Acerca de la gestación de nuevos héroes en tiempos de pandemia: una lectura de la nueva realidad social

About the Creation of New Heroes in Times of Pandemic: An Interpretation of the New Social Reality

Autores/as

Palabras clave:

segregation, disobedience, authority, multimodality, visuality regime (en).

Palabras clave:

segregación, desobediencia, autoridad, multimodalidad, régimen de visualidad (es).

Biografía del autor/a

Éder García-Dussán, Universidad Distrital Francisco José de Caldas

Doctor en Modelos de Enseñanza-Aprendizaje, Universidad de Granada (España). Profesor e investigador de la Universidad Distrital Francisco José de Caldas. Facultad de Ciencias y Educación

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Cómo citar

APA

García-Dussán, Éder . (2022). Acerca de la gestación de nuevos héroes en tiempos de pandemia: una lectura de la nueva realidad social. Enunciación, 27(1), 131–144. https://doi.org/10.14483/22486798.18803

ACM

[1]
García-Dussán, Éder . 2022. Acerca de la gestación de nuevos héroes en tiempos de pandemia: una lectura de la nueva realidad social. Enunciación. 27, 1 (feb. 2022), 131–144. DOI:https://doi.org/10.14483/22486798.18803.

ACS

(1)
García-Dussán, Éder . Acerca de la gestación de nuevos héroes en tiempos de pandemia: una lectura de la nueva realidad social. Enunciación 2022, 27, 131-144.

ABNT

GARCÍA-DUSSÁN, Éder. Acerca de la gestación de nuevos héroes en tiempos de pandemia: una lectura de la nueva realidad social. Enunciación, [S. l.], v. 27, n. 1, p. 131–144, 2022. DOI: 10.14483/22486798.18803. Disponível em: https://revistas.udistrital.edu.co/index.php/enunc/article/view/18803. Acesso em: 29 mar. 2024.

Chicago

García-Dussán, Éder. 2022. «Acerca de la gestación de nuevos héroes en tiempos de pandemia: una lectura de la nueva realidad social». Enunciación 27 (1):131-44. https://doi.org/10.14483/22486798.18803.

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García-Dussán, Éder . (2022) «Acerca de la gestación de nuevos héroes en tiempos de pandemia: una lectura de la nueva realidad social», Enunciación, 27(1), pp. 131–144. doi: 10.14483/22486798.18803.

IEEE

[1]
Éder . García-Dussán, «Acerca de la gestación de nuevos héroes en tiempos de pandemia: una lectura de la nueva realidad social», Enunciación, vol. 27, n.º 1, pp. 131–144, feb. 2022.

MLA

García-Dussán, Éder. «Acerca de la gestación de nuevos héroes en tiempos de pandemia: una lectura de la nueva realidad social». Enunciación, vol. 27, n.º 1, febrero de 2022, pp. 131-44, doi:10.14483/22486798.18803.

Turabian

García-Dussán, Éder. «Acerca de la gestación de nuevos héroes en tiempos de pandemia: una lectura de la nueva realidad social». Enunciación 27, no. 1 (febrero 22, 2022): 131–144. Accedido marzo 29, 2024. https://revistas.udistrital.edu.co/index.php/enunc/article/view/18803.

Vancouver

1.
García-Dussán Éder. Acerca de la gestación de nuevos héroes en tiempos de pandemia: una lectura de la nueva realidad social. Enunciación [Internet]. 22 de febrero de 2022 [citado 29 de marzo de 2024];27(1):131-44. Disponible en: https://revistas.udistrital.edu.co/index.php/enunc/article/view/18803

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Recibido: 11 de noviembre de 2021; Aceptado: 12 de diciembre de 2021

Resumen

Esta charla, presentada en el marco de la lección inaugural 2021 de la Maestría en Pedagogía de la Lengua Materna de la Universidad Distrital, abordó las formas de reconstrucción mediática de la realidad local del Paro Nacional del 2021, sucedido entre abril y junio en varias ciudades del país. Para aproximar una respuesta a esto, se acudió a la teoría y metodología que proyectan los estudios del discurso en la versión crítica de Van Dijk, Butler, Kress, Van Leeuwen y otros; y en la microsociología propuesta por Erving Goffman y su técnica del detalle interaccional. Los resultados muestran que hubo un declive de los símbolos de autoridad personificados en figuras históricas de poder, permitiendo concluir que los nuevos rostros del gran padre absoluto, al decir del historiador Pierre Legendre, fueron reemplazados por un símbolo paterno múltiple y acuoso que tomó forma a través de una escritura palimpséstica y de superposición efímera.

Palabras clave

segregación, desobediencia, autoridad, multimodalidad, régimen de visualidad.

Abstract

This speech, presented during the 2021 inaugural lesson of the Master’s Degree in Mother Tongue Pedagogy at Universidad Distrital, addressed the forms of media reconstruction regarding the local reality of the Paro Nacional [National Strike] of 2021, which took place between April and June in different cities of the country. To approach an answer in this regard, the theory and methodology projected by the critical version of van Dijk, Butler, Kress, van Leeuwen, and others’ discourse studies were used as well as the microsociology proposed by Erving Goffman and his technique of interactional detail. The results show that there was a decline in the symbols of authority personified in historical characters of power, thus allowing to conclude that the new faces of the great absolute father, as the historian Pierre Legendre said, were replaced by a multiple paternal symbol that took shape through a palimpsestic, ephemeral overlay writing.

Keywords

segregation, disobedience, authority, multimodality, visuality regime.

Introducción

Parece fácil sostener la idea que vivimos épocas inéditas, pues ahora la comunidad se valida bajo el pretexto de su inmunidad y sostiene un sentido bajo las lógicas de la infodemia. Así las cosas, aquel que no esté protegido es excluido (Preciado, 2020); algo evidente en, por ejemplo, el acceso a eventos masivos. Sin embargo, la campaña mundial de inmunización contra el síndrome respiratorio agudo severo (SARS-coV-2), iniciada a finales de 2019, fue demostrando que no era hospitalaria con la otredad, hasta apresarse en una lógica de discriminación, bien se estuviera en un país rico o pobre; bien en uno eficiente o uno corrupto. Esto obligó, en parte, a que muchos colombianos coqueteáramos con la angustia y con la vida misma pues, en el primer semestre de 2021, el derecho a la inoculación se convirtió en una búsqueda apesadumbrada, y muchas veces malograda, de un biológico, buscándose la protección en improvisadas e incalculables filas humanas que nacían de dudosos mensajes de texto, del voz-a-voz sin vis-a-vis, o de la aparición del nombre de pila en una página institucional, vulnerable a las alteraciones o bloqueos por parte de un anónimo jáquer (Ríos, 2021).

