DOI:
https://doi.org/10.14483/udistrital.jour.c14.2016.1.a01Publicado:
2016-10-04Número:
Vol. 11 Núm. 18 (2016): Arte y memoriaSección:
EditorialSobre invenciones y truculencias
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SOBRE INVENCIONES Y TRUCULENCIAS
Es muy probable que, antes que la experiencia misma de la vida, lo que nos constituye y nos otorga sentido, sea la versión que podamos construir a partir de esa experiencia. Su memoria. Pero esa construcción no se da, bajo ninguna circunstancia, de manera natural o desinteresada. Todo lo contrario, el territorio que ocupa es básicamente conflictivo, hecho de pura tensión, de forcejeos sin tregua al final de los cuales se resuelve una imposición: alguien, algunos, consiguen obligar a los demás a reconocer su versión, como la versión de todos, lo que implica, en definitiva, olvidar su artificialidad básica, pasar por alto su naturaleza arbitraria y por lo tanto, perfeccionar, de manera casi siempre tácita y silenciosa, su naturalización. Así las cosas, y en consecuencia de tamaña truculencia, los hechos y las experiencias que constituyen nuestro día a día, se nos dan de una manera que podríamos calificar de incontestable.
Están ahí: ocupan su momento y su lugar, despliegan sus circunstancias. Su contundencia es tal, que el armazón entero de eso que llamamos realidad, construye sobre el poder de esa evidencia el conjunto pleno de sus estrategias y complejidades. Confianza descomunal, pues esa realidad, tan airosa y, en tantas oportunidades, tan arrogante, termina constituyéndose en mundo. En nuestro mundo. El único que, aparentemente, nos corresponde y que se nos impone en la “verdad” de la experiencia y de la memoria.
Dicha ordenación específica de tensiones, a través de cuyos vericuetos se describe lo real, se ha ocupado, como era de esperar, en perpetuarse. Ha pretendido — y pretende— darse a conocer — y sobre todo a sentir— como un hecho único, indispensable y natural. En buena medida dicho esfuerzo, no obstante su desmesura, ha corrido con buen éxito, pues innumerables hombres y mujeres, en su más profunda intimidad, tanto como las comunidades a las que pertenecen, han aceptado que las cosas son “tal y como son” y que la “verdad de este mundo” es innegociable.
En efecto, dentro del muy constreñido conjunto de las convicciones indudables, se nos ha entrenado en considerar, en primer lugar, la naturaleza “no convencional”, “no arbitraria” de la realidad. El lugar de las ficciones, de lo arbitrario y lo provisional, es absolutamente otro: es el territorio del espectáculo, de lo contingente y prescindible; es el recinto de la cultura. En ningún caso el ámbito de lo natural y necesario, ese en el cual el tiempo y el espacio — así como sus representaciones en la historia y la memoria— reinan en su contundencia, claridad y distinción. Pues cualquier cosa podría ser cuestionada, menos que el ayer ya pasó, que el mañana vendrá luego del hoy, y que el ahora, que está pasando, dejó atrás al ayer y nunca alcanzará al mañana. Y tampoco se podría considerar la posibilidad de que una cosa pueda estar simultáneamente tanto arriba como abajo, al mismo tiempo atrás que adelante, dentro que fuera, lejos y cerca. Allí cualquier negociación lindaría con el error, la mala fe, la insubordinación y la locura.
