DOI:
https://doi.org/10.14483/25009311.15695Publicado:
2020-01-02Número:
Vol. 6 Núm. 8 (2020): enero-junio de 2020Sección:
Sección CentralLa colonialidad del poder y la búsqueda de lo nacional: Mestizaje y eugenesia, el caso de dos novelas colombianas
The Coloniality of Power and the Search for a National Identity: Miscegenation and Eugenics, the Case of two Colombian Novels
A colonialidade do poder e a busca do nacional: Mestiçagem e eugenia, o caso de dois romances colombianos
Palabras clave:
Colonialidade do poder, eugenia, pureza de sangue, modernismo, modernização (pt).Palabras clave:
Coloniality of power, eugenics, blood purity, modernism, modernization (en).Palabras clave:
Colonialidad del poder, eugenesia, pureza de sangre, modernismo, modernización (es).Descargas
Referencias
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La colonialidad del poder y la búsqueda de lo nacional: Mestizaje y eugenesia, el caso de dos novelas colombianas
The Coloniality of Power and the Search for a National Identity: Miscegenation and Eugenics, the Case of two Colombian Novels
La colonialité du pouvoir et la recherche d'une identité nationale: métissage et eugénisme, le cas de deux romans colombiens
A colonialidade do poder e a busca do nacional: Mestiçagem e eugenia, o caso de dois romances colombianos
Estudios Artísticos
Universidad Distrital Francisco José de Caldas, Colombia
ISSN: 2500-6975
ISSN-e: 2500-9311
Periodicidad: Semestral
vol. 6, núm. 8, 2020
Recepción: 07 Septiembre 2019
Aprobación: 20 Octubre 2019
Resumen: En este texto se pretende abordar el problema de la colonialidad del poder como clasificación social, a partir de la idea de eugenesia como proyecto de conformación de lo nacional en Colombia en la segunda mitad del siglo XIX y cómo es posible observar su representación en el campo de la literatura. Desde esta perspectiva, la idea de la conformación de la nación durante el siglo XIX estuvo marcada por dos visiones de mundo evidentes: el mestizaje, como posible forma de unificar la idea de lo nacional; y en la segunda mitad del siglo, un cierto perfeccionamiento de la raza a partir dela blancura o limpieza de la sangre; puesto que, según Quijano (2000), “el color de la piel fue definido como la marca diferencial más significativa, entre los dominantes/superiores o “europeos”, de un lado, y el conjunto de los dominados/inferiores “no europeos”, del otro lado”.
Palabras clave: Colonialidad del poder, eugenesia, pureza de sangre, modernismo, modernización .
Abstract: This text aims to address the problem of the colo- niality of power as a social classification, based on the idea of eugenics as a project for the confor- mation of a national identity in Colombia during the second half of the XIXth century, and how it is possible to observe its representation in the field of literature. From this perspective the idea of nation-building during that century was marked by two obvious worldviews: miscegenation, as a possible way of unifying the idea of a national identity; and in the second half of the century, a certain improvement of race from the idea of whiteness or purity of blood. The latter due, according to Quijano (2000), to the fact that skin color was defined as the most significant differentiating mark between the dominant / superior or "European", on the one hand, and the whole of the dominated / inferior or "non-European", on the other.
Keywords: Coloniality of power, eugenics, blood purity, modernism, modernization.
Résumé: Ce texte vise à aborder le problème de la colonialité du pouvoir en tant que classification sociale, á partir de l'idée de l'eugénisme en tant que projet de transformation d'une identité nationale en Colombie au cours de la seconde moitié du XIXe siècle, et sur les moyens d’observer sa représenta- tion dans le domaine de la littérature. De ce point de vue, l'idée de la conformation de la nation au cours de ce siècle a été marquée par deux visions du monde évidentes : le métissage, en tant que moyen possible d'unifier la notion d'identité nationale ; et dans la seconde moitié du siècle, une cer- taine amélioration de la race par rapport à la notion de blancheur ou de pureté du sang. Ce dernier est dû, selon Quijano, au fait que la couleur de la peau était la marque de différenciation la plus significa- tive entre le dominant / supérieur ou le "européen", d’une part, et l’ensemble des dominants / inférieurs ou "non européens", de l'autre.
Mots clés: Colonialité du pouvoir , eugénisme , pureté du sang , modernisme , modernisation.
Resumo: Neste texto se pretende abordar o problema da colonialidade do poder como classificação social, a partir da ideia de eugenia como projeto de con- formação do nacional na Colômbia na segunda metade do século XIX, e como é possível observar sua representação no campo da literatura. A partir desta perspectiva a ideia da conformação da nação durante o século XIX esteve marcada por duas visões de mundo evidentes: a mestiçagem, como possível forma de unificar a ideia do nacional; e na segunda metade do século, um certo aperfeiçoamento da raça a partir da ideia de brancura ou limpeza do sangue. Isto, devido ao fato que, segundo Quijano, a cor da pele foi definida como a marca diferencial mais significativa entre os dominantes/superiores ou “europeus”, de um lado, e o conjunto dos dominados/inferiores “não europeus”, do outro lado.
Palavras-chave: Colonialidade do poder, eugenia, pureza de san- gue, modernismo, modernização.
Obertura
En este artículo se pretende abordar el problema de la colonialidad del poder como: “la imposición de una clasificación racial/étnica de la población del mundo como piedra angular de dicho patrón de poder… que …opera cada uno de los planos, ámbitos y dimensiones, materiales y subjetivas, de la existencia social cotidiana y a escala societal” (Quijano, 2000, p. 342), a partir de la idea de eugenesia como proyecto de conformación de lo nacional en Colombia durante la segunda mitad del siglo XIX y, cómo es posible observar su representación en el campo de la literatura. Desde esta perspectiva, la idea de la conformación de la nación durante el siglo XIX estuvo marcada por dos visiones de mundo evidentes: en un primer momento, en la primera mitad del siglo se observa un acercamiento al mestizaje como posible forma de unificar la idea de lo nacional; y en un segundo momento, en la segunda mitad del siglo, el problema se orienta en la búsqueda de un cierto perfeccionamiento de la raza a partir de la blancura o limpieza de la sangre puesto que, según Quijano, “el color de la piel fue definido como la marca diferencial más significativa, entre los dominantes/ superiores o “europeos”, de un lado, y el conjunto de los dominados/inferiores “no europeos”, del otro lado” (Quijano, 2000, p. 374).
Para realizar esta breve reflexión se tendrán en cuenta dos novelas que fueron escritas en ese periodo histórico particular, a saber: Flor de Fango, publicada en 1895 por José María Vargas Vila (Confederación Granadina de 1860- Barcelona 1933) y Manuela de Eugenio Díaz Castro (Soacha 1803- Bogotá 1865) escrita en 1856, publicada por entregas en el periódico El Mosaico en 1858 y en forma completa en dos volúmenes en París después de la muerte del autor (1889), por la casa editorial francesa Garnier hermanos. De igual manera se abordarán, de manera breve y como complemento contextual, dos novelas escritas también en la misma época; a saber: Dolores (cuadros de una vida de mujer) publicada en forma de folletín (1867) y luego en 1869 recogida en el libro Novelas y cuadros de la vida suramericana por Soledad Acosta de Samper (Bogotá, 1833-1913) y Tránsito (1886) de Luis segundo de Silvestre (Bogotá, 1838-1887).
Latinoamérica y Colombia en el siglo XIX. Colonialidad de una articulación política y geocultural y su clasificación social
A mediados del siglo XIX el panorama internacional se encontraba en pleno auge de la revolución industrial inglesa. Francia exponía ideas novedosas acerca de las nacientes estructuras políticas de los Estados, y en cuanto a Norteamérica se hacía evidente una visión innovadora sobre la implantación de nuevas instituciones democráticas y liberales.
Ese afán de Latinoamérica por integrarse a esa economía mundial y a su particular desarrollo socio-cultural, hace de ella un continente dependiente en todo sentido de Occidente. Este periodo en el cual se va desarrollando dicha apertura a ese contexto mundial se ubica a mediados de la segunda mitad del siglo XIX y es lo que se denomina, tanto en las artes como en la política y, a su vez, en la economía, modernización. A propósito, Ángel Rama define este lapso de la siguiente manera:
Debe observarse que la modernización… ya alcanza su oficialización, la recusación de nuevos sectores sociales que promoverán el regionalismo y el vanguardismo (o modernismo en Brasil): en la década de los años diez ya están produciendo, coetáneamente, Rómulo Gallegos y Vicente Huidobro en un hemisferio y Lima Barreto y Mario Andrade en el otro. Visto tan largo tiempo y la multiplicidad de aéreas culturales del continente, sería vano pretender reducirla a una estricta unidad artística y doctrinal. La modernización no es una estética, ni una escuela, ni siquiera una pluralidad de talentos individuales como se tendió a ver en la época, sino un movimiento intelectual capaz de abarcar tendencias, corrientes estéticas, doctrinas y aun generaciones sucesivas que modifican los presupuestos de que arrancan. (Rama, 1983)
Siendo un poco más específico en ese contexto, y para fines de esta reflexión, en Colombia de igual manera se observa en los inicios del siglo XIX el nacimiento del romanticismo que culminaría contemplando los inicios del modernismo a finales del mismo siglo. Ambos periodos históricos, con sus tendencias literarias, podrían situarse de manera aislada cronológicamente pero, vale la pena aclarar que, unidos por la búsqueda de una apropiación a lo denominado Estado-Nación. Como lo deja en claro Curcio Altamar en su Evolución de la novela en Colombia, la preocupación por un lugar común que dé cuenta de un cierto sentido de pertenencia a ese ser nacional, enmarcado por un adentro y un afuera que defina e identifique una conciencia social determinada se hace evidente desde Ingermina de Juan José Nieto, con la utópica visión del pueblo de Calamar como un pasado lleno de virtudes antes de la llegada la Conquista y la Colonia española, pasando por la novela costumbrista y llegando, en efecto, hasta la más lograda del llamado romanticismo sentimental, a saber María1 de Jorge Isaacs, publicada por vez primera en 1867 en Bogotá. Esta obra de carácter monumental que desde el punto de vista artístico innova en el campo de las letras colombianas e hispanoamericanas a partir de la inclusión de dos aspectos fundacionales. En primera instancia, ciertas resonancias líricas y morales de un paisaje personificado. En un segundo aspecto, el amor de ensueño juvenil que provoca melancólicas evocaciones de un pasado aparentemente mejor en el protagonista, Efraín.2 Vale la pena nombrar a María en la medida en que es la novela nacional por excelencia en Colombia, no hacerlo sería desconocer su importancia.