Y, si esto no fuera ya suficiente, aquellos escenarios, cruzados por pánico, duelos y zozobra, se vivieron en el contexto del Paro Nacional 2021, instalado como una continuidad de hechos ocurridos otrora, y que actuaron como alarma premonitoria. Así, por ejemplo, el 21N-2019, cuando las muchedumbres urbanas salieron a las calles a pedir una vida más digna, manifestada en cambios a las reformas laboral, pensional y tributaria; pero, también, la noche del 22 de noviembre, cuando se vivió el primer toque de queda de muchos posteriores y marcado por el terror debido a la intrusión de sujetos extraños que intentaban invadir los hogares. Asimismo, se sumaron a esta próvida lista dos hechos más que se comportaron como eco prospectivo y alerta colectiva de lo sucedido en 2021, a saber: el autoencierro voluntario de los ciudadanos en las grandes ciudades colombianas como efecto del miedo surgido por el sismo sentido al medio día del 24 de diciembre de 2019, y los hechos impetuosos escenificados en las calles bogotanas tras la violencia policial, y que terminó con la vida del abogado Ordóñez, el 9 de septiembre de 2020.

Pues bien, si la vida es sueño, como afirmaba Calderón de la Barca, fue evidente que nos despertaron de ese sueño y sopor para confirmar lo opuesto a lo que propone perennemente la obra teatral citada, pues sufrimos globalmente una fatalidad que creíamos lejana y anecdótica: la peste. Y, bajo este destino inevitable, que recuerda las entrelíneas de la obra de Daniel Defoe (2010), nos obligaron a ser espectadores de una nueva realidad social reconstruida por un manejo discursivo de élite que llegaba a través de la experiencia televisual donde, de un momento a otro, comenzó también a reconstruirse esa chispeante y dramática explosión de la multitud en las calles [1] , que retomaba la liberación de represiones acumuladas causadas por la dominación, la explotación y la mala distribución de la riqueza; solo que ahora estaba reforzada por los efectos de una pandemia de más de un año y por las sádicas propuestas de una nueva reforma tributaria, llamada eufemísticamente Ley de Solidaridad Sostenible, identificada como el nuevo florero de Llorente que, en su versión 2.0, fue la canasta de huevos más barata de la historia reciente, imaginada por un funcionario del gobierno de turno.

Lo impactante de este Paro Nacional fue que se reinició en un mes donde Colombia era el tercer país más afectado en Suramérica por la crisis sanitaria, manifestado en un 159 % más de contagios en relación con el mes de marzo, dejando en las estadísticas el 12 % de todas las muertes hasta ese momento en toda la época de crisis sanitaria. Así, pues, nuestro propósito, entonces, fue comenzar a darle un orden descriptivo y explicativo a este acontecimiento, tan necesario como arriesgado, partiendo de lo representado en los discursos informativos en línea y lo mostrado en la televisión.

Bien, en lo que sigue se abrevia aquello que resultó ser, sin proponérselo, un proceso de entendimiento sobre un hecho frecuente dentro del gran suceso mediático del Paro Nacional 2021, a saber: el derribamiento de monumentos que representan figuras históricas de poder, expresidentes, colonizadores españoles y mitos de la nación republicana; y, para bordearlo, tuvimos que echar mano de unas premisas teóricas y metódicas que nos permitieron hacer más accesible la comprensión del jaque del Gobierno, quien encarnaba el lugar simbólico del gran padre de la nación; hechos que dieron lugar a una hipótesis sobre el nacimiento de nuevas figuras de autoridad y, por tanto, de una paternidad-otra que brotaba con porrazos simbólicos y parricidios imaginarios. Esto nos permitió, al final del esfuerzo, ultimar y afirmar que la función paterna, en el marco de lo colectivo, pasó azarosamente por una acción escrituraria perecedera y variopinta, cuyos efectos aún no podemos entrever del todo.

El acontecimiento

Desde el 28 de abril, y hasta el 16 de junio de 2021, el Paro Nacional fue para muchos de nosotros un cúmulo de imágenes fijas y en movimiento, sumadas a crónicas periodísticas que, en conjunto, constituyeron un discurso que permitió circular representaciones de lo sucedido día tras día en las calles de las grandes ciudades colombianas. Dadas estas circunstancias, se fue cultivando una escopofilia mezclada con una disfagia simbólica (Wilkin, 1991); es decir, un gusto por mirar esas imágenes televisuales que, ya por exceso, terminaron produciendo una especie de dificultad de asimilar o tragar lo que referían y connotaban. No obstante, al pasar de las impresiones a una revisión menos ingenua, y con una mirada más educada (Dussel, 2006), fue más hacedero consentir la búsqueda verbo-visual que aspiró, entonces, a seguir pistas de ese universo caótico representado. Una mirada que, en suma, consentía la emergencia del otro desde la postura del voyerista hogareño (Andacht, 2007), pues permitió reconstruir etnografías masivas del Paro desde la comodidad del hogar, pero con el terror de soportar una pandemia, y con la conciencia de que las imágenes y las narrativas mediáticas eran la fuente privilegiada para la conformación de sentidos de lo que somos, de lo que hemos sido y, sobre todo, de las posibles y apropiadas conductas en tiempos de calamidad.

Fue, entonces, cuando esas narrativas televisivas se recibieron por muchos destinatarios desde una visibilidad que, sin ambages, el sociólogo John Thompson (1995) denominaría el ámbito público mediatizado (p. 125) y que, gracias a un conjunto de pericias semiodiscursivas propias de los dramas televisivos (Comparato, 1986; Lacalle, 2001), convirtió las fotografías y las escenas dinámicas de manifestantes, sus acciones y sus coreografías, en auténticos metarrelatos o folletines ideológicos de legitimización del statu quo, de-mostrando toda acción afirmativa ejecutada como un cúmulo de hechos vandálicos.

Ahora, tras el análisis, sabemos que estos metarrelatos mediáticos resultaron co-construidos con las típicas técnicas del lenguaje audiovisual y las tramas argumentales de las telenovelas (Fuenzalida, 2002). En efecto, al noticiar el evento del Paro, primó lo enunciativo inmediato sobre lo analítico, gracias al directo en el telenoticiero o el retrato de lo sucedido minutos atrás aparecido rápidamente en la prensa digital; pero, también, se sobrepuso lo repetitivo y redundante valorado siempre desde lo negativo; sumado todo esto a la clásica estructura de los relatos (Greimas, 1976) que, en el eje de la lucha, oponía villanos y ayudantes a propósito de un objeto de deseo que era, en este caso, el retorno de la ecuanimidad urbana.

