogeneidades que surgen a partir de estímulos vagos, indiferentes, apenas reconocibles” (Salamanca, 2016, p. 19) ajenos a medios de transporte retórico como el otrora celebrado por Jakobson en contraste con la metonimia, sin excluir otros sentidos y ultrasentidos, a los ojos y a los oídos del lexicógrafo que desde 1959 se la pasó trocando la plata sonante y contante del Instituto Smithsonian por ensoñaciones más sonantes que contantes (en efecto la primera parte de su introducción al meticuloso inventario De maravillas salvajes y nuevas – Sueños de Zinacantán coincide con carambolas de réplicas que devalúan cuentos y cuentas de sujetos empoderados de sí mismos: —“Al zinacanteca que tenga algo que objetar respecto de las aventuras registradas a continuación puedo responder con toda seguridad que ‘estas visiones, ahora en inglés, son las invenciones de la locura de mi alma.’ Sin embargo, recordaré a mi inquisidor indio la sagacidad de su pueblo que podría sacar provecho [the canniness of his people who could make a profit] de la venta de sus sueños, pues ‘¿qué valor tiene un sueño comprado?’” – Laughlin, 1976, p. 1), al no concebirse como sacerdote el personaje que la mayoría de los investigadores apodan chamán y que en San Lorenzo interviene “mediante el rezo y, cuando necesario, el combate espiritual con las fuerzas del mal debajo de la superficie de la tierra”, al percibirlo más bien como h?ilol (simulacro de transcripción fonética) “vidente” o “visionario” por reconocerle la dignidad del defensor que “en una corte celestial puede reunir como evidencia los sueños de su paciente” (Laughlin, 1976, p. 5), casi no aguantaría la tentación de acoger los avances del caso, más litúrgicos que autorales, problemáticos escudos saltarines de caminos más leyentes que leídos porque si con k’in “fiesta” y “palabra ritual” se abrazan también en k’ak’al “sol”, “día y “palabra ritual” (Laughlin, 1975, p. 185 – voz k’ak’al n.), ardor de brujas “particularmente rampantes durante las fiestas [rampant on fiestas]” (Laughlin, 1975, p. 192 – voz k’in n.) donde y cuando se destacan cráneos aéreos de hk’us-?ak’aletik entre las más perdidas extremidades femeninas, a la letra “Masca-Brasas [Charcoal Crunchers]” siendo k’ak’et (1) “saludable, feliz, próspero” (Laughlin, 1975, p. 186 - v. afectivo), k’ak’et (2) “quemar” (Laughlin, posesión animada) y k’ak’et ?ak’al “ascua” (Laughlin, frase substantivada), habría entonces que darse la pena de aguardar la hoguera divina (eventualmente v. Mc XII, 48) aguantando el enlace de los élitros en rojo exultante con la uniforme negrura del cuerpo de la k’ak’al ?at, “avispa caza-tarántula”, Pepsis sp., letra por letra “picada quemante”, bichito al que se atribuyen “un aguijón muy doloroso y un sabor detestable, pretendido alimento de hombres deseosos de grandes erecciones capaces de causar mucho sufrimiento durante el coito” (Laughlin, 1975, p. 186 – voz k’ak’al ?at, frase substantivada), espécimen de mucho respeto otrosí en razón de los inquietantes matices del núcleo adjetivo, “caliente, saludable (persona) / de cachetes sonrosados [rosy-cheeked] / claramente, brillante. - k’ak’al svinah. Puede verse claramente. - k’ak’al hc’ul-me?tik. La luna es brillante. - Recomendaciones paternas a la novia: k’ak’al na k’ak’al k’ulebal sabat na?tik mi skuc avu?un. Vas hacia una morada de salud y bienestar, quién sabe si serás capaz de sobrevivir” (Laughlin, voz k’ak’al adj. – transcripciones fonéticas reincidentes en cascada), exuberancias saturadas de placer y sufrimiento, goces dolientes y apocalipsis orgásmicas, ligerezas carnavalescas y gravedades revoltosas con las que el compadre de las citas y cosas susodichas no se familiarizará nunca, máxime al reconsiderar un remedo de reacción a la pregunta por la naturaleza (si de naturaleza se trata) del arsenal de la multitud de atracadores larvales emergentes sobre el asfalto textual o proyecto de vida: hambre de armas más incandescentes que blancas y desesperado alarido anexo, íntimo vórtice de la constelación ni tan ad hoc, corazón de la pesadilla, herida de la esperanza insurgente ninguna vez por todas, cada vez todas las veces porque por supuesto y repuesto se precisa no confundir el encanto callejero del estremecimiento con las convulsiones de la secularización, pataletas que nadie quiere negar, “del dadaísmo al dataísmo, del Dadá al Big Data”, tumbos de “desconexión universal” y retumbos de “conexión coactiva” (Calasso, 2018, p. 72) aprovechados sin embargo para devolver las iluminaciones profanas al neceser del Homo saecularis y a los misterios traficables del semiototemismo toda vez que el presunto frescor psicotrópico justificaría una exacerbación del ya mencionado sarcasmo: —“Leer se vuelve un caso particular de la telepatía, el pensamiento una expansión de la ebriedad del hachís. Lo mismo le pasa a quien se encuentra a la espera o al flâneur o a quien sueña o a quien, habiendo digerido una droga, se vuelve un iluminado profano. La plegaria es otro nombre de la atención, en todos esos casos. De todo ello podría derivarse una conmoción que Benjamin condensó en una fórmula: ‘Ganar las fuerzas de la ebriedad para la revolución.’ Esta frase es la mayor contribución de Benjamin a cualquier forma de revolución” (Calasso, 2018, pp. 81-82) —valga la abrupta sentencia del atentísimo estudioso del hinduismo clásico que casi por otra parte parece rehuir resquicios irónicos al calificar la rasca psicotrópica de los devotos inducidos a instituir las movidas rituales necesarias para subsanar los estragos de la superpálida de Indra, acontista eléctrico desmembrado por abusar del soma, fuego líquido brutalmente extraído de la caleta del vientre de Tvastr, no en los bajos fondos de Marsella sino en las honduras del Rigveda: —“Desde entonces, los hombres han invocado los sorbos del soma añadiendo una discreta petición: ‘Como las guarniciones el carro, asimismo mantengáis unidos mis miembros’. Y no dejaban de precisar humildemente: ‘No permitan estos jugos que me parta una pierna y guárdenme de la parálisis’. Ebrios y precisos” (Calasso, 2010, p. 389), a no dudarlo, impecablemente achispados los oficiantes que no ha perdido de vista el evaluador de las contribuciones a los cambios revolucionarios de “cualquier forma” (sin rehuir por ende la rocambolesca pluralidad de Pachakutikuna susceptibles de diseminar cada modelo formal), juntamente con sus hermanas digitales, verbidesgracia los dedos que agarran trozos de rocas desdoblándolos impuntualmente, unos y otras agentes y pacientes tan cumplidos y borrachos cuanto el grâvastut o factor litúrgico de la grâvastuti, algo así como “alabanza de las piedras”, ventriloquia recíproca retro-adelantada por quien y aquello capaz de alborotar la parranda de pedruscos tras los tallos del soma destripado que otro atento estudioso del culto védico describe como “una especie de liana”, sin que falten motivos para considerar a Charles Malamoud como maestro de otras muchas plegarias aunque la poco presente coyuntura discursiva no favorezca merodeos a través de las ruinas del contraste entre los impromptus espartaquistas y la organización del partido por venir trayendo a cuento algún roce con las ofrendas lácteas de Glas (v. Derrida, 2002, p. 26 y p. 60, nota 3) y admitiendo que “la exhortación del grâvastut aplasta la secuencia de los acontecimientos” (Malamoud, 1994, p. 574) así como los danzarines orgiásticos “guijarros, rocas, montes, desempeñan un papel muy preciso en el sacrificio: sirven para aplastar los tallos de la planta llamada soma” (Malamoud, 1994, p. 571), de manera que la piedra en cuanto “imagen de la rigidez del sexo” e “instrumento del cálculo o por lo menos del juego sobre los números” (Malamoud, p. 572) se confirma y contradice al tiempo sin terminar, ni perseguir ni emprender la tarea del don animista gozosamente expropiado más allá del determinismo instrumental y de la modorra teleológica, tal como reza la 5ª estrofa del himno, crónica imposible del alarido bestial en juego y en baile: —“Águilas, han elevado su palabra hasta el cielo. Antílopes negras, han danzado con arrebato en su escondite. Se echan muy abajo para cumplir la cita [rendez-vous] con el guijarro de abajo. Han depuesto un esperma abundante, brillante como el sol.” (Malamoud, p. 576).

