Disolución

Dissolution (Something ends and something begins)

Autores/as

  • Sergio González León Universidad San Buenaventura

Palabras clave:

disolution, art, conflict, reality (en).

Palabras clave:

Disolución”, arte, conflicto, realidad (es).

Palabras clave:

Dissolução, arte, conflito, realidade (pt).

Referencias

Coorper, D. et al. (1969). La dialéctica de la liberación. México, Argentina, España: Siglo Veintiuno Editores S.A.

Engels, F. (1952). El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado. Moscú: Ediciones en Lenguas Extranjeras.

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Herrigel, E. (Bungaku Hakushi). (1972). Zen en el arte del tiro con arco. Buenos Aires: Editorial Kier S.A.

Joyce, U. (1981). Ulises. Barcelona, España: Editorial Bruguera (Libro amigo-Lumen).

Laing, R. H. (1981). Las cosas de la vida. Editorial Crítica, Grupo Editorial Grijalbo.

Nietzsche, F. (1980). Así hablaba Zaratustra. México, D.F.: Editorial Época, S.A.

Cómo citar

APA

González León, S. (2016). Disolución. Calle 14 revista de investigación en el campo del arte, 11(19), 14–89. https://doi.org/10.14483//udistrital.jour.c14.2016.2.a02

ACM

[1]
González León, S. 2016. Disolución. Calle 14 revista de investigación en el campo del arte. 11, 19 (oct. 2016), 14–89. DOI:https://doi.org/10.14483//udistrital.jour.c14.2016.2.a02.

ACS

(1)
González León, S. Disolución. calle 14 rev. investig. campo arte 2016, 11, 14-89.

ABNT

GONZÁLEZ LEÓN, Sergio. Disolución. Calle 14 revista de investigación en el campo del arte, [S. l.], v. 11, n. 19, p. 14–89, 2016. DOI: 10.14483//udistrital.jour.c14.2016.2.a02. Disponível em: https://revistas.udistrital.edu.co/index.php/c14/article/view/11070. Acesso em: 29 mar. 2024.

Chicago

González León, Sergio. 2016. «Disolución». Calle 14 revista de investigación en el campo del arte 11 (19):14-89. https://doi.org/10.14483//udistrital.jour.c14.2016.2.a02.

Harvard

González León, S. (2016) «Disolución», Calle 14 revista de investigación en el campo del arte, 11(19), pp. 14–89. doi: 10.14483//udistrital.jour.c14.2016.2.a02.

IEEE

[1]
S. González León, «Disolución», calle 14 rev. investig. campo arte, vol. 11, n.º 19, pp. 14–89, oct. 2016.

MLA

González León, Sergio. «Disolución». Calle 14 revista de investigación en el campo del arte, vol. 11, n.º 19, octubre de 2016, pp. 14-89, doi:10.14483//udistrital.jour.c14.2016.2.a02.

Turabian

González León, Sergio. «Disolución». Calle 14 revista de investigación en el campo del arte 11, no. 19 (octubre 21, 2016): 14–89. Accedido marzo 29, 2024. https://revistas.udistrital.edu.co/index.php/c14/article/view/11070.

Vancouver

1.
González León S. Disolución. calle 14 rev. investig. campo arte [Internet]. 21 de octubre de 2016 [citado 29 de marzo de 2024];11(19):14-89. Disponible en: https://revistas.udistrital.edu.co/index.php/c14/article/view/11070

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DISOLUCIÓN
(Algo se acaba y algo comienza)
Sobre arte y conflicto
Sergio González León

Resumen
Es un texto escrito con libertad, con influencias múltiples, pero ensayando un discurso o relato propio sobre el contexto social, político y cultural en que se realiza el ejercicio artístico. Ensaya la tesis de que vivimos la transición entre una época y otra, transición señalada como disolución de la modernidad (regida por el autoritarismo de la mercancía) y germinación de probables sociedades plurales y horizontales. Recoge como muestra de la sociedad la población del habitante de calle, el nómada urbano, y el arte, desde su naturaleza, como ejemplo transformador, de apertura a posibilidades y alternativas de vida. Indaga sobre el conflicto, el social, el intersubjetivo, el existencial y el propio del arte. Especula sobre la dimensión virtual, la fragmentación, la unidad y el armónico, en el intento de radiografiar el coágulo vital-social y cultural que experimentamos, y en la necesidad de escrutar el concepto de realidad. Es una aproximación, un ensayo abierto, en un lenguaje abierto.

Palabras clave: “Disolución”, arte, conflicto, realidad, virtualidad y armónico.

El conflicto

Conflictuado por el arte en conflicto, y por el arte en el conflicto, particularmente en el conflicto armado. Esto último, primero: conflicto con armas de fuego, como pistolas, fusiles, metrallas, bazukas y bombas. ¿Y el conflicto con armas de fuego como las bocas y las lenguas encendidas, los corazones encendidos y las almas encendidas? Pues será lo que viene y lo que ya está eclipsado por los fusiles, y que será sol directo cuando callen los fusiles insurrectos, pues los fusiles oficiales y otros posiblemente no callarán, los fusiles como tales no quieren callar: pregúntale a Charlton Heston, el actor gringo, ya que hablamos de arte y actores y entonces cine, el Ben-Hur de la Asociación Nacional del Rifle de los Estados Unidos, la gran auspiciadora de la industria armamentista y del armamento general del pueblo norteamericano. Sí, es que el conflicto es complejo, el armado de fusiles, como el que se guarda tras ellos y más allá de ellos.

En el principio era el fuego
Y en el fuego la tierra estaba
La tierra era la vida
Y la vida la luz de los hombres
Y de las mujeres
Y de los animales
Y de las plantas
Y de las piedras

La luz, la vida, en las tinieblas resplandece
Mas las tinieblas
Los frutos de la tierra no quieren comprender
Entonces, el agua, el sumo de la vida, subió por las montañas
Y de las montañas la vida se desbordó

Nuestra vida
Desde el margen
Por entre las fisuras
Buscando el corazón
El eterno retorno de la sangre
De la vida

Ven seremos
Ven seremos
Ven seremos
¡Vamos, somos!
En este acto de amor

Este es otro fuego. ¿El de Prometeo? El fuego interior que ilumina, el del conocimiento y la creación. ¿Dónde el fuego se convierte en destructor, cuándo? El de la cocina que coce ¿cuándo se convierte en el que quema los bosques y mata la vida?

That is the question, esa es la cuestión Hamlet. El ser y no ser del fuego.
Si, conflictuado también por lo primero, que abordo de segundas: el arte en conflicto, que es propio de la naturaleza del arte, del ejercicio de hacerlo. El arte como campo, con sus tensiones propias, entre su espíritu y su materia, y en el interior de su espíritu, y en el interior de su materia, en relación con la naturaleza y con su naturaleza, en relación con el espectro psico-emotivo, y a los contextos socio-históricos y culturales.

El arte para ver, escuchar, sentir y percibir otras dimensiones que están ahí ocultas; el arte para remover los cuerpos, los imaginarios y los inconscientes, y así abrir amplios espacios al pensamiento, la acción y la conducta; el arte para encontrar el sentido que se guarda tras las apariencias; el arte, esa relación profunda de lo creador; la función social principal del arte es despertar la sociedad creadora. Todo ello en tensión, en conflicto propiciatorio.

Conflicto: combate, lucha, fricción, angustia, contradicción, el diccionario afloja palabras que dejan ver al menos dos que chocan, que luchan. Y si es uno, en su interior (en el uno, en uno) al menos dos (los aspectos, las personalidades que están en uno) que chocan, que luchan. Y en movimiento, caliente. No es uno, unido y quieto, y frío. Y más allá de las palabras, en la realidad de los hechos, lo mismo. Conflicto es movimiento de al menos dos en juego contrario, en choque, en confrontación, confrontados, frente contra frente.

Aplicado al país, a su dimensión básica concreta, vista por todos en su materialidad, lo económico, lo social, lo político, lo cultural, en sus dimensiones de materialidad reconocida a los ojos de todos: una economía basada en el modo de producción generalizado de mercancías, la acumulación y el monopolio; una sociedad basada en la exclusión, la discriminación y el racismo; un sistema político basado en el monopolio del poder, la corrupción, la representación limitada y la participación de papel; una cultura basada en el predominio del culto a la mercancía y la violencia, subsumiendo la diversidad cultural a la serialización mercantil o la marginalidad. Esa es la realidad fáctica y evidente, en el país, en América Latina y en el planeta.

Pero detrás de esta realidad emerge otra desde la invisibilidad: las corrientes de una nueva economía que redime el concepto de bien, reducido en la norma económica a la mercancía ordinaria, reivindicando como bien el sol, la luna y las estrellas; el cerebro, los ojos y el corazón; las manos, los pies, el pulmón, el estómago y los oídos; la lengua, la palabra, el pensamiento y el sentimiento; el cuerpo, la imaginación y los misterios del inconsciente, el trance iluminador, la alucinación, la creación y el espíritu; las piedras, las plantas, los animales y la tierrita; el aire, los árboles, las nubes y el cosmos; la diversidad de energías, los paisajes, los afectos, las emociones, el sentido, los hijos y los amigos; los espacios de encuentro, el cocinar, el comer y el dormir; la película, la música, el libro, las memorias, la virtualidad y el espacio cibernético; la pintura, la obra de teatro, el paseo, la risa y el llanto; el amor, el conocimiento, las montañas, el mar y el rí;, la calle solitaria, el parque, la luz que entra por la ventana, las ideas de dioses, la naturaleza, el universo, la vida, las múltiples relaciones de creación y sentido; con los otros y las otras, con lo otro, con el interior infinito, otra vez la vida. Somos ricos de bienes.

Y otra sociedad: los artistas, los ecológicos y los diversos sexuales; los pensadores y los sentidores, los ingeniosos y constructores, los investigadores, los igualitaristas y los plurales, los comunitarios y los solitarios, los contempladores y los creadores, los solidarios y los libertarios, los humanistas y los espiritualistas, los abiertos y los herméticos, los que abrazan a los árboles, los que son amigos de los animales, de las plantas y de las piedras, los que se duermen en el mar y en la montaña; los que se debaten contra el sentimiento de odio, destrucción y hastío, ensayando el difícil amor a todo y a sí mismos, y a sí mismas. Una red de individuos y de grupos soporte del planeta y de la vida. Una red invisible y no formal, pero cierta, diversa y plural, horizontal y viva.

Y más allá de los partidos, y de los votos y de las armas, alguna gente se pregunta y pregunta, responde y escucha, piensa y contesta, con las palabras o con los gestos, ahora o después, de una manera u otra, y hasta vota sin pedir permiso, por lo que puede ser, distinto a lo reconocido como costumbre y hasta sabiendo de lo difícil, escéptica, pero lo hace. Por un programa básico y común a todos, una democracia real y total: el mínimo común denominador aceptable como base para los diversos proyectos de vida no sustentados en joder a nadie ni a nada.

Los nómadas urbanos

En este proceso de lo político cabe señalar la importancia de decir a los acuerdos que permitan un espacio al por lo menos reacomodo de la sociedad, si no a su transformación orientada hacia la sociedad plural, horizontal, ecológica, solidaria y pacífica, fruto de la profundización de la democracia y su diversificación cultural.
Y una muestra por el ensayo de posibilidades resulta el tema de los habitantes de calle tan relievado en estos tiempos: ¿cómo verlo, cómo intervenir, cómo es que es representativo de toda la sociedad?
Lo primero sería observar el fenómeno como opción de vida desde la precisión o afinamiento del concepto que hace la antropóloga María Teresa Salcedo al llamarlos nómadas urbanos, alternativa al sedentarismo usual (como habitamos los comunes) y no necesariamente como marginalidad a reintegrar a tal sedentarismo que nos impusimos, que finalmente no es sino otra posibilidad que se convirtió en homogénea y única.

La intervención en este sector de la población, o con este sector, mejor, tendría que considerarse (tal vez como todo) en el contexto de un proceso de paz que no es asunto de coyuntura sino de período histórico (¿20, 30, 50 años?). Un proceso de paz incluyente, que no se límite a lo político formal, y a lo económico y social común, ordinario, o a la visión ordinaria y común que se tiene de estos temas, sino que se articule, y desde nuevas perspectivas y visiones (como la ya mencionada sobre el bien económico), a lo cultural, a la cultura como ritual de vida. En la perspectiva plural, a las culturas, a las diversas formas o modos de pensar, sentir, hablar, hacer, percibir y vivir, individual y colectivamente, por tradición o por descubrimiento.

En el caso de los habitantes de calle o nómadas urbanos es necesaria una re-significación social, otra manera de verlos, distinta a la habitual. Dejar de verlos (como sucede con el loco) como algo separado y distinto de nosotros, “ellos, los enfermos, que no tienen nada que ver conmigo, el sano”. La verdad, como en el loco, es que ellos nos representan, son un nosotros en relieve, en exageración si se quiere. Los miramos para mirarnos, y tal vez habría que mirarnos para mirarlos.
La guerra, la pobreza, el desplazamiento, el narcotráfico, la corrupción, los psicoactivos y la exclusión son temas que, derivados de la naturaleza y estructura de la sociedad, nacen en algún punto o puntos de esta, se desarrollan de manera más intensa en unos sectores u otros, pero permean, de una manera u otra, toda la sociedad, aunque se expresen de modo relevante en esta población. Para decirlo de manera coloquial, grosera y a la vez perentoria, somos una sociedad ñera y los ñeros son su expresión, si se quiere, extrema. Pero, paradójicamente, son su expresión más libre y abierta, a la vez que más vulnerable, estigmatizada y expuesta.