Todo esto co-formó la alineación de imaginarios totalizantes basados en técnicas discursivas como la polarización, que fueron recreando una sociedad dividida entre, por un lado, los manifestantes, definidos a secas como destructores y, por otro, la gente de bien, defensores del orden en el mundo urbano y quienes, con las armas del discurso y también las de fuego [2] , actuaban para restablecer el orden.

Aún más, en esta matriz discursiva circularon escenas que consintieron la interpretación en términos de empatías y antipatías que, al decir de Eco (1988), mostraban la misma historia de buenos y malos, haciendo previsible su forma y función bajo las tramas, o plots, de la venganza o del hacer justicia por mano propia; pero sobre todo, la del sacrificio, pues los jóvenes y muchos de sus padres se arriesgaban a salir a las calles gritando la necesidad de un mejor futuro para las nuevas capas sociales. Esto se ratificaba frecuentemente con imágenes de muchos jóvenes sosteniendo carteles que afirmaban “Se metieron con la generación que no tiene nada que perder: ni casa, ni trabajo, ni pensión. No tenemos nada. ¿Qué miedo va a haber?”, o “Al otro lado del miedo, está el país que soñamos”; consignas que confrontaba una nueva quimera sobre el sueño del que nos habían despertado meses atrás, reproduciendo inconscientemente la historia de Jesús, que se inmoló por la redención del prójimo.

Ahora, pasando de las imágenes y sus confabulaciones al campo de lo visual; esto es, a los regímenes de visualidad (Brea, 2005, 2007, 2010; Jay, 2003) [3] , notamos con relativa facilidad que las crónicas del día o la noticia televisual sobre el Paro refería, por un lado, estratagemas de hiper-visión usadas en la construcción de la otredad, bajo la oposición acciones de manifestantes vs. control policial/militar; y, por otro, argumentos que azuzaban a quedarse en casa basados en la persistencia al control de contagios, la sana circulación y el orden público, todas formas de condicionar la percepción de las multitudes.

Pues bien, entre las estrategias o regímenes de audio-visualidad más recurrentes con las que se co-construyó y organizó este hacer-visible del mundo social segregado, donde los manifestantes y las minorías étnicas, como los indígenas del sur del país, no dejaron de estar inscritos en el orbe del mal mismo, encontramos, al menos, tres fórmulas discursivas reiteradas, a saber:

El régimen del mostrar cuerpos, bajo la transición del cuerpo caliente al frío. En efecto, los telenoticieros iniciaban sus emisiones, muchas veces en directo, con las imágenes de lo que sucedía en las vías de varias ciudades colombianas, y se empecinaban en mostrar los cuerpos calientes de los manifestantes, para luego ir enfriando el cuerpo de la nación con la estrategia metonímica de presentar los cuerpos infectados e inertes, reposando en albinas camas de hospitales, y que resultaban de las fatalidades propias de la pandemia. Mientras esto sucedía en telenoticieros, la prensa en línea subía las imágenes fijas que mostraban la tensión entre manifestantes y agentes del Esmad (Escuadrón Móvil Antidisturbios), bajo una matriz ocular-céntrica (Ferrer, 1996) donde, en la zona visual de lo conocido (tópico o tema) se ubicaba al agente policial; mientras que en la zona visual derecha o de lo nuevo (foco o rema), aparecía el grupo de manifestantes, mostrados recurrentemente con rostros ocultos o escudos improvisados. Como se sabe, esta estructura sintáctico-visual es estratégica, si recordamos la categoría de composición propuesta en la gramática de diseño visual de los profesores Kress y Van Leeuwen (1996, 2001), y que se impone como una categoría clave, al lado de la modalidad y el color de fondo, para dar cuenta de todos los capitales semióticos usados para la elaboración de este tipo de diseños multimodales. Para este caso, al mostrar en el campo visual de lo nuevo al manifestante sin identidad, y actuando en contra del sujeto icónico, puesto en la zona izquierda de la imagen, fundaba la idea de que lo nuevo en el Paro Nacional era la injusticia de la multitud, y no de quien representaba la ley y el orden. Una inversión escandalosa, en todo caso.

El régimen del dejar ver en exceso. Este se concentraba en los manifestantes de la multitud, en plena acción agreste, especialmente cuando lanzaban objetos a la fuerza policiaca; en contraste con el régimen del entrever y del insinuar que, desde una ventana de una sala de urgencias visualizaba el cuerpo infecto y moribundo; por cierto, imágenes predecibles a la retina humana, porque los telenoticieros nacionales y regionales (v. gr., Caracol, CityTV) reciclaban, para cada nueva emisión, las mismas imágenes, como si sus periodistas no hubieran podido actualizar las grabaciones del terror de la pandemia, tal como se vivía en el interior del sistema de salud [4] .

La transmutación de la imagen y el discurso de la guerra. Las telenoticias sobre la guerra, que hemos recibido en el marco del conflicto armado desde hace décadas, fueron dando paso a titulares y noticias que centraban la atención en una nueva ofensiva: la guerra contra el virus; y, desde allí, se invisibilizó la imagen del cadáver humano, producto de atentados o masacres, para dar paso a la guerra simbólica contra un enemigo invisible, representado como un soberano coronado y que asociaba la masa popular con la cerveza mexicana. Desde allí, la imagen de las acciones colectivas (trasgrediendo las normas de distanciamiento, de protección y de aseo personal), denotaban los valores de irresponsables y causantes de más contagios y muertes, por lo menos más que la misma injusticia estatal o la precariedad del sistema de salud. En suma: el ojo del fotógrafo o del periodista se concentraban en el manifestante con una mirada vigilante y cortésmente hipócrita para hacer un movimiento perspicaz y siniestro, a saber: reconocer para sancionar.

Al unir estos tres regímenes escópicos, o formas de lo visible, la voluntad de poder que, en el Paro 2021 edificaba realidades en Colombia, generó en los lectores y tele-espectadores un ambiente visual que hizo ver-su-verdad, poniendo un tapón a otras formas de comprender lo sucedido, con excepción de aquellos usuarios que buscaban escapar a ese régimen en los espacios contra-discursivos o de resistencia en las redes sociales (v. gr. Twitter, Instragram), así como también en la prensa independiente o internacional [5] , de la misma manera que algunos estudiantes suelen escapar a las láminas de los manuales, al museo escolar o a la decoración chabacana de los salones de básica primaria.

No obstante, uno de los elementos de visualidad que se impuso como un patrón conductual en la superficie de la materia discursiva, y que fue re-fundando esa realidad, hasta el punto de convertirse en index appeal, fueron las acciones afirmativas, inicialmente efectuadas por un grupo de indígenas misak-guambianos, y que pretendieron sacar a la luz la segregación y el abuso de poder que ha caído desde otrora sobre ellos, con sus espectaculares contorsiones para derribar estatuas, todo esto con el fin de dignificar su persistencia en la historia, tratando, a su vez, de levantar una memoria desde abajo sobre esos abusos ejercidos sobre ellos desde el siglo XVI [6] .