Ahora bien, es de vital importancia observar la relación estrecha que tienen las novelas escogidas con los acontecimientos históricos que, en dicho momento, afectaban el contexto del autor, pues como recuerda la profesora Carmen Elisa Acosta en su texto Lectura y nación: novela por entregas en Colombia, 1840-1880, la literatura no buscó su autonomía respecto a otros discursos, como por ejemplo el político y religioso, sino que, por el contrario, se nutrió de los mismos para aprovechar esa “función social” y desde una perspectiva moralizante y pedagógica, promover discursos que defendían o atacaban las ideologías del momento. Teniéndose en cuenta que la búsqueda de un Estado Nacional produjo ya a finales de la década del cuarenta, la división de la élites en los dos grandes partidos políticos que hasta el día de hoy siguen en vigencia, el Liberal y el Conservador. Además del proyecto fallido nacional de la disolución de la Gran Colombia en los años treinta.
Es interesante, desde esta perspectiva, situar dichas obras narrativas en medio de lo que históricamente se conoce como la regeneración. Movimiento político surgido en Colombia a finales del siglo XIX y liderado por Rafael Núñez, y cuyo objetivo principal consistía en dar un vuelco a la estructura organizacional que disfrutaba el gobierno y la sociedad colombiana en ese periodo. Dicho movimiento regenerador estaba conformado por los conservadores y los liberales moderados, en oposición a los liberales radicales que ostentaban el poder. En este sentido, hacia finales de 1884, Núñez, quien fuera uno de los más interesados en promover dicha regeneración, promulgaba la búsqueda de esta como una nueva organización jurídico-política del Estado colombiano. Así, la regeneración, debía representar un total abandono de todo tipo de utopías que en épocas anteriores habían desorganizado a la Nación. Ahora bien, racionalización y regeneración eran dos caras de una misma moneda para el señor Núñez y, en este sentido, según Luis Eduardo Nieto (1975) es el movimiento histórico de mayor objetividad sociológica en la historia de Colombia.
Indudablemente, esa búsqueda de una racionalización y regeneración para la creación de una nueva sociedad, también tendría incidencia en aspectos culturales, además de los políticos y económicos. Uno de esos aspectos, y en el que quiere centrarse este documento en específico, es el de su repercusión en el campo cultural, en especial el de la literatura, como la representación de lo que sería, en palabras de Benedict Anderson, una comunidad imaginada3 a partir de la idea de “la raza” como parte esencial y constitutiva de lo colombiano.
Este aspecto que interesa más a la biología, que se encuentra en estrecha relación con el Positivismo y que afecta la historia colombiana es conocido como Eugenesia y, en Colombia se puede ubicar ya desde mediados del siglo XIX gracias a la estrecha relación de las élites del país con las ideas de tipo darwinista aplicadas al ámbito antropológico que imperaba en dicha época. Este discurso positivista tuvo mucha profundidad en la segunda mitad del siglo XIX y en la primera mitad del siglo XX con personajes como el intelectual Luis López de Mesa (1934), por ejemplo.
La utilización de esta clase de discursos raciales positivistas se relacionaron con mayor grado de profundidad en la élite intelectual colombiana, tanto de corte liberal como conservadora, debido a circunstancias históricas específicas que posibilitaron el "problema de la raza" como un tema fundamental en la definición de lo nacional y el progreso modernista que enfrentó Colombia; a saber, como se mencionó con anterioridad, la regeneración. Así, este tipo de discursos buscaban la construcción de un tipo de identidad particular, una nacional de corte homogéneo, en parte sustentada en factores de tipo biológico, como la idea de clase, o en su defecto, como aparece aquí representada, sujeto a cuestiones como la raza. Aunque, al mismo tiempo, la problemática de la identidad racial fuera un irruptor del ánimo de unión nacional, ya que enfrentó dicotomías, en términos raciales, a dirigentes y dirigidos, u opresores y oprimidos.
De esta manera, hacia mediados de 1880, Colombia se encontraba sumergida por la regeneración impulsada en especial por “la hegemonía conservadora”. Así, la difusión de la Constitución de 1886, otorgó un sustento legal y consistente al gobierno conservador brindándole el control ejecutivo y legislativo por un periodo de casi treinta años. Entonces, el liderazgo de personajes conservadores emblemáticos, como por ejemplo el del señor Miguel Antonio Caro, le proporcionaron un rumbo distinto al proyecto de nación advertido por los liberales. En este sentido, Colombia inició un proceso de recentralización del poder. El gran poderío de la iglesia Católica emprendió un nuevo interés por recuperar gran parte de la autoridad que lamentablemente para ellos había perdido en medio de las propuestas liberales que habían gobernado con anterioridad. Esto favoreció la con- sumación de la hegemonía eclesiástica de carácter hispanófilo que inició un gran dominó en el discurso de las élites intelectuales colombianas hasta ya iniciado el siglo XX.
Las nuevas élites intelectuales de entonces, y que serían las encargadas de regir esta nueva etapa de desarrollo histórico, cultural, político y social en Colombia, ostentaban un poder ideológico cuyo fin estaba en la posibilidad de configurar un acer- camiento más hacia la idea de modernidad que proponían los países anglosajones y europeos, en general (eurocentrista). Esa relación “ideal-izada” que pretendió establecer la sociedad colombiana, buscaba la alineación de esa idea de progreso como un objetivo del proyecto de Nación. Una disertación dirigida hacia el rechazo tajante de lo autóctono, hacia su señalamiento y detrimento, hasta inclusive llegar a su condena.
Así, el discurso intelectual colombiano de aquél periodo se basó considerablemente en el problema de la “raza” como configuración de lo verdaderamente nacional y, por ende, de carácter identitario. Frente a este punto, resulta constructivo para este documento lo que se plantea en el apartado Identidad, incluido en el texto Términos críticos de la sociología de la cultura, en especial, su última parte: "identidad, raza y carácter nacional". Aquí se hace evidente la preocupación identitaria, surgida en el siglo XIX desde una herencia romántica hacia lo “Nacional”, como representación de un espíritu social que haría visible los obstáculos raciales. Desde esta perspectiva, la raza va a ser un impedimento a la hora conformar una identidad única y, entonces, se configuran tres visiones que perdurarán hasta nuestros días, a saber:
La identidad como fusión de razas diversas. El mestizaje como una confluencia de razas que interactúan casi que armónicamente para conformar una especia de raza cósmica.4 Donde la raza y las nacionalidades se fundan en un proyecto humano totalizante.
La identidad como una reproducción de modelos europeos y, por ende, la visión de lo indígena como obstáculo para lograr una verdadera armonía racial. Ejemplo de ello el tema de la eugenesia que en manos de López de Mesa5 tuvo en Colombia un gran exponente con Los problemas de la raza en Colombia.6 Donde se ahonda en una taxonomía humana de las razas, sus ventajas y des- ventajas en el cruzamiento de las mismas.
La identidad como una tensión entre un grupo “dominante” civilizado y uno “dominado” salvaje (Lomnitz, 2000, pp. 122-134).
En este orden argumentativo, resulta relevante señalar que las dos últimas se pueden observar en estrecha relación con el problema que se ha querido tratar en esta reflexión y que será visible en la representación literaria a continuación. Por consiguiente, la búsqueda de dicha modernización en Hispanoamérica, y específicamente en Colombia, logró que los escritores y artistas empezaran a tener una autoconciencia de la singularidad del ser latinoamericano, de la identidad que eso implicaba, un pensarse desde el lugar donde se escribe. La aparición de un público culto enfocado en los principios de orden y progreso, educado primordialmente en la apreciación de la cultura.
Un nuevo enfoque en la visión artística y cultural de España, Francia, Inglaterra y Estados Unidos y el desarrollo de una técnica especializada en lo literario y artístico, fue partícipe del progreso social y de un cierto pensamiento cosmopolita interesado en la expansión literaria, un interés por leer y comprender autores tanto de Europa y Norteamérica como forma de asemejarse a las grandes potencias políticas y culturales.
Entre lo mestizo y lo puro. A propósito del Corpus
Ahora bien, se tendrá como punto de partida, en este apartado, la hipótesis acerca de que las novelas escogidas, a pesar de que pueden diferir en temáticas y otros aspectos esenciales, poseen en el fondo la legitimación de un discurso eminentemente racial, donde la idea de nación sería representada por la imagen de aquellos individuos de “noble cuna” que reflejan a la “gente de bien” frente a aquellos marginados, no blancos e incivilizados. En este orden de ideas, se pretende explicar, de manera general, desde cada una de las dos novelas cómo se puede observar este
postulado. Además, dicho proyecto está caracterizado por la búsqueda de la blancura como eje central de la sociedad, o específicamente con la limpieza de sangre. Y en ese sentido, la cuestión de la raza como un aspecto fundamental en la colonialidad del poder es, en palabras de Quijano, una condición estructural en las relaciones de dominación-dominados y que, evidentemente, poseían las élites criollas para legitimar la identidad de la Nación, de su ideal de Nación.