El cuerpo pleno de esta nueva presentación de la revista Calle 14, se ubica, precisamente, en tal desproporción. Pues de aceptar que la versión del mundo de la que tenemos experiencia es indiscutible, estaríamos dando por sentada la naturaleza fatal de la desdicha, la indignidad, la atrocidad, la amnesia, la confusión y el despojo. Suscribiríamos como inmodificable un destino en el cual la vida, como bien supremo, sería traducible en términos de conveniencias y de precios. Así, tanto en el caso del artículo de Renán Silva que presenta la obra literaria de Alberto Padura a la luz de la experiencia viva de la sociedad cubana actual, como en el del colectivo conformado por Héctor Vidal Rendón Marín, Gustavo Adolfo López Gil, Alejandro Tobón Restrepo y Fernando Mora Ángel, en el que se interroga la relación de la sonoridad de las cuerdas tradicionales colombianas con las audiencias contemporáneas, nos hallamos en un campo de tensiones entre la memoria imperante y las contramemorias emergentes. Por su parte, el texto de Mateo Pérez señala en el tratamiento fotográfico contemporáneo con que se encara el Salto del Tequendama, la naturaleza histórica de la noción de paisaje y en ella la disputa que libran diversas versiones de la espacialidad, de la memoria geográfica y, por ende, de la noción de mundo. Así mismo, Gloria Pineda Moncada, en torno al análisis de tres importantes películas colombianas, nos presenta las estrategias utilizadas por una versión disidente del recuerdo y de la historia, para procurarse medios certeros que le permitan participar de manera beligerante y eficaz en el drama del monopolio y la apropiación de la realidad. Realidad que se hace tiempo y territorio en el acontecer de la pintura de Kandisky, según la reflexión presentada por Juan Carlos Romo en su artículo. Orlando Morillo Santacruz, a su vez, enfoca en la potencia del arte popular para desarmar los relatos modernos y su pretendida universalidad, y enfatiza en la posibilidad de emprender, a partir de dicho arte, una revisión de la historia, mediante la cual rehacer la ordenación del mundo. Estrategia decolonial que Alex Schlenker pone de manifiesto en la descripción de las mingas mediante las cuales se rehace la versión étnica y de clase y género presente en una fotografía de familia y se re-dice la realidad mediante la sub-versión de la memoria. Finalmente, Catalina Esquivel atiende la producción del teatro La Candelaria, desde la perspectiva de las tensiones entre el pasado y el presente.
Son los conceptos de lo actual, lo anacrónico, lo obsoleto, lo vigente, memorable, decible y superviviente, los que se trenzan en una dialéctica de gran complejidad al final de la cual es la experiencia de la temporalidad, así como sus representaciones en términos de memoria, historia y realidad, la que se hace inocultable. Y en esa densificación del tiempo, que ya no se impone como una sucesión inapelable y se concede el privilegio de la simultaneidad, de la coetaneidad, podríamos reinventarnos. Podríamos consolidar otros recuerdos que demuestren la realidad de un mundo visto según ordenes hasta el momento imposibles, pues las cosas, los hechos y las experiencias que constituyen nuestro día a día ya no serían incontestables. Podrían ser, como lo entrevén los textos que presentamos en seguida, materia de invención y de montaje: carne poética.
Rafael Mauricio Méndez Bernal.
SOBRE INVENCIONES Y TRUCULENCIAS
Es muy probable que, antes que la experiencia misma de la vida, lo que nos constituye y nos otorga sentido, sea la versión que podamos construir a partir de esa experiencia. Su memoria. Pero esa construcción no se da, bajo ninguna circunstancia, de manera natural o desinteresada. Todo lo contrario, el territorio que ocupa es básicamente conflictivo, hecho de pura tensión, de forcejeos sin tregua al final de los cuales se resuelve una imposición: alguien, algunos, consiguen obligar a los demás a reconocer su versión, como la versión de todos, lo que implica, en definitiva, olvidar su artificialidad básica, pasar por alto su naturaleza arbitraria y por lo tanto, perfeccionar, de manera casi siempre tácita y silenciosa, su naturalización. Así las cosas, y en consecuencia de tamaña truculencia, los hechos y las experiencias que constituyen nuestro día a día, se nos dan de una manera que podríamos calificar de incontestable.
Están ahí: ocupan su momento y su lugar, despliegan sus circunstancias. Su contundencia es tal, que el armazón entero de eso que llamamos realidad, construye sobre el poder de esa evidencia el conjunto pleno de sus estrategias y complejidades. Confianza descomunal, pues esa realidad, tan airosa y, en tantas oportunidades, tan arrogante, termina constituyéndose en mundo. En nuestro mundo. El único que, aparentemente, nos corresponde y que se nos impone en la “verdad” de la experiencia y de la memoria.
Dicha ordenación específica de tensiones, a través de cuyos vericuetos se describe lo real, se ha ocupado, como era de esperar, en perpetuarse. Ha pretendido — y pretende— darse a conocer — y sobre todo a sentir— como un hecho único, indispensable y natural. En buena medida dicho esfuerzo, no obstante su desmesura, ha corrido con buen éxito, pues innumerables hombres y mujeres, en su más profunda intimidad, tanto como las comunidades a las que pertenecen, han aceptado que las cosas son “tal y como son” y que la “verdad de este mundo” es innegociable.