Luz y sombra de bolero sacrificial, en la indeterminable “detención mesiánica” y en las “tensiones” de la XVIIª Tesis sobre el concepto de historia toca enfocar el rojear del negro apunte estremecido por primera vez en 1934, no por nada devuelto a una sola hoja de distancia de las Imágenes que piensan intituladas “Una vez no es ninguna vez”: —“¿Este gentío aletargado acaso no espera [Erwartet nicht diese dumpfe Menge] una desgracia suficientemente grande como para sacar de su tensión la chispa [aus ihrer Spannung den Funken]; algún incendio o fin del mundo, cualquier cosa que transforme el sedoso murmullo de mil voces en un solo grito, al igual que una ráfaga de viento nos descubre el forro del abrigo? Pues el grito de pavor, el que produce el pánico, viene a ser el reverso de la fiesta masiva. El ligero escalofrío que recorre innumerables hombros lo desea.” (Benjamin, 1980b, p. 434; trad. 385).

Referencias

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  1. Se dará noticia de las traducciones no siempre en coincidencia con la opción efectivamente escogida.↩︎

  2. El traductor ha creído oportuno acudir al chusco modismo sureño que compromete una forma verbal no siempre involucrada con ademanes agresivos: —“Zumbar. Arrojar. Lanzar” (Héctor Bolaños, Diccionario pastuso, Arte Gráfico, Pasto, 1984). N. del E.↩︎

Resumencitarendez-vousquotationPalabras clave: Derrite y derrama, cuerda del muerto, umbrales, yalem bek’et, a no saber, gravâstuti.
ResumenPalabras clave: Melt and spill, rope of the dead, thresholds, yalem bek’et, unknowing, gravâstuti.
ResumenPalabras clave: Fondre et renverser, corde des morts, seuils, yalem bek’et, ne savoir, gravâstuti.
Resumenrendez-vouscitaPalabras clave: Derreter e derramar, corda dos mortos, limiares, yalem bek’et, não saber, gravâstuti.
ResumenPalabras clave: Iakuiachii i ichai, uaska uañuskapa, iaikudiru yalem bek et, mana iachai, gravatistu.