Infierno-paraíso es un documental audiovisual significativo porque describe un proceso de rehabilitación de un habitante de calle, nómada urbano, vagabundo, desechable (desechar para dónde, si ya están echados, están fuera) ñero, o como se le quiera signar, nos muestra el paso de un hombre marginado y en el caos, gobernado por los psicoactivos y la miseria, pero sensible y humano, filósofo y poeta, a ser un hombre encerrado en las angustias económicas, imposibilidades amorosas y encierro cultural, gobernado por la neurosis social de la insatisfacción, propias del habitante común de la sociedad, del ciudadano común, y que parece ser el verdadero infierno, o al menos el infierno normal.

No se trata, entonces, necesariamente de lavarlos, peluquiarlos, ponerles corbata y colocarlos en una oficina, encuadrarlos o encerrarlos, como opción, en el modo de vida predominante, al menos no como única opción, que parece ser la mirada que gobierna el tema. Rehabilitarlos, volverlos hábiles para vivir en esta sociedad, en lugar de pensar en transformar esta sociedad para que todos nos habilitemos a vivir de otras mil maneras buenas, si se quiere, incluyendo las maneras buenas que pueden haber de vivir en esta sociedad, que debe haberlas, no seamos cerrados también.

Los habitantes de calle, los nómadas urbanos, los ñeros y las ñeras (el asunto de género también está) representan una contestación práctica, si se prefiere: inconsciente, aunque esto es relativo, de verdad relativo, una contestación práctica a nuestra sociedad, una opción que rompe (en la práctica) con los paradigmas sociales de la familia, la casa, las rutinas de trabajo y las costumbres correspondientes, sus modos de pensar y de hacer. Representan un particular libertarismo que prefiere arrojarse a la miseria y al caos, a la ilusión trágica de las substancias psicoactivas, al abandono, a la calle y la incertidumbre. Ellos y ellas representan la crisis de la sociedad, son nuestro espejo.

Así pues, el trabajo con esta población representa el trabajo con la sociedad, desde abajo, desde sus bajos fondos, o bajos mundos, donde estamos hundidos. Trabajar con ellos y ellas es trabajar por todos y todas, y todes. Trabajar con ellos para trabajarnos, y trabajarnos para trabajar con ellos. Al modo cristiano-egoísta: ayudarlos para ayudarnos. No para imponer un modelo de vida, para encuadrarlos y fortalecer nuestro encuadre. Sino para suscitar con ellos posibilidades de caminos, para ellos y para nosotros, para descubrir juntos (¿principio pedagógico?).

Un proceso desde la dignificación y la libertad. Esto es fundamental, si se trata de reglas mínimas acordadas, como los derechos humanos, el derecho a la dignidad y la libertad como derecho. Despertando posibilidades de autoconocimiento y creatividad para ensayar y encontrar caminos. Lo creativo como superficie de lo creador, como vía a lo profundo (lo creador), que si no es, al menos estamos en las mismas aguas.

Las llamadas drogas o substancias psicoactivas, que parecieran ser a los ojos oficiales el meollo del problema, el dispositivo base del giro a la marginalidad, oculta desde luego los procesos psico-afectivos y de no adaptación al modelo social y cultural prevaleciente, que lo anteceden. Lo que no le quita, al contrario, el de ser un tema central de los habitantes de calle, y de la sociedad (insistimos). Pero habría que mirarlo también de otra manera. Ya por lo menos se va imponiendo la idea de no verlo como un problema de policía, aunque en la práctica es el que prevalece, y verlo como problema de salud, pese a que no sobran los autoritarios de siempre, que orillados a verlo como problema de salud promueven la obligatoriedad de la clínica, es decir, si no van a la cárcel común que vayan obligatoriamente a la cárcel blanca.

Otra posibilidad, la nuestra, es, superando el problema de policía (en la mirada y en la práctica), no verlo como problema sino como tema y en clave de derechos, y no solo como tema de salud sino político, por un lado, en el sentido de que si puedo elegir gobernantes y ser elegido como gobernante desde los 18 años, bien puedo tener el derecho de gobernarme, mal o bien, y decidir sobre mi cuerpo (con todo y aparato cerebral y nervioso) y lo que meto en él (sexo, alimentos, substancias), es decir, el autogobierno del astro-cuerpo, de su geografía e historia, el gobierno de ese mundo que es cada quien. Asunto de derechos, en el plano constitucional-legal lo referido al “desarrollo libre de la personalidad”. Pero por otro lado, y muy importante, es un tema de cultura, de rituales de vida, en ese sentido el caso de la cannabis es muy representativo. Aunque lento, ya hay avances, el reconocimiento de sus posibilidades medicinales y la percepción ya popular de substancia blanda, en algunos casos hasta vista como más blanda que el alcohol, son pasos, pero todavía es limitada su comprensión como componente cultural en tendencias grupales y generacionales, no solo contemporáneas, sino en tradiciones de conocimiento como el shivaísmo oriental, semejante al yagé, al mescal, al peyote y a la coca en otras culturas. En este contexto es fundamental avanzar en el proceso de legalización de las llamadas drogas, asunto que se abre demasiado lentamente en la agenda mundial y que es tan necesario en la agenda nacional, más en lo que se ha dado en llamar posconflicto, sensatamente llamado en el argot popular post-acuerdo, no solo por lo que significa en el tema que estamos observando inmediatamente, sino en relación a la corrupción y a la violencia (extensiva a la guerra) que ha generado la prohibición. Los saldos positivos de la legalización son enormes, incluyendo el de abrir el espacio para colocar el tema de las substancias en su justo lugar. La legalización es tema central para un verdadero proceso de paz política en el posconflicto político armado y hacia la paz social básica.

En el plano de lo entendido como adicción, promover la llamada “reducción del daño”, si es que aceptamos el concepto daño, es útil y práctico. Promover (no imponer) y ensayar canalizar hacia la yerba las prácticas con substancias más fuertes como el basuco, la cocaína, la heroína y otras de origen sintético. Esta puede ser una de las coordenadas de salud aceptable, conveniente, y con probabilidades de hacerse común en la sociedad.

Retomando el tema de la opción de vida que representa el habitante de calle, habría que observar las alternativas de crecimiento y armonización en esa dirección como una línea de intervención para su desarrollo y cuestionando la política ya descrita de encuadramiento al modo de vida hegemónico. Si el hábitat de esta opción es la calle y los espacios abiertos, los parques, el espacio público, el espacio no-casa, entonces habitar allí tendría el sentido de adaptar estos espacios a tal modo de vida, ordenarlos, cuidarlos, ornamentarlos, re-funcionalizarlos y resignificarlos socialmente, armonizarlos a tal modo de vida, y donde el Estado se abra a estas dinámicas desde la inclusión. Encauzar esta ruta a probables aldeas suburbanas, fincas colectivas, nómadas rurales, cuidadores de bosques y montañas, de ríos y de mares. La utopía. Finalmente se trata de visualizar la dignificación de un modo de vida elegido y la opción de encontrar otros modos de vida en el camino, aún para nosotros los comunes, en un proceso de aperturas y transformaciones.

La salud es otro tema que aparece como central, vinculado a las substancias psicoactivas, a la locura (asociada a la paranoia y la esquizofrenia en términos psiquiátricos), a una alimentación deficitaria y a los derivados de estas condiciones de vida. Otro tema que parece exclusivo de ellos, pero que también es nuestro. Recorrer el párrafo anterior aplicado a la sociedad entera es lícito y acertado. Las llamadas esquizofrenia y paranoia son sociales, la desconexión de realidades, las separaciones múltiples, los fantasmas de la persecución y la culpa, el desgarramiento existencial y la impotencia nos corresponden a todos y a todas, individual y colectivamente.

La psiquiatría propone métodos para olvidad, contraer, represar, no ver lo que no debe verse, no escuchar lo que no debe escucharse, no sentir lo que no debe sentirse, no pensar lo que no debe pensarse, no percibir lo que no debe percibirse, no actuar como no se debe actuar. Aconductarse, seguir las reglas impuestas, ser como se ha dicho que se debe ser, estar de la manera como se ha dicho se debe estar. Frenar la imaginación y la creación, solo repetir el modelo, una y otra vez hasta morir, es la regla. La anti-siquiatría, desde Laing y Cooper, como inspiradores, propone interpretar, leer entre las líneas, observar entre las fisuras, aclarar lo que se dibuja entre las sombras, todo eso que aparece añadido a la realidad tal y como la conocemos en común (la llamada realidad ordinaria) o que se desprende de ella, que se descubre tras ella, otras imágenes, otros sonidos, otras voces, nos hablan, nos muestran dimensiones que no hay que ignorar, que es necesario observar en el proceso de conocimiento y comprensión de nuestra vida y su sentido.

Pareciera que estamos hablando del arte, y la verdad que sí. Esa relación de la locura y el arte ya es tradición y certeza. La locura como mal es caos, sufrimiento e inconsciencia. El arte trabaja ese caos, armoniza, transforma el sufrimiento en conocimiento y permite darnos cuenta, cura. El arte como curación. Ese era el tratamiento a la locura en el medioevo occidental, cuando el paciente logra la pintura (el cuadro pictórico) en el exterior ya está bien en el interior, la alquimia se cumple, el plomo que se convierte en oro afuera advierte del plomo que se convierte en oro adentro. No como curación definitiva, nada es definitivo, tenemos que romper con ese paradigma en todos los temas, de que se trata de llegar a un lugar para siempre, el paraíso, que además siempre está en el futuro. No, la vida es ahora y si el pasado y el futuro tienen sentido es ahora. Así pues, los eternos retornos están allí, ciclos incesantes de renovación del caos y la armonía, posiblemente en espiral, pero en dirección tal vez incierta o definida por ciclos, no sabemos. Además la dirección probablemente es el camino mismo, otra vez ahora, el presente vivo. Los bienes para ser bienes ahora, los males como los espacios para la creación de bienes. Y esa creación-curación (el arte) se aplica a todas las instancias y prácticas de la vida individual y colectiva. Hacer de la vida una obra de arte, hacer de la sociedad una obra de arte. Otra vez utopía. Por eso la propuesta del arte como mediación, no solo en el tema del habitante de calle sino en todos los temas, despertar el espíritu creador, la sociedad creadora en todas partes.

En conexión con lo anterior, que podríamos llamar de salud mental, de canalizar desde el arte las fuerzas destructivas y autodestructivas hacia la creación y el autoconocimiento, que debe ser procedimiento de toda pedagogía, está la necesaria revisión de lo orgánico-físico, donde se somatizan los procesos psico-afectivo-emocionales, la revisión de las culturas alimentarias y de los equilibrios bio-energéticos, donde las diversas medicinas alternativas pueden aportar significativamente, y aún cierta lectura y ubicación de la convencional medicina alopática.

Ya se me está convirtiendo en obsesión, pero entre más me refiero a la población de los habitantes de calle, de los nómadas urbanos, más me doy cuenta de que estamos hablando de la sociedad en general, que lo que es de unos es de todos, en cantidades distintas, pero lo mismo. Aún, cuando estamos refiriendo su rota relación familiar, la oveja negra que acabó con la familia, el culpable, como el loco, como el discapacitado (“se me fue la vida cuidándolo”) y el bandido, a veces todos en uno. El agente puede ser cualquiera, el agente destructor, la verdad todos somos agentes destructores que buscamos chivos expiatorios, alguien en quién concentrar la culpa: el enfermo, el loco, el ñero, el bandido, y pese a todo la culpa nos mata.