Siguiendo este orden de ideas, podemos observar que, por ejemplo, en Manuela, confluyen múltiples tipos de oposiciones que dejan entrever las diferencias entre la “civilización y la barbarie”, “la escritura y la oralidad”, “la ciudad y el campo”, los “calzados” y los “de a pie”. Manuela, devela las voces desde donde se originan las tensiones, acuerdos y problemáticas entre una parte de la
población que divulga la civilización, y otra que se resiste a ella, “voces” que representan la “barbarie”. Desde esta posición, gran parte de las élites letradas colombianas adscribieron el poder de la novela, como un medio de vital importancia para unificar el carácter nacional de unas costumbres y tradiciones identitarias del naciente Estado Nación.
Ahora bien, Antonio Curcio Altamar, en su texto Evolución de la novela en Colombia, cuyo estudio aborda la novela desde la Colonia hasta 1924, año en que se escribió La vorágine, de José Eustasio Rivera, hace una explicación del Costumbrismo en el capítulo dedicado al siglo XIX y lo plasma como una corriente literaria que se caracterizó principalmente por retratar e interpretar las costumbres y tipos sociales del país. Aquí hace hincapié en que una de las principales aristas de dicha corriente literaria es la caracterización descriptiva en la construcción de los escenarios y/o paisajes de la narración, el detalle y la metáfora con el poder de la pintura para retratar hasta el detalle más mínimo de las costumbres de un individuo, de una familia o de una región. Al “pintar con palabras” las tradiciones específicas de lo local, se resalta más lo burlesco para satirizar, hacer la burla, moralizar o dejar a la posteridad las peculiaridades de los hábitos de una época en un tiempo-espacio específico. Asimismo, deja en claro que algunos de los distintivos más importantes de Los cuadros de costumbres son: la preocupación por lo local, en sus tipologías y lenguaje, cuya preocupación
se centra en lo pintoresco y característico, muy propio del Romanticismo europeo, como se mencionó con anterioridad, la sátira y la crítica social, con intención de reforma. Además del interés por el tema político-social; representando con un alto grado de detalle la “realidad” con escenas, en ocasiones, muy crudas y vocabulario rudo y hasta inculto; características que se pueden observar en Manuela.
De manera general, la novela nos muestra desde el inicio a Don Demóstenes, un hombre con gran capacidad económica e indiferente a los aspectos religiosos y quien fue a pasar sus vacaciones a una población llamada La Parroquia, lugar no muy apartado de Bogotá. En esta población tuvo oportunidad de relacionarse con sus habitantes, en especial con campesinas de todo tipo. Frente a estos habitantes, en ocasiones manifestó su interés por las prendas de belleza física y moral que encontró en aquellas mujeres. A saber, por ejemplo, Clotilde, dueña de un trapiche, quien rechazó irremediablemente la propuesta hecha por este a través de una carta. Tal imposibilidad de vínculos se daba por las circunstancias invivibles creadas por un gamonal cuyo espíritu maléfico dominaba los negocios de La Parroquia. Este sujeto declaraba prácticamente la guerra a muerte a quien no se sometiera a sus órdenes y mandatos. Disturbios, crímenes y todo tipo de sucesos violentos eran promovidos por él, quien tenía como finalidad someter a quienes no le obedecían bajo el discurso falso de defender la ley y a los proletarios. Así, una de las perseguidas fue Manuela Valdivia; una mujer de extraordinaria belleza física y gran inteligencia, además de gran- des virtudes y quien comprendiendo que dicho gamonal –Tadeo Forero- la pretendía, se opuso indudablemente a todos los planes e intereses del pícaro y azotador del pueblo. Tadeo Forero quería poseer las virtudes de Manuela sin importar los medios empleados para ello, así fuese por las buenas o por las malas; por lo cual promovió un escándalo en el que se enfrentaron los defensores de Manuela (Manuelistas) y quienes apoyaban a Don Tadeo (Tadeístas). De esta manera, acusó a Manuela de revolucionaria gracias a que consiguió testigos y firmas falsas para ello. Su plan fue el de poder llevarla a la cárcel y estando allí proponerle la libertad como trueque a cambio de que viviera con él. Ella huyó a Ambalema gracias a Dámaso, su pareja. A la par, Don Demóstenes, quien se puso de
acuerdo con algunos habitantes de la población en acusar al gamonal de las injusticias vividas en La Parroquia. Don Tadeo logra escapar de la cárcel y huir a Ambalema. Allí es nuevamente encarcelado al ser descubierta la falsedad de documentos que presentó para reclamar a Manuela como suya. Así pues, Manuela vuelve triunfante a su pueblo y con firmes intensiones de casamiento con Dámaso, pero un repentino incendio en la iglesia en donde se iba a celebrar la boda impidió la ceremonia. Manuela finalmente pereció, en gran parte, debido al dolor de dicho acontecimiento. Incendio que fue promovido por Don Tadeo quien logró salir de la cárcel con el fin de tomar venganza de Don Demóstenes y de Manuela.
A lo largo de toda la novela el enfrentamiento de los “bárbaros” y los “civilizados” es claro y suscita en el lector preguntarse por las nuevas ideas que trae consigo la civilización y que es representada en la novela, como por ejemplo, el idealismo utópico que plantea Don Demóstenes o el papel del cura, quien políticamente es defensor de las ideas conservadoras y, a la vez, manifiesta sus conocimientos científicos, o también los propietarios de haciendas y trapiches Eloy o Blas, quienes bien pueden representar el poder económico de la sociedad. Pero, siguiendo lo que se pretende abarcar en este trabajo, es menester dejar como problema, que Díaz Castro pone en tela de juicio los aportes que el proceso civilizatorio pueda llegar a traer a la “Parroquia” y encarna, al contrario, en Don Tadeo los males del criollo ilustrado que busca sacar el mejor provecho de toda situación sin importar atropellar a los demás; y, en el personaje de Manuela, el rescate de las virtudes campesinas de los mestizos, campesinos subalternos. En todo caso, la preocupación por la raza trasciende a los problemas sociales, económicos y políticos de ese mundo narrado.
Es de vital importancia observar la relevancia que posee que el autor escogiera a una mujer morena, como Manuela, para que fuese protagonista de su novela y no una mujer blanca como se observa, por ejemplo, en María y que aquella sea a su vez la heroína. Esto sin lugar a dudas hace interesante y apoya nuestro postulado. Díaz Castro muestra en su novela la vida difícil que se da en el campo y las condiciones infrahumanas que se dan en la relación entre los hacendados y los trabajadores.
Manuela y María poseen diferencias notables, y por ende, la búsqueda de ese nacionalismo desde puntos de vista contrarios. Las clases dominantes y las clases dominadas, por ejemplo, en María tenemos a una mujer aristocrática, blanca, idealizada; acompañada del amor castísimo, angelical; su sentimiento lírico y estilo correcto. Frente a Manuela, una mujer proletaria, morena, más real(izada) con cualidades y defectos humanos; donde el amor humano es hecho pasión, celos y persecución.
Son las caras de una misma moneda acerca del problema de la raza, de la “blancura” pues, una da cuenta de lo casi santificado, idealista; la otra de lo real, de lo inacabado. O sea, se hace evidente una diferenciación de dos tipos de clases sociales.
Además, es muy importante tener presente la relación que tuvo como antecedente, en la representación de lo nacional que hizo Díaz Castro, la Comisión Corográfica que que llevó a cabo en el periodo de 1850-1859, ya que esta fue la expedición científica más importante realizarla en la nueva República. El hallazgo de los nuevos pueblos y costumbres de la Nueva Granada representó
un nuevo contacto a las diferentes razas que con- formaban la naciente nación colombiana. Así, por ejemplo, La Expedición Botánica, se inclinaba más hacia lo natural, de cierto toque más positivista; mientras tanto, la Comisión Corográfica tendía más hacia el paisaje humano, antropológico: lo humano como objeto de curiosidad y estudio. De manera que, la importancia de sus investigaciones se centró en observar y organizar la geografía humana para plasmarla en cuadros y dibujos. Los científicos y dibujantes de este proyecto no solo hicieron la cartografía de la República de la Nueva Granada, sino que, dejaron un legado artístico muy importante, representado en acuarelas, dibujos y grabados los tipos humanos y los paisajes de los mapas y las cartografías de Agustín Codazzi y los libros de viajes. Podemos observar un claro ejemplo en los textos de Von Humboldt. De esta manera, la Comisión Corográfica tuvo como propósito el reconocimiento de los recursos naturales de Colombia, los aspectos del clima, el análisis topográfico y la geografía humana, exaltando el mestizaje como lo nacional y, en especial, hacer la cartografía del país. Y tal vez sea este antecedente una pista de por qué en Manuela se observa la exaltación de ese personaje subalterno y mestizo.
Estas dos expediciones fueron producto del afán civilizador de las clases hegemónicas del país en tiempos cuando era necesario conocer las riquezas naturales y humanas para explotarlas comercialmente. Bajo la intensión taxonómica de las razas humanas y del interés por hacer el inventario de la Nación, obviamente se perfilaban intereses económicos y políticos. Es entonces interesante tener presente esto para poder comprender el porqué hablé de Manuela y María, una opuesta a la otra en la medida en que la primera busca más ese fin taxonómico en pro del mestizaje como esencia de lo nacional, mientras que la segunda, se basa en ese fin taxonómico con fines de idealizar al criollo y entronar la blancura como la pureza y la virtud que debiera tener como identidad la nación. Además, ambas poseen en Efraín y Don Demóstenes la representación de lo cosmopolita y la supuesta modernización de la naciente nación. Ambos hombres de letras que, a partir de su salida al mundo, pueden llegar a ilustrase y alcanzar la "verdad".