Vociferan bajo el efecto (del soma) que los embriaga y exalta, lanzando su grito hacia Indra. Así han hallado el dulce alimento. Sabiamente han enlazado a sus hermanas. Han danzado con ellas, haciendo resonar la tierra con sus pisoteos.

Rig Veda X 94 – Himno a las Piedras (4ª estrofa)

Confiando en el testimonio de diálogos a punto de llevarse a cabo y acontecidos hace mucho tiempo “entre las generaciones del presente y las del pasado”, las de Tiempo y emancipación – Mijaíl Bajtín y Walter Benjamin en la selva lacandona (Tischler, 2007, p. 7), debería admitirse de una vez (kuti en quechua, “vez”, “ocasión” y “polilla” a la vez y a la luz del caso, “cambio revolucionario” también si de Pacha se trata o pudiera tratar, bisílabo de vuelta, volta en mi lengua ya casi madrastra, “bóveda” otro sí) que si el abuso de menciones y tangentes de muertos y vivos delata la distracción de quien evita ir al grano cruento cuando no exhibe el aplomo del cliente de la feria de las ideas lo que resta de sí resulta traído a cuento menos por la vertiente de la filología que por el costado de una logofilia con tarjeta de crédito diamante, siempre que el granito casi en persona no se extravíe en vista y ceguera del pertinente reguero, desbandada de lector en alta y estatuaria definición de sí propio, abordado por citas más o menos escondidas y digresivas, excitaciones que valen por lo que vienen: como nunca será bien sabido el amante de Calle de dirección única las pinta como “salteadores de caminos que irrumpen armados para arrebatar la convicción que alberga el ocioso paseante” (Benjamin, 1980a, p. 138; trad. 781) donde y cuando no sobran migas de resultado en el morral epistémico, sombritas apenas, manchas sobre el caparazón del réptil que se las da de ninja, productos y beneficios ni de fundas ni de auras en presumible aproximación de flânerie, “vagancia” o “vagabundeo”, cosas de lazzaroni (el término iría y vendría del ex-difunto amiguísimo del Otro, ése que al filo de sí mismo, lo tiene en el corazón del signo de contradicción recién regresado del letargo mortal, a un pelo del zombie jardin acosado por Magdalena miope, para la no del todo presente ocasión melenuda haitiana), salvo el candor cadavérico casi nada en común con Fideos Lazzaroni, exitosa empresa de Cochabamba (Bolivia), ni singular ni plural, mucho con el retén de larvas salidas de La embrujada, el folletín de Barbey d’Aurevilly consentido por Baudelaire y León de Greiff, semicosas que te fijan con pedregosa insistencia, sacos de cosas que te traspasan vaciándose muy cerca y demasiado lejos no para que llegues a saber (arribo incesante, por aquí no se llega), apostar a troche moche más bien sin asomo de preposiciones separables o inseparables comprometidas con trayectos, fines y afinidades de dudosa reputación militante cuando no militar, por lo cual cabría seguir preguntando: las citas, ¿salteadores armados de qué?

