DOI:
https://doi.org/10.14483/22486798.13062Publicado:
28-02-2018Número:
Vol. 22 Núm. 2 (2017): Lenguaje, sociedad y escuela (Jul-Dic)Sección:
EditorialEditorial Vol. 22, N.° 2: Lenguaje y convivencia. El derecho a la palabra
Palabras clave:
diálogo, convivencia, lenguaje (es).Descargas
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DOI: http://doi.org/10.14483/22486798.13062
Lenguaje y convivencia
El derecho a la palabra
El derecho a la palabra es el derecho a vivir en comunidad. En la actualidad, son grandes y variados los retos que la educación, desde diversos escenarios de la cultura, está llamada a asumir. Uno de ellos, y que más cuestiona el papel formador de la escuela y la familia, es su capacidad para formar en valores hacia la co-construcción social, el diálogo y el respeto a la diversidad y a la diferencia, como principios para con-vivir.
La importancia que tienen, para nuestra sociedad, la construcción y la vivencia de valores es fundamental. Si bien la familia y la escuela cumplen un papel relevante en este propósito, los demás escenarios de la cultura también educan o des-educan. En 1996, la Misión de Sabios, en el marco de las reflexiones sobre la Colombia del futuro, postuló como recomendación para la educación colombiana el favorecimiento de la equidad, la convivencia y la formación ciudadana. Estas condiciones –en cuanto principios que instalados en el escenario escolar preparan e insertan a los niños y jóvenes en ambientes propicios para el debate, la disertación y el respeto al disentimiento– solo son posibles en y desde el lenguaje.
En las últimas décadas ha tomado fuerza la necesidad de reflexionar en torno a la potencialidad del lenguaje en todos los escenarios de la cultura. Las diferentes investigaciones, bien desde la educación o desde áreas afines, validan recurrentemente la capacidad instalada que provee el lenguaje al sujeto y gracias a la cual es posible el desarrollo de lo humano y la realización como seres sociales y autónomos.
El derecho a la palabra, cualquiera que sea el sistema semiótico en uso, implica instalar como plano de interacción en la convivencia el encuentro con el otro, la proyección de sí mismo, el autoconocimiento, la expresión de las ideas, los sentimientos y discrepancias implicados en la toma de decisiones responsables consigo mismo y con los demás. Hacer de la escuela un espacio para la liberación de la palabra en este contexto es posible gracias al desarrollo asertivo de las múltiples posibilidades de significación del lenguaje humano. En una sociedad donde la intolerancia y la indiferencia social son parte de la cotidianidad de niños y jóvenes, y les niegan oportunidades de diálogo, participación y con-vivencia, urge desplazar el modelo educativo que insta a la construcción de personas obedientes por un modelo orientado a la formación de sujetos propositivos y creativos.
Urge repensar en un sistema educativo cuyo objetivo no sea la reproducción de cátedras y contenidos que abanderen la paz, el posconflicto y la construcción de valores como eslogan de moda, ajeno a la praxis pedagógica y al reconocimiento de las condiciones multiculturales, plurilingües y diversas de los niños y jóvenes colombianos, desde una perspectiva más holística. No olvidemos que la construcción y la formación de la persona en todas sus dimensiones solo son posibles mediante procesos de interacción que fortalezcan y reafirmen la personalidad para la percepción del pluralismo y la comprensión mutua desde la palabra.
En este sentido, no es suficiente con dejar hablar, hay que promover en la escuela, en la familia, en el escenario de los amigos y del trabajo académico, en los medios y las redes sociales diferentes posibilidades para que se ejerza el derecho a la palabra de manera intencionada, reflexiva, significativa y responsable. Del mismo modo, se debe instar a la interacción entre los jóvenes con el contexto y la cultura; proceso que se sustenta en la capacidad de escuchar y escuchar-se. En ese sentido, la escucha se debe entender no como el silencio pasivo, sí como acción creativa que permite aprender a vivir con otros en un mundo altamente cambiante y diverso.
En consecuencia, aportar a la construcción de una cultura escolar que propenda por una sociedad equitativa y justa exige comprender que el tejido sobre el que se construye cada contexto que habitamos se entreteje desde condiciones desiguales. Gracias al lenguaje y desde una perspectiva más hermenéutica y dialógica se catapulta la construcción e interpretación de sentidos que nos acerquen al reconocimiento de lo que somos en y desde lo otro y los otros.
Sandra Patricia Quitián B.
Editora revista Enunciación
Grupo de Investigación Lenguaje, Cultura e Identidad
Universidad Distrital Francisco José de Caldas
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