Pero ¿cuál familia? La familia nuclear (padre-madre-hijo juntos) ya solo representa, realmente, una más. No recuerdo cómo juegan las estadísticas con precisión y en qué período, pero a grandes trazos la forma nuclear, con todo y su conflicto trágico, sobrevive apenas en una, poco más tercera parte, las demás son de separados, viudos y viudas, madres cabezas de familia y madres solteras a secas (más de la tercera parte) y aunque en minoría padres solteros o cabezas de familia, parejas del mismo sexo (creciendo significativamente a partir de que de cada diez personas casi dos no son heterosexuales, proporción que también crece), y formas de comunidad, aunque incipientes, que ensayan otros formas de relación. Y la sociedad oficial ve esto, excluyendo a los viudos, como fracasos, relaciones anormales o enfermas, no aceptables, que atentan contra la sociedad y la familia. Y sí, porque representan formas alternativas a estas, porque lo que fracasó fueron la sociedad y la familia nuclear. Pero lo grave no solo es esta visión oficial, lo más grave es que los que viven estas otras formas las viven como fracasos (la mayoría al menos), como relaciones anormales y enfermas, no aceptables, y con culpa. Porque sí son anormales (fuera de la norma) pues la norma está enferma. Y lo que hay que aceptar es una diversidad, donde la familia nuclear es una forma en medio de múltiples formas, ojalá sana como debieran vivirse todas las formas, sin culpa y con consciencia de su significado, y en el marco de una apertura por encontrar formas que correspondan a realidades y necesidades, así como a nuevas y diversas convicciones de las relaciones interpersonales amoroso-afectivas y de comunidad. Esto incluye el tema de la sexualidad, que es otro gran tema individual y social. Se ha avanzado, en medio de la lucha, en la aceptación socio-cultural y normativa de la diversidad de orientaciones sexuales, aunque poco en una educación más abierta y creativa, pertinente a las necesidades de niños, niñas y jóvenes, a las necesidades de unas relaciones sexo-afectivas más libres y autónomas. Así que el tema del habitante de calle en relación con la familia y con el sexo habría que mirarlo en este contexto. Otra vez el contexto de la sociedad, porque la promiscuidad que se arguye para el habitante de calle también irriga todos los sectores en mayor o menor grado, con sus incidencias emocionales y de salud, como es el caso del SIDA y en general las enfermedades de transmisión sexual. Aquí hay un tema entre el tabú y la ignorancia, en el que, como en muchos temas, por miedo e incomprensión se apela más a la represión que a procesos de investigación y aclaración de las fuentes de los problemas, predominando casi siempre la oscuridad.

Cabría entonces pensar en abrir espacios convivenciales y meditativos con la población del habitante de calle (e insistamos, para todas las poblaciones), fuente de laboratorios de creación y comunicación, desde el arte, desde el hacer, desde una pedagogía de la experiencia en el ensayo de compartir y comunicar en medio de las tensiones creativas y vitales.

Serían necesarios proyectos de intervención desde una mirada holística, suscitando sinergias hacia la resiliencia, ese proceso de templanza para cruzar la sobrevivencia y alcanzar la vida. Y abrir una comunicabilidad con la sociedad, de ida y vuelta, para que fluyan las informaciones, las lecturas, las interpretaciones, los análisis comparativos entre una realidad y otra, seguramente para constatar su base común, su identidad, e ir abandonando las ideas separatistas cercanas al apartheid.

Finalmente, un proyecto que provoque propuestas desde los propios grupos o comunidades, en este caso de los habitantes de calle, proyectos en las direcciones que surjan de allí. Proyectos que necesariamente tendrán que insertarse en el proceso de paz en curso, que tiene que ir más allá de lo que se ha pensado, y para el ámbito de la ciudad, del país, y el mundo, sí, todo esto tiene que ver con el mundo en el planeta, con modos de habitar el planeta, con los conflictos múltiples que son nuestra historia y que hacen metástasis en estos tiempos, en el ser humano actual.

Fragmentos y transición

No habría más que decir, además creo en la estructura fragmentaria y en el método de lo fragmentario, si es que todavía queda campo de verdad para la estructura y el método, porque lo fragmentario sí que lo llena todo, si hay algo es fragmentos. Fragmentos que hay que unir de nuevas maneras, no para restituir lo anterior sino para descubrir lo nuevo, nutrido de lo anterior seguramente, pero nuevo. Es el sentido de un cierto arte contemporáneo que trabaja desde lo fragmentario. Pero lo fragmentario no es más que una manera de mostrar que la unidad que se nos presenta como tal ya no es, que es necesario descubrir una nueva unidad desde los fragmentos de la anterior, deshacer para hacer de nuevo. Y en este proceso se quedan atrás las cosas que se deben quedar atrás y se encuentran las cosas que deben ser ahora.

Este es el proceso de la cultura viva. Y la unidad, en el sentido que lo referenciamos, es una aproximación a lo armónico como concurrencia de pensamientos, acciones, modos de percepción y sentido, en la cual integramos y armonizamos los distintos procesos de vida, algo cercano a lo que han llamado los valores, los sentidos por los que vale vivir, con los cuales organizamos los rituales de vida, la cultura o culturas. Y el arte representa esto de manera singular, esta concurrencia en lo armónico, resultado de largos y profundos procesos de tensión, contradicción y desgarramiento para revelar dimensiones y mundos, el trabajo que se concreta en la obra artística, ejemplo para todo trabajo. Porque esa es la principal enseñanza del arte, nos da el mejor ejemplo para hacer las cosas, para hacer la vida, para hacer la sociedad, que como las obras de arte, soñamos. Pero regresemos a lo fragmentario, las partes desintegradas de un todo.

En la vida cotidiana un buen ejemplo, ya manido, es como vemos la televisión. No es como antes, en los años setenta del siglo pasado, donde escogíamos un canal, de los dos que había, y allí nos quedábamos viendo los programas completos. Ahora, con excepciones, pasamos de un canal a otro, de un programa a otro, con rapidez a veces inusitada, viendo pedazos (fragmentos) de noticieros, películas y partidos de fútbol. Casi ninguna película la vemos de principio a fin, casi siempre la vemos ya comenzada, un fragmento, por grande que sea. El culto de ir a ver solo una película al cine, de cabo a rabo, sin nada más, es un culto en rezago. Y esto lo aplicamos a todo, ni que decir con la internet, a los almuerzos mezclados de trabajo, a las conversaciones donde se pasa de un asunto a otro sin continuidad alguna, a las cuatro actividades o trabajos que combinamos a diario, a los tres, cinco o siete libros que estamos leyendo al tiempo, las tres mujeres distintas con las que soñamos, los mil pensamientos que se cruzan a pedazos por la cabeza, ya lo anticipaba James Joyce en su monólogo interior del Ulises. Esta es la fragmentación horizontal (en el tiempo) que se cruza con la vertical: la mente por un lado, el sentimiento por otro y la acción por su cuenta. La cabeza, el corazón y el sexo separados. Así hacemos, mutilados, una vida fragmentada de la que intenta dar cuenta aquel arte de la fragmentación que referíamos, del cual se deriva, en el teatro, la dramaturgia de la fragmentación tan en boga.

Así pues, la vida unitaria y continua, que suponemos en épocas pasadas, bucólica si se quiere, donde se pasa de la casa al cultivo, de allí al bosque, al encuentro familiar, al pozo de agua y a la comida antes de dormir, todo en orden, todo unido, todo continuo, parece ser la contraparte positiva de nuestra mutilación derivada en caos fragmentario en nuestra vida contemporánea.

La verdad es que nadie puede imaginar una vida continua y unitaria absoluta, una suerte de paneo cinematográfico en plano-secuencia continuo, sin cortes, ni en las cavernas primarias, de la pared rocosa al suelo de tierra, caminar a la puerta de la cueva, los ojos a la fogata encendida, el garrote a su lado es tomado por las manos, la noche, los árboles, la luna, camina con el garrote en lo alto, escucha fieras, aparece desde la espesura el tigre, el garrote a la cabeza del animal, los ojos encendidos, el pie sobre el cuerpo del animal derrotado, grito a las estrellas, los ojos otra vez, la luna, fin de la secuencia. No, ni en las cavernas, ni en el campo bucólico mencionado, ni en nuestros días de caos cibernético. Porque el paso de la fogata al garrote en nuestra secuencia ya representa el paso de un fragmento de mundo a otro, lo mismo que un abrir y cerrar de ojos, y el paso del cultivo al bosque en nuestro campo bucólico también. ¿Entonces, de qué estamos hablando?

Es posible que los mundos, las vidas y las culturas tengan, al menos tres momentos, como en el modelo aristotélico de la narrativa: un principio, un nudo y un fin. Nacer, ser y morir. Panorama, enlace-nudo y desenlace. Inicio, corazón y final. En fin, la divina trinidad. En la historia se ve claro, una sociedad nace de las cenizas de otra, de la disolución de otra, del vacío que deja esa disolución, cenizas y vacío donde se descubren los valores en torno a los cuales se construye la nueva sociedad, reciclando en torno a ellos elementos de la anterior (y de las anteriores) y creando nuevos elementos en coherencia y como expresión de esos valores que atraen y articulan la totalidad de los elementos o componentes, en el marco de un proceso vivo, de algo que nace, crece y muere, como todo, pues finalmente esa sociedad también decae y se disuelve, muere para dar paso a otra y así sucesivamente, parece, hasta el final de los tiempos, al menos de los tiempos humanos.

Esta parece ser una visión lineal y evolucionista, en cierto modo positivista, pero no, pues este proceso y estos momentos tienen, más bien, una línea curva, próxima al círculo, al ciclo, al concepto de reciclar, al espiral, proceso conectado mejor con los círculos del “eterno retorno” que nos hablara Nietzsche, que con una línea recta, por más zigzags que se le ponga a la línea, que no serían sino variaciones de su ser línea recta. Lo que parece línea recta no es más que la fracción de una línea curva, como una autopista en la tierra redonda, que si continúa termina agarrándose por la cola, conformando un círculo. Así parece ser todo, al menos el todo conocido. La vida es circular.

Entonces lo que tal vez ocurre es que lo fragmentario como expresión de crisis, como problema, está poniendo de manifiesto la ruptura de la unidad adquirida, de un armónico inicial que si dejó de ser armónico, al menos se mantuvo como unidad, pero después, las fuerzas que lo constituyen entraron en una contradicción ya no complementaria sino excluyente, que lo lleva al rompimiento y a entrar en la disolución. Esto es lo que pone en evidencia la fragmentación.

Veamos un poco más despacio con un ejemplo que clarifique nuestra exposición sobre lo armónico, la unidad y la fragmentación: la sociedad moderna occidental, cuyas relaciones hegemónicas cubre el planeta subsumiendo a su naturaleza otras formas de sociedad y otras culturas. Una muestra de lo que puede ocurrir o ha ocurrido con las sociedades y las culturas en general. Veamos. Un poco siguiendo los trazos del materialismo histórico, pero con una visión crítica del mismo e involucrando elementos nuevos que amplían la visión, podemos situarnos en la antesala de la modernidad occidental para observar imágenes que ilustran lo que deseamos mostrar. El taller metalúrgico con su maestro y sus aprendices, suerte de artesanos que se mueven entre la creación y la producción, entre el trabajo individual, propio del artesano, y el trabajo de grupo que inicia el trabajo en cadena que desarrollará después la producción en línea y en serie del proceso industrial. En el taller se mezcla la educación y el trabajo. El maestro lo es en el sentido educativo, él enseña, pero también es el jefe del trabajo para producir y vender. Así, a la vez, los aprendices son estudiantes que aprenden, pero también trabajadores que producen y tienen un ingreso sobre la base de lo que se vende. El taller es el espacio desde donde nacerá la modernidad, jalonará el comercio y el comercio lo jalonará. El taller se vive como una familia donde el maestro es el padre y los aprendices los hijos, muchas veces literalmente, así que representa un entronque económico, social y cultural. El lugar del trabajo, del afecto y la familia, y de la educación y la creación. Una unidad apretada de comunidad, germen de lo que será la sociedad burguesa, capitalista y moderna. Una unidad, el taller, que podemos llamar un armónico inicial, con sus tensiones propias y naturales, pero convergentes en aquel armónico, que no es una figura congelada y fría, es caliente y viva, es el armónico: el maestro ama a sus aprendices como hijos (ya dijimos que muchas veces lo son literalmente) y los aprendices aman a su maestro como a un padre y lo reconocen como maestro, el que sabe. Las tensiones y contradicciones entre ellos no son excluyentes, son complementarias, constituyen un armónico donde convergen, se complementan y se armonizan sus pensamientos, palabras, sentimientos y obras.

Con el tiempo este armónico inicial, construido en torno a valores como la libertad, la ciencia, el trabajo, el mercado y la razón, valores descubiertos y creados sobre las cenizas y en el vacío dejados por la sociedad medieval occidental en su disolución, fue la base o el germen de esta nueva sociedad de la industria, el comercio, la acumulación, la ciencia y la tecnología que llamamos modernidad, producto del modo de producción generalizado de mercancías con su valor supremo, dios-reina, la Mercancía.

Y es en esta fase o momento, el de la industria y comercio generalizados, el de la economía irreal que comienza a dominar el sistema (el sector financiero), donde las tensiones en el marco del armónico, que sirvieron a su existencia, se convierten en contradicciones irreconciliables, las partes se separan, pasan de ser complementarias y en comunión a ser excluyentes la una de la otra. El maestro se va para la escuela y la universidad, el aprendiz se convierte en asalariado de esa parte que abandona el maestro, la de propietario del taller, ahora industria, y el propietario de aquel medio de producción, que es el poseedor de capital, cada vez se distancia más del proceso de trabajo. La división inicial del trabajo, que es complementaria en la unidad armónica, se transforma en división en clases sociales excluyentes, los intereses de una ya no convergen y comulgan con la otra, se excluyen entre sí. Los valores iniciales que han madurado se relativizan y comienzan a marchitarse, a podrirse. Por ejemplo, la razón que ilumina frente al oscurantismo medieval, principio de libertad, se vuelve instrumento de manipulación, fuente de separación de la cabeza, el corazón y el sexo, de un modo de vida en serie sometido al consumo, al mercado, a los números de la compra-venta, la ganancia y la acumulación. Los valores iniciales entran en decadencia y empiezan a morir. Ya en nuestros días solo quedan las cáscaras sin fruto de esos valores, las mortajas, ya se van viendo las cenizas y el vacío, es el momento final, el tercer momento, el de la disolución de esa sociedad, cuando la producción llega a las máximas tecnologías del automatismo, la robotización, la cibernética y la computación, y el sector financiero, amo de amos, el irreal, se derrumba.