Pues también de pertrechos depende la redención del trecho transgeneracional, cómo no, si casi todo pende así y asá de la “cuerda” o waska en cuestión, ayawaska para el misterioso preceptor en extremo corriente, la que templa algún aya, “muerto” del lado presuntamente opuesto, sin constreñir sofocando, faltaría más, sino dando infinitamente más que lugar a una variante espiritual de la gimnasia rítmica conocida en España como “salto a la comba” donde y cuando el vuelco inminente [aprendizaje de tiro al Andantino de Schubert copulando en presente extendido con las habladurías por venir del uruguayo Alejandro Cesarco, quizás ahora mismo trastorno de trueno avispado y renuente terreno en que se traban y zigzaguean Eros tras Tánatos, interregno relampagueante de amor y polvo mercantil, por ende y allende lo que resalta el desvío de la picada de ojo a las siluetas del segmento O 2a, 1 entrevistas en La obra de los pasajes bajo el enunciado “Ritos de paso” serían restos de metamorfosis en suspenso, semicrescendo de “cambio, traspaso, mareas que el disfraz germánico lucido por un pastuso adoptivo expone al coqueteo carnavalesco de olas aflautadas en bosque de Thoreau: —“Finalmente, al igual que las figuras cambiantes de los sueños fluctúan sobre umbrales [über Schwellen], también lo hace el sube y baja del entretenimiento y del intercambio sexual del amor [das Auf und Nieder der Unterhaltung und der Geschlechterwandel der Liebe; esa oscilación en los rodeos que preceden al sexo en el amor]. (…) Las prostitutas, sin embargo, aman los umbrales de estas puertas oníricas. —Hay que distinguir con toda claridad el umbral del límite. El umbral es una zona. Cambio, traspaso, mareas están implicados en el término ‘umbralar’ [Wandel, Übergang, Fluten liegen im Worte ‘schwellen’; El término ‘umbralar’ implica cambio, transición, mareas; Los cambios, las transiciones y los flujos habitan el espacio del umbral], y la etimología no ha de pasar por alto estos significados. Por otra parte, es necesario indagar el contexto directamente arquitectónico y ceremonial que ha dado a esta palabra su significado. Arquitectura onírica” (Benjamin, 1982, pp. 617-618; trads. 495 y 795-796) por levantarse colgando se cierne y concierne a más no poder el pre-cepto desedificante, casi todo invita y gravita, oscila y vacila por lo cogido de antemano, undosa combinatoria telepática no necesariamente al son del Ahorcado marsellés, bailarín aéreo ufano del nudo de su wit, en antiguo alto alemán “soga” de nuevo, casi nada que ver o no ver con Witz, espesa broma freudiana, conste para no herir susceptibilidades reacias a las tradiciones populares de ultramar como si por el lado de allá no urgiera e insurgiera un Sur casi tan jodido como el de acá, desedificante y desdiciente ningún supremo dictado, a lo sumo verticalismo de Totalidad e Infinito, interperspectiva de Alieno y Altísimo dondequiera que “la dimensión misma de la altura está abierta por [est ouverte par] el deseo metafísico” (Lévinas, 1971, pp. 4-5; trad. 59), a pacto de acoger por cuenta relativamente nuestra el anhelo de todos los anhelos hasta la encarnación de lo metafísico en lo famélico capaz de reventar dicotomías de urna excelsa y vida en bruto mientras la mirada precipita por su cuenta y riesgo hacia una “animalidad” desafortunadamente comprometida con el imperio contranimista de la utilería promovida por los “malvados [méchants]” en reemplazo de las cosas vivas no digo después de haber levantado los ojos hacia la “noblesse” (Lévinas, 1971 pp. 4-5; trad. 59) que los empresarios humanistas atribuyen de manera exclusiva al linaje del ilustre Benvenuto sino casi al mismo tiempo y en el mismo lugar, ibídem wikipédicamente hablando y sin querer reivindicar aquí pasividades e inercias (demasiado obvias para no ser fingidas) de cosas, bestias, árboles, piedras y estrellas que de hecho viven e interpelan también por arte y parte de incubatio, ejercicio onírico favorecido por el sleeping bag del pellejo de algún irracional, Seidr para los escandinavos si fe toca prestar a cierto vademécum de hechicerías mujeriles del siglo antepasado (Maury, 1843, p. 61), habría que pensarlo, en todo caso flânerie sonambúlica a medias, abstraída o abstracta y preliminarmente discurriendo inmersa en condenadas pérdidas de tiempo a despecho del cálculo acumulativo por descuento de aquel presente que una colección de cuadernos corteses, sesudos y risueños considera “imperfecto”. Incondicionalmente hipotético. Lo que suele no entenderse y discriminarse como ensoñación gramatológica.

Amén del horizonte imperativo a partir del que suelen distinguirse modo indicativo y condicional, antagonismo inseparable del augusto rendimiento, sin olvidar la reserva relativa al prefijo incorporado en redditio, redundancia inane de quien se atreva a proferir reddo o “vuelvo a dar” sin haber dado ni dicho nada, “Carne Caída” si acaso, “Fallen Flesh” para el Gran Diccionario Tzotzil de San Lorenzo de Zinacantán, entre tzotziles yalem bek’et, como quien dice entre “Gentes del Murciélago”, casi más que personas (tolérese la nebulosidad del suscrito, quien carece de conceptos y conceptáculos susceptibles de substraerse a la ipsocracia y a la vez bastante firmes para resguardar las eventuales responsabilidades de una identidad roncadora sin fu ni fa, fin en sí misma mucho menos), hipnorebeldes si el neologismo aguantase descalabros de lo igual excitados por una quimera entre las del montón, revoltosa pesadilla: —“Transformación demoníaca de una persona malvada. Se piensa que durante la noche deja su carne al pie de una cruz mientras su esqueleto vuela por ahí, matraqueando [rattling], chirriando y chorreando sangre. El contacto con esta sangre se considera fatal.” (Laughlin, 1975, p. 382 – voz yalem bek’et (1), frase substantivada).