Este hecho, entonces, apareció como un golpe de la realidad, una irrupción periódica de indicios que permitió instalarnos en él para dar cuenta de lo que podía explicar, desde algún nodo de comprensión, esa explosión social que, si no era inédita, sí neurálgica en la medida en que sucedía en la peor época de la pandemia en el país, que revivía escenas de horror humano. Bastó, entonces, recurrir al detalle interaccional de Goffman (1985) para determinar esos pequeños comportamientos sobre un corpus de imágenes fijas y en movimiento, y añadir algunos elementos de los estudios críticos del discurso (v. gr., van Dijk, 2003) para avanzar en esta línea, vía regia para capturar un sentido posible sobre este hecho, tan flamante como impactante.

El index appeal y el golpe de sentido sobre la realidad

Si bien es cierto que el derribo de estatuas coloniales, como la de Cristóbal Colón o el esclavista Edward Colston, tiene una genealogía reciente (junio de 2020) en el marco de las marchas contra el racismo en varios estados de Estados Unidos, como efecto de la muerte de Floyd a manos del policía Chauvin, el 25 de mayo en Minneapolis, Minnesota; solo hasta el 16 de septiembre de ese mismo año se vivió un calco similar en Colombia, ocurrido en la ciudad de Asunción de Popayán. Ese día un grupo de indígenas misak o guambianos. precipitaron al pavimento la estatua ecuestre del conquistador español Sebastián de Belalcázar. Esta fue la primera acción afirmativa ejecutada por estos actores sociales, acto que sirvió de preludio para la ocurrida el 28 de abril de 2021. Esta vez, y nuevamente, fue derrumbada la estatua de Belalcázar, ahora en el sur de la ciudad de Cali, por indígenas misak que llegaron a la capital del Valle desde el departamento del Cauca. Ellos mismos hicieron lo propio en el casco histórico de Bogotá, con la emblemática estatua del colonizador español Gonzalo Jiménez de Quesada, en la amanecida del 7 de mayo. Posteriormente, el 9 de junio, protagonizaron un intento de derribo a las estatuas de Cristóbal Colón y de Isabel, la Católica, en la avenida El Dorado, al noroccidente de Bogotá. Su recurrencia, entonces, no era azarosa, y lo que llamó la atención de todos estos hechos fue que:

• A las acciones afirmativas. de los misak se unieron otras, pues hubo una cadena de hechos similares ejecutados por variopintos actores sociales inscritos en las luchas de reivindicación propias del Paro Nacional 2021, y en diferentes puntos de la geografía nacional.

• Los indígenas misak no fueron los únicos agentes de derribamiento, entre abril y julio. Así, por ejemplo, el 29 de abril, en la ciudad de Neiva, fueron derribados los monumentos del expresidente Misael Pastrana, oriundo de esa región; pero también en la misma ciudad corrieron esta suerte, Diego de Ospina, fundador de la ciudad y la estatua del militar y político Francisco de Paula Santander, “el hombre de las leyes”. Asimismo, el día del trabajo, en la ciudad de Pasto, cayó al piso la estatua de Antonio Nariño; el 14 de mayo, en Popayán, la de Santander; el 19 de mayo, en Neiva, el Monumento a la Raza; el 28 de junio, en Barranquilla, la estatua de Cristóbal Colón; el 20 de julio, en Manizales, la de Santander; entre otros casos testimoniados por telenoticieros y prensa nacional y recuperables sus referencias en línea.

• En el despliegue discursivo mediático de estas noticias hubo un predominio de construcción representacional de los manifestantes indígenas y juveniles, no fundamentadas en una violencia resistente que perseguía el derecho para expresar el deseo de transformación (Calveiro, 2008), sino unas representaciones basadas en técnicas enunciativas de exclusión parcial, a través de estrategias como la generalización combinada con abstracción, además de la pasivación y la naturalización de sus acciones (Van Leeuwen, 1996), y que tuvo su isomorfismo social en el interés de ocultamiento de esas minorías; todo esto en el gran marco de aquello que Agamben (2003) llama la lógica del amigo y enemigo la cual, instalada como política de excepción, consistió en la exclusión de ciudadanos, aquellos reducidos simbólicamente con los adjetivos de vándalos, salvajes, revoltosos, agresivos, mariguaneros, zánganos o ignorantes, por parte de los agentes comunicacionales y sus aliados, y que representaban la multitud que ejercía las acciones colectivas en conjuntos universalizables de sujetos no integrables, como premisa para abrir la puerta a su alejamiento, repitiendo abiertamente aquello que ya había sucedido como metarrelato en las manifestaciones creativas, estetizadas y espontáneas de la multitud en el 21N-2019; es decir, su invisibilización en las tramas narrativas (Garrido, 1996; Bal, 1990).

• El sostenimiento de unas relaciones de dominación, donde unos periodistas (v. gr., de Blu Radio o Revista Semana) y políticos (v. gr., director del Partido Conservador o del Centro Democrático), se autoinstalaron como un macro-Yo que detentaba el dominio cognoscitivo para juzgar diversos rostros del Tú; esto es, aquellos se presentaban como sabedores de quién era el malo y quién el bueno en nuestra sociedad; construyendo discursivamente a ciertos actores sociales con valores negativos, esperanzados instintivamente en el éxito de la máxima ético-social “Divide y reinarás”, propio de un liderazgo vertical; algo que se acentuó con los matices de una retórica de la exclusión, donde la identidad social tensionó un Yo desde lugares de enunciación poderosos que anulaba cualquier Tú que fuera o actuara diferente a ellos (Butler, 2016).

• En el contexto de agitación sociopolítica por parte de la multitud, sucedió el desmonte de la efigie ecuestre del libertador Simón Bolívar, instalada en el Monumento a Los Héroes, estacionado en la Autopista Norte con calle 80 (por lo menos hasta los últimos días de septiembre de 2021); hecho sucedido el 24 de mayo como medida preventiva para proteger, tanto el monumento de su desplome violento y de su quema (como ocurrió sin efectos nefastos la noche del 16 de mayo), así como las vidas de los manifestantes mismos, debido a que, para ese entonces, ese nódulo urbano se había convertido en el lugar de concentraciones masivas y frenéticas durante las protestas (v. gr., El Espectador, 24 de mayo de 2021). Así las cosas, dicho de forma simple, si el Instituto Distrital de Patrimonio Cultural (IDPC) y el Ministerio de Cultura no hubieran retirado presurosamente el monumento ecuestre del mito de la nación moderna, su destino también hubiera sido, más rápido que tarde, su estrepitosa caída.