Ahora bien, por otro lado encontramos otras dos novelas, Dolores, de Soledad Acosta de Samper y Tránsito, de Luis Segundo de Silvestre. Dos obras que, al igual que las anteriores, se relacionan entre sí por medio de idea de la búsqueda de aquello que sería lo bueno y lo malo de la cultura en relación directa con la pureza de la sangre. De manera general, la primera novela en mención, se estructura de la siguiente manera: en una primer momento la obra se encarga de describir de manera detallada las costumbres de Dolores; luego, el descubrimiento de una enfermedad que le aqueja, la lepra; y finalmente, la última parte donde ella sale de la hacienda de su tía para refugiarse en una choza. Así, la protagonista es alguien que en el transcurso de las páginas se va transformando en alguien monstruoso. Alguien que poseía la tés blanca y pura, una mujer que de un momento a otro pasa a convertirse en un ser que podría considerarse casi inhumano. Esta novela muestra cómo la protagonista se pierde en los confines de la “barbarie”, y en esa medida pierde su “blancura”. Es interesante detenerse a observar cómo ella es consciente de eso que representa ser parte de una minoría criolla blanca y, aferrándose a ese ideal, opta por no asimilarse a los marginales sociales no blancos o incivilizados. Su resistencia se puede observar por el privilegio que ella posee como letrada, otro aspecto importante y legitimador de la hegemonía y el proyecto nacional de las élites.
Desde otro punto de vista, nos encontramos con Tránsito, de Luis Segundo de Silvestre que, de igual manera, muestra la oposición entre “civilizados” y “bárbaros”. Así, en la novela encontramos a Andrés, un joven que trabaja para su tío en Girardot como administrador de una factoría de tabaco. En medio de su regreso de un pueblo donde se encontraba trabajando conoce a Tránsito, una mujer de pueblo, mestiza y de recursos económicos bajos, quien terminará enamorada del muchacho. Este no le es indiferente, pues ella, a pesar de su condición de aldeana, posee una tez que le da cierta gracia, casi como el de las mujeres blancas, y esa condición la hace diferente al tipo de población campesina (Segundo de Silvestre, p.19) -así lo sugiere la obra-. Aun así, el joven se mantiene alejado de sus dotes en la medida que su mismo tío le aconsejara la no relación con “gentes” de su diferente clase social. En fin, ella termina muerta a manos de uno de los hijos de una gamonal que le acosaba. Ahora bien, es relevante mencionar que la novela, desde el comienzo hasta el final, siempre está oponiendo los personajes a partir de la constitución de su raza, posición económica, procedencia o género. Así, blanco-mestizo, moral-inmoral, moderno-atrasado, letrado-provinciano.
Por último, nos encontramos con Flor de Fango, de José María Vargas Vila, novela que cuenta la historia de Luisa, una joven institutriz educada en una escuela Normal en Bogotá quien al terminar sus estudios le es encargada la educación de dos niñas provenientes de una familia acaudalada, la familia de la Oz; a saber, Sofía y Matilde. Luisa llega a una hacienda no muy lejana de Bogotá cuyo nombre es “La Esperanza”, allí conoce a toda la familia con quien compartirá una serie de sucesos inimaginables. Cautiva por su gran belleza al señor de la casa, Don Crisóstomo de la Oz, también a su hijo, Arturo; y debido a ello logra ganarse el odio de la señora de la casa, Mercedes Sánchez, quien a pesar de aparentar sus buenas costumbres es descubierta en su infidelidad con el cura del pueblo, representante de “Dios en la tierra” muchos años antes y cuyo resultado fue el nacimiento del joven Arturo.
La novela avanza hasta que, gracias al don de su belleza, Luisa es pretendida por don Crisóstomo, quien intentó abusar de ella en dos ocasiones, en una de ellas, Arturo le salva de las fauces de aquel hombre y, en medio de dicha situación, le declara su amor. Luego de ese incidente Luisa se ve obligada a huir de la hacienda y deja desamparada a Sofía, a quien la obligan a casarse con Simón, un hombre rico y poderoso de la sociedad, y a Arturo con Matilde, su prima.
Luisa, luego de salir de la hacienda, va en busca de su madre marchándose a otro pueblo en donde un sacerdote, desquiciado por la belleza de la nueva directora de la escuela, intenta violarla en la misma iglesia, el padre en la misa y “representante de Dios en la tierra” distorsiona los hechos, el pueblo la aborrece, la calumnia y hasta la apedrea; esta trágica historia finaliza entonces con la muerte de su madre, Natividad, a quien la pobreza en la que estaban sumergidas le obliga a terminar en una fosa común.
Luisa enferma de igual manera, desgarrada, sin trabajo y sin nadie en el mundo a quién recurrir, acaba, finalmente, mendigando. Un día, a causa de su enfermedad, termina en el hospital de caridad, allí el padre de la región se negará a darle la última unción de los enfermos, hasta que aceptara su “pecado” y pidiera perdón; ella, por supuesto, se negaría de inmediato. Le dieron la hostia, pero la gente del pueblo le reprochó su “pasado”, la calumniaron sin parar, la sociedad de entonces la fue matando muy lentamente, aquella moral de la época la manchó y el pueblo la condenó. Luisa murió en un mundo que no conocía, como una virgen radiante, pura en su sexo, pero impura en sí misma, pereció en el cementerio de los “pobres”.
A grosso modo esta es la historia que nos muestra José María Vargas Vila con gran estilo y una pulcritud exquisita, propio del modernismo que ya empezaba a perfilarse en el fin de siglo. En su obra es evidente observar su posición política, un liberal comprometido con la idea de hacer progresar a su nación, progreso que evidentemente develaba una secularización irremediable y que promovía la subversión de la imagen de esas “gentes” y sus buenas costumbres morales, pues en esta novela, desde el inicio hasta el final, la crítica a la sociedad mojigata de su época es constante. Dicha crítica, o una parte de ella, es la que él realiza frente al tema de la eugenesia como ideal de la nación en la limpieza de sangre, y que para fines de esta reflexión interesa abordar. Por un lado, el color de la piel es un elemento que Vargas Vila va a poner en evidencia como una constante preocupación de la sociedad de su época y, por otro, la ascendencia de los integrantes de dicha sociedad y su preocupación por los oficios y labores que ejercen las buenas gentes frente a los realizados por el pueblo.
Recordemos, en este caso que, según Quijano
Las clases sociales fueron diferenciadamente distribuidas entre la población del planeta, sobre la base de la colonialidad del poder: En el Eurocentro: los dominadores Capitalistas. Los dominados son los asalariados, clases medias, campesinos dependientes. En la “Periferia colonial”, los dominadores son Capitalistas Tributarios y/o asociados dependientes. (…) Los dominados son: esclavos, siervos, pequeños productores mercantiles independientes, asalariados, clases medias, campesinos. (2000, p. 377)
Desde el comienzo es posible observar lo mencionado en el párrafo anterior, cuando Luisa confiesa a la familia de la Oz que su madre es lavandera, de inmediato cambia la visión que de ella se tiene, es más, hasta tal punto, que, en un momento dado, Matilde, una de sus estudiantes, le recuerda ese oficio de su madre como una forma de insulto, imponiendo de inmediato una barrera invisible entre “la gente de bien” y “el pueblo ignorante”. Además de esto, el hecho de haber sido educada en una Normal refuerza la idea de ver en ella a una mujer de malas costumbres. Recordemos la emancipación en el campo de la educación que buscaba el proyecto Nacional Liberal al quitarle, de cierta manera, el poder a la Iglesia en las prácticas pedagógicas y de contendidos en la enseñanza hacia la población colombiana. Esto, evidentemente, daba mucho que pensar a las “buenas familias de la época” y por ello la posibilidad de perder las ya consolidadas costumbres y moralidades impuestas por el clero.
En la novela es evidente observar ese anticlericalismo, desde los amoríos que tuvo la señora de Oz con el cura, cuyo resultado es el nacimiento del joven Arturo; el intento de violación del cura encargado de oficiar las misas en el pueblo donde Luisa llega como directora; hasta la negativa de la última unción por haber sido una mujer “pecadora”.
Un ejemplo claro de la relación frente al problema de la eugenesia en el imaginario de la época y que representa de manera detallada la idea de la “Colonialidad del poder” con el campo de los estudios literarios, como producto cultural, simbólico e intersubjetivo, lo podemos distinguir en la gran preocupación que representa la unión de familias “blancas” con personas de tez no tan pura. Así, en Flor de fango, cuando en una reunión que realizó la familia de la Oz y a donde llegaron muchos invitados, se nos muestra la pretensión que posee uno de los asistentes, el doctor Rodríguez, por una bella mujer llamada Paquita. De inmediato un narrador omnisciente penetra en el relato su discurso acerca de la impureza de la sangre:
Su semblante, algo moreno, era una amenaza; la familia temblaba a la idea, de que parientes todavía más obscuros vinieran un día, en importuna emigración, a ensombrecer con su color, y a turbar con sus gestos de simios, la aristocracia calma de sus salones en Bogotá; o que en virtud del atavismo, un nietezuelo naciera con la piel negra como betún, o alguna extraña prolongación del cóccix; estas aristocráticas mestizas, de pueblos pequeños, son muy celosas, su sangre de galeote español, y de indio bravo, incontaminada quiere ser como sangre del hebreo; y viven así felices; en su grandeza aldeana. (Vargas Vila, 1998, p. 91)
Es evidente el tono burlesco en que incursiona el narrador, mostrando las costumbres y preocupaciones de la época por la pureza de sangre, por la raza blanca, pero además, como es característico en Vargas Vila, su opinión frente a aquella impureza, y con ese “quieren ser como” nos pone de manifiesto su visión frente a ese imaginario que ve en la sangre la idea de nación. Su crítica es evidente y contundente.
En este sentido, y luego de la explicación breve de cada una de las novelas, se puede interpretar lo siguiente.
-La relación directa que el mundo de la obra pro- duce con su construcción simbólica impulsada por el discurso político de la época. Y en este sentido, la regeneración. Lo que conllevó implícitamente a la búsqueda de una racionalización y progreso desde el positivismo que observaba en la Eugenesia o “limpieza de sangre” la mejor manera de conformar lo “nacional”. Esto, por supuesto, desde la preocupación por exaltar lo "blanco"; la negación de lo "mestizo" o, ver en este último, una idea irrealizable.
