DOI:
https://doi.org/10.14483/22486798.22645Published:
2024-09-03Issue:
Vol. 29 No. 1 (2024): Lenguaje, medios audiovisuales y tecnología (Ene-Jun)Section:
EditorialCategories
Aprender como un proceso profundamente ético y transformador en la era digital
Keywords:
Editorial, 29(1) (es). (es).Downloads
References
Sloterdijk, P. (2012). Los hijos terribles de la Edad Moderna. Sobre el experimento antigenealógico de la modernidad.
Siruela.
Sloterdijk, P. (2017). Esferas II (Macroesferología). Globos. Siruela.
Sloterdijk, P. (2019). Crítica de la razón cínica. Siruela.
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¡No se puede negar! La comunicación es un fenómeno primordial para la existencia humana. Vivimos en con-tacto, en esferas de influencia y de relación simbiótica de permanente co-creación y transformación; vivir en estas relaciones mutuas y recíprocas entre seres humanos y sus entornos, sean estos físicos o simbólicos, hace que el discurso no pueda ser reducido a un proceso monológico, pues el otro siempre interviene en la construcción de sentido del sujeto; el otro existe en el yo y la palabra funciona como rizoma de la actividad social, de las formas de existencia en las que emerge necesariamente la historia. Para comprender esta simbiosis rizomática, acudimos a la imagen de una poética del espacio del barco (Sloterdijk, 2017, p. 824), en la que los ocupantes dependen del entorno (la nave) para su supervivencia y, al mismo tiempo, son ellos quienes lo maniobran, lo mantienen y le dan vida; es una relación indivisible en la que emerge la vida misma y da cuenta de cómo los seres humanos habitamos y transformamos nuestras esferas vitales, nuestros contextos; es decir, cómo asignamos-construimos sentido, cómo comprendemos-creamos nuestros mundos.
En la comunicación, como fenómeno primordial, está la comunicación política que funciona como instrumento de poder y control y, a la vez, de emancipación y agenciamiento (resistencia), pues no solo manipulamos y controlamos, sino que también criticamos (interrogamos la verdad), transformamos, desafiamos narrativas dominantes, promovemos cambios sociales. Por sus formas y efectos en la sociedad contemporánea, sabemos de la importancia y necesidad de una comunicación que respete la dignidad y la autonomía humanas, que cincele sobre los caminos empolvados y opacos de la verdad y la confianza, para abrir camino a una ética de la palabra que haga posible una comunicación para estar con otros, para crear mundos compartidos, para un mundo en común en el que las dinámicas de la sociedad y la cultura permitan la autoconstrucción y la reinvención permanentes de identidades y subjetividades. En tal sentido, vemos la comunicación como una suerte de espiritualidad que muta-transforma al individuo y a la sociedad.
No obstante, la comunicación de esta época está influenciada por el mundo red-global de medios y también por intereses que afectan todos los aspectos de la vida. Así, por ejemplo, los medios son espacios para la formación de opinión en los que se intensifica la desconfianza y el escepticismo, pues la comunicación es vista como espacio de manipulación y de deshonestidad, no solo por parte de gobernantes y gobernados, sino también por parte de las audiencias en general. Al desencanto y la apatía frente a las grandes narrativas y a las instituciones, se aúnan los discursos mentirosos y calculados, la comunicación de la velocidad y la inmediatez de la información que no da tiempo-espacio al pensar. Este mundo red-global que habitamos, con sus herramientas tecnológico-digitales-comunicacionales, transforma la interacción, la comunicación, las prácticas sociales y culturales como si la realidad y comunidad fueran fantasmas que se movilizan con el ritmo del vértigo para callar la verdad y para enlodar la transparencia, para instalar lugares en los que germina la desconfianza pública y en los que se expande la opacidad y la incomprensión. Por esto, las tecnologías de la comunicación, las redes sociales y los medios digitales, con su flujo constante de cambio, generan también dinámicas de poder y control, a la vez que instalan desvaríos que nos movilizan entre lo visible y lo invisible, entre lo accesible y lo oculto.
Frente a este panorama, las problematizaciones más significativas de abordar están engranadas a los fenómenos de saturación-sobrecarga de la información; la fragmentación de las audiencias; la polarización de las ciudadanías que afecta no solo la producción de discursos coherentes y efectivos, sino que afecta, fundamentalmente, la democracia. Todo esto hace que la comunicación se transforme en el desafío de autenticidad, de un auténtico pensar en el que se instituyan espacios interactivos para la confianza, el símbolo y el sentido individual y colectivo, siempre para la reafirmación de la vida.
