El lenguaje y el discurso literario al servicio de la condena histórica

Language and literary discourse at the service of the condemnation of History

Autores/as

  • Jannette Sánchez-Naranjo Universidad de Toronto

Palabras clave:

Lenguaje, discurso, violencia, conquista, significado, postcolonial. (es).

Palabras clave:

Languge, discourse, violence, conquest, meaning, postcolonial. (en).

Referencias

Cabeza de Vaca, A. N. (zoos). Naufragios. Edición de Trinidad Barrera. Madrid: Alianza Editorial.

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Cómo citar

APA

Sánchez-Naranjo, J. (2009). El lenguaje y el discurso literario al servicio de la condena histórica. Enunciación, 14(1), 51–59. https://doi.org/10.14483/22486798.3221

ACM

[1]
Sánchez-Naranjo, J. 2009. El lenguaje y el discurso literario al servicio de la condena histórica. Enunciación. 14, 1 (ene. 2009), 51–59. DOI:https://doi.org/10.14483/22486798.3221.

ACS

(1)
Sánchez-Naranjo, J. El lenguaje y el discurso literario al servicio de la condena histórica. Enunciación 2009, 14, 51-59.

ABNT

SÁNCHEZ-NARANJO, Jannette. El lenguaje y el discurso literario al servicio de la condena histórica. Enunciación, [S. l.], v. 14, n. 1, p. 51–59, 2009. DOI: 10.14483/22486798.3221. Disponível em: https://revistas.udistrital.edu.co/index.php/enunc/article/view/3221. Acesso em: 13 nov. 2024.

Chicago

Sánchez-Naranjo, Jannette. 2009. «El lenguaje y el discurso literario al servicio de la condena histórica». Enunciación 14 (1):51-59. https://doi.org/10.14483/22486798.3221.

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Sánchez-Naranjo, J. (2009) «El lenguaje y el discurso literario al servicio de la condena histórica», Enunciación, 14(1), pp. 51–59. doi: 10.14483/22486798.3221.

IEEE

[1]
J. Sánchez-Naranjo, «El lenguaje y el discurso literario al servicio de la condena histórica», Enunciación, vol. 14, n.º 1, pp. 51–59, ene. 2009.

MLA

Sánchez-Naranjo, Jannette. «El lenguaje y el discurso literario al servicio de la condena histórica». Enunciación, vol. 14, n.º 1, enero de 2009, pp. 51-59, doi:10.14483/22486798.3221.

Turabian

Sánchez-Naranjo, Jannette. «El lenguaje y el discurso literario al servicio de la condena histórica». Enunciación 14, no. 1 (enero 1, 2009): 51–59. Accedido noviembre 13, 2024. https://revistas.udistrital.edu.co/index.php/enunc/article/view/3221.

Vancouver

1.
Sánchez-Naranjo J. El lenguaje y el discurso literario al servicio de la condena histórica. Enunciación [Internet]. 1 de enero de 2009 [citado 13 de noviembre de 2024];14(1):51-9. Disponible en: https://revistas.udistrital.edu.co/index.php/enunc/article/view/3221

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Artículos de Injvestigación

Enunciación, 2009-06-00 vol: nro:14 pág:51-59

El lenguaje y el discurso literario al servicio de la condena histórica

Language and literary discourse at the service of the condemnation of History

Jeannette Sanchez Naranjo

ja.sanchez.naranjo@utoronto.ca
University of Toronto

Resumen

El lenguaje es una herramienta fundamental en la construcción del discurso histórico. En el caso de la conquista americana, este discurso comprende las voces de unos seres humanos que comparten no sólo su participación en el proceso de descubrimiento y conquista, sino intencionalidades semejantes a la hora de construir sus textos. Su reivindicación como sujetos del discurso historiográfico se alinea con una visión centralista del mundo: sus hazañas, no la sangre, los justifican. Sin embargo, para aquellos como Lope de Aguirre, quienes plantean una forma de oposición a esa visión unificadora, el lenguaje se utiliza con toda su fuerza para acallar y resignificar su participación en la historia. Este trabajo busca mostrar cómo, en efecto, el discurso literario individualiza a Aguirre como un ser excepcional en el sentido de lo monstruoso y violento y en el ejercicio ilegítimo de su poder. Su representación en el terreno de lo periférico y de la irracionalidad lo diferencia de los otros objetos del discurso, aquellos de origen indígena a quienes se les niega su alteridad desde el principio.