-El problema de la “otredad” como consecuencia de lo anterior. Esto, en tanto se hace hincapié a la profética posibilidad de salvación desde la visión letrada y condenar, al otro tipo de población, los "bárbaros". O sea, el no reconocimiento de los “otros” subalternos, que, si bien en el caso de Manuela o Flor de Fango se busca darles voz a “esos”, los silenciados; de igual manera se termina por legitimar la élite o intelectual de turno.
-Es evidente que el romanticismo y el costumbrismo sirvieron como géneros narrativos ideales para configurar dicho proyecto nacional, y que el modernismo de fin de siglo, sobre todo en la novela de Vargas Vila, sirvió como una contraparte al mismo. Y retomando el punto anteriormente mencionado. La dicotomía campo-ciudad, civilizados-bárbaros como principal tema de fondo para mostrar los procesos modernizadores de la época.
Referencias
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Notas
Recibido: 7 de septiembre de 2019; Aceptado: 20 de octubre de 2019
Resumen
En este texto se pretende abordar el problema de la colonialidad del poder como clasificación social, a partir de la idea de eugenesia como proyecto de conformación de lo nacional en Colombia en la segunda mitad del siglo XIX y cómo es posible observar su representación en el campo de la literatura. Desde esta perspectiva, la idea de la conformación de la nación durante el siglo XIX estuvo marcada por dos visiones de mundo evidentes: el mestizaje, como posible forma de unificar la idea de lo nacional; y en la segunda mitad del siglo, un cierto perfeccionamiento de la raza a partir dela blancura o limpieza de la sangre; puesto que, según Quijano (2000), “el color de la piel fue definido como la marca diferencial más significativa, entre los dominantes/superiores o “europeos”, de un lado, y el conjunto de los dominados/inferiores “no europeos”, del otro lado”.
Palabras clave
Colonialidad del poder, eugenesia, pureza de sangre, modernismo, modernización .Abstract
This text aims to address the problem of the colo- niality of power as a social classification, based on the idea of eugenics as a project for the confor- mation of a national identity in Colombia during the second half of the XIXth century, and how it is possible to observe its representation in the field of literature. From this perspective the idea of nation-building during that century was marked by two obvious worldviews: miscegenation, as a possible way of unifying the idea of a national identity; and in the second half of the century, a certain improvement of race from the idea of whiteness or purity of blood. The latter due, according to Quijano (2000), to the fact that skin color was defined as the most significant differentiating mark between the dominant / superior or "European", on the one hand, and the whole of the dominated / inferior or "non-European", on the other.
Keywords
Coloniality of power, eugenics, blood purity, modernism, modernization.Résumé
Ce texte vise à aborder le problème de la colonialité du pouvoir en tant que classification sociale, á partir de l'idée de l'eugénisme en tant que projet de transformation d'une identité nationale en Colombie au cours de la seconde moitié du XIXe siècle, et sur les moyens d’observer sa représenta- tion dans le domaine de la littérature. De ce point de vue, l'idée de la conformation de la nation au cours de ce siècle a été marquée par deux visions du monde évidentes : le métissage, en tant que moyen possible d'unifier la notion d'identité nationale ; et dans la seconde moitié du siècle, une cer- taine amélioration de la race par rapport à la notion de blancheur ou de pureté du sang. Ce dernier est dû, selon Quijano, au fait que la couleur de la peau était la marque de différenciation la plus significa- tive entre le dominant / supérieur ou le "européen", d’une part, et l’ensemble des dominants / inférieurs ou "non européens", de l'autre.
Mots clés
Colonialité du pouvoir , eugénisme , pureté du sang , modernisme , modernisation.Resumo
Neste texto se pretende abordar o problema da colonialidade do poder como classificação social, a partir da ideia de eugenia como projeto de con- formação do nacional na Colômbia na segunda metade do século XIX, e como é possível observar sua representação no campo da literatura. A partir desta perspectiva a ideia da conformação da nação durante o século XIX esteve marcada por duas visões de mundo evidentes: a mestiçagem, como possível forma de unificar a ideia do nacional; e na segunda metade do século, um certo aperfeiçoamento da raça a partir da ideia de brancura ou limpeza do sangue. Isto, devido ao fato que, segundo Quijano, a cor da pele foi definida como a marca diferencial mais significativa entre os dominantes/superiores ou “europeus”, de um lado, e o conjunto dos dominados/inferiores “não europeus”, do outro lado.
Palavras-chave
Colonialidade do poder, eugenia, pureza de san- gue, modernismo, modernização.Obertura
En este artículo se pretende abordar el problema de la colonialidad del poder como: “la imposición de una clasificación racial/étnica de la población del mundo como piedra angular de dicho patrón de poder… que …opera cada uno de los planos, ámbitos y dimensiones, materiales y subjetivas, de la existencia social cotidiana y a escala societal” (Quijano, 2000, p. 342), a partir de la idea de eugenesia como proyecto de conformación de lo nacional en Colombia durante la segunda mitad del siglo XIX y, cómo es posible observar su representación en el campo de la literatura. Desde esta perspectiva, la idea de la conformación de la nación durante el siglo XIX estuvo marcada por dos visiones de mundo evidentes: en un primer momento, en la primera mitad del siglo se observa un acercamiento al mestizaje como posible forma de unificar la idea de lo nacional; y en un segundo momento, en la segunda mitad del siglo, el problema se orienta en la búsqueda de un cierto perfeccionamiento de la raza a partir de la blancura o limpieza de la sangre puesto que, según Quijano, “el color de la piel fue definido como la marca diferencial más significativa, entre los dominantes/ superiores o “europeos”, de un lado, y el conjunto de los dominados/inferiores “no europeos”, del otro lado” (Quijano, 2000, p. 374).
Para realizar esta breve reflexión se tendrán en cuenta dos novelas que fueron escritas en ese periodo histórico particular, a saber: Flor de Fango, publicada en 1895 por José María Vargas Vila (Confederación Granadina de 1860- Barcelona 1933) y Manuela de Eugenio Díaz Castro (Soacha 1803- Bogotá 1865) escrita en 1856, publicada por entregas en el periódico El Mosaico en 1858 y en forma completa en dos volúmenes en París después de la muerte del autor (1889), por la casa editorial francesa Garnier hermanos. De igual manera se abordarán, de manera breve y como complemento contextual, dos novelas escritas también en la misma época; a saber: Dolores (cuadros de una vida de mujer) publicada en forma de folletín (1867) y luego en 1869 recogida en el libro Novelas y cuadros de la vida suramericana por Soledad Acosta de Samper (Bogotá, 1833-1913) y Tránsito (1886) de Luis segundo de Silvestre (Bogotá, 1838-1887).
Latinoamérica y Colombia en el siglo XIX. Colonialidad de una articulación política y geocultural y su clasificación social
A mediados del siglo XIX el panorama internacional se encontraba en pleno auge de la revolución industrial inglesa. Francia exponía ideas novedosas acerca de las nacientes estructuras políticas de los Estados, y en cuanto a Norteamérica se hacía evidente una visión innovadora sobre la implantación de nuevas instituciones democráticas y liberales.
Ese afán de Latinoamérica por integrarse a esa economía mundial y a su particular desarrollo socio-cultural, hace de ella un continente dependiente en todo sentido de Occidente. Este periodo en el cual se va desarrollando dicha apertura a ese contexto mundial se ubica a mediados de la segunda mitad del siglo XIX y es lo que se denomina, tanto en las artes como en la política y, a su vez, en la economía, modernización. A propósito, Ángel Rama define este lapso de la siguiente manera:
Debe observarse que la modernización… ya alcanza su oficialización, la recusación de nuevos sectores sociales que promoverán el regionalismo y el vanguardismo (o modernismo en Brasil): en la década de los años diez ya están produciendo, coetáneamente, Rómulo Gallegos y Vicente Huidobro en un hemisferio y Lima Barreto y Mario Andrade en el otro. Visto tan largo tiempo y la multiplicidad de aéreas culturales del continente, sería vano pretender reducirla a una estricta unidad artística y doctrinal. La modernización no es una estética, ni una escuela, ni siquiera una pluralidad de talentos individuales como se tendió a ver en la época, sino un movimiento intelectual capaz de abarcar tendencias, corrientes estéticas, doctrinas y aun generaciones sucesivas que modifican los presupuestos de que arrancan. (Rama, 1983)
Siendo un poco más específico en ese contexto, y para fines de esta reflexión, en Colombia de igual manera se observa en los inicios del siglo XIX el nacimiento del romanticismo que culminaría contemplando los inicios del modernismo a finales del mismo siglo. Ambos periodos históricos, con sus tendencias literarias, podrían situarse de manera aislada cronológicamente pero, vale la pena aclarar que, unidos por la búsqueda de una apropiación a lo denominado Estado-Nación. Como lo deja en claro Curcio Altamar en su Evolución de la novela en Colombia, la preocupación por un lugar común que dé cuenta de un cierto sentido de pertenencia a ese ser nacional, enmarcado por un adentro y un afuera que defina e identifique una conciencia social determinada se hace evidente desde Ingermina de Juan José Nieto, con la utópica visión del pueblo de Calamar como un pasado lleno de virtudes antes de la llegada la Conquista y la Colonia española, pasando por la novela costumbrista y llegando, en efecto, hasta la más lograda del llamado romanticismo sentimental, a saber María 1 de Jorge Isaacs, publicada por vez primera en 1867 en Bogotá. Esta obra de carácter monumental que desde el punto de vista artístico innova en el campo de las letras colombianas e hispanoamericanas a partir de la inclusión de dos aspectos fundacionales. En primera instancia, ciertas resonancias líricas y morales de un paisaje personificado. En un segundo aspecto, el amor de ensueño juvenil que provoca melancólicas evocaciones de un pasado aparentemente mejor en el protagonista, Efraín. 2 Vale la pena nombrar a María en la medida en que es la novela nacional por excelencia en Colombia, no hacerlo sería desconocer su importancia.