Así que estamos ad portas de una nueva sociedad, que quizá no es la socialista que se ha experimentado, más bien parte de esa modernidad, sino otra u otras que mejor pueden asociarse a la sociedad plural y horizontal, ecológica y pacífica, fruto del crecimiento y apertura de la democracia real y total. Es una aproximación posible, pues la verdad es la incertidumbre, pero pareciera que esos elementos: plural, horizontal, ecología, paz, entre otros, como libertad, están en las cenizas de la modernidad, y palabras como percepción, cosmos, multiculturalidad, otra vez horizontal, dimensión mítica, arte, autoconocimiento, asociación libre y espíritu creador, entre otras, representan apariciones en el vacío abierto por la sociedad moderna que se disuelve. Ya se verá qué es o qué son, y cuáles, los valores para en su torno reunirnos para nuevas sociedades y culturas que están germinando y qué serán, sabrán los nietos de los nietos. Ya se verá qué elementos, y cómo, de la sociedad moderna que muere, se recogen en esta sociedad o sociedades nuevas, por ejemplo sus ciencias y tecnologías, la cibernética y la computación, articuladas por los nuevos valores en descubrimiento, que seguramente reciclarán también elementos de los valores deshechos.

En fin, espero que las imágenes descritas sirvan de algo para tener una idea de lo que necesitamos decir: que las sociedades y culturas son seres vivos que nacen, son y se mueren. Que los valores en torno a los cuales se constituyen representan una cosa u otra dependiendo del momento que viven cuando son observados. Como mencionamos, la razón es una cosa al principio de la modernidad y otra al final. Y lo más importante para nosotros, señalar que estamos viviendo el final, la disolución de la modernidad y entonces en el umbral de una nueva época, en la germinación de una nueva sociedad o sociedades, de unas nuevas culturas que reciclarán de alguna manera lo que hemos sido, para ser de nuevo.
Y este es el tema central (el conflicto macro) para hablar de arte y conflicto, esta transición de una época a otra que estamos viviendo, de la llamada modernidad a otra época incierta (la incertidumbre fantástica), pues apenas está germinado, estamos en la transición, descubriendo sus posibles formas. Probablemente constituida por sociedades plurales, donde las diversas culturas en curso, que han llegado hasta aquí de una manera u otra, y las culturas por descubrir o crear intercambien unas con otras, horizontalmente, en pie de igualdad, se alimenten unas a otras, como ya está ocurriendo de un modo u otro, sin verdades únicas, desde la libertad y las autonomías, desde el reconocimiento, la comprensión y la solidaridad, como interculturalidad cierta.

Esta es la tendencia, tal vez ilusoria, de lo que vemos como posibilidad, con elementos reconocibles en el contexto histórico y cultural actual como gérmenes de tal posibilidad de sociedades y hacia las cuales estaríamos en transición. Pero toda tendencia tiene contra-tendencias, y más aún, tendencias divergentes en múltiples sentidos, no solo contra. Los procesos no solo van en un sentido o en contra, sino que las fuerzas que se debaten en su interior refieren sentidos múltiples divergentes y depende de la calidad de esas fuerzas el sentido en que se oriente el proceso.

Así pues, también hay elementos que permiten observar, en el marco de otras miradas, que no vivimos una época de disolución sino de fortalecimiento de la sociedad actual, y de las bases sobre la cual se edificó, y de allí se deriva el sueño de algunos del paraíso de las mercancías y los mercados, de la plenitud de las tecnologías, de la automatización y la robotización, donde los cuerpos prácticamente no tienen que moverse y las cabezas brillan resplandecientes como huevos luminosos, repletas de imágenes y datos de ultra-computadora. A esto podría añadirse un aparato de súper-control sostenido en chips que guardaremos cerca del corazón para saber cuándo vamos a robar o a matar, evitarlo, y mantenernos semidormidos consumiendo, llenos de felicidad. Y otras posibilidades, de sistemas grises y ultra-policivos, de sistemas absorbidos plenamente por la cibernética donde nos hundiremos en pantallas o cápsulas tridimensionales, sustituyendo las carnes y los huesos por la imagen o espectro virtual, y la montaña y el mar por su animación de computador, como ya se observa en reuniones donde cada uno está con su celular o su tableta, qué mejor compañía.

Virtualidad y arte

Ahora, siendo equilibrados, sí hay que preguntarse por la virtualidad y su sentido, aún sobre sus mejores posibilidades, no necesariamente atrofiantes. Finalmente la aparición de la virtualidad cibernética, con sus múltiples formas de computación, permitió validar la realidad de lo virtual, de la llamada ficción, que hasta el momento era territorio exclusivo del arte y la imaginación, y como tal, considerado irreal. Pero la virtualidad contemporánea aplicada a los números y los negocios, al ser fáctica, demostró su ser concreto y real. Así se reforzó nuestra mirada de que lo que ocurre en el pensamiento y la imaginación o en la dimensión de lo artístico es tan real como una zanahoria, una tuerca o un tornillo. O mejor, que es tan real la zanahoria que sacamos de la tierra, hervimos en la olla y mascamos con los dientes, como la zanahoria que habita en nuestra mente y convertimos en cohete que se pierde en las estrellas. Las diferencias son de densidad, como el agua que fluye, el agua en vapor o el agua en cubo compacto de hielo. Diferencias de densidad, no de realidad. Es tan realidad mi pensamiento, como mi palabra o como mi obra, seguramente con diferencias de densidad. Es tan real el personaje que camina por la calle como el personaje que camina en un libro, en una novela. Tan real el insulto que pienso como el insulto que digo. El que digo puede tener efectos inmediatamente palpables por la conciencia, como las trompadas en que puede terminar. El que pienso todavía es más difícil observar su repercusión, pero creamos, la tiene. Así mismo, la imaginación o los sentimientos son reales. Es posible que el planeta esté cubierto por una densa capa, que llamaremos transitoriamente psico-afectiva-imaginativa, constituida por todos los pensamientos, imaginaciones, sentimientos y señales inconscientes de todos los seres vivos, tejida, entrelazada o apelmazada, que nos envuelve, y no vista por los ojos usuales, pero allí está y actúa, y tiene una determinación sobre todos nosotros, quizá mayor que la economía. Pero de esto poco se sabe, poco se admite, pero es tan real como lo virtual, que todos admitimos como real, por su demostración fáctica, compro y vendo por su intermedio, que es lo más convincente entre nosotros, pero también veo, escribo y hablo, que también convence, y ya veremos cómo comemos por internet, entre tanto el domicilio, pero ya vendrá la tridimensionalidad, y nos pasaremos de un lado a otro por la pantalla, no solo la comida, sino de cuerpo entero, todo tan real como la tuerca y el tornillo. Porque lo que era tan etéreo es, tal vez, más denso de lo que pensábamos, por eso es tan importante pasar de la irrealidad de la imaginación a la realidad de la imaginación, pero así mismo, tal vez, lo que parecía tan denso o sólido, como la piedra y el cuerpo, o la zanahoria, la tuerca y el tornillo, es tal vez más etéreo, liviano o gaseoso de lo que pensábamos, y tal vez es cierto que luz somos y en luz nos convertiremos, y que esa piedra y ese cuerpo son espectros de luz, porque la energía y la materia son de lo mismo, por eso se transforma la una en la otra, pero sin cambiar de naturaleza, una más densa que la otra, pero no tan densa como parecía. Y el cuerpo y el espíritu son de lo mismo, igualmente, y ni el espíritu es tan etéreo ni el cuerpo tan denso, él (el cuerpo) que es espectro de luz, de energía, que es una forma (la energía) de lo que llamamos materia, que no es tan densa (la materia) como pensábamos. Todo está más cerca (lo uno de lo otro) y es de lo mismo. Así, nuestro cuerpo es tan virtual como lo que llamamos virtual y lo virtual es tan real como el cuerpo, eso es lo que estamos comenzando a percibir, a darnos cuenta.

Así pues, la dimensión mítica (esas dimensiones que están allí, ocultas) que nos descubre el arte es tan real como la historia y la geografía, como nuestra zanahoria, nuestra tuerca, nuestro tornillo, o como nuestra piedra y nuestro cuerpo. Es necesario disolver esa separación entre arte y realidad, entre el arte como irrealidad y la realidad. Todo es real, realidades diversas en distintas densidades, pero en el mismo cosmos, universo y naturaleza, distintas formas de lo mismo, hasta los muertos.

Reiteremos de otra manera, porque sirve, si es que a estas alturas se ha llegado a esta parte de la escritura (los pacientes), esto de la realidad, aplicando la pedagogía de la vaca, las cosas hay que masticarlas al menos cuatro veces, con los cuatro estómagos, para asimilar.

Eso de estar en contacto real, por ejemplo, con alguien, sí que es relativo. Nos parece que cuando está allí a medio metro, en carne y hueso, eso es real y verdadero, pero no cuando lo veo en la imagen del pensamiento o en una fotografía, o lo escucho por el teléfono o lo veo por la pantalla de internet. Lo cierto es que, a veces, qué a veces, casi siempre, cuando estamos a medio metro estamos más lejos que nunca, mirándonos sin vernos, hablando sin escucharnos, hasta dándonos la mano sin sentirnos, mientras que en muchas ocasiones la convocatoria de la mente, esa imagen de la persona allí en la cabeza, suscita una comunión total, ya sea en el amor o en el odio, pero cierta. Lo que no ha sido investigado bien todavía es lo que ocurre en ese otro (el de la imagen) en ese instante o después, y cómo ocurre, pero que ocurre, ocurre. Tal vez siente un viento que lo toca en el momento y le suscita un sentimiento por aquel que invocó su imagen, o más tarde por efecto de tal invocación lo pensó sin saber por qué, no sabemos, pero un universo de sutilezas se mueven por allí en la ampliación del universo de realidad y en la disolución de la frontera entre lo real y lo irreal.

Lo que sí es fundamental es acabar con la vieja idea de ficción como irrealidad, aún como mentira. Si se quiere hablemos, entonces, de realidad artística o de realidad en el arte, pero lo importante es señalar que esa realidad es tan real como la realidad de carne, hueso y cemento. Este es el punto interesante, que la realidad del arte, sus cuerpos y personajes, sus imágenes y paisajes, sus sonidos, su narrativa, sus espacios, tienen la misma eficacia fáctica, práctica, concreta, que la realidad ordinaria. Ese es el cuento que deseamos relatar, que pensamos es significativo, el de que estamos inmersos en una realidad de pensamientos, imaginaciones, pasiones, sentimientos, percepciones, acciones, actos inconscientes, obras, economías y políticas, todo encadenado o tejido en el día a día y en el noche a noche, todo en el mismo universo, relacionándose y determinándose mutuamente, articulado como dimensiones de la misma vida, en diferentes densidades, pero parte de lo mismo, es esto lo que proponemos explorar.

Volvemos al personaje que camina por la calle, tan real como el que camina por la novela, tan real su pensamiento como la calle, ve un perro que olisquea en la caneca de basura, tan real como la mujer que ahora mira en su imaginación. El paisaje en el horizonte, con el sol sobre la montaña, las nubes que trazan sus curvas sobre el fondo azul que se difumina en rosados sobre naranjas, es la tarde, y veo surgir de los rosados enormes tigres de bengala con enormes colmillos, donde cuelgan faroles de luces verdes, y los tigres vuelan moviendo intermitentemente sus alas doradas como águilas y se cruzan en el cielo con aviones ultrasónicos cuyos pasajeros miran alucinados cómo los tigres los siguen en su viaje a las estrellas, parpadeo y se han ido, quedan la montaña, el sol de la tarde, las nubes sobre rosados azulados y una mujer se queda en mi pensamiento mientras vuelvo a parpadear. Todo real, como la película, como la obra de teatro, como las noticias, como el almuerzo.

Así una aproximación al arte en el conflicto, en el conflicto armado, el conflicto social y político, el conflicto existencial, el conflicto del arte por reivindicar su realidad, el desgarramiento vital en medio de la historia humana, donde como quisiéramos estamos transitando (es nuestra opción de mirada, de tendencia) a una nueva época, saliendo de aquella donde en sus finales, en su disolución, se observa como representación de la contradicción fundamental de tal época, la signada por la contradicción entre arte y mercancía, entre el espíritu y su bizarro, entre el espíritu creador y la “cosa” que vive para ser vendida y comprada con el fin de ganar y acumular. La alternativa para salvarnos de la cosa-diosa que nos aplasta, la mercancía, está en seguir el rastro del arte, de su naturaleza y sentido, ese que la mercancía intenta encarcelar y destruir, seguir su ejemplo para aplicarlo en todas las dimensiones de la vida, para aplicarlo en la creación de nuevas sociedades, imitar su espíritu, trabajar como él, hacer el tornillo como si fuera una escultura. La utopía.