Pues bien, sobre este último punto, nuestra cuestión de la pesquisa sobre cómo dar cuenta de un Paro en las condiciones específicas de nuestra pandemia mutó por la búsqueda de las razones de este fenómeno tan atractivo y recurrente (index appeal), especialmente porque recordamos que esa estatua –y su ubicación– representaban un símbolo reciente en la construcción y consolidación de la idea de nación, al tiempo que un patrimonio sagrado (del latín pater- patris-nomos: la ley del padre). Se trababa, en efecto, del símbolo mayor del padre, y su ausencia no podía pasar desapercibida ante nuestra mirada, más cuando su lugar físico, el Monumento a Los Héroes, encumbrado por el dictador Rojas Pinilla en 1963 como la exaltación de las batallas que iniciaron la Independencia (El Tiempo, 26 de septiembre de 2021), era parte del mito fundacional que termina encarnado en el mito del “Libertador de cinco naciones”.

De esta suerte, una vez quedó desocupado el lugar de instalación del símbolo del padre o patrimonio mayor de la patria, durante los siguientes días ese símbolo comenzó a ser reemplazado: primero por un retrete que un desconocido vecino puso en su lugar; luego, por monumentos vivos (jóvenes, viejos, trans, etc.) que se situaban para ondear la bandera; y, por último, momentánea y pluralmente por nuevas figuras de autoridad que ocupaban el lugar del héroe, del mito, del libertador. Ahora, esto aconteció para reforzar la metonimia fundante en un espacio físico de la ciudad llamado Monumento a Los Héroes, y que tiene, no gratuitamente, una vecindad fonológica con Eros, el dios griego que une, mejor decir, que re-liga y que convoca, en consecuencia, nuevas religiones (religare). Todo esto, mientras que, en el lugar vacío de Quesada, por al menos 12 horas, el 20 de mayo, la estatua del joven Dilan Cruz ocupó su lugar gracias a la acción afirmativa de artistas e indígenas misak; por cierto, una estatua hecha por el artista John Fitzgerald para conmemorar “no solo su memoria, sino también para simbolizar a todos los jóvenes que han sido asesinados injustamente en este país” (Colprensa, 20 de mayo de 2021).

El desamparo nacional y el devenir de un petitpère o père-versión

Bien, si volvemos sobre la idea del trauma por la ausencia de la figura alegórica del gran padre (Simón Bolívar) como eje del mito fundacional de la era republicana de nuestra nación, su ausencia en el marco de un Paro Nacional no era de poca monta, pues sabemos que toda nación se ordena gracias a un lugar primario ocupado por una ficción fundadora de un personaje concreto, quien actúa como un referente simbólico absoluto, anterior y exterior a los sujetos que lo observan, y que se instala como punto de sostenimiento de lo social al ser el representante de la Ley. Esto sucede porque ese referente permite a todo sujeto de la comunidad reconocerse como deudorcon relación a este padre absoluto quien, desde ultratumba legisla, organiza y cubre un vacío con el velo simbólico de su fuerza significante (Legendre, 1996). Así las cosas, cualquier padre mítico actúa como un mojón y un nodo de existencia, “condición necesaria para que cada sujeto no se pierda en el vacío y para que no sea engullido por el abismo o por un magma indiferenciado” (Carol, 2007, p. 525).

Pero, y he aquí lo que interesa subrayar en nuestra línea argumental: la cadena significante de padres interinos que sustituyen y representan ese gran padre absoluto adquieren ese poder funcional en la medida en que encarnan también esa autoridad y ese poder, algo que podemos llamar desde el psicoanálisis francés la función paterna (cfr. Tenorio, 1993). En ese orden de ideas, ese topos directriz de la función paterna puede ser ocupado por Dios, por una idea de Estado, por un líder espiritual, por un padre biológico, por un presidente eterno [7] , o por un sustituto de ese proclamado padre eterno [8] ; todo esto reforzado por los otros significantes-poder de nuestra época, que pierden funcionalidad y se tornan ineficaces desde ámbitos de poder como el político, el científico-académico, el estatal, el económico o el religioso (cfr. Carol, 2007).

Tenemos, entonces, que ese lugar del padre en nuestra nación ha sido ocupado por muchas figuras coloniales (v. gr. Colón, Jiménez de Quedada, Belalcázar, etc.) y luego por presidentes de la nación emancipada (de hecho, más de ciento quince en nuestra historia), siendo de los primeros Simón Bolívar, patriarca del Partido Conservador, y Francisco de Paula Santander, quien desde muy joven sería la cabeza de la larga lista de adscritos al Partido Liberal, al que podemos sumar el nombre de Antonio Nariño, y que tienen en común orígenes obscuros. Ya entre 1970-1974, el presidente era el militante conservador Misael Pastrana Borrero, y desde 2002 hasta 2010 Álvaro Uribe Vélez quien, apoyado por el Partido Conservador, fue sustituido luego por dos nombres que se han asociado con el continuismo de sus políticas hasta la actualidad: Juan Manuel Santos, aparente traidor, e Iván Duque Márquez, más fiel y transparente seguidor.

Es de notar, entonces, que todos los monumentos derrumbados en el marco del Paro Nacional 2021 tenían esa aura de padres sustitutitos del gran padre mítico o, simplemente, de autoridad; además de representar la violencia ya legitimada y simbólicamente transliterada en esos monumentos, celosamente cuidados con el paradigma de la seguridad ciudadana. Y, por esto mismo, creemos que fueron objeto del ataque sistemático, como queriendo indicar al pueblo mismo que su caída era la deslegitimación de lo que representan y la necesidad de su refundación; algo que podríamos traducir como un intento de descolonizar el turbio poder.

Llegados a este punto, afirmamos que la versión encarnada de esta autoridad mítica, el presidente de turno instituido, concentraba abiertamente todos los males que aquejaban la nación; de suerte que su figura-tótem ya no representaba ninguna sumisión para mantener su lugar con un tabú y, por tanto, de sostener lazo fuerte con la idea el orden/ley. La consecuencia de esto es que dejó una fisura simbólica y una apertura imaginaria para el establecimiento de un esquema social percibido y vivido sin ningún absoluto mítico, dejando una sociedad plana, trivial, sin pasado y, por tanto, sin futuro. Aún más, detrás de su figura reposaban herencias y acciones denigrantes, al tiempo que una actitud perversa y ególatra, arrastrando la mascarada zoológica del marrano que evoca el ruido del judío converso, hábil prestidigitador y diestro hipócrita; por cierto, aquel perfil abundante de quien se asentó en el desarrollo de las ciudades en la colonización de nuestras tierras (Serrano, 2016), y que tiene resonancia literaria en el familiar con cola de cerdo que tanto temían los Buendía.