PALABRAS CLAVE Lenguaje, discurso, violencia, conquista, significado, postcolonial.

Abstract

Language is an essential tool in constructing historical discourse. In the case of the conquest of South America, this discourse involves some participants' voices that share not only their contribution in the discovery and the conquest enterprise, but also similar intentions when writing their texts. Their claim as historical discourse subjects is aligned with a centralist perspective of the world: their heroic actions, not their violence, justify them. Nevertheless, for those such as Lope de Aguirre, who propose an opposition to this unifying vision, language is used with all its force to silence and re-signify their participation in history. This paper seeks to show how literary discourse individualizes Aguirre as an excepcional barbarían and violent being making use of his illegitimate power. His historical representation in the realm of the periphery and irrationality makes him different from the other discourse objects, those natives whose alterity has been denied.

KEY WORDS Language, discourse, violence, conquest, meaning, postcolonial.


Introducción

La noción de "regeneración" a través de la violencia es un concepto que se ha utilizado de distintas formas en diversas culturas. La violencia, entendida como "transformación de un estado en otro", permite plantear su existencia como un elemento estructural, fundante de la cultura e inseparable de ella. Es una noción que está lejos de ser unívoca; por el contrario, está cargada de significados que la legitiman o condenan y la vinculan indisolublemente con el lenguaje. Este, como elemento mediador, no sólo evidencia las prácticas sociales, sino también permite constituir la memoria en textos, a partir de los cuales se actualizan interpretaciones anteriores en simultaneidad con lo real. Tal afirmación no desconoce la existencia de los hechos reales; plantea, más bien, que no existe el valor textual sin lo real, pues la realidad no habla por sí misma, sino filtrada por el lenguaje en una amplia multiplicidad de formas (Palermo, 2000).

Desde esta perspectiva, la pregunta que surge es: ¿cómo es este discurso de la violencia? Se trata de un discurso que remite a representaciones polarizadas de la realidad, en el que se manifiesta básicamente una voz: la del autor del texto. Este es el encargado de configurar los significados en torno a sí mismo y a su relación con el otro o los otros, cuyas voces no aparecen con sus particularidades y características propias sino desde la perspectiva del autor, para nuestro caso, del descubridor, conquistador o colonizador y, en este sentido, convertidos en objetos raros o exóticos, cuando no perversos. Así, la noción del otro se evidencia en términos de la oposición y la diferencia. Esta mirada no presenta matices; por el contrario, se polariza y todo aquello que no es semejante a las formas de ver el mundo de quien realiza la mirada, sencillamente, es lo diferente, lo anómalo, lo raro. En otras palabras, el otro corresponde al objeto de mi aproximación, es despojado de su singularidad y se invisibiliza como sujeto participante de un proceso sociocultural. En efecto, se le resta toda su significatividad y se le sitúa en uno de los extremos construidos: el del descubierto, el conquistado, el colonizado, el salvaje, el idólatra, en fin, el del objeto del discurso.

La violencia surge, entonces, en la mirada que se da del otro, en su representación. Es posible hablar de una "mirada violenta", en tanto se niega la identidad del otro como sujeto. Adicionalmente, al asociarlo con el extremo discordante de la polarización, pareciera que la violencia se justifica en tanto está asociada con aquello que "no debe ser". Es, pues, justa por cuanto sirve a fines justos: los del extremo asociado con el orden esperado, lo positivo.

Frente a este panorama, vale la pena preguntarse ¿qué sucede si aparece un tercero asociado con el grupo de los autores -el del polo positivo-, pero su comportamiento corresponde al caracterizado como perteneciente al de los deshumanizados en el discurso -los del polo negativo? ¿Cómo se representan en el discurso de la violencia personajes que sintetizan características de los dos polos opuestos y que, en otras palabras, evidencian una realidad llena de contrastes y matices? Este artículo se refiere específicamente a personajes como Lope de Aguirre, descrito como "el loco" que se manifiesta como el antípoda del "conquistador" idealizado en el proceso de conquista y colonia en América. Responder a estas preguntas es el propósito del presente artículo.