Bogotá, septiembre de 2016.

 

Referencias
Coorper, D. et al. (1969). La dialéctica de la liberación. México, Argentina, España: Siglo Veintiuno Editores S.A.

Engels, F. (1952). El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado. Moscú: Ediciones en Lenguas Extranjeras.

González, S. (1998).Teatro de la locura. Letras del Acto, Ministerio de Cultura-Corporación de Teatro y Cultura Acto Latino.

Herrigel, E. (Bungaku Hakushi). (1972). Zen en el arte del tiro con arco. Buenos Aires: Editorial Kier S.A.

Joyce, U. (1981). Ulises. Barcelona, España: Editorial Bruguera (Libro amigo-Lumen).

Laing, R. H. (1981). Las cosas de la vida. Editorial Crítica, Grupo Editorial Grijalbo.

Nietzsche, F. (1980). Así hablaba Zaratustra. México, D.F.: Editorial Época, S.A.


Nació en Bogotá, Colombia el 22 de enero de 1951. De una familia de clase media de Chapinero, la mayor parte de sus estudios de primaria y bachillerato los hizo en el colegio Refous, aunque después de ser recurrentemente expulsado del mismo, terminó en el Moderno Americano. Entró a la Universidad Nacional en 1970, en el auge del gran movimiento estudiantil, a estudiar matemática pura, pues la consideraba la base de la filosofía que era lo que realmente le interesaba. Nunca se graduó, ya que hizo parte de la corriente que no buscaba reformar la universidad sino destruirla, y basado en el cuestionamiento al poder del conocimiento que portaba el maestro reivindicaba el autodidactismo que ha caracterizado su formación. A los 16 años (1967) funda Acto Latino y desde allí ha trasegado su vida como actor, escritor, director, investigador y maestro, ensayando revelar el espíritu de nuestro tiempo. Un enamorado del arte, la rebelión, la libertad, la vida, la locura y la muerte, tiene tres fantásticos hijos (Alondra, Jerónimo y Valerio) y 65 años interrogando.

Recibido: 20 de julio de 2016; Aceptado: 20 de julio de 2016

Resumen

Es un texto escrito con libertad, con influencias múltiples, pero ensayando un discurso o relato propio sobre el contexto social, político y cultural en que se realiza el ejercicio artístico. Ensaya la tesis de que vivimos la transición entre una época y otra, transición señalada como disolución de la modernidad (regida por el autoritarismo de la mercancía) y germinación de probables sociedades plurales y horizontales. Recoge como muestra de la sociedad la población del habitante de calle, el nómada urbano, y el arte, desde su naturaleza, como ejemplo transformador, de apertura a posibilidades y alternativas de vida. Indaga sobre el conflicto, el social, el intersubjetivo, el existencial y el propio del arte. Especula sobre la dimensión virtual, la fragmentación, la unidad y el armónico, en el intento de radiografiar el coágulo vital-social y cultural que experimentamos, y en la necesidad de escrutar el concepto de realidad. Es una aproximación, un ensayo abierto, en un lenguaje abierto.

Palabras clave

“Disolución”, arte, conflicto, realidad, virtualidad y armónico.

El conflicto

Conflictuado por el arte en conflicto, y por el arte en el conflicto, particularmente en el conflicto armado. Esto último, primero: conflicto con armas de fuego, como pistolas, fusiles, metrallas, bazukas y bombas. ¿Y el conflicto con armas de fuego como las bocas y las lenguas encendidas, los corazones encendidos y las almas encendidas? Pues será lo que viene y lo que ya está eclipsado por los fusiles, y que será sol directo cuando callen los fusiles insurrectos, pues los fusiles oficiales y otros posiblemente no callarán, los fusiles como tales no quieren callar: pregúntale a Charlton Heston, el actor gringo, ya que hablamos de arte y actores y entonces cine, el Ben-Hur de la Asociación Nacional del Rifle de los Estados Unidos, la gran auspiciadora de la industria armamentista y del armamento general del pueblo norteamericano. Sí, es que el conflicto es complejo, el armado de fusiles, como el que se guarda tras ellos y más allá de ellos.

En el principio era el fuego

Y en el fuego la tierra estaba

La tierra era la vida

Y la vida la luz de los hombres

Y de las mujeres

Y de los animales

Y de las plantas

Y de las piedras

La luz, la vida, en las tinieblas resplandece

Mas las tinieblas

Los frutos de la tierra no quieren comprender

Entonces, el agua, el sumo de la vida, subió por las montañas

Y de las montañas la vida se desbordó

Nuestra vida

Desde el margen

Por entre las fisuras

Buscando el corazón

El eterno retorno de la sangre

De la vida

Ven seremos

Ven seremos

Ven seremos

¡Vamos, somos!

En este acto de amor

Este es otro fuego. ¿El de Prometeo? El fuego interior que ilumina, el del conocimiento y la creación. ¿Dónde el fuego se convierte en destructor, cuándo? El de la cocina que coce ¿cuándo se convierte en el que quema los bosques y mata la vida?

That is the question, esa es la cuestión Hamlet. El ser y no ser del fuego.

Si, conflictuado también por lo primero, que abordo de segundas: el arte en conflicto, que es propio de la naturaleza del arte, del ejercicio de hacerlo. El arte como campo, con sus tensiones propias, entre su espíritu y su materia, y en el interior de su espíritu, y en el interior de su materia, en relación con la naturaleza y con su naturaleza, en relación con el espectro psico-emotivo, y a los contextos socio-históricos y culturales.

El arte para ver, escuchar, sentir y percibir otras dimensiones que están ahí ocultas; el arte para remover los cuerpos, los imaginarios y los inconscientes, y así abrir amplios espacios al pensamiento, la acción y la conducta; el arte para encontrar el sentido que se guarda tras las apariencias; el arte, esa relación profunda de lo creador; la función social principal del arte es despertar la sociedad creadora. Todo ello en tensión, en conflicto propiciatorio.

Conflicto: combate, lucha, fricción, angustia, contradicción, el diccionario afloja palabras que dejan ver al menos dos que chocan, que luchan. Y si es uno, en su interior (en el uno, en uno) al menos dos (los aspectos, las personalidades que están en uno) que chocan, que luchan. Y en movimiento, caliente. No es uno, unido y quieto, y frío. Y más allá de las palabras, en la realidad de los hechos, lo mismo. Conflicto es movimiento de al menos dos en juego contrario, en choque, en confrontación, confrontados, frente contra frente.

Aplicado al país, a su dimensión básica concreta, vista por todos en su materialidad, lo económico, lo social, lo político, lo cultural, en sus dimensiones de materialidad reconocida a los ojos de todos: una economía basada en el modo de producción generalizado de mercancías, la acumulación y el monopolio; una sociedad basada en la exclusión, la discriminación y el racismo; un sistema político basado en el monopolio del poder, la corrupción, la representación limitada y la participación de papel; una cultura basada en el predominio del culto a la mercancía y la violencia, subsumiendo la diversidad cultural a la serialización mercantil o la marginalidad. Esa es la realidad fáctica y evidente, en el país, en América Latina y en el planeta.

Pero detrás de esta realidad emerge otra desde la invisibilidad: las corrientes de una nueva economía que redime el concepto de bien, reducido en la norma económica a la mercancía ordinaria, reivindicando como bien el sol, la luna y las estrellas; el cerebro, los ojos y el corazón; las manos, los pies, el pulmón, el estómago y los oídos; la lengua, la palabra, el pensamiento y el sentimiento; el cuerpo, la imaginación y los misterios del inconsciente, el trance iluminador, la alucinación, la creación y el espíritu; las piedras, las plantas, los animales y la tierrita; el aire, los árboles, las nubes y el cosmos; la diversidad de energías, los paisajes, los afectos, las emociones, el sentido, los hijos y los amigos; los espacios de encuentro, el cocinar, el comer y el dormir; la película, la música, el libro, las memorias, la virtualidad y el espacio cibernético; la pintura, la obra de teatro, el paseo, la risa y el llanto; el amor, el conocimiento, las montañas, el mar y el rí;, la calle solitaria, el parque, la luz que entra por la ventana, las ideas de dioses, la naturaleza, el universo, la vida, las múltiples relaciones de creación y sentido; con los otros y las otras, con lo otro, con el interior infinito, otra vez la vida. Somos ricos de bienes.

Y otra sociedad: los artistas, los ecológicos y los diversos sexuales; los pensadores y los sentidores, los ingeniosos y constructores, los investigadores, los igualitaristas y los plurales, los comunitarios y los solitarios, los contempladores y los creadores, los solidarios y los libertarios, los humanistas y los espiritualistas, los abiertos y los herméticos, los que abrazan a los árboles, los que son amigos de los animales, de las plantas y de las piedras, los que se duermen en el mar y en la montaña; los que se debaten contra el sentimiento de odio, destrucción y hastío, ensayando el difícil amor a todo y a sí mismos, y a sí mismas. Una red de individuos y de grupos soporte del planeta y de la vida. Una red invisible y no formal, pero cierta, diversa y plural, horizontal y viva.

Y más allá de los partidos, y de los votos y de las armas, alguna gente se pregunta y pregunta, responde y escucha, piensa y contesta, con las palabras o con los gestos, ahora o después, de una manera u otra, y hasta vota sin pedir permiso, por lo que puede ser, distinto a lo reconocido como costumbre y hasta sabiendo de lo difícil, escéptica, pero lo hace. Por un programa básico y común a todos, una democracia real y total: el mínimo común denominador aceptable como base para los diversos proyectos de vida no sustentados en joder a nadie ni a nada.

Los nómadas urbanos

En este proceso de lo político cabe señalar la importancia de decir sí a los acuerdos que permitan un espacio al por lo menos reacomodo de la sociedad, si no a su transformación orientada hacia la sociedad plural, horizontal, ecológica, solidaria y pacífica, fruto de la profundización de la democracia y su diversificación cultural.

Y una muestra por el ensayo de posibilidades resulta el tema de los habitantes de calle tan relievado en estos tiempos: ¿cómo verlo, cómo intervenir, cómo es que es representativo de toda la sociedad?

Lo primero sería observar el fenómeno como opción de vida desde la precisión o afinamiento del concepto que hace la antropóloga María Teresa Salcedo al llamarlos nómadas urbanos, alternativa al sedentarismo usual (como habitamos los comunes) y no necesariamente como marginalidad a reintegrar a tal sedentarismo que nos impusimos, que finalmente no es sino otra posibilidad que se convirtió en homogénea y única.

La intervención en este sector de la población, o con este sector, mejor, tendría que considerarse (tal vez como todo) en el contexto de un proceso de paz que no es asunto de coyuntura sino de período histórico (¿20, 30, 50 años?). Un proceso de paz incluyente, que no se límite a lo político formal, y a lo económico y social común, ordinario, o a la visión ordinaria y común que se tiene de estos temas, sino que se articule, y desde nuevas perspectivas y visiones (como la ya mencionada sobre el bien económico), a lo cultural, a la cultura como ritual de vida. En la perspectiva plural, a las culturas, a las diversas formas o modos de pensar, sentir, hablar, hacer, percibir y vivir, individual y colectivamente, por tradición o por descubrimiento.

En el caso de los habitantes de calle o nómadas urbanos es necesaria una re-significación social, otra manera de verlos, distinta a la habitual. Dejar de verlos (como sucede con el loco) como algo separado y distinto de nosotros, “ellos, los enfermos, que no tienen nada que ver conmigo, el sano”. La verdad, como en el loco, es que ellos nos representan, son un nosotros en relieve, en exageración si se quiere. Los miramos para mirarnos, y tal vez habría que mirarnos para mirarlos.

La guerra, la pobreza, el desplazamiento, el narcotráfico, la corrupción, los psicoactivos y la exclusión son temas que, derivados de la naturaleza y estructura de la sociedad, nacen en algún punto o puntos de esta, se desarrollan de manera más intensa en unos sectores u otros, pero permean, de una manera u otra, toda la sociedad, aunque se expresen de modo relevante en esta población. Para decirlo de manera coloquial, grosera y a la vez perentoria, somos una sociedad ñera y los ñeros son su expresión, si se quiere, extrema. Pero, paradójicamente, son su expresión más libre y abierta, a la vez que más vulnerable, estigmatizada y expuesta.

Infierno-paraíso es un documental audiovisual significativo porque describe un proceso de rehabilitación de un habitante de calle, nómada urbano, vagabundo, desechable (desechar para dónde, si ya están echados, están fuera) ñero, o como se le quiera signar, nos muestra el paso de un hombre marginado y en el caos, gobernado por los psicoactivos y la miseria, pero sensible y humano, filósofo y poeta, a ser un hombre encerrado en las angustias económicas, imposibilidades amorosas y encierro cultural, gobernado por la neurosis social de la insatisfacción, propias del habitante común de la sociedad, del ciudadano común, y que parece ser el verdadero infierno, o al menos el infierno normal.