Asimismo, entre las líneas de las acciones del actual presidente, estaban actualizados en la memoria colectiva herencias que se podían abreviar en lamentables cifras de pobreza, injusticia y violencia y que resonaban en la cabeza de los ciudadanos [9] . Pero, también, como afirmábamos otrora, se trataba de un presidente investido popularmente con una personalidad perversa y narcisista. Según el profesor Mario Bernardo Figueroa, de la Escuela de Psicoanálisis y Cultura de la Universidad Nacional, una forma extrema de ser perverso es ampararse bajo el imperio de la máxima “Ya lo sé; pero, aun así”, algo que escenificó Duque Márquez el 16 de septiembre de 2020, cuando se puso el uniforme de la policía metropolitana para defender las acciones violentas de la institución (Semana, 17 de septiembre de 2020); pero quien, paradójicamente, había dejado una silla vacía en el acto de perdón a las víctimas de la brutalidad policial de esa semana. En ese sentido, la perversión de Duque se hizo palpable cuando, camuflado como policía entre otros agentes, quiso decirle al país algo así como “ya sé que la policía asesinó 13 jóvenes y dejó 315 civiles heridos en 3 días, pero aun así me visto con la chaqueta de la policía y los felicito”, desconociendo la crueldad de los hechos.

Perfil que se completó cuando se conoció el 21 de mayo de 2021, un autopublirreportaje en el que, hablando en inglés a un apócrifo medio internacional, Duque habló de las malas intenciones de su adversario político, “echándole la culpa a Gustavo Petro de la crisis social que atraviesa Colombia”: “Cuando gané las elecciones, el candidato que derroté dijo que iba a estar en las calles todo mi mandato, que iba a protestar durante todo mi gobierno [...]. Su propósito era no dejarme gobernar”. La entrevista fue hecha por el equipo digital de Palacio y la explicación de Ramiro Bejarano fue que se trató de “una entrevista con Bernardo Álvarez, editor, diseñador, fundador y director de Shine Creative, bastante desconocido; que Duque habló en inglés porque así le hablaron y que quien difundió el video no fue el Gobierno” (El Espectador, 30 de junio de 2021).

De esta manera, la desunión del lazo entre la multitud y el actual padre simbólico estaba cabalmente sustentada, tanto por el legado de su administración, como en los sesgos de su carácter, y que nos atrevemos a definir como aquel que padecía el síndrome de sujeto rey autofundado (Legendre,1994, p. 30), en la que un sujeto se muestra a los demás como un pequeño estado soberano. Esa pulsión de autoinstituirse así sería una de las estratagemas para reducir las fisuras que creaba, justamente, la convicción de que ha pasado algo con el lazo erótico entre el padre y su rebaño; es ahí donde Duque descansaba en el momento del Paro, precisamente, en esta cabal desligadura de un ya frágil lazo filiatorio para desconocer el peso y los efectos que acarreaba la responsabilidad frente a esa condición de encargo. Claramente, todo este cúmulo de funciones sobre la espalda de la autoridad de turno formaba parte de las insatisfacciones y necesidades pedidas pero perdidas, sin importar las condiciones del confinamiento vivido y sus efectos emocionales, materiales y sociopolíticos.

En este orden de ideas, creemos que esta irrupción, desde abajo (Santos, 1997), agenciada por una multitud multicolor y no reducible a un único componente, pues se mostró desde el inicio como totalmente diferente al pueblo, avanzó afanosamente el reemplazo de ese padre herido de muerte, padre en jaque y padre indeseado. Y esa afanosa renovación transitó el camino del gran padre al pequeño padre (petit père) o, quizá más exacto, a las nuevas versiones del padre (père-versión). Esto, en nuestra hipótesis, se cumplió a través de dos procesos magníficamente vírgenes en nuestra época histórica, a saber:

• el proceso de una búsqueda afanosa por una equidad topo-urbana que transgredió, sin romper con la ciudad total, las relaciones de poder vigentes, lo que exigió del Gobierno una grosera inclusión negada (Calveiro, 2008, p. 43), dando origen, de rebote, a acciones que permitieron la resignificación y el renombramiento de los espacios de la ciudad por parte de aquellos que estaban abajo y oprimidos; y

• el proceso de la ruina física y el encumbramiento simbólico. En efecto, la instintiva caída de los héroes o padres simbólicos tradicionales, cuyos rostros eran visibles en colonizadores, expresidentes o militares ayudantes de la Independencia, rápidamente se vieron sub-plantados por otros rostros o por la generación de unos absolutamente nuevos que actuaron en los meses de mayo y junio de 2021 como la fijación transitoria de un fantasma paterno y que transitó en una geografía de la rebeldía (Jiménez, 2021), tal como se pudo apreciar en las acciones colectivas escenificadas en barrios populares y zonas centrales de las grandes ciudades del país.

En el primer caso, cuando hablamos de justicia o equidad espacial, pensamos en que el topos público, topos panóptico-policiaco, se refabricó desde 2019 como topos poiético, armonizando los espacios de control con los de creación/imaginación, y generando así una equidad física y simbólica para escenificar con recursos estéticos, esto es, con claves logopáticas, la crisis urbana y periurbana instalada por la hegemonía de poder que ha cultivado desde siempre las violencias estructural y cultural (Galtung, 2003). Y este nuevo topos, más justo aunque más perecedero, se logró con expresiones espontáneas de resistencia, acompañadas, por una parte, de eslóganes simples como “Fuerza”, “El pueblo se respeta, carajo” o “Hay que parar para avanzar”, etc.; y, de otra, con nuevos apelativos y funciones a los espacios sagrados y/o santificados de la ciudad, como el encuentro no calculado para unir gritos de desgarramiento por el ahogo social.

Este caso nos permite explicar, por ejemplo, las experiencias subalternas noticiadas como el de convertir un CAI (Comando de Atención Inmediata) en una biblioteca, el de transformar el Monumento a Los Héroes en el patio macizo de encuentros de la multitud, el de re-bautizar lugares bogotanos como el Portal Américas en “Portal de la Resistencia”, o la Avenida Jiménez de Quesada en “Avenida Misak”. Y, de forma más abstracta, el de ondear el símbolo patrio de la bandera con las franjas de color invertidas para rogar S.O.S. internacional y para resignificar una patria que ya no tiene mucho oro, sino mucha sangre derramada. Asimismo, con la abstracción de corear el Himno Nacional en el Parque de los Deseos, en Medellín (renombrado “Parque de la Resistencia”) con arreglos de fondo agenciados por la filarmónica del Valle de Aburrá que permitían reconocer la Marcha Imperial de Star Wars, hecho sucedido a los 27 días de iniciado el Paro y que sirvió de base musical para el orfeón “El pueblo unido, jamás será vencido”. Se trató entonces de un nuevo himno nacional, llamado en redes sociales “El Himno deconstruido” (AA Cultura, 23 de mayo de 2021) [10] .