Y mucho cuidado: si la terrible visión D227, perteneciente (por así decir) o correspondiente (otro indeciso decir) a una zinacanteca de ojos suspicaces y voz monótona, doña Mal Montisyo (transcripción fonética parcial) – ni tan de paso cabe mencionar los chismes del traficante de citas y apariciones: —“Más que cualquiera, Mal denegó sentido a los sueños particulares [denied meaning to particular dreams]. Los que pareció haber relatado más a gusto fueron sueños en que se destacaba por su rol chamanístico” (Laughlin, 1976, p. 61), sí señor, si la desdiciente epifanía nocturna de la vecinita no se contenta con entrecruzar los extremos de lo colgante y lo caído, lo de encima y lo de abajo, la envoltura y lo envuelto u otrora envuelto y amontonado, en suma y en resta algo que apenas aparenta ser vértice y base, piel y carne, pulpa y hueso, parte y todo en sus más o menos propios aunque requetraducidos términos: —“Tuve un sueño. Era una Carne Caída. Sí señor [Yes siree], eso era feo de verdad, colgando de la cruz. Lle-gué [I ca-me]. Parecía que yo había llegado [It seemed I had come]. / Pero había algo sobre la cruz. (…) / Estaba colgando ahí. Colgando. Colgando. La cosa entera estaba simplemente colgando ahí, pero su piel estaba en un montón sobre el piso, en la cumbre del frontón. [El esqueleto] estaba colgando ahí. [La carne] estaba en un montón sobre el piso, en un montón” (Laughlin, 1976, p. 73), sino que la abominación parece además cruzarse con la de D98, espanto de otra vecina aparentemente más esquiva que su tocaya, doña Mal Heronimo, cuyas ensoñaciones habrían afectado las cintas magnéticas del Instituto Smithsonian por intermedio de Sun Min (transcripción fonética lagunosa), el esposo que las habría consignado al recaudador competente, una en particular, la que confirma y exaspera con tintes sincréticos las paradojas de D227, a no saber: —“Pero ya ve no sé si aquello era esa Carne Caída o qué. Estaba col-gando ahí sobre la cruz. Tenía ropa puesta como ésa, pero quién sabe si, quién sabe si era su ropa. Probablemente era su carne. ¡Sí! / (…) Le zumbé2 una piedra [I threw a stone at it]. Estaba colgando sobre la cruz. Sus brazos estaban extendidos así. Sus brazos estaban extendidos hacia fuera así, extendidos afuera. Estaba col-gando. Su cabeza estaba incli-nada hacia un lado, así. (…) / Cuando miré, se había ido ahora. No estaba ahí. No estaba ahí. Estaba colgando sobre la cruz, ¡cómo no! Lo vi, pero eso probablemente era una bruja. Nos compran. Compran nuestras almas. Las compran. Las compran. Siempre escuchamos que compran nuestras almas. Lo vi una sola vez, por supuesto. Lo vi una vez, por supuesto. ¡Sí!” (Laughlin, 1976, p. 124)