Ahora bien, es de vital importancia observar la relación estrecha que tienen las novelas escogidas con los acontecimientos históricos que, en dicho momento, afectaban el contexto del autor, pues como recuerda la profesora Carmen Elisa Acosta en su texto Lectura y nación: novela por entregas en Colombia, 1840-1880, la literatura no buscó su autonomía respecto a otros discursos, como por ejemplo el político y religioso, sino que, por el contrario, se nutrió de los mismos para aprovechar esa “función social” y desde una perspectiva moralizante y pedagógica, promover discursos que defendían o atacaban las ideologías del momento. Teniéndose en cuenta que la búsqueda de un Estado Nacional produjo ya a finales de la década del cuarenta, la división de la élites en los dos grandes partidos políticos que hasta el día de hoy siguen en vigencia, el Liberal y el Conservador. Además del proyecto fallido nacional de la disolución de la Gran Colombia en los años treinta.
Es interesante, desde esta perspectiva, situar dichas obras narrativas en medio de lo que históricamente se conoce como la regeneración. Movimiento político surgido en Colombia a finales del siglo XIX y liderado por Rafael Núñez, y cuyo objetivo principal consistía en dar un vuelco a la estructura organizacional que disfrutaba el gobierno y la sociedad colombiana en ese periodo. Dicho movimiento regenerador estaba conformado por los conservadores y los liberales moderados, en oposición a los liberales radicales que ostentaban el poder. En este sentido, hacia finales de 1884, Núñez, quien fuera uno de los más interesados en promover dicha regeneración, promulgaba la búsqueda de esta como una nueva organización jurídico-política del Estado colombiano. Así, la regeneración, debía representar un total abandono de todo tipo de utopías que en épocas anteriores habían desorganizado a la Nación. Ahora bien, racionalización y regeneración eran dos caras de una misma moneda para el señor Núñez y, en este sentido, según Luis Eduardo Nieto (1975) es el movimiento histórico de mayor objetividad sociológica en la historia de Colombia.
Indudablemente, esa búsqueda de una racionalización y regeneración para la creación de una nueva sociedad, también tendría incidencia en aspectos culturales, además de los políticos y económicos. Uno de esos aspectos, y en el que quiere centrarse este documento en específico, es el de su repercusión en el campo cultural, en especial el de la literatura, como la representación de lo que sería, en palabras de Benedict Anderson, una comunidad imaginada3 a partir de la idea de “la raza” como parte esencial y constitutiva de lo colombiano.
Este aspecto que interesa más a la biología, que se encuentra en estrecha relación con el Positivismo y que afecta la historia colombiana es conocido como Eugenesia y, en Colombia se puede ubicar ya desde mediados del siglo XIX gracias a la estrecha relación de las élites del país con las ideas de tipo darwinista aplicadas al ámbito antropológico que imperaba en dicha época. Este discurso positivista tuvo mucha profundidad en la segunda mitad del siglo XIX y en la primera mitad del siglo XX con personajes como el intelectual Luis López de Mesa (1934), por ejemplo.
La utilización de esta clase de discursos raciales positivistas se relacionaron con mayor grado de profundidad en la élite intelectual colombiana, tanto de corte liberal como conservadora, debido a circunstancias históricas específicas que posibilitaron el "problema de la raza" como un tema fundamental en la definición de lo nacional y el progreso modernista que enfrentó Colombia; a saber, como se mencionó con anterioridad, la regeneración. Así, este tipo de discursos buscaban la construcción de un tipo de identidad particular, una nacional de corte homogéneo, en parte sustentada en factores de tipo biológico, como la idea de clase, o en su defecto, como aparece aquí representada, sujeto a cuestiones como la raza. Aunque, al mismo tiempo, la problemática de la identidad racial fuera un irruptor del ánimo de unión nacional, ya que enfrentó dicotomías, en términos raciales, a dirigentes y dirigidos, u opresores y oprimidos.
De esta manera, hacia mediados de 1880, Colombia se encontraba sumergida por la regeneración impulsada en especial por “la hegemonía conservadora”. Así, la difusión de la Constitución de 1886, otorgó un sustento legal y consistente al gobierno conservador brindándole el control ejecutivo y legislativo por un periodo de casi treinta años. Entonces, el liderazgo de personajes conservadores emblemáticos, como por ejemplo el del señor Miguel Antonio Caro, le proporcionaron un rumbo distinto al proyecto de nación advertido por los liberales. En este sentido, Colombia inició un proceso de recentralización del poder. El gran poderío de la iglesia Católica emprendió un nuevo interés por recuperar gran parte de la autoridad que lamentablemente para ellos había perdido en medio de las propuestas liberales que habían gobernado con anterioridad. Esto favoreció la con- sumación de la hegemonía eclesiástica de carácter hispanófilo que inició un gran dominó en el discurso de las élites intelectuales colombianas hasta ya iniciado el siglo XX.
Las nuevas élites intelectuales de entonces, y que serían las encargadas de regir esta nueva etapa de desarrollo histórico, cultural, político y social en Colombia, ostentaban un poder ideológico cuyo fin estaba en la posibilidad de configurar un acer- camiento más hacia la idea de modernidad que proponían los países anglosajones y europeos, en general (eurocentrista). Esa relación “ideal-izada” que pretendió establecer la sociedad colombiana, buscaba la alineación de esa idea de progreso como un objetivo del proyecto de Nación. Una disertación dirigida hacia el rechazo tajante de lo autóctono, hacia su señalamiento y detrimento, hasta inclusive llegar a su condena.
Así, el discurso intelectual colombiano de aquél periodo se basó considerablemente en el problema de la “raza” como configuración de lo verdaderamente nacional y, por ende, de carácter identitario. Frente a este punto, resulta constructivo para este documento lo que se plantea en el apartado Identidad, incluido en el texto Términos críticos de la sociología de la cultura, en especial, su última parte: "identidad, raza y carácter nacional". Aquí se hace evidente la preocupación identitaria, surgida en el siglo XIX desde una herencia romántica hacia lo “Nacional”, como representación de un espíritu social que haría visible los obstáculos raciales. Desde esta perspectiva, la raza va a ser un impedimento a la hora conformar una identidad única y, entonces, se configuran tres visiones que perdurarán hasta nuestros días, a saber:
La identidad como fusión de razas diversas. El mestizaje como una confluencia de razas que interactúan casi que armónicamente para conformar una especia de raza cósmica. 4 Donde la raza y las nacionalidades se fundan en un proyecto humano totalizante.
La identidad como una reproducción de modelos europeos y, por ende, la visión de lo indígena como obstáculo para lograr una verdadera armonía racial. Ejemplo de ello el tema de la eugenesia que en manos de López de Mesa5 tuvo en Colombia un gran exponente con Los problemas de la raza en Colombia.6 Donde se ahonda en una taxonomía humana de las razas, sus ventajas y des- ventajas en el cruzamiento de las mismas.
La identidad como una tensión entre un grupo “dominante” civilizado y uno “dominado” salvaje (Lomnitz, 2000, pp. 122-134).
En este orden argumentativo, resulta relevante señalar que las dos últimas se pueden observar en estrecha relación con el problema que se ha querido tratar en esta reflexión y que será visible en la representación literaria a continuación. Por consiguiente, la búsqueda de dicha modernización en Hispanoamérica, y específicamente en Colombia, logró que los escritores y artistas empezaran a tener una autoconciencia de la singularidad del ser latinoamericano, de la identidad que eso implicaba, un pensarse desde el lugar donde se escribe. La aparición de un público culto enfocado en los principios de orden y progreso, educado primordialmente en la apreciación de la cultura.
Un nuevo enfoque en la visión artística y cultural de España, Francia, Inglaterra y Estados Unidos y el desarrollo de una técnica especializada en lo literario y artístico, fue partícipe del progreso social y de un cierto pensamiento cosmopolita interesado en la expansión literaria, un interés por leer y comprender autores tanto de Europa y Norteamérica como forma de asemejarse a las grandes potencias políticas y culturales.
Entre lo mestizo y lo puro. A propósito del Corpus
Ahora bien, se tendrá como punto de partida, en este apartado, la hipótesis acerca de que las novelas escogidas, a pesar de que pueden diferir en temáticas y otros aspectos esenciales, poseen en el fondo la legitimación de un discurso eminentemente racial, donde la idea de nación sería representada por la imagen de aquellos individuos de “noble cuna” que reflejan a la “gente de bien” frente a aquellos marginados, no blancos e incivilizados. En este orden de ideas, se pretende explicar, de manera general, desde cada una de las dos novelas cómo se puede observar este
postulado. Además, dicho proyecto está caracterizado por la búsqueda de la blancura como eje central de la sociedad, o específicamente con la limpieza de sangre. Y en ese sentido, la cuestión de la raza como un aspecto fundamental en la colonialidad del poder es, en palabras de Quijano, una condición estructural en las relaciones de dominación-dominados y que, evidentemente, poseían las élites criollas para legitimar la identidad de la Nación, de su ideal de Nación.
Siguiendo este orden de ideas, podemos observar que, por ejemplo, en Manuela, confluyen múltiples tipos de oposiciones que dejan entrever las diferencias entre la “civilización y la barbarie”, “la escritura y la oralidad”, “la ciudad y el campo”, los “calzados” y los “de a pie”. Manuela, devela las voces desde donde se originan las tensiones, acuerdos y problemáticas entre una parte de la
población que divulga la civilización, y otra que se resiste a ella, “voces” que representan la “barbarie”. Desde esta posición, gran parte de las élites letradas colombianas adscribieron el poder de la novela, como un medio de vital importancia para unificar el carácter nacional de unas costumbres y tradiciones identitarias del naciente Estado Nación.