Todo esto, mientras que, en el segundo caso, el del reemplazo de los héroes o padre mítico caído, encontramos, al menos, tres tendencias:

• El recicle de figuras políticas o politizadas populares, como el caso de la aparición del fenómeno Ga (Gaitán, Galán y Garzón); en donde muchos carteles de manifestantes enunciaban ideas como “Somos los nietos de Galán y los hijos de Garzón”; o la resignificación del busto de Gaitán en el centro de Bogotá, pintado ahora con los colores de la bandera nacional: el rostro amarillo, el pedestal azul y rojo. Así las cosas, un héroe popular, que vale oro, llamado desde otrora el negro o el indio descansaba, entonces, en las aguas y la sangre de la nación.

• La instalación de figuras más anónimas como el de la actriz porno colombiana Esperanza Gómez Silva, aparecida en carteles de protesta con su imagen, acompañada de rótulos como “Ni a Esperanza Gómez la han clavado tanto como al pueblo colombiano”; o de los jóvenes muertos por la violencia policial o por las fuerzas ocultas de la llamada gente de bien, tales como Lucas Villa, Elvis Vivas, Dilan Cruz, Alison, Javier Ordoñez, etc., también presentes, en el llamado Monumento a la Resistencia establecido en la ciudad de Cali, una enorme silueta de la mano del dios maya de la batalla que empuñaba el significante “Resiste”, y que fue inaugurado el 13 de junio de 2021 (Semana, 14 de junio de 2021).

• La aparición intempestiva de manifestantes ungidos de disfraces y accesorios de héroes foráneos, y que aparecían en los lugares de acciones colectivas y en las filas de la llamada Primera Línea, en la ciudad de Cali, tales como el Capitán América, sustituido por un fornido manifestante caleño llamado el Capitán Colombia, cuyo escudo era un improvisado latón con los colores de la bandera nacional; algo interesante, puesto que su escudo es arma de defensa contra su archienemigo, un nazi o ultraconservador con calavera roja por cabeza (fusión de azul y rojo, finalmente con lo que ello connota en la política). Asimismo, fue afamado el criollo Spiderman con la camiseta de la selección colombiana de fútbol, lo cual no resultaba gratuito, pues finalmente, en la trama de esta historia, hay un joven estudiante que sale de su zona de confort y vive aventuras épicas, nunca vistas. Finalmente, por monumentos vivos, jóvenes en las calles de los cuales el profesor Pedro Pablo Gómez (2014) afirma que, en los lugares otrora de la obediencia y el patriarcado puro aparece la estatua-viva para ponerse como vector decolonizador en su obrar existencial; en suma, un “proceso de sacudimiento” y un “verdadero contra-argumento estético frente al dispositivo de la legalidad” (p. 86).

A partir de estos intentos, quizá inconscientes, de suplantar el padre muerto o herido de muerte, y que serían parte de eso que el psicoanalista Gerard Mendel (1985) denominaría la rebelión contra el padre, para quien agredir el patrimonio y las instituciones culturales es quebrantar el padre mismo sucedió que, por lo menos, en el Monumento a los Héroes, y ya no en la estatua del mito paternal de Bolívar Libertador sino en sus contornos, comenzó otra guerra, la de relatos con intención glocal; esto es, la de las escrituras multimodales que, rápidamente, fundaron palimpsestos formados con trozos alfabético-letrados de murales; pero también con esténciles, pinturitas, panfletos, grafitis, pancartas, conciertos y performances. Así las cosas, en el mes de junio “en Los Héroes, un mural se tapaba con otro mural, que luego se tapaba con un esténcil, que luego se tapaba con un código QR. Y nadie venía a reclamar los derechos sobre su obra” (Vanegas, 7 de agosto de 2021).

De esta suerte, asistimos a una guerra escrituraria por subrayar un nuevo símbolo del padre absoluto, pero con la convicción colectiva que ese símbolo permanecía en la medida en que se hacía un parricidio improvisado, pues se mataba el autor del símbolo propuesto. Pero, realmente, creemos, no había allí un acto de escribir, sino uno mucho más confuso, era una acción donde se combinaba manuscribir, rescribir, sobrescribir y subscribir; esto es, todo lo necesario para escribir desde abajo, hacia arriba y hacia los lados; algo, en todo caso, coherente frente a esa cultura política vertical que se deseaba arquear.

A manera de conclusión

Es difícil cerrar la reflexión aquí esbozada porque la acción está en suspenso; no obstante, la nueva realidad no solo ha traído nuevos retos, sino nuevos sujetos; unos más gozantes frente al riesgo, más atrevidos frente al poder y más enigmáticos frente a la escritura. Ese atrevimiento hace que el padre/figura de autoridad esté ocupado ahora por un padre colectivo, fragmentado, de múltiples y efímeros rostros, todos trazados y dibujados con escrituras palimpsésticas y multifigurales.

El resultado de todo esto es un padre líquido, producto de una rebelión contra el gran padre (Mendel, 1985) y que, por ahora, aparece como un patriarca que aún no es figura de legitimación (de obediencia), sino de burla y de parodia; no gratuitamente, los héroes locales son desleídas formas de otros héroes, importados con sorna, o vetustos retretes que duran lo que dura su contendido antes de que desaparezca por la acción de su usuario al pulsar la palanca de su sistema de desagüe. De momento, el rostro del padre se imagina, como el rostro real del virus que genera la pandemia y que nos tiene a todos los sobrevivientes en jaque y esperando no solo nuevos picos en la evolución de la pandemia, sino también nuevos movimientos que nos dejen ver qué queremos, y lo que somos. Así las cosas, si es un padre imaginado el que ahora está ocupando el lugar del absoluto y que ordena desde su mirada oteada, nos queda una cuestión más ardua por resolver: ¿Cuál será el legítimo símbolo que ponga a circular en las tramas de nuestra cultura ese digno reemplazo del gran padre, padre eterno?

Referencias

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Wilkin, Y. (ed.) (1991). Los hombres y sus momentos. Paidós.