Peor dicho, trasvisto y sobreoído entre todos y de una vez por todas sería otro modo de ser, cuerpo sin cuerpo, redentor crucificado y suicida perjuro, Cristo y Judas en uno y ninguno, en el menos aterrador de los casos a la altura y a la bajeza de osamentas, cartílagos y membranas de Mariano, anoréxico percusionista de Los Pellejos, camiseta llena de rotos sin género regando traqueteos de oscuridad solar, eclipses de astro vampiro entrevistos por lo menos desde Colombia hasta el Istmo, donde “es común la relación del Humano-Murciélago con la muerte en los colgantes de oro. Se muestra su cuerpo descarnado, mediante orificios rectangulares o circulares que lo hacen ver como un esqueleto” (Plazas, 35), eyaculaciones sangrientas de osteófono en cielo y frotes sedosos de maraca en puño no siempre incompatibles con el rigor mortis sugerido por el responsable de El duelo de los ángeles quizás maliciosamente interesado (como el otro diría “por falta de tiempo” ahora vendría a medio ser imposible siquiera aludir a la dimensión de la Bosheit, virtuosa “maldad” o “malicia” nietzscheana) en el sello del límite entre origen y suplemento, Bartra, quien sutiliza, retuerce y prolonga quilométricamente las extremidades superiores de la figura femenina plasmada por Pisano para el baptisterio del Duomo de Firenze, miembros de humito umbilical dispuestos al sacrificio de la volubilidad en aras de un acordonamiento efectista (foto de comparendo electrónico) sobrepuesto a la carretera erótica recorrida por Benjamin: —“‘(…) tiende los brazos hacia un fruto al que no puede acceder. Y sin embargo tiene alas. Nada es más cierto.’ ¿Qué es lo cierto? ¿Por qué el ángel de la esperanza no vuela para alcanzar el fruto deseado? Seguramente es la indecisión que lo paraliza… o los efectos del hachís. Sin embargo, en contraste con la espera tediosa, la duda estimula al flâneur a caminar sin rumbo. ¿Acaso Benjamin empuja al flâneur por la calle de un solo sentido del destino fatal? Es como si la vida fuese como una cuerda atada al árbol de la muerte” (Bartra, 2004, pp. 133-134), salobre regazo estrujado ni tan por otra parte, partida y arribo en la mira y a la mano del decrépito infante de siempre, en vez de Pfahl el traductor levanta su “poste” sin parar mientes ni bolas en curvas y lardos toda vez que “el tiovivo se convierte en un suelo inseguro. Y la madre reaparece, el bolardo tantas veces abordado [der vielfach gerammte Pfahl], en torno al cual el niño, al tocar tierra, enrolla la amarra de sus miradas” (Benjamin, 1980, p. 114; cfr. trad. 55), una, otra y ninguna vez inconclusa disponibilidad de la dama del muelle aparecida en su envanecer, escapatoria divina y atracadero aporético si el rayo arborescente parte, reparte y comparte otrosí vidas ajenas a las señales de tránsito fatídico, atada desatadura de culebrón acuático, donde y cuando la escamosa tortuosidad del desconstruir repercute en ir y venir callando a contrapelo del convencimiento de lo que se dijo y dejó por escrito entre sábanas arrugadas para menor ilustración y esperanzados acentos no menos enigmáticos que preciosos en conformidad con el semiólogo devoto de lo idéntico que pretenda arrimarse a un mal iluminado rincón de la “Ciudad onírica”, dudoso paradero de K2, a2 y ocasión del desplome y merodeo póstumos de Peyton Farquhar, miembro de una distinguida familia de Alabama en trance de bambolearse de una vez por todas sobre el puente de Owl Creek, no tan lejos y a mil leguas de su casa tal como el “campanilleo inconmensurablemente lejano o próximo; las dos cosas al tiempo” (Bierce, 1890, p. 17) que el condenado percibe al borde del fluctuante percance sin dejar de haber caído de una vez por ninguna entre las vivaces crestas de allá abajo, olas de las que podría haberse liberado hace rato el soto-sobreviviente, tan espumosas cuanto las muselinas de la amada hacia la que estira los brazos un instante antes u otro después de perder la consabida conciencia resaltando así su propia (de Benjamin no menos que de cualquier hipnoinsurgencia que se respete, narrada y narradora) entrega al vértigo del espaciamiento, menos propia que autoexpropiante, ritmo Auf und Nieder, “sube y baja” de trato amoroso destinerrante o clandestinado (ambas fórmulas no son mías) y contrato sexual perentorio cuando no victimario, para la ocasión al mismo desnivel bio-necrofílico de Antoine Joseph Wiertz, pintor belga atraído por las poco sucesivas etapas del viaje guillotinesco que algunos asocian con el percance de la “cabeza voladora” (los escépticos más prosaicos con la experiencia del cráneo fugado, como quien dijera sumiso a los hierros de una periodontóloga de la Clínica Marly, las quejas de la standard song secuestrada por un saxofón neocolonial sobre el andén de la carrera 13, justo en la puerta del burdel Forty Nine International Club, esta mañana, Fly me to the moon / and let me play among the stars, entre otras, y los informes de crónica roja regados por el aparato radiofónico del consultorio, hoy martes 19 de septiembre, hace un par de horas): —“Sobre el cuadro de Wiertz Pensamientos y visiones de una cabeza cortada y sobre su explicación. Lo primero que a uno le llama la atención en esta experiencia magnetopática es el tremendo vuelco [Volte] que sufre la conciencia en la muerte. ‘¡Cosa singular! La cabeza está aquí, debajo del cadalso, pero cree que se encuentra aún encima, formando parte del cuerpo y esperando aún el golpe que debe separarla del tronco’. A. J. Wiertz, Oeuvres littéraires, (1870, p. 492). Wiertz tiene la misma inspiración que Bierce en su tremendo relato del ahorcamiento del rebelde. En el instante de su muerte, experimenta éste la huida que le libera de sus verdugos.” (Benjamin, 1982, p. 496; trads. 398 y 635-636) Sí señor.

Por de más habría que fijarse en la “potencia de voltaje” que reemplazaría Volte, cambalache pendiente del acontecer magnetopático, siempre y cuando la diseminación de partículas paradójicas excite picos de lógicas no-binarias tocaría fijarse, cómo no, coherentes y realistas más que las otras, seamos francos, aunque sea ignorando a medias el viraje que desdice la fijeza justamente al inquirir por lo que avanza y no sobra de tanto claroscuro, esfumado y disolvencia desde el resbaloso momento en que el umbral niega la negación del límite, nada que ver con TIGO. DESLIMÍTATE ESTRENA Y LLEVA GRATIS EL SEGUNDO SMARTPHONE eso sí que no, ninguna rebaja semiocapitalista, todo que enceguecer en puntas y aspas de charcas eléctricas al pie de fangosas vallas publicitarias, molinos ya desconstruidos a lo largo y lo corto de “Se alquilan estas superficies” (Benjamin, 1980, pp. 131-132; trad. 71-72).