Para ello, este documento se organiza en cuatro secciones. La primera ofrece una caracterización general de Lope de Aguirre y su participación en el proceso colonial a pa\?t-irde su propia voz. La segunda centra la mirada en el texto de Jornada de Omagua y Dorado, Crónica de Lope de Aguirre, con la intención de establecer los elementos discursivos que constituyen las formas de representación de este personaje. La tercera presenta una comparación con algunas de . las formas de representación de los sujetos que se constituyen en objetos en el discurso de los colonizadores. La cuarta plantea respuestas a los interrogantes señalados arriba y concluye el presente escrito.

Lope de Aguirre: un conquistador diferente

La voz de Lope de Aguirre que llega hasta el presente se manifiesta de manera concreta en las transcripciones de sus discursos, en los testimonios que sobre él se realizaron y, principalmente, en las cartas que él mismo escribió y se han conservado. De acuerdo con Pastor (1986), estos documentos han sufrido pocas variaciones con el transcurso del tiempo y son los únicos que no silencian o borran la presencia de este conquistador y, por supuesto, su voz.

A diferencia de muchos conquistadores, Lope de Aguirre presenta la conquista y colonización de América como realmente se dio y no como un objeto idealizado. Sus cartas, por ejemplo, plantean un rompimiento con las peticiones que normalmente hacían los conquistadores a la corona española, pues evidencian una profunda crítica al sistema colonial establecido. En palabras de Pastor, Aguirre identifica con claridad tres elementos que manifiestan la crisis del sistema colonial español en este período: la corrupción de la estructura política, la decadencia del sistema de vasallaje y la degeneración de los valores tradicionales (92). En su carta al rey Felipe II de España (1561), Aguirre acusa al monarca de abandono, le indica los engaños a que es sometido debido a la corrupción de sus servidores en tierras americanas y le plantea la rebelión como resultado de este proceso:

Bien creo excelentísimo Rey y Señor, aunque para mí y mis compañeros no has sido tal, sino cruel e ingrato a tan buenos servicios como has recibido de nosotros [...] (116)

Y no tengas en mucho el servicio que tus oidores te escriben haberte hecho, porque es muy gran fábula si llaman servicio haberte gastado ochocientos mil pesos de tu Real caja para sus vicios y maldades. (117)

Pues los frailes, a ningún hombre pobre quieren absolver ni predicar; y están aposentados en los mejores repartimientos del .Pirú, y la vida que tienen es áspera y peligrosa, porque cada uno dellos tiene por penitencia en sus cocinas una docena de mozas, y no muy viejas, y otros tantos muchachos que les vayan a pescar; pues a matar perdices y a traer fruta, todo el repartimiento tiene que hacer con ellos; que, en fe de cristianos, te juro, Rey y Señor, que si no pones remedio en las maldades desta tierra, que te ha de venir azote del cielo; y esto dígolo por avisarte de la verdad, aunque yo y mis compañeros no queremos ni esperamos de ti misericordia. (120)

De la misma forma, la mirada al nuevo continente no se basa en un acercamiento idealizado de la naturaleza y sus habitantes ni en los posibles tesoros. Por el contrario, el territorio es un infierno terrenal y no ofrece nada excepto derrotas y desespero para los españoles:

Y caminando nuestra derrota, pasando todas estas muertes y malas venturas en este río Marañón, tardamos hasta la boca dél y hasta la mar, más de diez meses y medio: caminamos cien jornadas justas: anduvimos mil y quinientas leguas. Es río grande y temeroso, [...] En la derrota que corrimos, tiene seis mil islas. [...] y no hay en el río otra cosa, que desesperar, especialmente para los chapetones de España. (122)

En otras palabras, estos documentos ilustran claramente un proceso de conquista y colonización inconsistente y heterogéneo. El conjunto de conquistadores no era un grupo semejante, de la misma manera que no lo eran los indígenas encontrados en el nuevo mundo. La colonización fue un proceso complejo con una gran diversidad de maticeque, sencillamente, se anularon en sus formas de representación. Los documentos de Aguirre evidencian los problemas de esa situación, pero no al estilo de Bartolomé de las Casas, sino mostrando la complejidad de la misma, señalando la heterogeneidad del grupo de conquistadores y exponiendo su propia posición frente a esto.