Notas

Llamamos multitud, siguiendo las ideas de Negri y Hardt (2002), a esa multiplicidad de sujetos, indefinidos pero diferenciados que representaron en el marco del Paro Nacional 2021 un deseo de transformación, intentando reivindicar el cuerpo, el otro, la libertad y la paz colectiva. Para ello, usaron la comunicación mediática, la colaboración y la actuación en común, bajo la consigna de ser una generación “que no tenían nada que perder”, incluyendo variopintos grupos sociales como asalariados, comerciantes, independientes, informales, indígenas, barristas, migrantes, profesores, médicos, prisioneros, comunidad LGTBIQ, jóvenes universitarios, feministas, ambientalistas, etc.
Sobre esto, bastará recordar el hecho sucedido el 9 de mayo en la ciudad de Cali, cuando el Consejo Regional Indígena del Cauca (CRIC) manifestaba por Twitter que personas armadas, en camionetas de alta gama, disparaban a la minga para impedir su unión con la muchedumbre manifestante. Un acto donde, literalmente, gente de bien cazaba indígenas como si fueran animales. Algo que tergiversó, por ejemplo, Noticias Caracol cuando titulaba el hecho así: “Confusa situación en vía Cali-Jamundí: enfrentamientos entre indígenas y comunidad por bloqueos” (2021).
Bajo tal régimen escópico se definen, doblemente, tanto a) un conjunto de condiciones de posibilidad –determinado técnica, cultural, política, histórica y cognitivamente– que afectan a la productividad social de los actos de ver; como b) un sistema fiduciario de presupuestos y convenciones de valor y significancia, que definen el régimen particular de creencia que con las producciones resultantes de dichos actos es posible establecer, para el conjunto de agentes que intervienen en los procesos de su gestión pública, ya sea como receptores, ya como productores activos que disponen sus actos en el universo lógico de los enunciados y actuaciones posibles en su contexto (Brea, 2007, pp. 150-151).
A propósito, este régimen audiovisual recordaba la paridad entre lo pornográfico y lo sensual, donde lo primero genera la fruición directa, casi endoscópica; mientras lo segundo exige la inferencia y la malicia para completar, ya en la mente del destinatario, la imagen cifrada por la per-ver(vi)sión de mostrar a gironcitos. Así que nos hacían pasar de una acción porno (el zoom in exagerado) a una acción apenas voluptuosa (el zoom out no epicúreo).
Al respecto, Ferrer (1996) sostiene que todo discurso o voluntad de poder “quiere impedir cualquier otro derecho de visión y para ello busca apropiarse incluso de la más nimia célula de visión humana. Se trata de los que algunos autores llaman ocular-centrismo, sistema de orientación y coerción visual efectuado a través de las actividades” (p. 30).
En efecto, entendemos por acciones afirmativas aquellas que pretenden “desmontar tanto el racismo estructural como los prejuicios y comportamientos racistas de las personas” (Restrepo, 2010, p. 218).
Esta comunidad indígena estaba constituida, hacia 2021, por más o menos20 000 indígenas, asentados en los departamentos de Cauca, Valledel Cauca y Huila, preferentemente. En conjunto, los indígenas en el paísconformaban para entonces el 10,4 % de la población total, con un aproximadode 1 905 000. Los misak eran, en ese contexto, el 4,4 % de losindígenas de todas las etnias en Colombia.
Continúa Restrepo (2010) su definición de acción afirmativa como el conjuntode “medidas tomadas para revertir los efectos perversos de las diversasdiscriminaciones en la vida social [...] y que incluyen una amplia gamade actuaciones como las que se diseñan e implementan para evitar que sesiga discriminando a las mujeres, a los homosexuales o a las poblacionesindígenas o negras” (p. 219).
Es útil tener presente que esto lejos de ser una idea abstracta, es una realidadactual: la República Popular de Corea es gobernada por un presidenteeterno, sustituido por miembros del linaje de Kim Jong-il.
Recordemos que en marzo de 2018 Iván Duque Márquez, en el cierre desu campaña para la Presidencia de Colombia 2018-2022, dijo a la opiniónpública que Uribe Vélez, líder absoluto de su partido político, era el presidenteeterno, mientras la periodista Vicky Dávila recordaba lo mismo ensu Twitter, el 29 de junio de 2019.
Así por caso: nueve millones de víctimas del conflicto armado (más o menosel 20 % de la población colombiana), 8 millones de víctimas del desplazamientoforzado, 82 000 víctimas de desaparición forzada (más que en Chiley Argentina), la intensificación de la violencia sistemática entre 2016-2020(solo en 2020 hubo 91 masacres con 381 asesinados y 310 líderes caídos),solamente la ínfima cifra del 0,006 % de personas con cuentas bancariasque detentan el 55 % del total de los depósitos del país, ultimada con quemenos del 1 % de la población es dueña del 81 % de las tierras productivasdel país. Y todo esto, complementado con el hecho de que para 2021,se contaban 21 millones de pobres (15,1 % en pobreza absoluta), de loscuales 7,5 millones estaban en pobreza absoluta, un 49 % de informalidad,un 19 % de desempleo, una disminución de la clase media del país consaldo de 2,2 millones de personas y un 63,8 % de ciudadanos que en 2021vivían con menos de un salario mínimo legal vigente (Estrada, 2021). A locual podríamos agregar, desde nuestro punto de vista, hechos igualmentefatales como la existencia de 4,5 millones de jóvenes que ni estudian ni trabajan(los ninis o nadies) y quienes trabajan solo reciben un salario mínimo,la recodificación miserable de la multitud en guerrilla urbana o revoluciónmolecular disipada (como fue llamada en un Twitter de Uribe Vélez, el 3 demayo de 2020), el saboteo a los Acuerdos de Paz a través de un claro plantortuga, la lentitud extrema con el asunto de restitución de tierras, el tapón auna reforma agraria (la última fue la de López Pumarejo, 1940), la inflaciónde una ‘contrarreforma’ agenciada por paramilitares/terratenientes, quieneshan causado el desplazamiento de al menos 8 millones de campesinos y ganado8 millones de hectáreas por despojo, la sociedad de terratenientes conmultinacionales que han comprado los predios de los campesinos (comoel Grupo Argos, haciéndose pasar como comprador de buena fe), los poderesen estos últimos tres años han sido cooptados como la Procuraduría,Congreso, Registraduría y la Fiscalía, o la transgresión constante a la ley “nomatarás”, centrada en la premisa de que en Colombia “no se le niega unabala o un sablazo a nadie; incluso, se le da con gusto”.
Como sabemos, este Himno resignificado estuvo acompañado de cancionesque se volvieron emblemáticas, como, por ejemplo, El baile de los quesobran (Prisioneros, de Chile), El infiltrao (Edson Velandia), Canción sinmiedo (Vivir Quintana), Latinoamérica o El Aguante (Calle 13), el Himnode la Guardia Indígena, entre otras líricas.
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