Sería aconsejable asimismo, detenerse tanteando los alcances comparativos que uno de los primeros antropólogos y filólogos profesionales dedicados al simbolismo onírico lacandón en 1975 quiso distinguir del que sería característico de los tzotziles, mayences de tierras altas cuyas peripecias nocturnas, a diferencia de las peninsulares, corresponderían a una “organizada y especializada profesión de chamanes” (Bruce, 1975, p. 30), pero acogiendo al mismo tiempo los términos empleados por Laughlin, nueve años antes y afirmando que “‘el valor profético de los sueños reforzado tanto por la elasticidad de la racionalización zinacanteca del sueño cuanto por el generoso límite de tiempo ofrecido al cumplimiento de la profecía’ es pertinente también para los lacandones” (Bruce, 1975,p. 33), factores terminológicos ordenables mediante las pinzas del caso, por más líquidas que resulten y sea dicho con todo el respeto no solo en lo que atañe a “racionalización” sino sobre todo respecto de “profecía” pues, aunque el abrupto desarrollo argumentativo procure atenuar resonancias bíblicas o fideístas, de todas formas y de tantas quimeras los cortísimos circuitos de la desterritorialización de las hipótesis que campañas publicitarias metropolitanas siempre más capilares y artistas periféricos siempre más pícaros se disputan a la sombra de tanto fenómeno pareidólico y apofénico, “modelos de articulación de heterogeneidades que surgen a partir de estímulos vagos, indiferentes, apenas reconocibles” (Salamanca, 2016, p. 19) ajenos a medios de transporte retórico como el otrora celebrado por Jakobson en contraste con la metonimia, sin excluir otros sentidos y ultrasentidos, a los ojos y a los oídos del lexicógrafo que desde 1959 se la pasó trocando la plata sonante y contante del Instituto Smithsonian por ensoñaciones más sonantes que contantes (en efecto la primera parte de su introducción al meticuloso inventario De maravillas salvajes y nuevas – Sueños de Zinacantán coincide con carambolas de réplicas que devalúan cuentos y cuentas de sujetos empoderados de sí mismos: —“Al zinacanteca que tenga algo que objetar respecto de las aventuras registradas a continuación puedo responder con toda seguridad que ‘estas visiones, ahora en inglés, son las invenciones de la locura de mi alma.’ Sin embargo, recordaré a mi inquisidor indio la sagacidad de su pueblo que podría sacar provecho [the canniness of his people who could make a profit] de la venta de sus sueños, pues ‘¿qué valor tiene un sueño comprado?’” – Laughlin, 1976, p. 1), al no concebirse como sacerdote el personaje que la mayoría de los investigadores apodan chamán y que en San Lorenzo interviene “mediante el rezo y, cuando necesario, el combate espiritual con las fuerzas del mal debajo de la superficie de la tierra”, al percibirlo más bien como h?ilol (simulacro de transcripción fonética) “vidente” o “visionario” por reconocerle la dignidad del defensor que “en una corte celestial puede reunir como evidencia los sueños de su paciente” (Laughlin, 1976, p. 5), casi no aguantaría la tentación de acoger los avances del caso, más litúrgicos que autorales, problemáticos escudos saltarines de caminos más leyentes que leídos porque si con k’in “fiesta” y “palabra ritual” se abrazan también en k’ak’al “sol”, “día y “palabra ritual” (Laughlin, 1975, p. 185 – voz k’ak’al n.), ardor de brujas “particularmente rampantes durante las fiestas [rampant on fiestas]” (Laughlin, 1975, p. 192 – voz k’in n.) donde y cuando se destacan cráneos aéreos de hk’us-?ak’aletik entre las más perdidas extremidades femeninas, a la letra “Masca-Brasas [Charcoal Crunchers]” siendo k’ak’et (1) “saludable, feliz, próspero” (Laughlin, 1975, p. 186 - v. afectivo), k’ak’et (2) “quemar” (Laughlin, posesión animada) y k’ak’et ?ak’al “ascua” (Laughlin, frase substantivada), habría entonces que darse la pena de aguardar la hoguera divina (eventualmente v. Mc XII, 48) aguantando el enlace de los élitros en rojo exultante con la uniforme negrura del cuerpo de la k’ak’al ?at, “avispa caza-tarántula”, Pepsis sp., letra por letra “picada quemante”, bichito al que se atribuyen “un aguijón muy doloroso y un sabor detestable, pretendido alimento de hombres deseosos de grandes erecciones capaces de causar mucho sufrimiento durante el coito” (Laughlin, 1975, p. 186 – voz k’ak’al ?at, frase substantivada), espécimen de mucho respeto otrosí en razón de los inquietantes matices del núcleo adjetivo, “caliente, saludable (persona) / de cachetes sonrosados [rosy-cheeked] / claramente, brillante. - k’ak’al svinah. Puede verse claramente. - k’ak’al hc’ul-me?tik. La luna es brillante. - Recomendaciones paternas a la novia: k’ak’al na k’ak’al k’ulebal sabat na?tik mi skuc avu?un. Vas hacia una morada de salud y bienestar, quién sabe si serás capaz de sobrevivir” (Laughlin, voz k’ak’al adj. – transcripciones fonéticas reincidentes en cascada), exuberancias saturadas de placer y sufrimiento, goces dolientes y apocalipsis orgásmicas, ligerezas carnavalescas y gravedades revoltosas con las que el compadre de las citas y cosas susodichas no se familiarizará nunca, máxime al reconsiderar un remedo de reacción a la pregunta por la naturaleza (si de naturaleza se trata) del arsenal de la multitud de atracadores larvales emergentes sobre el asfalto textual o proyecto de vida: hambre de armas más incandescentes que blancas y desesperado alarido anexo, íntimo vórtice de la constelación ni tan ad hoc, corazón de la pesadilla, herida de la esperanza insurgente ninguna vez por todas, cada vez todas las veces porque por supuesto y repuesto se precisa no confundir el encanto callejero del estremecimiento con las convulsiones de la secularización, pataletas que nadie quiere negar, “del dadaísmo al dataísmo, del Dadá al Big Data”, tumbos de “desconexión universal” y retumbos de “conexión coactiva” (Calasso, 2018, p. 72) aprovechados sin embargo para devolver las iluminaciones profanas al neceser del Homo saecularis y a los misterios traficables del semiototemismo toda vez que el presunto frescor psicotrópico justificaría una exacerbación del ya mencionado sarcasmo: —“Leer se vuelve un caso particular de la telepatía, el pensamiento una expansión de la ebriedad del hachís. Lo mismo le pasa a quien se encuentra a la espera o al flâneur o a quien sueña o a quien, habiendo digerido una droga, se vuelve un iluminado profano. La plegaria es otro nombre de la atención, en todos esos casos. De todo ello podría derivarse una conmoción que Benjamin condensó en una fórmula: ‘Ganar las fuerzas de la ebriedad para la revolución.’ Esta frase es la mayor contribución de Benjamin a cualquier forma de revolución” (Calasso, 2018, pp. 81-82) —valga la abrupta sentencia del atentísimo estudioso del hinduismo clásico que casi por otra parte parece rehuir resquicios irónicos al calificar la rasca psicotrópica de los devotos inducidos a instituir las movidas rituales necesarias para subsanar los estragos de la superpálida de Indra, acontista eléctrico desmembrado por abusar del soma, fuego líquido brutalmente extraído de la caleta del vientre de Tvastr, no en los bajos fondos de Marsella sino en las honduras del Rigveda: —“Desde entonces, los hombres han invocado los sorbos del soma añadiendo una discreta petición: ‘Como las guarniciones el carro, asimismo mantengáis unidos mis miembros’. Y no dejaban de precisar humildemente: ‘No permitan estos jugos que me parta una pierna y guárdenme de la parálisis’. Ebrios y precisos” (Calasso, 2010, p. 389), a no dudarlo, impecablemente achispados los oficiantes que no ha perdido de vista el evaluador de las contribuciones a los cambios revolucionarios de “cualquier forma” (sin rehuir por ende la rocambolesca pluralidad de Pachakutikuna susceptibles de diseminar cada modelo formal), juntamente con sus hermanas digitales, verbidesgracia los dedos que agarran trozos de rocas desdoblándolos impuntualmente, unos y otras agentes y pacientes tan cumplidos y borrachos cuanto el grâvastut o factor litúrgico de la grâvastuti, algo así como “alabanza de las piedras”, ventriloquia recíproca retro-adelantada por quien y aquello capaz de alborotar la parranda de pedruscos tras los tallos del soma destripado que otro atento estudioso del culto védico describe como “una especie de liana”, sin que falten motivos para considerar a Charles Malamoud como maestro de otras muchas plegarias aunque la poco presente coyuntura discursiva no favorezca merodeos a través de las ruinas del contraste entre los impromptus espartaquistas y la organización del partido por venir trayendo a cuento algún roce con las ofrendas lácteas de Glas (v. Derrida, 2002, p. 26 y p. 60, nota 3) y admitiendo que “la exhortación del grâvastut aplasta la secuencia de los acontecimientos” (Malamoud, 1994, p. 574) así como los danzarines orgiásticos “guijarros, rocas, montes, desempeñan un papel muy preciso en el sacrificio: sirven para aplastar los tallos de la planta llamada soma” (Malamoud, 1994, p. 571), de manera que la piedra en cuanto “imagen de la rigidez del sexo” e “instrumento del cálculo o por lo menos del juego sobre los números” (Malamoud, p. 572) se confirma y contradice al tiempo sin terminar, ni perseguir ni emprender la tarea del don animista gozosamente expropiado más allá del determinismo instrumental y de la modorra teleológica, tal como reza la 5ª estrofa del himno, crónica imposible del alarido bestial en juego y en baile: —“Águilas, han elevado su palabra hasta el cielo. Antílopes negras, han danzado con arrebato en su escondite. Se echan muy abajo para cumplir la cita [rendez-vous] con el guijarro de abajo. Han depuesto un esperma abundante, brillante como el sol.” (Malamoud, p. 576).