No se trata, entonces, necesariamente de lavarlos, peluquiarlos, ponerles corbata y colocarlos en una oficina, encuadrarlos o encerrarlos, como opción, en el modo de vida predominante, al menos no como única opción, que parece ser la mirada que gobierna el tema. Rehabilitarlos, volverlos hábiles para vivir en esta sociedad, en lugar de pensar en transformar esta sociedad para que todos nos habilitemos a vivir de otras mil maneras buenas, si se quiere, incluyendo las maneras buenas que pueden haber de vivir en esta sociedad, que debe haberlas, no seamos cerrados también.

Los habitantes de calle, los nómadas urbanos, los ñeros y las ñeras (el asunto de género también está) representan una contestación práctica, si se prefiere: inconsciente, aunque esto es relativo, de verdad relativo, una contestación práctica a nuestra sociedad, una opción que rompe (en la práctica) con los paradigmas sociales de la familia, la casa, las rutinas de trabajo y las costumbres correspondientes, sus modos de pensar y de hacer. Representan un particular libertarismo que prefiere arrojarse a la miseria y al caos, a la ilusión trágica de las substancias psicoactivas, al abandono, a la calle y la incertidumbre. Ellos y ellas representan la crisis de la sociedad, son nuestro espejo.

Así pues, el trabajo con esta población representa el trabajo con la sociedad, desde abajo, desde sus bajos fondos, o bajos mundos, donde estamos hundidos. Trabajar con ellos y ellas es trabajar por todos y todas, y todes. Trabajar con ellos para trabajarnos, y trabajarnos para trabajar con ellos. Al modo cristiano-egoísta: ayudarlos para ayudarnos. No para imponer un modelo de vida, para encuadrarlos y fortalecer nuestro encuadre. Sino para suscitar con ellos posibilidades de caminos, para ellos y para nosotros, para descubrir juntos (¿principio pedagógico?).

Un proceso desde la dignificación y la libertad. Esto es fundamental, si se trata de reglas mínimas acordadas, como los derechos humanos, el derecho a la dignidad y la libertad como derecho. Despertando posibilidades de autoconocimiento y creatividad para ensayar y encontrar caminos. Lo creativo como superficie de lo creador, como vía a lo profundo (lo creador), que si no es, al menos estamos en las mismas aguas.

Las llamadas drogas o substancias psicoactivas, que parecieran ser a los ojos oficiales el meollo del problema, el dispositivo base del giro a la marginalidad, oculta desde luego los procesos psico-afectivos y de no adaptación al modelo social y cultural prevaleciente, que lo anteceden. Lo que no le quita, al contrario, el de ser un tema central de los habitantes de calle, y de la sociedad (insistimos). Pero habría que mirarlo también de otra manera. Ya por lo menos se va imponiendo la idea de no verlo como un problema de policía, aunque en la práctica es el que prevalece, y verlo como problema de salud, pese a que no sobran los autoritarios de siempre, que orillados a verlo como problema de salud promueven la obligatoriedad de la clínica, es decir, si no van a la cárcel común que vayan obligatoriamente a la cárcel blanca.

Otra posibilidad, la nuestra, es, superando el problema de policía (en la mirada y en la práctica), no verlo como problema sino como tema y en clave de derechos, y no solo como tema de salud sino político, por un lado, en el sentido de que si puedo elegir gobernantes y ser elegido como gobernante desde los 18 años, bien puedo tener el derecho de gobernarme, mal o bien, y decidir sobre mi cuerpo (con todo y aparato cerebral y nervioso) y lo que meto en él (sexo, alimentos, substancias), es decir, el autogobierno del astro-cuerpo, de su geografía e historia, el gobierno de ese mundo que es cada quien. Asunto de derechos, en el plano constitucional-legal lo referido al “desarrollo libre de la personalidad”. Pero por otro lado, y muy importante, es un tema de cultura, de rituales de vida, en ese sentido el caso de la cannabis es muy representativo. Aunque lento, ya hay avances, el reconocimiento de sus posibilidades medicinales y la percepción ya popular de substancia blanda, en algunos casos hasta vista como más blanda que el alcohol, son pasos, pero todavía es limitada su comprensión como componente cultural en tendencias grupales y generacionales, no solo contemporáneas, sino en tradiciones de conocimiento como el shivaísmo oriental, semejante al yagé, al mescal, al peyote y a la coca en otras culturas. En este contexto es fundamental avanzar en el proceso de legalización de las llamadas drogas, asunto que se abre demasiado lentamente en la agenda mundial y que es tan necesario en la agenda nacional, más en lo que se ha dado en llamar posconflicto, sensatamente llamado en el argot popular post-acuerdo, no solo por lo que significa en el tema que estamos observando inmediatamente, sino en relación a la corrupción y a la violencia (extensiva a la guerra) que ha generado la prohibición. Los saldos positivos de la legalización son enormes, incluyendo el de abrir el espacio para colocar el tema de las substancias en su justo lugar. La legalización es tema central para un verdadero proceso de paz política en el posconflicto político armado y hacia la paz social básica.

En el plano de lo entendido como adicción, promover la llamada “reducción del daño”, si es que aceptamos el concepto daño, es útil y práctico. Promover (no imponer) y ensayar canalizar hacia la yerba las prácticas con substancias más fuertes como el basuco, la cocaína, la heroína y otras de origen sintético. Esta puede ser una de las coordenadas de salud aceptable, conveniente, y con probabilidades de hacerse común en la sociedad.

Retomando el tema de la opción de vida que representa el habitante de calle, habría que observar las alternativas de crecimiento y armonización en esa dirección como una línea de intervención para su desarrollo y cuestionando la política ya descrita de encuadramiento al modo de vida hegemónico. Si el hábitat de esta opción es la calle y los espacios abiertos, los parques, el espacio público, el espacio no-casa, entonces habitar allí tendría el sentido de adaptar estos espacios a tal modo de vida, ordenarlos, cuidarlos, ornamentarlos, re-funcionalizarlos y resignificarlos socialmente, armonizarlos a tal modo de vida, y donde el Estado se abra a estas dinámicas desde la inclusión. Encauzar esta ruta a probables aldeas suburbanas, fincas colectivas, nómadas rurales, cuidadores de bosques y montañas, de ríos y de mares. La utopía. Finalmente se trata de visualizar la dignificación de un modo de vida elegido y la opción de encontrar otros modos de vida en el camino, aún para nosotros los comunes, en un proceso de aperturas y transformaciones.

La salud es otro tema que aparece como central, vinculado a las substancias psicoactivas, a la locura (asociada a la paranoia y la esquizofrenia en términos psiquiátricos), a una alimentación deficitaria y a los derivados de estas condiciones de vida. Otro tema que parece exclusivo de ellos, pero que también es nuestro. Recorrer el párrafo anterior aplicado a la sociedad entera es lícito y acertado. Las llamadas esquizofrenia y paranoia son sociales, la desconexión de realidades, las separaciones múltiples, los fantasmas de la persecución y la culpa, el desgarramiento existencial y la impotencia nos corresponden a todos y a todas, individual y colectivamente.

La psiquiatría propone métodos para olvidad, contraer, represar, no ver lo que no debe verse, no escuchar lo que no debe escucharse, no sentir lo que no debe sentirse, no pensar lo que no debe pensarse, no percibir lo que no debe percibirse, no actuar como no se debe actuar. Aconductarse, seguir las reglas impuestas, ser como se ha dicho que se debe ser, estar de la manera como se ha dicho se debe estar. Frenar la imaginación y la creación, solo repetir el modelo, una y otra vez hasta morir, es la regla. La anti-siquiatría, desde Laing y Cooper, como inspiradores, propone interpretar, leer entre las líneas, observar entre las fisuras, aclarar lo que se dibuja entre las sombras, todo eso que aparece añadido a la realidad tal y como la conocemos en común (la llamada realidad ordinaria) o que se desprende de ella, que se descubre tras ella, otras imágenes, otros sonidos, otras voces, nos hablan, nos muestran dimensiones que no hay que ignorar, que es necesario observar en el proceso de conocimiento y comprensión de nuestra vida y su sentido.

Pareciera que estamos hablando del arte, y la verdad que sí. Esa relación de la locura y el arte ya es tradición y certeza. La locura como mal es caos, sufrimiento e inconsciencia. El arte trabaja ese caos, armoniza, transforma el sufrimiento en conocimiento y permite darnos cuenta, cura. El arte como curación. Ese era el tratamiento a la locura en el medioevo occidental, cuando el paciente logra la pintura (el cuadro pictórico) en el exterior ya está bien en el interior, la alquimia se cumple, el plomo que se convierte en oro afuera advierte del plomo que se convierte en oro adentro. No como curación definitiva, nada es definitivo, tenemos que romper con ese paradigma en todos los temas, de que se trata de llegar a un lugar para siempre, el paraíso, que además siempre está en el futuro. No, la vida es ahora y si el pasado y el futuro tienen sentido es ahora. Así pues, los eternos retornos están allí, ciclos incesantes de renovación del caos y la armonía, posiblemente en espiral, pero en dirección tal vez incierta o definida por ciclos, no sabemos. Además la dirección probablemente es el camino mismo, otra vez ahora, el presente vivo. Los bienes para ser bienes ahora, los males como los espacios para la creación de bienes. Y esa creación-curación (el arte) se aplica a todas las instancias y prácticas de la vida individual y colectiva. Hacer de la vida una obra de arte, hacer de la sociedad una obra de arte. Otra vez utopía. Por eso la propuesta del arte como mediación, no solo en el tema del habitante de calle sino en todos los temas, despertar el espíritu creador, la sociedad creadora en todas partes.

En conexión con lo anterior, que podríamos llamar de salud mental, de canalizar desde el arte las fuerzas destructivas y autodestructivas hacia la creación y el autoconocimiento, que debe ser procedimiento de toda pedagogía, está la necesaria revisión de lo orgánico-físico, donde se somatizan los procesos psico-afectivo-emocionales, la revisión de las culturas alimentarias y de los equilibrios bio-energéticos, donde las diversas medicinas alternativas pueden aportar significativamente, y aún cierta lectura y ubicación de la convencional medicina alopática.

Ya se me está convirtiendo en obsesión, pero entre más me refiero a la población de los habitantes de calle, de los nómadas urbanos, más me doy cuenta de que estamos hablando de la sociedad en general, que lo que es de unos es de todos, en cantidades distintas, pero lo mismo. Aún, cuando estamos refiriendo su rota relación familiar, la oveja negra que acabó con la familia, el culpable, como el loco, como el discapacitado (“se me fue la vida cuidándolo”) y el bandido, a veces todos en uno. El agente puede ser cualquiera, el agente destructor, la verdad todos somos agentes destructores que buscamos chivos expiatorios, alguien en quién concentrar la culpa: el enfermo, el loco, el ñero, el bandido, y pese a todo la culpa nos mata.

Pero ¿cuál familia? La familia nuclear (padre-madre-hijo juntos) ya solo representa, realmente, una más. No recuerdo cómo juegan las estadísticas con precisión y en qué período, pero a grandes trazos la forma nuclear, con todo y su conflicto trágico, sobrevive apenas en una, poco más tercera parte, las demás son de separados, viudos y viudas, madres cabezas de familia y madres solteras a secas (más de la tercera parte) y aunque en minoría padres solteros o cabezas de familia, parejas del mismo sexo (creciendo significativamente a partir de que de cada diez personas casi dos no son heterosexuales, proporción que también crece), y formas de comunidad, aunque incipientes, que ensayan otros formas de relación. Y la sociedad oficial ve esto, excluyendo a los viudos, como fracasos, relaciones anormales o enfermas, no aceptables, que atentan contra la sociedad y la familia. Y sí, porque representan formas alternativas a estas, porque lo que fracasó fueron la sociedad y la familia nuclear. Pero lo grave no solo es esta visión oficial, lo más grave es que los que viven estas otras formas las viven como fracasos (la mayoría al menos), como relaciones anormales y enfermas, no aceptables, y con culpa. Porque sí son anormales (fuera de la norma) pues la norma está enferma. Y lo que hay que aceptar es una diversidad, donde la familia nuclear es una forma en medio de múltiples formas, ojalá sana como debieran vivirse todas las formas, sin culpa y con consciencia de su significado, y en el marco de una apertura por encontrar formas que correspondan a realidades y necesidades, así como a nuevas y diversas convicciones de las relaciones interpersonales amoroso-afectivas y de comunidad. Esto incluye el tema de la sexualidad, que es otro gran tema individual y social. Se ha avanzado, en medio de la lucha, en la aceptación socio-cultural y normativa de la diversidad de orientaciones sexuales, aunque poco en una educación más abierta y creativa, pertinente a las necesidades de niños, niñas y jóvenes, a las necesidades de unas relaciones sexo-afectivas más libres y autónomas. Así que el tema del habitante de calle en relación con la familia y con el sexo habría que mirarlo en este contexto. Otra vez el contexto de la sociedad, porque la promiscuidad que se arguye para el habitante de calle también irriga todos los sectores en mayor o menor grado, con sus incidencias emocionales y de salud, como es el caso del SIDA y en general las enfermedades de transmisión sexual. Aquí hay un tema entre el tabú y la ignorancia, en el que, como en muchos temas, por miedo e incomprensión se apela más a la represión que a procesos de investigación y aclaración de las fuentes de los problemas, predominando casi siempre la oscuridad.