Si la forma de comunicar e informar en los tiempos actuales afecta la vida, se puede decir, también, que se vive en un mundo de crisis, por lo que es preciso hallar-construir caminos creativos y propositivos para superarla; al fin y al cabo, la creación y la invención también son consustanciales de la crítica. Desde esta postura del criticar para crear-inventar se da la posibilidad del pensar, del preguntar como apuesta para superar las crisis. Desde este plano, emergen interrogantes que pueden orientar el camino: ¿qué podemos hacer?; ¿qué alternativas tenemos para encarar los desafíos de nuestro tiempo?; ¿cómo superar la aturdidora sobreabundancia de información que radicaliza el ‘embotamiento’ de los cuerpos y las almas?; ¿cómo avanzar en una apuesta ético-política elemental y sencilla en la que se valore y se potencie la sinceridad, la honestidad y la integridad de la comunicación?; ¿cómo detener la retórica de la manipulación, la superficialidad, la instantaneidad?; ¿cómo pensar políticas y estrategias comunicacionales para proteger la privacidad, la autonomía y para fortalecer las decisiones informadas sin ser engañados y manipulados por la levedad perversa de los algoritmos? Y, especialmente, ¿cómo interrogar la verdad?; es decir, ¿cómo instalar una crítica que haga posible pasar de una comunicación brumosa-opaca a otra más transparente, más vital, más «verdadera»?
En medio de esta fábrica de instantaneidad y de velocidad, el preguntar-pensar-actuar debe conducir a los habitantes de este mundo a una poética del espacio del barco, en la que la tempestad pueda encontrar la calma para ser capaces de aprender algo sobre ellos mismos a partir de sus vivencias, de lo que les acontece. Es como tener afinados los oídos para escuchar atentamente las dolencias y terrores de una época (enferma de ruidos y chirridos), que hace crujir los huesos y desvanece la coexistencia, el estar-interactuar con otros. Desde allí, desde la escucha, quizá sea posible un pensamiento arriesgado, novedoso, crítico para encontrar la cura, la resistencia-agenciamiento para una morada más habitable.
Esta escucha atenta tiene (debe tener) sus amarres profundos en el territorio escolar, espacio en el que se debe dar el verdadero aprendizaje, es decir, el territorio escolar como posibilidad de mutación profunda del ser, un aprender auténtico que abre camino a la transformación y a nuevas formas de interactuar con el mundo. Esto exige, mucho más en estos tiempos de tecnologías de la información y de inteligencia artificial generativa, comprender que aprender no es acumular información, pues amontonar información en las bodegas oscuras del alma-cuerpo (sin movimiento, sin flujo, sin tensión, sin vida) puede engendrar una putrefacción del pensamiento y una muerte del pensar.
En estas bodegas oscuras se esconde el peligro. También allí está el desafío y la posibilidad de transformar ese techo espiritual en el que “todo pensamiento se ha hecho estrategia (testimonio) de una náusea (y de) un sensible encogerse de hombros ante el gélido hálito de una realidad en la que saber es poder y poder, saber” (Sloterdijk, 2019, pp. 8-9). Es necesario transformar y comprender de otra manera el aprender, pues “en el fondo, ningún hombre cree que el aprender de hoy solucione «problemas de mañana»; más bien, es casi seguro que los provoca” (p. 9). Así, en este instante chispeante de ciencia-técnica-tecnología estamos necesitados de un aprender transformador, pues "superar la corrupción es el momento culminante del aprendizaje. Un aprendiz de verdad no solo amontona informaciones, entiende que el aprendizaje auténtico tiene algo de conversión” (Sloterdijk, 2012, p. 22). En el esfuerzo de decir la verdad, de construirla, se da también el impulso de la humanidad hacia adelante en el que el pensar auténtico se convierte en potencia o, como el mismo Sloterdijk señala, “lo más sagrado no podría ser otro que este concepto, el más despreciado de la actualidad: «aprender»”. Por lo dicho anteriormente, podemos retomar la pregunta fundamental: “¿No está justificada la sospecha de que el aprender sea el dios desconocido, del que en su tiempo, en una observación de oscuridad visionaria, se dijo que solo él podía salvarnos?” (p. 22). Una ética de la palabra y de la comunicación en la era digital debe estar atenta a no caer en un aprender vacío y, también aprender a navegar en un mundo plagado de fantasmas y de oscuridad. Una ética y una política del aprender que coadyuven a estar orientados en el mundo de la vida.
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