Esto instaura una nueva forma discursiva en América: la de la oposición engendrada en la violencia, dada la complejidad de los procesos sociales. Si bien es cierto que Aguirre protesta como cualquier soldado desilusionado de la empresa americana, también es cierto que su protesta va más allá del simple hecho de reclamar lo no recibido. Evidencia una leCtura compleja del proceso vivido y su respuesta violenta al mismo. Pastor (1986) señala que esto obedece a un intento anacrónico por parte de Aguirre para restaurar el orden medieval. Es esto, sumado a la dura realidad americana, lo que lo lleva al desespero. Desde la perspectiva de este artículo, no interesan tanto las causas de Aguirre como lo que significó para el nuevo mundo: un espacio de oposición abierto desde el grupo de colonizadores y fundamentado en la violencia que, en términos discursivos, representa una mirada compleja al proceso de colonización. Sin embargo, es una forma que no perdura pues "es acallada y resignificada discursivamente en el proceso histórico.

Lope de Aguirre: su representación en el discurso colonial

La mirada se desplaza ahora a una de las voces que presenta a Lope de Aguirre y. su participación en el proceso de colonización. El texto referido corresponde a la Jornada de Omagua y Dorado, crónica de Lope de Aguirre, escrito por Francisco Vázquez. Esta obra corresponde a la crónica realizada en torno a la expedición hacia Omagua y Dorado por el río Marañón. Hacia 1560, la expedición partió de la provincia de los Motilones en las montañas del Perú y siguió el río hasta el océano pasando por la isla de la Margarita en Venezuela. Pese a que los reinos nunca fueron encontrados, el viaje duró doce meses, en los cuales se desarrolló un inusual número de eventos: Pedro de Ursúa, líder de la expedición, fue asesinado; Fernando de Guzmán, un hombre noble que los acompañaba, fue nombrado príncipe del Perú y luego apuñalado; la provincia del Perú fue declarada independiente de la corona española; Inés de Atienza, compañera de Ursúa, y numerosos soldados fueron asesinados a mano de Aguirre o bajo sus órdenes y, finalmente, Lope de Aguirre, "un oscuro soldado", surgió como el líder de una sublevación que pretendía la emancipación de los territorios suramericanos de España (Pastor, 1986).

El texto aparece en dos versiones muy semejantes firmadas por Francisco Vázquez y Pedrarias de Almesto. "Es parecer unánime de quienes se han ocupado del tema, que la relación original fue redactada por Vázquez, y sobre ella hizo sus correcciones y añadidos Almesto, opinión que se ve confirmada plenamente al comparar ambos textos". (Vázquez, 1979: ix).

Con base en este material, se establecerán las formas de representación que se construyeron sobre Lope de Aguirre en este proceso. Para ello, la mirada se centra en las diversas asociaciones que se realizan al nombre de Lope de Aguirre: epítetos, descripciones y valoración de sus actos sobretodo en la tercera parte del texto que, de acuerdo con Pastor (1986), se centra en este personaje.

En el texto, es interesante la forma como se introduce el nombre de Lope de Aguirre. De manera general, se le menciona como "el Lope de Aguirre". De acuerdo con Seco (1995), el uso del artículo con un nombre propio es poco característico en la lengua española y, si se presenta, se da en el lenguaje popular, sobretodo rústico. Podría afirmarse también que, en términos del lenguaje informal, este uso está asociado a interpretaciones denominativas, identificativas y peyorativas, en algunos casos. Esto explicaría la utilización que hace Francisco Vázquez, pues él mismo se caracteriza como un soldado. Sin embargo, en el texto, nombres como el de Fernando de Ursúa, líder asesinado, y Fernando de Guzmán, noble de la expedición, nunca son presen tados con este artículo definido. Esto podría interpretarse como una primera forma de diferenciacióny oposición entre estos persónales. El empleo del artículo con el nombre de Lope de Aguirre le ofrece matices peyorativos y lo ubica en oposición a los otros personajes señalados, dignos representantes de la corona española.

Se evidencia también el uso de adjetivos y epítetos que califican a Aguirre como un ser diferente y malévolo. En efecto, su nombre está relacionado con adjetivos como el cruel, el tirano, el cruel tirano, el perverso tirano, el tirano perverso, el malo y perverso, que van aumentando la intensidad de la valoración a medida que transcurre el texto y las acciones de Aguirre se distancian del ideal del conquistador español. En la primera parte del texto, se le menciona como "el tirano Lope de Aguirre". A medida que la: historia avanza y se centra en este personaje y sus acciones, los adjetivos se duplican y, con ellos, la carga emotiva que se le quiere asignar.