Cabría entonces pensar en abrir espacios convivenciales y meditativos con la población del habitante de calle (e insistamos, para todas las poblaciones), fuente de laboratorios de creación y comunicación, desde el arte, desde el hacer, desde una pedagogía de la experiencia en el ensayo de compartir y comunicar en medio de las tensiones creativas y vitales.

Serían necesarios proyectos de intervención desde una mirada holística, suscitando sinergias hacia la resiliencia, ese proceso de templanza para cruzar la sobrevivencia y alcanzar la vida. Y abrir una comunicabilidad con la sociedad, de ida y vuelta, para que fluyan las informaciones, las lecturas, las interpretaciones, los análisis comparativos entre una realidad y otra, seguramente para constatar su base común, su identidad, e ir abandonando las ideas separatistas cercanas al apartheid.

Finalmente, un proyecto que provoque propuestas desde los propios grupos o comunidades, en este caso de los habitantes de calle, proyectos en las direcciones que surjan de allí. Proyectos que necesariamente tendrán que insertarse en el proceso de paz en curso, que tiene que ir más allá de lo que se ha pensado, y para el ámbito de la ciudad, del país, y el mundo, sí, todo esto tiene que ver con el mundo en el planeta, con modos de habitar el planeta, con los conflictos múltiples que son nuestra historia y que hacen metástasis en estos tiempos, en el ser humano actual.

Fragmentos y transición

No habría más que decir, además creo en la estructura fragmentaria y en el método de lo fragmentario, si es que todavía queda campo de verdad para la estructura y el método, porque lo fragmentario sí que lo llena todo, si hay algo es fragmentos. Fragmentos que hay que unir de nuevas maneras, no para restituir lo anterior sino para descubrir lo nuevo, nutrido de lo anterior seguramente, pero nuevo. Es el sentido de un cierto arte contemporáneo que trabaja desde lo fragmentario. Pero lo fragmentario no es más que una manera de mostrar que la unidad que se nos presenta como tal ya no es, que es necesario descubrir una nueva unidad desde los fragmentos de la anterior, deshacer para hacer de nuevo. Y en este proceso se quedan atrás las cosas que se deben quedar atrás y se encuentran las cosas que deben ser ahora.

Este es el proceso de la cultura viva. Y la unidad, en el sentido que lo referenciamos, es una aproximación a lo armónico como concurrencia de pensamientos, acciones, modos de percepción y sentido, en la cual integramos y armonizamos los distintos procesos de vida, algo cercano a lo que han llamado los valores, los sentidos por los que vale vivir, con los cuales organizamos los rituales de vida, la cultura o culturas. Y el arte representa esto de manera singular, esta concurrencia en lo armónico, resultado de largos y profundos procesos de tensión, contradicción y desgarramiento para revelar dimensiones y mundos, el trabajo que se concreta en la obra artística, ejemplo para todo trabajo. Porque esa es la principal enseñanza del arte, nos da el mejor ejemplo para hacer las cosas, para hacer la vida, para hacer la sociedad, que como las obras de arte, soñamos. Pero regresemos a lo fragmentario, las partes desintegradas de un todo.

En la vida cotidiana un buen ejemplo, ya manido, es como vemos la televisión. No es como antes, en los años setenta del siglo pasado, donde escogíamos un canal, de los dos que había, y allí nos quedábamos viendo los programas completos. Ahora, con excepciones, pasamos de un canal a otro, de un programa a otro, con rapidez a veces inusitada, viendo pedazos (fragmentos) de noticieros, películas y partidos de fútbol. Casi ninguna película la vemos de principio a fin, casi siempre la vemos ya comenzada, un fragmento, por grande que sea. El culto de ir a ver solo una película al cine, de cabo a rabo, sin nada más, es un culto en rezago. Y esto lo aplicamos a todo, ni que decir con la internet, a los almuerzos mezclados de trabajo, a las conversaciones donde se pasa de un asunto a otro sin continuidad alguna, a las cuatro actividades o trabajos que combinamos a diario, a los tres, cinco o siete libros que estamos leyendo al tiempo, las tres mujeres distintas con las que soñamos, los mil pensamientos que se cruzan a pedazos por la cabeza, ya lo anticipaba James Joyce en su monólogo interior del Ulises. Esta es la fragmentación horizontal (en el tiempo) que se cruza con la vertical: la mente por un lado, el sentimiento por otro y la acción por su cuenta. La cabeza, el corazón y el sexo separados. Así hacemos, mutilados, una vida fragmentada de la que intenta dar cuenta aquel arte de la fragmentación que referíamos, del cual se deriva, en el teatro, la dramaturgia de la fragmentación tan en boga.

Así pues, la vida unitaria y continua, que suponemos en épocas pasadas, bucólica si se quiere, donde se pasa de la casa al cultivo, de allí al bosque, al encuentro familiar, al pozo de agua y a la comida antes de dormir, todo en orden, todo unido, todo continuo, parece ser la contraparte positiva de nuestra mutilación derivada en caos fragmentario en nuestra vida contemporánea.

La verdad es que nadie puede imaginar una vida continua y unitaria absoluta, una suerte de paneo cinematográfico en plano-secuencia continuo, sin cortes, ni en las cavernas primarias, de la pared rocosa al suelo de tierra, caminar a la puerta de la cueva, los ojos a la fogata encendida, el garrote a su lado es tomado por las manos, la noche, los árboles, la luna, camina con el garrote en lo alto, escucha fieras, aparece desde la espesura el tigre, el garrote a la cabeza del animal, los ojos encendidos, el pie sobre el cuerpo del animal derrotado, grito a las estrellas, los ojos otra vez, la luna, fin de la secuencia. No, ni en las cavernas, ni en el campo bucólico mencionado, ni en nuestros días de caos cibernético. Porque el paso de la fogata al garrote en nuestra secuencia ya representa el paso de un fragmento de mundo a otro, lo mismo que un abrir y cerrar de ojos, y el paso del cultivo al bosque en nuestro campo bucólico también. ¿Entonces, de qué estamos hablando?

Es posible que los mundos, las vidas y las culturas tengan, al menos tres momentos, como en el modelo aristotélico de la narrativa: un principio, un nudo y un fin. Nacer, ser y morir. Panorama, enlace-nudo y desenlace. Inicio, corazón y final. En fin, la divina trinidad. En la historia se ve claro, una sociedad nace de las cenizas de otra, de la disolución de otra, del vacío que deja esa disolución, cenizas y vacío donde se descubren los valores en torno a los cuales se construye la nueva sociedad, reciclando en torno a ellos elementos de la anterior (y de las anteriores) y creando nuevos elementos en coherencia y como expresión de esos valores que atraen y articulan la totalidad de los elementos o componentes, en el marco de un proceso vivo, de algo que nace, crece y muere, como todo, pues finalmente esa sociedad también decae y se disuelve, muere para dar paso a otra y así sucesivamente, parece, hasta el final de los tiempos, al menos de los tiempos humanos.

Esta parece ser una visión lineal y evolucionista, en cierto modo positivista, pero no, pues este proceso y estos momentos tienen, más bien, una línea curva, próxima al círculo, al ciclo, al concepto de reciclar, al espiral, proceso conectado mejor con los círculos del “eterno retorno” que nos hablara Nietzsche, que con una línea recta, por más zigzags que se le ponga a la línea, que no serían sino variaciones de su ser línea recta. Lo que parece línea recta no es más que la fracción de una línea curva, como una autopista en la tierra redonda, que si continúa termina agarrándose por la cola, conformando un círculo. Así parece ser todo, al menos el todo conocido. La vida es circular.

Entonces lo que tal vez ocurre es que lo fragmentario como expresión de crisis, como problema, está poniendo de manifiesto la ruptura de la unidad adquirida, de un armónico inicial que si dejó de ser armónico, al menos se mantuvo como unidad, pero después, las fuerzas que lo constituyen entraron en una contradicción ya no complementaria sino excluyente, que lo lleva al rompimiento y a entrar en la disolución. Esto es lo que pone en evidencia la fragmentación.

Veamos un poco más despacio con un ejemplo que clarifique nuestra exposición sobre lo armónico, la unidad y la fragmentación: la sociedad moderna occidental, cuyas relaciones hegemónicas cubre el planeta subsumiendo a su naturaleza otras formas de sociedad y otras culturas. Una muestra de lo que puede ocurrir o ha ocurrido con las sociedades y las culturas en general. Veamos. Un poco siguiendo los trazos del materialismo histórico, pero con una visión crítica del mismo e involucrando elementos nuevos que amplían la visión, podemos situarnos en la antesala de la modernidad occidental para observar imágenes que ilustran lo que deseamos mostrar. El taller metalúrgico con su maestro y sus aprendices, suerte de artesanos que se mueven entre la creación y la producción, entre el trabajo individual, propio del artesano, y el trabajo de grupo que inicia el trabajo en cadena que desarrollará después la producción en línea y en serie del proceso industrial. En el taller se mezcla la educación y el trabajo. El maestro lo es en el sentido educativo, él enseña, pero también es el jefe del trabajo para producir y vender. Así, a la vez, los aprendices son estudiantes que aprenden, pero también trabajadores que producen y tienen un ingreso sobre la base de lo que se vende. El taller es el espacio desde donde nacerá la modernidad, jalonará el comercio y el comercio lo jalonará. El taller se vive como una familia donde el maestro es el padre y los aprendices los hijos, muchas veces literalmente, así que representa un entronque económico, social y cultural. El lugar del trabajo, del afecto y la familia, y de la educación y la creación. Una unidad apretada de comunidad, germen de lo que será la sociedad burguesa, capitalista y moderna. Una unidad, el taller, que podemos llamar un armónico inicial, con sus tensiones propias y naturales, pero convergentes en aquel armónico, que no es una figura congelada y fría, es caliente y viva, es el armónico: el maestro ama a sus aprendices como hijos (ya dijimos que muchas veces lo son literalmente) y los aprendices aman a su maestro como a un padre y lo reconocen como maestro, el que sabe. Las tensiones y contradicciones entre ellos no son excluyentes, son complementarias, constituyen un armónico donde convergen, se complementan y se armonizan sus pensamientos, palabras, sentimientos y obras.

Con el tiempo este armónico inicial, construido en torno a valores como la libertad, la ciencia, el trabajo, el mercado y la razón, valores descubiertos y creados sobre las cenizas y en el vacío dejados por la sociedad medieval occidental en su disolución, fue la base o el germen de esta nueva sociedad de la industria, el comercio, la acumulación, la ciencia y la tecnología que llamamos modernidad, producto del modo de producción generalizado de mercancías con su valor supremo, dios-reina, la Mercancía.

Y es en esta fase o momento, el de la industria y comercio generalizados, el de la economía irreal que comienza a dominar el sistema (el sector financiero), donde las tensiones en el marco del armónico, que sirvieron a su existencia, se convierten en contradicciones irreconciliables, las partes se separan, pasan de ser complementarias y en comunión a ser excluyentes la una de la otra. El maestro se va para la escuela y la universidad, el aprendiz se convierte en asalariado de esa parte que abandona el maestro, la de propietario del taller, ahora industria, y el propietario de aquel medio de producción, que es el poseedor de capital, cada vez se distancia más del proceso de trabajo. La división inicial del trabajo, que es complementaria en la unidad armónica, se transforma en división en clases sociales excluyentes, los intereses de una ya no convergen y comulgan con la otra, se excluyen entre sí. Los valores iniciales que han madurado se relativizan y comienzan a marchitarse, a podrirse. Por ejemplo, la razón que ilumina frente al oscurantismo medieval, principio de libertad, se vuelve instrumento de manipulación, fuente de separación de la cabeza, el corazón y el sexo, de un modo de vida en serie sometido al consumo, al mercado, a los números de la compra-venta, la ganancia y la acumulación. Los valores iniciales entran en decadencia y empiezan a morir. Ya en nuestros días solo quedan las cáscaras sin fruto de esos valores, las mortajas, ya se van viendo las cenizas y el vacío, es el momento final, el tercer momento, el de la disolución de esa sociedad, cuando la producción llega a las máximas tecnologías del automatismo, la robotización, la cibernética y la computación, y el sector financiero, amo de amos, el irreal, se derrumba.