Ahora bien, Antonio Curcio Altamar, en su texto Evolución de la novela en Colombia, cuyo estudio aborda la novela desde la Colonia hasta 1924, año en que se escribió La vorágine, de José Eustasio Rivera, hace una explicación del Costumbrismo en el capítulo dedicado al siglo XIX y lo plasma como una corriente literaria que se caracterizó principalmente por retratar e interpretar las costumbres y tipos sociales del país. Aquí hace hincapié en que una de las principales aristas de dicha corriente literaria es la caracterización descriptiva en la construcción de los escenarios y/o paisajes de la narración, el detalle y la metáfora con el poder de la pintura para retratar hasta el detalle más mínimo de las costumbres de un individuo, de una familia o de una región. Al “pintar con palabras” las tradiciones específicas de lo local, se resalta más lo burlesco para satirizar, hacer la burla, moralizar o dejar a la posteridad las peculiaridades de los hábitos de una época en un tiempo-espacio específico. Asimismo, deja en claro que algunos de los distintivos más importantes de Los cuadros de costumbres son: la preocupación por lo local, en sus tipologías y lenguaje, cuya preocupación
se centra en lo pintoresco y característico, muy propio del Romanticismo europeo, como se mencionó con anterioridad, la sátira y la crítica social, con intención de reforma. Además del interés por el tema político-social; representando con un alto grado de detalle la “realidad” con escenas, en ocasiones, muy crudas y vocabulario rudo y hasta inculto; características que se pueden observar en Manuela.
De manera general, la novela nos muestra desde el inicio a Don Demóstenes, un hombre con gran capacidad económica e indiferente a los aspectos religiosos y quien fue a pasar sus vacaciones a una población llamada La Parroquia, lugar no muy apartado de Bogotá. En esta población tuvo oportunidad de relacionarse con sus habitantes, en especial con campesinas de todo tipo. Frente a estos habitantes, en ocasiones manifestó su interés por las prendas de belleza física y moral que encontró en aquellas mujeres. A saber, por ejemplo, Clotilde, dueña de un trapiche, quien rechazó irremediablemente la propuesta hecha por este a través de una carta. Tal imposibilidad de vínculos se daba por las circunstancias invivibles creadas por un gamonal cuyo espíritu maléfico dominaba los negocios de La Parroquia. Este sujeto declaraba prácticamente la guerra a muerte a quien no se sometiera a sus órdenes y mandatos. Disturbios, crímenes y todo tipo de sucesos violentos eran promovidos por él, quien tenía como finalidad someter a quienes no le obedecían bajo el discurso falso de defender la ley y a los proletarios. Así, una de las perseguidas fue Manuela Valdivia; una mujer de extraordinaria belleza física y gran inteligencia, además de gran- des virtudes y quien comprendiendo que dicho gamonal –Tadeo Forero- la pretendía, se opuso indudablemente a todos los planes e intereses del pícaro y azotador del pueblo. Tadeo Forero quería poseer las virtudes de Manuela sin importar los medios empleados para ello, así fuese por las buenas o por las malas; por lo cual promovió un escándalo en el que se enfrentaron los defensores de Manuela (Manuelistas) y quienes apoyaban a Don Tadeo (Tadeístas). De esta manera, acusó a Manuela de revolucionaria gracias a que consiguió testigos y firmas falsas para ello. Su plan fue el de poder llevarla a la cárcel y estando allí proponerle la libertad como trueque a cambio de que viviera con él. Ella huyó a Ambalema gracias a Dámaso, su pareja. A la par, Don Demóstenes, quien se puso de
acuerdo con algunos habitantes de la población en acusar al gamonal de las injusticias vividas en La Parroquia. Don Tadeo logra escapar de la cárcel y huir a Ambalema. Allí es nuevamente encarcelado al ser descubierta la falsedad de documentos que presentó para reclamar a Manuela como suya. Así pues, Manuela vuelve triunfante a su pueblo y con firmes intensiones de casamiento con Dámaso, pero un repentino incendio en la iglesia en donde se iba a celebrar la boda impidió la ceremonia. Manuela finalmente pereció, en gran parte, debido al dolor de dicho acontecimiento. Incendio que fue promovido por Don Tadeo quien logró salir de la cárcel con el fin de tomar venganza de Don Demóstenes y de Manuela.
A lo largo de toda la novela el enfrentamiento de los “bárbaros” y los “civilizados” es claro y suscita en el lector preguntarse por las nuevas ideas que trae consigo la civilización y que es representada en la novela, como por ejemplo, el idealismo utópico que plantea Don Demóstenes o el papel del cura, quien políticamente es defensor de las ideas conservadoras y, a la vez, manifiesta sus conocimientos científicos, o también los propietarios de haciendas y trapiches Eloy o Blas, quienes bien pueden representar el poder económico de la sociedad. Pero, siguiendo lo que se pretende abarcar en este trabajo, es menester dejar como problema, que Díaz Castro pone en tela de juicio los aportes que el proceso civilizatorio pueda llegar a traer a la “Parroquia” y encarna, al contrario, en Don Tadeo los males del criollo ilustrado que busca sacar el mejor provecho de toda situación sin importar atropellar a los demás; y, en el personaje de Manuela, el rescate de las virtudes campesinas de los mestizos, campesinos subalternos. En todo caso, la preocupación por la raza trasciende a los problemas sociales, económicos y políticos de ese mundo narrado.
Es de vital importancia observar la relevancia que posee que el autor escogiera a una mujer morena, como Manuela, para que fuese protagonista de su novela y no una mujer blanca como se observa, por ejemplo, en María y que aquella sea a su vez la heroína. Esto sin lugar a dudas hace interesante y apoya nuestro postulado. Díaz Castro muestra en su novela la vida difícil que se da en el campo y las condiciones infrahumanas que se dan en la relación entre los hacendados y los trabajadores.
Manuela y María poseen diferencias notables, y por ende, la búsqueda de ese nacionalismo desde puntos de vista contrarios. Las clases dominantes y las clases dominadas, por ejemplo, en María tenemos a una mujer aristocrática, blanca, idealizada; acompañada del amor castísimo, angelical; su sentimiento lírico y estilo correcto. Frente a Manuela, una mujer proletaria, morena, más real(izada) con cualidades y defectos humanos; donde el amor humano es hecho pasión, celos y persecución.
Son las caras de una misma moneda acerca del problema de la raza, de la “blancura” pues, una da cuenta de lo casi santificado, idealista; la otra de lo real, de lo inacabado. O sea, se hace evidente una diferenciación de dos tipos de clases sociales.
Además, es muy importante tener presente la relación que tuvo como antecedente, en la representación de lo nacional que hizo Díaz Castro, la Comisión Corográfica que que llevó a cabo en el periodo de 1850-1859, ya que esta fue la expedición científica más importante realizarla en la nueva República. El hallazgo de los nuevos pueblos y costumbres de la Nueva Granada representó
un nuevo contacto a las diferentes razas que con- formaban la naciente nación colombiana. Así, por ejemplo, La Expedición Botánica, se inclinaba más hacia lo natural, de cierto toque más positivista; mientras tanto, la Comisión Corográfica tendía más hacia el paisaje humano, antropológico: lo humano como objeto de curiosidad y estudio. De manera que, la importancia de sus investigaciones se centró en observar y organizar la geografía humana para plasmarla en cuadros y dibujos. Los científicos y dibujantes de este proyecto no solo hicieron la cartografía de la República de la Nueva Granada, sino que, dejaron un legado artístico muy importante, representado en acuarelas, dibujos y grabados los tipos humanos y los paisajes de los mapas y las cartografías de Agustín Codazzi y los libros de viajes. Podemos observar un claro ejemplo en los textos de Von Humboldt. De esta manera, la Comisión Corográfica tuvo como propósito el reconocimiento de los recursos naturales de Colombia, los aspectos del clima, el análisis topográfico y la geografía humana, exaltando el mestizaje como lo nacional y, en especial, hacer la cartografía del país. Y tal vez sea este antecedente una pista de por qué en Manuela se observa la exaltación de ese personaje subalterno y mestizo.
Estas dos expediciones fueron producto del afán civilizador de las clases hegemónicas del país en tiempos cuando era necesario conocer las riquezas naturales y humanas para explotarlas comercialmente. Bajo la intensión taxonómica de las razas humanas y del interés por hacer el inventario de la Nación, obviamente se perfilaban intereses económicos y políticos. Es entonces interesante tener presente esto para poder comprender el porqué hablé de Manuela y María, una opuesta a la otra en la medida en que la primera busca más ese fin taxonómico en pro del mestizaje como esencia de lo nacional, mientras que la segunda, se basa en ese fin taxonómico con fines de idealizar al criollo y entronar la blancura como la pureza y la virtud que debiera tener como identidad la nación. Además, ambas poseen en Efraín y Don Demóstenes la representación de lo cosmopolita y la supuesta modernización de la naciente nación. Ambos hombres de letras que, a partir de su salida al mundo, pueden llegar a ilustrase y alcanzar la "verdad".
Ahora bien, por otro lado encontramos otras dos novelas, Dolores, de Soledad Acosta de Samper y Tránsito, de Luis Segundo de Silvestre. Dos obras que, al igual que las anteriores, se relacionan entre sí por medio de idea de la búsqueda de aquello que sería lo bueno y lo malo de la cultura en relación directa con la pureza de la sangre. De manera general, la primera novela en mención, se estructura de la siguiente manera: en una primer momento la obra se encarga de describir de manera detallada las costumbres de Dolores; luego, el descubrimiento de una enfermedad que le aqueja, la lepra; y finalmente, la última parte donde ella sale de la hacienda de su tía para refugiarse en una choza. Así, la protagonista es alguien que en el transcurso de las páginas se va transformando en alguien monstruoso. Alguien que poseía la tés blanca y pura, una mujer que de un momento a otro pasa a convertirse en un ser que podría considerarse casi inhumano. Esta novela muestra cómo la protagonista se pierde en los confines de la “barbarie”, y en esa medida pierde su “blancura”. Es interesante detenerse a observar cómo ella es consciente de eso que representa ser parte de una minoría criolla blanca y, aferrándose a ese ideal, opta por no asimilarse a los marginales sociales no blancos o incivilizados. Su resistencia se puede observar por el privilegio que ella posee como letrada, otro aspecto importante y legitimador de la hegemonía y el proyecto nacional de las élites.