La forma en que se representa su persona y personalidad está asociada con lo feo, lo malvado y lo perverso; en otras palabras, todo lo negativo desde la óptica del europeo, el hombre español, cristiano y servidor del rey:

Era este tirano Lope de Aguirre hombre casi de cincuenta años, muy pequeño de cuerpo y poca persona; mal agestado, la cara pequeña y chupada; los ojos que, si miraba de hito, le estaban bullendo en el casco, especia cuando estaba enojado. Era de agudo y vivo ingenio para ser hombre sin letras. Fue vizcaíno y según él decía, natural de Oñate, en la provincia de Guipúzcoa. No he podido saber quien fuesen sus padres, más de lo que él decía en una carta que escribió al rey Don Felipe, nuestro señor en que dice que es higo-dalgo; mas juzgándolo por sus obras, fue tan cruel y perverso, que no se halla ni puede notar en él cosa buena ni de virtud. Era bullicioso y determinado, y en cuadrilla era esto; [...] Era naturalmente enemigo de los buenos y virtuosos, y ansí, le parecían mal todas las obras santas y de virtud. Era amigo y compañero de los bajos e infames hombres, y mientras uno era más ladrón, malo, cruel, era más su amigo. Fue siempre cauteloso, vario y fementido, engañador: pocas veces se halló que dijese verdad; y nunca, o por maravilla, guardó palabra que diese. Era vicioso, lujurioso, glotón; tomábase muchas veces de vino. Era mal cristiano, y aún hereje luterano, o peor; pues hacía y decía las cosas que hemos dicho atrás, que era matar clérigos, frailes, mujeres y hombres inocentes sin culpa, y sin dejarles confesar, aunque ellos lo pidiesen y hubiese aparejo. Tuvo por vicio ordinario encomendar al demonio su alma y cuerpo y persona, nombrando su cabeza, piernas y brazos, y lo mismo sus cosas. No hablaba pálabra, sin blasfemar y renegar de Dios y de sus Santos. Nunca supo decir ni dijo bien de nadie, ni aún de sus amigos: era infamador de todos; y finalmente, no hay algún vicio que en su persona no se hallase. (147-148)

En este sentido, es interesante apreciar la diferencia que se establece en las formas de descripción de personajes como Pedro de Ursúa:

Era Pedro de Ursúa mancebo de hasta treinta cinco años, de mediana disposición, y algo delicado, de miembros bien proporcionados para el tamaño de su persona. Tenía la cara hermosa y alegre, la barba caheña y bien puesta y poblada. Era gentil hombre y de buena práctica y conversación, y mostrábase muy afable y compañero con sus soldados. Presciábase de andar muy polido, y ansí lo era en todas sus cosas. Parescía que tenía gracia especial en sus palabras, porque todos los más que comunicaba atraía a su querer y voluntad; trataba a sus soldados bien y con mucha crianza. Fue más misericordioso que riguroso. [...] Sobre todo sirvió bien a su majestad, bien y fielmente, sin que en él se hallase cosa en contrario, ni aún en el pensamiento según lo que en él se conosció. (40-41)

Tales descripciones permiten establecer una dicotomía, en donde Pedro de Ursúa se ubica en uno de los extremos, el positivo, y Lope de Aguirre en el otro, el negativo:

Esta polarización parece acentuarse si se observan con detalle los actos que se asignan a estos personajes y su valoración. En efecto, Lope de Aguirre está asociado con expresiones como:

le dio por asegurarle y engañarle... (76)
y sin aguardar ni pedir llaves, hicieron pedazos... [Aguirre y sus hombres] (78)
mandó quemar... (82)
se determinó de matar... (86)
al cual pateó y hizo pedazos, diciendo muchas blasfemias... (92)
blasfemaba y renegaba de Dios... (93)
enviando a matar... (94)
tomó sospecha de otros... (94)
mandó asimismo ahorcar... (103)
mandó matar secretamente... (123)
hizo otra crueldad mayor... (144)
dio de puñaladas a una sola hija que tenía... (144)

Todas, indudablemente, remiten a actos de violencia que se describen de manera detallada:

A estas voces, estando el Maese de campo muerto y tendido en el suelo, y por muchas heridas que tenía en la cabeza se le parecían los sesos y le corría sangre, y un capitán de la munición, grande amigo del tirano, llamado Antón Llamoso, que habían sido uno de los que dijeron al tirano que era en el concierto de matarle con el Maese de campo; y a aquella sazón de dijo el tirano: "Y vos, hijo, Antón Llamoso, también dicen que queríades matar a vuestro padre." El cual negó con grandes reniegos y juramentos; y pareciéndole que le satisfacía más, arremetió al cuerpo del dicho Maese de campo, delante de todos, y tendiéndose sobre él, le chupaba la sangre que por las heridas de la cabeza le salía, y a vueltas le chupó parte de los sesos, diciendo: "a este traidor beberle he la sangre"; que causó grande admiración a todos. (87-88)