En efecto, dentro del muy constreñido conjunto de las convicciones indudables, se nos ha entrenado en considerar, en primer lugar, la naturaleza “no convencional”, “no arbitraria” de la realidad. El lugar de las ficciones, de lo arbitrario y lo provisional, es absolutamente otro: es el territorio del espectáculo, de lo contingente y prescindible; es el recinto de la cultura. En ningún caso el ámbito de lo natural y necesario, ese en el cual el tiempo y el espacio — así como sus representaciones en la historia y la memoria— reinan en su contundencia, claridad y distinción. Pues cualquier cosa podría ser cuestionada, menos que el ayer ya pasó, que el mañana vendrá luego del hoy, y que el ahora, que está pasando, dejó atrás al ayer y nunca alcanzará al mañana. Y tampoco se podría considerar la posibilidad de que una cosa pueda estar simultáneamente tanto arriba como abajo, al mismo tiempo atrás que adelante, dentro que fuera, lejos y cerca. Allí cualquier negociación lindaría con el error, la mala fe, la insubordinación y la locura.
El cuerpo pleno de esta nueva presentación de la revista Calle 14, se ubica, precisamente, en tal desproporción. Pues de aceptar que la versión del mundo de la que tenemos experiencia es indiscutible, estaríamos dando por sentada la naturaleza fatal de la desdicha, la indignidad, la atrocidad, la amnesia, la confusión y el despojo. Suscribiríamos como inmodificable un destino en el cual la vida, como bien supremo, sería traducible en términos de conveniencias y de precios. Así, tanto en el caso del artículo de Renán Silva que presenta la obra literaria de Alberto Padura a la luz de la experiencia viva de la sociedad cubana actual, como en el del colectivo conformado por Héctor Vidal Rendón Marín, Gustavo Adolfo López Gil, Alejandro Tobón Restrepo y Fernando Mora Ángel, en el que se interroga la relación de la sonoridad de las cuerdas tradicionales colombianas con las audiencias contemporáneas, nos hallamos en un campo de tensiones entre la memoria imperante y las contramemorias emergentes. Por su parte, el texto de Mateo Pérez señala en el tratamiento fotográfico contemporáneo con que se encara el Salto del Tequendama, la naturaleza histórica de la noción de paisaje y en ella la disputa que libran diversas versiones de la espacialidad, de la memoria geográfica y, por ende, de la noción de mundo. Así mismo, Gloria Pineda Moncada, en torno al análisis de tres importantes películas colombianas, nos presenta las estrategias utilizadas por una versión disidente del recuerdo y de la historia, para procurarse medios certeros que le permitan participar de manera beligerante y eficaz en el drama del monopolio y la apropiación de la realidad. Realidad que se hace tiempo y territorio en el acontecer de la pintura de Kandisky, según la reflexión presentada por Juan Carlos Romo en su artículo. Orlando Morillo Santacruz, a su vez, enfoca en la potencia del arte popular para desarmar los relatos modernos y su pretendida universalidad, y enfatiza en la posibilidad de emprender, a partir de dicho arte, una revisión de la historia, mediante la cual rehacer la ordenación del mundo. Estrategia decolonial que Alex Schlenker pone de manifiesto en la descripción de las mingas mediante las cuales se rehace la versión étnica y de clase y género presente en una fotografía de familia y se re-dice la realidad mediante la sub-versión de la memoria. Finalmente, Catalina Esquivel atiende la producción del teatro La Candelaria, desde la perspectiva de las tensiones entre el pasado y el presente.
Son los conceptos de lo actual, lo anacrónico, lo obsoleto, lo vigente, memorable, decible y superviviente, los que se trenzan en una dialéctica de gran complejidad al final de la cual es la experiencia de la temporalidad, así como sus representaciones en términos de memoria, historia y realidad, la que se hace inocultable. Y en esa densificación del tiempo, que ya no se impone como una sucesión inapelable y se concede el privilegio de la simultaneidad, de la coetaneidad, podríamos reinventarnos. Podríamos consolidar otros recuerdos que demuestren la realidad de un mundo visto según ordenes hasta el momento imposibles, pues las cosas, los hechos y las experiencias que constituyen nuestro día a día ya no serían incontestables. Podrían ser, como lo entrevén los textos que presentamos en seguida, materia de invención y de montaje: carne poética.
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