Así que estamos ad portas de una nueva sociedad, que quizá no es la socialista que se ha experimentado, más bien parte de esa modernidad, sino otra u otras que mejor pueden asociarse a la sociedad plural y horizontal, ecológica y pacífica, fruto del crecimiento y apertura de la democracia real y total. Es una aproximación posible, pues la verdad es la incertidumbre, pero pareciera que esos elementos: plural, horizontal, ecología, paz, entre otros, como libertad, están en las cenizas de la modernidad, y palabras como percepción, cosmos, multiculturalidad, otra vez horizontal, dimensión mítica, arte, autoconocimiento, asociación libre y espíritu creador, entre otras, representan apariciones en el vacío abierto por la sociedad moderna que se disuelve. Ya se verá qué es o qué son, y cuáles, los valores para en su torno reunirnos para nuevas sociedades y culturas que están germinando y qué serán, sabrán los nietos de los nietos. Ya se verá qué elementos, y cómo, de la sociedad moderna que muere, se recogen en esta sociedad o sociedades nuevas, por ejemplo sus ciencias y tecnologías, la cibernética y la computación, articuladas por los nuevos valores en descubrimiento, que seguramente reciclarán también elementos de los valores deshechos.

En fin, espero que las imágenes descritas sirvan de algo para tener una idea de lo que necesitamos decir: que las sociedades y culturas son seres vivos que nacen, son y se mueren. Que los valores en torno a los cuales se constituyen representan una cosa u otra dependiendo del momento que viven cuando son observados. Como mencionamos, la razón es una cosa al principio de la modernidad y otra al final. Y lo más importante para nosotros, señalar que estamos viviendo el final, la disolución de la modernidad y entonces en el umbral de una nueva época, en la germinación de una nueva sociedad o sociedades, de unas nuevas culturas que reciclarán de alguna manera lo que hemos sido, para ser de nuevo.

Y este es el tema central (el conflicto macro) para hablar de arte y conflicto, esta transición de una época a otra que estamos viviendo, de la llamada modernidad a otra época incierta (la incertidumbre fantástica), pues apenas está germinado, estamos en la transición, descubriendo sus posibles formas. Probablemente constituida por sociedades plurales, donde las diversas culturas en curso, que han llegado hasta aquí de una manera u otra, y las culturas por descubrir o crear intercambien unas con otras, horizontalmente, en pie de igualdad, se alimenten unas a otras, como ya está ocurriendo de un modo u otro, sin verdades únicas, desde la libertad y las autonomías, desde el reconocimiento, la comprensión y la solidaridad, como interculturalidad cierta.

Esta es la tendencia, tal vez ilusoria, de lo que vemos como posibilidad, con elementos reconocibles en el contexto histórico y cultural actual como gérmenes de tal posibilidad de sociedades y hacia las cuales estaríamos en transición. Pero toda tendencia tiene contra-tendencias, y más aún, tendencias divergentes en múltiples sentidos, no solo contra. Los procesos no solo van en un sentido o en contra, sino que las fuerzas que se debaten en su interior refieren sentidos múltiples divergentes y depende de la calidad de esas fuerzas el sentido en que se oriente el proceso.

Así pues, también hay elementos que permiten observar, en el marco de otras miradas, que no vivimos una época de disolución sino de fortalecimiento de la sociedad actual, y de las bases sobre la cual se edificó, y de allí se deriva el sueño de algunos del paraíso de las mercancías y los mercados, de la plenitud de las tecnologías, de la automatización y la robotización, donde los cuerpos prácticamente no tienen que moverse y las cabezas brillan resplandecientes como huevos luminosos, repletas de imágenes y datos de ultra-computadora. A esto podría añadirse un aparato de súper-control sostenido en chips que guardaremos cerca del corazón para saber cuándo vamos a robar o a matar, evitarlo, y mantenernos semidormidos consumiendo, llenos de felicidad. Y otras posibilidades, de sistemas grises y ultra-policivos, de sistemas absorbidos plenamente por la cibernética donde nos hundiremos en pantallas o cápsulas tridimensionales, sustituyendo las carnes y los huesos por la imagen o espectro virtual, y la montaña y el mar por su animación de computador, como ya se observa en reuniones donde cada uno está con su celular o su tableta, qué mejor compañía.

Virtualidad y arte

Ahora, siendo equilibrados, sí hay que preguntarse por la virtualidad y su sentido, aún sobre sus mejores posibilidades, no necesariamente atrofiantes. Finalmente la aparición de la virtualidad cibernética, con sus múltiples formas de computación, permitió validar la realidad de lo virtual, de la llamada ficción, que hasta el momento era territorio exclusivo del arte y la imaginación, y como tal, considerado irreal. Pero la virtualidad contemporánea aplicada a los números y los negocios, al ser fáctica, demostró su ser concreto y real. Así se reforzó nuestra mirada de que lo que ocurre en el pensamiento y la imaginación o en la dimensión de lo artístico es tan real como una zanahoria, una tuerca o un tornillo. O mejor, que es tan real la zanahoria que sacamos de la tierra, hervimos en la olla y mascamos con los dientes, como la zanahoria que habita en nuestra mente y convertimos en cohete que se pierde en las estrellas. Las diferencias son de densidad, como el agua que fluye, el agua en vapor o el agua en cubo compacto de hielo. Diferencias de densidad, no de realidad. Es tan realidad mi pensamiento, como mi palabra o como mi obra, seguramente con diferencias de densidad. Es tan real el personaje que camina por la calle como el personaje que camina en un libro, en una novela. Tan real el insulto que pienso como el insulto que digo. El que digo puede tener efectos inmediatamente palpables por la conciencia, como las trompadas en que puede terminar. El que pienso todavía es más difícil observar su repercusión, pero creamos, la tiene. Así mismo, la imaginación o los sentimientos son reales. Es posible que el planeta esté cubierto por una densa capa, que llamaremos transitoriamente psico-afectiva-imaginativa, constituida por todos los pensamientos, imaginaciones, sentimientos y señales inconscientes de todos los seres vivos, tejida, entrelazada o apelmazada, que nos envuelve, y no vista por los ojos usuales, pero allí está y actúa, y tiene una determinación sobre todos nosotros, quizá mayor que la economía. Pero de esto poco se sabe, poco se admite, pero es tan real como lo virtual, que todos admitimos como real, por su demostración fáctica, compro y vendo por su intermedio, que es lo más convincente entre nosotros, pero también veo, escribo y hablo, que también convence, y ya veremos cómo comemos por internet, entre tanto el domicilio, pero ya vendrá la tridimensionalidad, y nos pasaremos de un lado a otro por la pantalla, no solo la comida, sino de cuerpo entero, todo tan real como la tuerca y el tornillo. Porque lo que era tan etéreo es, tal vez, más denso de lo que pensábamos, por eso es tan importante pasar de la irrealidad de la imaginación a la realidad de la imaginación, pero así mismo, tal vez, lo que parecía tan denso o sólido, como la piedra y el cuerpo, o la zanahoria, la tuerca y el tornillo, es tal vez más etéreo, liviano o gaseoso de lo que pensábamos, y tal vez es cierto que luz somos y en luz nos convertiremos, y que esa piedra y ese cuerpo son espectros de luz, porque la energía y la materia son de lo mismo, por eso se transforma la una en la otra, pero sin cambiar de naturaleza, una más densa que la otra, pero no tan densa como parecía. Y el cuerpo y el espíritu son de lo mismo, igualmente, y ni el espíritu es tan etéreo ni el cuerpo tan denso, él (el cuerpo) que es espectro de luz, de energía, que es una forma (la energía) de lo que llamamos materia, que no es tan densa (la materia) como pensábamos. Todo está más cerca (lo uno de lo otro) y es de lo mismo. Así, nuestro cuerpo es tan virtual como lo que llamamos virtual y lo virtual es tan real como el cuerpo, eso es lo que estamos comenzando a percibir, a darnos cuenta.

Así pues, la dimensión mítica (esas dimensiones que están allí, ocultas) que nos descubre el arte es tan real como la historia y la geografía, como nuestra zanahoria, nuestra tuerca, nuestro tornillo, o como nuestra piedra y nuestro cuerpo. Es necesario disolver esa separación entre arte y realidad, entre el arte como irrealidad y la realidad. Todo es real, realidades diversas en distintas densidades, pero en el mismo cosmos, universo y naturaleza, distintas formas de lo mismo, hasta los muertos.

Reiteremos de otra manera, porque sirve, si es que a estas alturas se ha llegado a esta parte de la escritura (los pacientes), esto de la realidad, aplicando la pedagogía de la vaca, las cosas hay que masticarlas al menos cuatro veces, con los cuatro estómagos, para asimilar.

Eso de estar en contacto real, por ejemplo, con alguien, sí que es relativo. Nos parece que cuando está allí a medio metro, en carne y hueso, eso es real y verdadero, pero no cuando lo veo en la imagen del pensamiento o en una fotografía, o lo escucho por el teléfono o lo veo por la pantalla de internet. Lo cierto es que, a veces, qué a veces, casi siempre, cuando estamos a medio metro estamos más lejos que nunca, mirándonos sin vernos, hablando sin escucharnos, hasta dándonos la mano sin sentirnos, mientras que en muchas ocasiones la convocatoria de la mente, esa imagen de la persona allí en la cabeza, suscita una comunión total, ya sea en el amor o en el odio, pero cierta. Lo que no ha sido investigado bien todavía es lo que ocurre en ese otro (el de la imagen) en ese instante o después, y cómo ocurre, pero que ocurre, ocurre. Tal vez siente un viento que lo toca en el momento y le suscita un sentimiento por aquel que invocó su imagen, o más tarde por efecto de tal invocación lo pensó sin saber por qué, no sabemos, pero un universo de sutilezas se mueven por allí en la ampliación del universo de realidad y en la disolución de la frontera entre lo real y lo irreal.

Lo que sí es fundamental es acabar con la vieja idea de ficción como irrealidad, aún como mentira. Si se quiere hablemos, entonces, de realidad artística o de realidad en el arte, pero lo importante es señalar que esa realidad es tan real como la realidad de carne, hueso y cemento. Este es el punto interesante, que la realidad del arte, sus cuerpos y personajes, sus imágenes y paisajes, sus sonidos, su narrativa, sus espacios, tienen la misma eficacia fáctica, práctica, concreta, que la realidad ordinaria. Ese es el cuento que deseamos relatar, que pensamos es significativo, el de que estamos inmersos en una realidad de pensamientos, imaginaciones, pasiones, sentimientos, percepciones, acciones, actos inconscientes, obras, economías y políticas, todo encadenado o tejido en el día a día y en el noche a noche, todo en el mismo universo, relacionándose y determinándose mutuamente, articulado como dimensiones de la misma vida, en diferentes densidades, pero parte de lo mismo, es esto lo que proponemos explorar.

Volvemos al personaje que camina por la calle, tan real como el que camina por la novela, tan real su pensamiento como la calle, ve un perro que olisquea en la caneca de basura, tan real como la mujer que ahora mira en su imaginación. El paisaje en el horizonte, con el sol sobre la montaña, las nubes que trazan sus curvas sobre el fondo azul que se difumina en rosados sobre naranjas, es la tarde, y veo surgir de los rosados enormes tigres de bengala con enormes colmillos, donde cuelgan faroles de luces verdes, y los tigres vuelan moviendo intermitentemente sus alas doradas como águilas y se cruzan en el cielo con aviones ultrasónicos cuyos pasajeros miran alucinados cómo los tigres los siguen en su viaje a las estrellas, parpadeo y se han ido, quedan la montaña, el sol de la tarde, las nubes sobre rosados azulados y una mujer se queda en mi pensamiento mientras vuelvo a parpadear. Todo real, como la película, como la obra de teatro, como las noticias, como el almuerzo.

Así una aproximación al arte en el conflicto, en el conflicto armado, el conflicto social y político, el conflicto existencial, el conflicto del arte por reivindicar su realidad, el desgarramiento vital en medio de la historia humana, donde como quisiéramos estamos transitando (es nuestra opción de mirada, de tendencia) a una nueva época, saliendo de aquella donde en sus finales, en su disolución, se observa como representación de la contradicción fundamental de tal época, la signada por la contradicción entre arte y mercancía, entre el espíritu y su bizarro, entre el espíritu creador y la “cosa” que vive para ser vendida y comprada con el fin de ganar y acumular. La alternativa para salvarnos de la cosa-diosa que nos aplasta, la mercancía, está en seguir el rastro del arte, de su naturaleza y sentido, ese que la mercancía intenta encarcelar y destruir, seguir su ejemplo para aplicarlo en todas las dimensiones de la vida, para aplicarlo en la creación de nuevas sociedades, imitar su espíritu, trabajar como él, hacer el tornillo como si fuera una escultura. La utopía.

Bogotá, septiembre de 2016.

Referencias

Coorper, D. et al. (1969). La dialéctica de la liberación. México, Argentina, España: Siglo Veintiuno Editores S.A.

Engels, F. (1952). El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado. Moscú: Ediciones en Lenguas Extranjeras.

González, S. (1998).Teatro de la locura. Letras del Acto, Ministerio de Cultura-Corporación de Teatro y Cultura Acto Latino.

Herrigel, E. (Bungaku Hakushi). (1972). Zen en el arte del tiro con arco. Buenos Aires: Editorial Kier S.A.

Joyce, U. (1981). Ulises. Barcelona, España: Editorial Bruguera (Libro amigo-Lumen).

Laing, R. H. (1981). Las cosas de la vida. Editorial Crítica, Grupo Editorial Grijalbo.

Nietzsche, F. (1980). Así hablaba Zaratustra. México, D.F.: Editorial Época, S.A.

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