En suma, se puede afirmar que la representación de Lope de Aguirre está asociada con un ser monstruoso, casi inhumano, cargado de valoraciones negativas y relacionado con acciones violentas cuya excepcionalidad rompen y se oponen al ideal del conquistador español. Su imagen se ubica en el extremo negativo de una representación polarizada de la realidad. Además, el ejercicio de la violencia extrema con la que se caracteriza su comportamiento es ilegítimo en tanto se usa para fines personales e individuales que van en contra del sistema establecido. Por el contrario, su muerte y desmembración, tan violentas como las que a él mismo se le atribuían, se justifican y son legítimas en tanto aniquilan a un ser extraño a la naturaleza española y permiten reestablecer el orden inicial. La violencia se utiliza, entonces, como instrumento social porque elimina al "violento", al "inestable", al "desviado" y, en general, al que pone en peligro la estabilidad de la corona española.

Lope de Aguirre y el "otro" en e discurso colonial

Al afirmar que a Lope de Aguirre se le ubica en el extremo negativo de una visión polarizada de la realidad colonial, la cuestión que surge inmediatamente es ¿qué sucede con aquel que tradicionalmente ha sido tratado como objeto del discurso colonial? Se hace referencia específicamente al indígena americano. ¿Pueden, acaso, ser los dos, Aguirre y los indígenas, sujetos deshumanizados del discurso colonial? Si esto es así, se estaría planteando que poseen las mismas características y, lo que es más, que discursivamente se representan de manera semejante. Desde la perspectiva de esta investigación, es posible que estos sujetos se conviertan ambos en objeto del discurso colonial en tanto no corresponden con los ideales "europeos". Sin embargo, su tratamiento discursivo es diferente y, en este sentido, su representación. Así pues, luego de caracterizar las formas en las cuales se construye la imagen de Aguirre, hay que evidenciar la forma en que se articula la representación de los indígenas del nuevo mundo.

Geertz señala que la imaginación occidental, hasta donde se puede hablar de esta difusa entidad, ha tendido a construir distintas representaciones de la otredad, según se han ido estableciendo contactos reales con unos y con otros: "África, el corazón de las tinieblas: tam-tams, brujería, ritos inexpresables. Asia, la casa en ruinas: decadentes brahmanes, corruptos mandarines, disolutos emires. La Australia aborigen, Oceanía, y en parte las Américas, la humanidad degré-zéro: ur-parentesco, ur-religión, ur-ciencia y los orígenes del incesto" (125).

Esta representación de América tuvo, sin duda, su inicio en los textos que nos ocuparon durante el curso del descubrimiento, la conquista y la colonia. Fueron los hombres que participaron en estos procesos quienes contribuyeron a esa imagen del otro en América. Sus textos incluyen las voces de aquellos a quienes encontraron en el Nuevo Mundo. Sin embargo, tales voces no se manifiestan de manera propia sino desde la perspectiva de quien escribe: el civilizado. Este representa la medida desde la cual se establecen las características que se le asignan a los nativos americanos. El indígena, entonces, aparece ubicado en un extremo opuesto, generalmente negativo, al del sujeto privilegiado de la enunciación. En algunas ocasiones, se le asocia con una masa amorfa y homogénea:

Todas estas universas e infinitas gentes a toco género crió Dios las más simples, sin maldades ni dobleces, obedientísimas, fidelísimas a sus señores naturales y a los cristianos a quien sirven; más humildes, más pacientes, más pacíficas y quietas, sin rencillas ni bollicios, no rijosos, no querulosos, sin rancores, sin odios, "sin desear venganzas, que hay en el mundo. [...] Son también gentes paupérrimas y que menos poseen y quieren poseer bienes temporales, y por esto no soberbias, no ambiciosas, no cubdiciosas. Su comida es tal que la de los sanctos padres en el desierto no parece haber sido más estrecha ni menos deleitosa ni pobre. [...] Sus camas son encima de una estera, y cuando mucho duermen en unas como redes colgadas [...].Son eso mismo de limpios y desocupados y vivos entendimientos, muy capaces y dóciles para toda buena doctrina, aptísimos para recebir nuestra sancta fe católica y ser dotados de virtuosas costumbres [...] (De las Casas, 1999: 75)