Luz y sombra de bolero sacrificial, en la indeterminable “detención mesiánica” y en las “tensiones” de la XVIIª Tesis sobre el concepto de historia toca enfocar el rojear del negro apunte estremecido por primera vez en 1934, no por nada devuelto a una sola hoja de distancia de las Imágenes que piensan intituladas “Una vez no es ninguna vez”: —“¿Este gentío aletargado acaso no espera [Erwartet nicht diese dumpfe Menge] una desgracia suficientemente grande como para sacar de su tensión la chispa [aus ihrer Spannung den Funken]; algún incendio o fin del mundo, cualquier cosa que transforme el sedoso murmullo de mil voces en un solo grito, al igual que una ráfaga de viento nos descubre el forro del abrigo? Pues el grito de pavor, el que produce el pánico, viene a ser el reverso de la fiesta masiva. El ligero escalofrío que recorre innumerables hombros lo desea.” (Benjamin, 1980b, p. 434; trad. 385).

Referencias

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Se dará noticia de las traducciones no siempre en coincidencia con la opción efectivamente escogida.

El traductor ha creído oportuno acudir al chusco modismo sureño que compromete una forma verbal no siempre involucrada con ademanes agresivos: —“Zumbar. Arrojar. Lanzar” (Héctor Bolaños, Diccionario pastuso, Arte Gráfico, Pasto, 1984). N. del E.

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