Desde otro punto de vista, nos encontramos con Tránsito, de Luis Segundo de Silvestre que, de igual manera, muestra la oposición entre “civilizados” y “bárbaros”. Así, en la novela encontramos a Andrés, un joven que trabaja para su tío en Girardot como administrador de una factoría de tabaco. En medio de su regreso de un pueblo donde se encontraba trabajando conoce a Tránsito, una mujer de pueblo, mestiza y de recursos económicos bajos, quien terminará enamorada del muchacho. Este no le es indiferente, pues ella, a pesar de su condición de aldeana, posee una tez que le da cierta gracia, casi como el de las mujeres blancas, y esa condición la hace diferente al tipo de población campesina (Segundo de Silvestre, p.19) -así lo sugiere la obra-. Aun así, el joven se mantiene alejado de sus dotes en la medida que su mismo tío le aconsejara la no relación con “gentes” de su diferente clase social. En fin, ella termina muerta a manos de uno de los hijos de una gamonal que le acosaba. Ahora bien, es relevante mencionar que la novela, desde el comienzo hasta el final, siempre está oponiendo los personajes a partir de la constitución de su raza, posición económica, procedencia o género. Así, blanco-mestizo, moral-inmoral, moderno-atrasado, letrado-provinciano.
Por último, nos encontramos con Flor de Fango, de José María Vargas Vila, novela que cuenta la historia de Luisa, una joven institutriz educada en una escuela Normal en Bogotá quien al terminar sus estudios le es encargada la educación de dos niñas provenientes de una familia acaudalada, la familia de la Oz; a saber, Sofía y Matilde. Luisa llega a una hacienda no muy lejana de Bogotá cuyo nombre es “La Esperanza”, allí conoce a toda la familia con quien compartirá una serie de sucesos inimaginables. Cautiva por su gran belleza al señor de la casa, Don Crisóstomo de la Oz, también a su hijo, Arturo; y debido a ello logra ganarse el odio de la señora de la casa, Mercedes Sánchez, quien a pesar de aparentar sus buenas costumbres es descubierta en su infidelidad con el cura del pueblo, representante de “Dios en la tierra” muchos años antes y cuyo resultado fue el nacimiento del joven Arturo.
La novela avanza hasta que, gracias al don de su belleza, Luisa es pretendida por don Crisóstomo, quien intentó abusar de ella en dos ocasiones, en una de ellas, Arturo le salva de las fauces de aquel hombre y, en medio de dicha situación, le declara su amor. Luego de ese incidente Luisa se ve obligada a huir de la hacienda y deja desamparada a Sofía, a quien la obligan a casarse con Simón, un hombre rico y poderoso de la sociedad, y a Arturo con Matilde, su prima.
Luisa, luego de salir de la hacienda, va en busca de su madre marchándose a otro pueblo en donde un sacerdote, desquiciado por la belleza de la nueva directora de la escuela, intenta violarla en la misma iglesia, el padre en la misa y “representante de Dios en la tierra” distorsiona los hechos, el pueblo la aborrece, la calumnia y hasta la apedrea; esta trágica historia finaliza entonces con la muerte de su madre, Natividad, a quien la pobreza en la que estaban sumergidas le obliga a terminar en una fosa común.
Luisa enferma de igual manera, desgarrada, sin trabajo y sin nadie en el mundo a quién recurrir, acaba, finalmente, mendigando. Un día, a causa de su enfermedad, termina en el hospital de caridad, allí el padre de la región se negará a darle la última unción de los enfermos, hasta que aceptara su “pecado” y pidiera perdón; ella, por supuesto, se negaría de inmediato. Le dieron la hostia, pero la gente del pueblo le reprochó su “pasado”, la calumniaron sin parar, la sociedad de entonces la fue matando muy lentamente, aquella moral de la época la manchó y el pueblo la condenó. Luisa murió en un mundo que no conocía, como una virgen radiante, pura en su sexo, pero impura en sí misma, pereció en el cementerio de los “pobres”.
A grosso modo esta es la historia que nos muestra José María Vargas Vila con gran estilo y una pulcritud exquisita, propio del modernismo que ya empezaba a perfilarse en el fin de siglo. En su obra es evidente observar su posición política, un liberal comprometido con la idea de hacer progresar a su nación, progreso que evidentemente develaba una secularización irremediable y que promovía la subversión de la imagen de esas “gentes” y sus buenas costumbres morales, pues en esta novela, desde el inicio hasta el final, la crítica a la sociedad mojigata de su época es constante. Dicha crítica, o una parte de ella, es la que él realiza frente al tema de la eugenesia como ideal de la nación en la limpieza de sangre, y que para fines de esta reflexión interesa abordar. Por un lado, el color de la piel es un elemento que Vargas Vila va a poner en evidencia como una constante preocupación de la sociedad de su época y, por otro, la ascendencia de los integrantes de dicha sociedad y su preocupación por los oficios y labores que ejercen las buenas gentes frente a los realizados por el pueblo.
Recordemos, en este caso que, según Quijano
Las clases sociales fueron diferenciadamente distribuidas entre la población del planeta, sobre la base de la colonialidad del poder: En el Eurocentro: los dominadores Capitalistas. Los dominados son los asalariados, clases medias, campesinos dependientes. En la “Periferia colonial”, los dominadores son Capitalistas Tributarios y/o asociados dependientes. (…) Los dominados son: esclavos, siervos, pequeños productores mercantiles independientes, asalariados, clases medias, campesinos. (2000, p. 377)
Desde el comienzo es posible observar lo mencionado en el párrafo anterior, cuando Luisa confiesa a la familia de la Oz que su madre es lavandera, de inmediato cambia la visión que de ella se tiene, es más, hasta tal punto, que, en un momento dado, Matilde, una de sus estudiantes, le recuerda ese oficio de su madre como una forma de insulto, imponiendo de inmediato una barrera invisible entre “la gente de bien” y “el pueblo ignorante”. Además de esto, el hecho de haber sido educada en una Normal refuerza la idea de ver en ella a una mujer de malas costumbres. Recordemos la emancipación en el campo de la educación que buscaba el proyecto Nacional Liberal al quitarle, de cierta manera, el poder a la Iglesia en las prácticas pedagógicas y de contendidos en la enseñanza hacia la población colombiana. Esto, evidentemente, daba mucho que pensar a las “buenas familias de la época” y por ello la posibilidad de perder las ya consolidadas costumbres y moralidades impuestas por el clero.
En la novela es evidente observar ese anticlericalismo, desde los amoríos que tuvo la señora de Oz con el cura, cuyo resultado es el nacimiento del joven Arturo; el intento de violación del cura encargado de oficiar las misas en el pueblo donde Luisa llega como directora; hasta la negativa de la última unción por haber sido una mujer “pecadora”.
Un ejemplo claro de la relación frente al problema de la eugenesia en el imaginario de la época y que representa de manera detallada la idea de la “Colonialidad del poder” con el campo de los estudios literarios, como producto cultural, simbólico e intersubjetivo, lo podemos distinguir en la gran preocupación que representa la unión de familias “blancas” con personas de tez no tan pura. Así, en Flor de fango, cuando en una reunión que realizó la familia de la Oz y a donde llegaron muchos invitados, se nos muestra la pretensión que posee uno de los asistentes, el doctor Rodríguez, por una bella mujer llamada Paquita. De inmediato un narrador omnisciente penetra en el relato su discurso acerca de la impureza de la sangre:
Su semblante, algo moreno, era una amenaza; la familia temblaba a la idea, de que parientes todavía más obscuros vinieran un día, en importuna emigración, a ensombrecer con su color, y a turbar con sus gestos de simios, la aristocracia calma de sus salones en Bogotá; o que en virtud del atavismo, un nietezuelo naciera con la piel negra como betún, o alguna extraña prolongación del cóccix; estas aristocráticas mestizas, de pueblos pequeños, son muy celosas, su sangre de galeote español, y de indio bravo, incontaminada quiere ser como sangre del hebreo; y viven así felices; en su grandeza aldeana. (Vargas Vila, 1998, p. 91)
Es evidente el tono burlesco en que incursiona el narrador, mostrando las costumbres y preocupaciones de la época por la pureza de sangre, por la raza blanca, pero además, como es característico en Vargas Vila, su opinión frente a aquella impureza, y con ese “quieren ser como” nos pone de manifiesto su visión frente a ese imaginario que ve en la sangre la idea de nación. Su crítica es evidente y contundente.
En este sentido, y luego de la explicación breve de cada una de las novelas, se puede interpretar lo siguiente.
-La relación directa que el mundo de la obra pro- duce con su construcción simbólica impulsada por el discurso político de la época. Y en este sentido, la regeneración. Lo que conllevó implícitamente a la búsqueda de una racionalización y progreso desde el positivismo que observaba en la Eugenesia o “limpieza de sangre” la mejor manera de conformar lo “nacional”. Esto, por supuesto, desde la preocupación por exaltar lo "blanco"; la negación de lo "mestizo" o, ver en este último, una idea irrealizable.
-El problema de la “otredad” como consecuencia de lo anterior. Esto, en tanto se hace hincapié a la profética posibilidad de salvación desde la visión letrada y condenar, al otro tipo de población, los "bárbaros". O sea, el no reconocimiento de los “otros” subalternos, que, si bien en el caso de Manuela o Flor de Fango se busca darles voz a “esos”, los silenciados; de igual manera se termina por legitimar la élite o intelectual de turno.
-Es evidente que el romanticismo y el costumbrismo sirvieron como géneros narrativos ideales para configurar dicho proyecto nacional, y que el modernismo de fin de siglo, sobre todo en la novela de Vargas Vila, sirvió como una contraparte al mismo. Y retomando el punto anteriormente mencionado. La dicotomía campo-ciudad, civilizados-bárbaros como principal tema de fondo para mostrar los procesos modernizadores de la época.
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