En otras, como lo exótico y digno de ser corregido por aquellos quienes llegaban:

Tañen diversos instrumentos para estas danzas: unas como flautillas o cañutillos; otros como atambores; otros como caracoles; lo más ordinario es en voz, cantar todos, yendo uno o dos diciendo sus poesías y acudiendo los demás a responder con el pie de la copla. Algunos de estos romances eran muy artificiosos, y contenían historia; otros eran llenos de superstición; otros eran puros disparates. Los nuestros que andan entre ellos, han probado ponelles las cosas de nuestra santa fe, en su modo de canto, y es cosa grande de provecho que se halla, porque con el gusto de canto y tonada, están días enteros oyendo y repitiendo sin cansarse. (De Acosta, 1995: 167)

Estas formas de representación del otro lo despojan de sus características, de sus particularidades y lo invisibilizan como sujeto activo en un proceso. La representación dedos indígenas está asociada, además, a la inferioridad y a la negación de su alteridad, relacionadas con la desnudez, el canibalismo, la superstición, la idolatría y la oralidad, entre otras cosas, tal como afirma Dussel:

América fue inventada a imagen y semejanza de Europa... El "ser-asiático" —y nada más— es un invento que solo existió en el imaginario, en la fantasía estética y contemplativa de los grandes navegantes del Mediterráneo. Es el modo como "desapareció" el Otro, el "indio" no fue descubierto como Otro, sino como "lo Mismo" ya conocido (el asiático) y sólo reconocido (negado entonces como Otro): "en-cubierto". (1994: 38)

Ahora bien, si se retoma la representación de Aguirre y de los indígenas americanos en el discurso colonial, se puede afirmar que existe una característica en común: ambos forman parte del extremo negativo de la polarización. No obstante, no comparten las mismas cualidades: Aguirre hace parte del grupo colonizador, los indígenas corresponden a los colonizados. Se podría pensar, entonces, que discursivamente se rompe la polarización para dar cuenta de la complejidad de la realidad y se establece una gradación de la siguiente manera:

Sin embargo, es interesante observar que en el texto de Vázquez los indígenas desaparecen casi totalmente y, en otros textos, donde los conquistadores o colonizadores son ejemplares no se incluyen personajes al estilo de Aguirre. Esto evidencia que no existe tal gradación. Tanto Aguirre como los indígenas forman parte del extremo negativo de una realidad discursivamente polarizada y, al estilo de la noción de distribución complementaria en lingüística, cuando aparece el uno no puede aparecer el otro. ¿Qué los caracteriza, entonces? A Aguirre se le individualiza de tal forma que se representa como un ser excepcional: los conquistadores españoles no pueden ser semejantes a creaciones monstruosas, violentas por naturaleza y en el ejercicio ilegítimo de su poder. Por ello, se le representa en el terreno de lo periférico y de la irracionalidad. A los indígenas se les masifica, se les niega su alteridad y se representan en el terreno de la inferioridad. De cualquier forma, estos sujetos son vistos desde la perspectiva del colonizador y, en este sentido, construidos discursivamente como objetos del discurso colonial con el ánimo de producir formas de dominación vigentes en la actualidad.

Conclusión

Tal como señala Pastor (1986), la locura atribuida a Lope de Aguirre es una forma de enmascarar, aislar y exorcizar la percepción exacta de la realidad histórica. Su participación en la historia se construye discursivamente como una forma de exclusión a través de la violencia simbólica. La intolerancia del colonizador no ofrece posibilidades para la oposición. Por el contrario, se arma de todo el poder que le ofrece su lugar de enunciación para construir discursivamente una realidad simple, sin matices ni enfrentamientos y justificada por un orden natural en el cual sólo existen dos actores: los buenos y los malos, los dominantes y los dominados, los civilizados y los bárbaros. Esta manera de "mirar al otro", de construir su subjetividad, corresponde a formas de exclusión por cuanto el sujeto no se "incluye" realmente en la representación, sino que se deshumaniza y se despoja de sus particularidades para convertirlo en objeto del discurso y, así, excluirlo del mismo.

Reconocimientos

Proyecto "Representing Colonial Violence an Terror". University of Toronto, 2007-2008.

Bibliografía

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